jueves, 31 de julio de 2008

ESCRIBIR LA LECTURA

El calor aprieta al mediodía y las lecturas se hacen soporíferas. Una botella de agua y un lápiz sobre la mesa detallan la primitiva manía de leer que subyuga en estos días en que la tarde se extiende como la piel de una serpiente. La rutina diaria consiste en leer un año completo de Diario, de Jules Renard, e intentar escribir la lectura. Exactamente eso, escribir la lectura. Consiste en responder escribiendo a las frases que considere más afiladas. Así leo en el año de 1894: “Sólo hago vida social cuando tengo ganas de aburrirme”. Así escribo en 2008: “Efectivamente, el aburrimiento no puede ser mayor; si la distracción social consiste en buscar el socorro de la calle y de las mesas de las cafeterías para dejar que hable el viento, me quedo abriendo páginas de libros como un loco. Al menos la locura es un mal identificable y clásico”.
Hay muchas más anotaciones que merecen el subrayado, de hecho, así los dejo en el libro, pero no las escribiré aquí. La cosecha de este año se concentra entre febrero y mayo. Sin embargo, no puedo resistirme a transcribir lo que leo el día 22 de febrero: “Te amo como a esa frase que he dicho en sueños y que ya no puedo recordar”. Y escribo: “Si te amara como en sueños jamás podría decírtelo; por lo menudo, todo intento de decir el olvido queda en aspiración errante”.

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Yo sé quién soy”-respondió don Quijote- y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sin todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama…”. Con estas palabras le contesta Don Quijote a su vecino Pedro Alonso cuando éste lo lleva de vuelta a la aldea al verlo tirado en el camino y maltrecho. Dejo para otra ocasión la interpretación fisolsófica del ser y sus posibilidades.
En 1914, Pessoa se arma con toda la seriedad de la ironía y proclama en la intimidad de su Diario: “No sé quién soy, qué alma tengo. Cuando hablo con sinceridad, no sé, con sinceridad, de qué hablo. Soy distintamente otro diferente de ese yo que no sé si existe”. No sé si Pessoa había leído el Quijote por esas fechas, en el Diario (Gadir) no se hace referencia alguna, así es que me las tomo, estas dos notas, como una afluencia de unos contrarios que delatan el horizonte incierto del conocimiento de uno mismo. ¡Qué irónica expresión la de ambos! En la ironía reside la existencia de todos y de uno, esto es, del espíritu humano en todas sus posibilidades. Es más, no existiría la ironía sin los contrarios que se necesitan.

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De las lecturas, la poesía es la más necesaria. En ellas, Hölderlin ocupa un lugar de privilegio. El episodio es escalofriante. En 1806 es ingresado en una clínica siquiátrica, en Tübingen, declarado loco. Tenía treinta y seis años. Algo más tarde es acogido en la casa del carpintero Zimmer, donde vivió hasta 1846. Es decir, treinta y siete años en una habitación sobre el Neckar junto a unos papeles en que escribía, un piano y visitas esporádicas que no reconoce. Llegó a olvidar su nombre o a fechar poemas con cien años de antelación. Del libro Poemas de la locura (Hiperión), extraigo un verso del poema 46, titulado "El Espíritu del tiempo":
“En el paso de los años se alcanza la permanencia”.
¿A qué transparencia llegó este poeta de la condición humana, de las constantes espirituales y perpetuas?

lunes, 28 de julio de 2008

HOY LA TARDE

Hoy la tarde es lentitud. Reptando por la superficie del agua, la luz me ha confesado sus secretos, los del hombre. Debilidad, sutileza, dispersión. Poco a poco el Coto de Doñana ha dejado de mostrarse a los ojos de los espectadores que lo contemplaban ensimismados. El acontecer de la naturaleza es el recinto de las leyes del espíritu, porque con ellas se congracian y con ellas se encrespan.

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Creo que el paisaje está marcado en mis retinas con tanta fuerza que no puedo imaginarme a la mar sin esa silueta al fondo, sin esa presencia. Hoy el mar se hizo en el mar, hoy la tarde me trajo la lentitud de la luz.

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Acaso la felicidad consiste en confiscarle al espíritu, por momentos, sus ilusas manías.

viernes, 25 de julio de 2008

DIARIO, PALABRA Y ADIÓS.

En unas notas personales de 1913, escribe Pessoa: “Mi peor dolor es que no consigo olvidar nunca mi presencia metafísica en la vida. De ahí la timidez trascendental que atemoriza todos mis gestos, que quita a todas mis frases el espíritu de la sencillez, de la emoción directa”. Me ocurre a menudo, suelo quedarme callado en las conversaciones cuando no consigo olvidar mi presencia metafísica y me contemplo sentado en una silla, como un espantapájaros revestido de formas antiguas. Todo me parece arcaico y desvaído, como una estampa en sepia que pertenece a no sé que otro mundo, qué otro estado del ser. De ahí proviene el pudor a escribir, a caer en esa evidencia que te entrega la sencillez de los gestos y la emoción directa.
Entonces dejo el alma en la tesitura de una vihuela rasgando lascas al silencio; en esos retales dispersos e inconexos de la nada me veo reflejado.

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Una palabra no es sencilla por sí misma, lo es en relación al concepto que pretende llegar. Por eso aborrezco a los que presuponen que dicen la cosa exacta y piensan que crean de la nada, que poseen la mejor manera de decir las cosas, sobre todo, a través de la poesía. No saben que ellos no crean nada, en todo caso, se aproximan al ser que intentan nombrar. La verdad puede decirse de muchas maneras, pero ninguna de ellas es superior a otra.

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No hay palabra y después pensamiento, ni pensamiento y luego palabra; hay las dos cosas trotando en el devenir del discurso.


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Ayer, después de decirle a un amigo que no hay literatura sin conocimiento y de conminarle a que buscara un autor que no respondiera a esta especie de entelequia, me quedé meditabundo hasta bien entrada la noche. Al rato, me fui a la cama desesperado ante la evidencia. ¿Qué escribieron Cervantes, Quevedo, San Juan, Goethe,Rilke, Kafka, Proust, Tolstoi, Dovstoievsky o cualesquiera de los grandes, si no una cosmovisión del mundo en forma literaria?

jueves, 24 de julio de 2008

AMOR Y PEDAGOGÍA, UNAMUNO.

Con el triunfo del amor sobre la pedagogía termino de leer esta nivola de Unamuno; con ella, además, corono las cuatro cumbres que determinan el devenir de una nueva generación de escritores en prosa junto a los poetas Machado y J.R.Jiménez a comienzos del siglo pasado, esto es, los noventaychistas.
Amor y pedagogía (1902) comparte materia y estilo con las otras obras reseñadas por esta bitácora, pero se centra en un aspecto concreto que se debate entre la capacidad de la ciencia (pedagogía) y las imposiciones del espíritu (amor). A este respecto responde la construcción de los personajes como arquetipos que representan a una o a otra de las ideas cruciales. La trama es sencilla: don Avito Carrascal quiere tener un matrimonio “deductivo” frente al “inductivo”. Este último parte de la atracción puramente física; el primero de la respuesta que provoca el vacío interior de quien necesita el matrimonio. En principio, piensa en Leoncia (deductivo), pero considera que será mejor casarse con Marina (inductivo) y que a la postre será él quien, una vez que nazca el varón, lo moldeará a su forma. De ahí que continuamente se nomine a Marina, la esposa, como Materia, así, en mayúsculas, y a don Avito como Forma. Una suerte de personajes calderonianos como en El Gran Teatro del Mundo, al fin al cabo. El resultado es que a pesar de todos los esfuerzos del padre, Apolodoro, el hijo, se encontrará con un final trágico, debido a esta lucha de tendencias (ciencia-amor) que no desvelaré por si algún lector extraviado quisiera ir a la obra.
Aparece un personaje crucial, don Fulgencio, que se convierte en el íntimo consejero de don Avito: le propne el nombre del niño o la conducta que debe mantener frente a él. Don Fulgencio Entrambosmares (alter ego del erudito Entrambasaguas) es un filósofo que trabaja en una obra titulada Ars magna combinatoria y en un futuro libro de aforismos intitulado Libro de aforismos o píldoras de sabiduría. Es un chiflado que defiende a rajatabla el método científico puro para el pleno desarrollo del ser humano a través de todas las combinatorias posibles que ofrece la física y detodos los condicionantes que estudia la sociologóa positivista. En su boca se desprenden un buen ramillete de actitudes de la época con las que Unamuno, hábilmente, ironiza y parodia la mentalidad positivista y determinista de un siglo que terminaba.
Se incluye un prólogo en que Unamuno rinde cuenta de no pocos aspectos que atañen a la obra: estilo, lengua literaria, temas, impresiones, personajes e incluso un pequeño recorrido por la evolución de su narrativa hasta el momento. Al prólogo se suma un epílogo en que se mezcla, a la manera cervantina, las anotaciones del propio Unamuno con la novela póstuma de Apolodoro. Por último, podemos leer los supuestos apuntes para un Tratado de cocotología escritos por don Fulgencio. Ninguno de ellos tiene desperdicio.
Los espacios en que se presentan la novela van desde la casa de don Avito, “un microcosmos racional”, pasando por la casa de don Fulgencio, que convive con dos esqueletos disfrazados, “uno de hombre con chistera, corbata, frac, sortija en los huesos de los dedos y un paraguas en una mano y sobre él esta inscripción, Homo insipiens, otro de un gorila, Simia sapiens". También nos encontramos con otras casas como la de la amada Clarita etc. Todos espacios cerrados, muy delimitados y ajustados a las características psicológicas de los personajes. Como muestra extraigo una pequeña descripción de la casa de don Avito: “Por todas partes barómetros, termómetros, pluviómetros, aerómetros, dinamómetros, mapas, diagramas, telescospio, microscopio, espectroscopio, que a dondequiera que vuelva los ojos se empape de ciencia”.
Este intento de tamizarlo todo a través del cedazo de la ciencia nos lleva a escenas de veras hilarantes y que me han parecido de lo mejor de la nivola. Un ejemplo es cuando en el capítulo V analizan la primera palabra de Apolodoro: “go,go”; otro puede ser los masajes que don Avito ejercía “por encima de la oreja izquierda para excitar así la circulación en la parte correspondiente a la tercera circunvolución frontal izquierda, al centro del lenguaje…”; y, por sobre todo, los encuentros y los diálogos que mantenían el padre de la criatura y don Fulgencio en casa de éste: una parodia al krausismo de la época llevado a sus extremos. El contrapeso lo realiza Menaguti, poeta excelso, defensor de la libertad absoluta de la voluntad y del Arte como el espacio único en que se puede consumar esa voluntad del espíritu. Es el que incita a Apolodoro, el supuesto genio, a escribir y a entregarse a las letras.
Por otra parte, la madre de Apolodoro, Marina, lo llama desde el principio Luis y le enseña cada noche, a escondidas de su marido, la vida de los santos, lo rezos más populares y la volunta de Cristo que viene en los evangelios. Marina se quedará de nuevo embarazada, pero en esta ocasión de una niña, Rosa, que poco interviene en la obra y que muere al final de la misma.
Son muchos los elementos que se pueden escribir acerca de Amor y pedagogía, muchos de ellos de no poca enjundia. Apolodoro en su evolución a genio, termina enamorado de una mujer que lo engaña y que lo deja por otro. Clarita termina en los brazos de Federico; este bofetón de realidad que sufre Apolodoro no posee ningún mecanismo científico que lo razone y lo lleva a la desesperación. En esa mixtura de racionalidad frente a involución de la racionalidad al espíritu se mueve el hijo de don Avito, que termina siendo escritor con una novela fracasada entre las manos y que forma parte del epílogo de la obra de su mentor salmantino. Bien vale Apolodoro como semilla del futuro Augusto de Niebla (1914).
Esta reducción al absurdo de la sociología positivista que se desgrana entre elementos trágicos y cómicos, predica y transparenta la lucha que el propio Unamuno sintió en sus carnes. Es por ello que cuando leo las tribulaciones de Apolodoro, don Avito o don Fulgencio no puedo dejar de pensar en la agonía que sufrió el vetusto profesor salmantino en aquellos años finales de la década de los treinta ante semejantes bobalicones de la guerra armada.
Me gustaría terminar estas líneas recogiendo dos ideas que germinan en la obra y que las considero capitales para comprenderla mejor si cabe. La primera que rescato es una oración maravillosa: “Pensar la vida es vivir el pensamiento”; la segunda, “-¿Y el fin de la ciencia? – ¡Catalogar el Universo! - ¿Para qué?- Para devolvérselo a Dios en orden, con un inventario razonado de lo existente…”.

miércoles, 23 de julio de 2008

CONCIERTO BARROCO, A. CARPENTIER.

Alguien nombró, mientras miraba en las baldas de la librería, las virtudes de Concierto Barroco (1974, Méjico), de Alejo Carpentier. En una suerte de anacrusa, se me cruzaron en la cabeza dos imágenes que pertenecían a tiempos distintos. La primera consiste en la edición príncipe del libro que tuve en mis manos en La Habana y que por una estulticia de esas que aparecen cuando menos la necesitamos me quedé sin ella. Un compañero, Manolo, compró dos ediciones del mismo libro, mientras yo me quedaba receloso y amainado como un animal sin ubres. Todavía espero que el compañero de viaje me lo ofrezca como quien ofrece del pasado los días hábiles que jamás constarán en el distrito de nuestra memoria. Alguien nombró, repito, el título de la obra de mi admirado Alejo Carpentier para que el segundo de los recuerdos apareciera de inmediato. Consiste en la lectura de Los pasos perdidos; me recuerdo caminando en medio de la selva al trote de los pasos sintácticos del cubano, cobijado en la perfección lingüística de sus páginas y sostenido por la implacable concepción musical que la obra contiene muy cercana a Beethoven.
Concierto Barroco es una obra que resume a la perfección el mundo carpentieriano: literatura, música, indigenismo, europeísmo, ilustración, barbarie, realismo mágico o lo real maravilloso, juegos con el tiempo de la narración, estética barroquizante. La obra es un concierto en que se diluyen timbres, variaciones, trémulos, repeticiones, codas finales, solos de instrumentos, dúos, a la manera literaria. En palabras del propio Carpentier: “una especie de Summa Theologica de mi arte por contener todos los mecanismos del barroquismo simultáneamente”.
Esta nouvelle cuenta la historia de un supuesto encuentro en 1709, en Venecia, entre Antonio Vivaldi, Scarlatti y Haendel y un supuesto navegador -anónimo en la obra- que le inspira su ópera Montezuma. El encuentro entre culturas distintas puede interpretrarse en códigos de civilizaciones encontradas, la hispanoamericana y la europea, el navegador y sus criados negros, por una parte, y los tres compositores por otra. Sin embargo, consigue Carpentier, a pesar de la dificultad de la trama, relacionar de forma brillante este encuentro de cosmovisiones; por el final, y ante los disparates que contiene la obra de Vivaldi, Filomeno sentencia lo siguiente:“En América, todo es fábula: cuentos del Eldorados y Potosíes, ciudades fantasmas, esponjas que hablan, carneros de vellocino de oro, Amazonas con una teta de menos y Orejones que se nutren de jesuitas…Si tanto le gustan las fábulas, ponga música al Orlando Furioso que, en cueros, en pelota, cruza toda Francia y España, con los cojones al aire, antes de pasar a nado el Mar Mediterráneo e irse a la Luna como quien no hace nada…” . El criado negro, Filomeno, aconseja a Vivaldi cómo debe crear los ambientes de la nueva ópera. Uno de los capítulos centrales es el quinto,-recordemos que se desarrolla a través de ocho-, justo cuando se encuentran los compositores y los allegados a Venecia.
La obra se divide en dos mitades, ambas introducidas por citas bíblicas de Corintios, I, 52 y de Salmos. El primer capítulo es una demostración del prodigio lingüístico que derrochaba la pluma del cubano: “De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros,…”. Ya en el quinto capítulo asistimos a la descripción del mundo de puteríos y locales nocturnos a los que asiduamente iba Vivaldi y otros artistas del momento. Precisamente, en unos de esos bares es donde presuntamente se fragua la nueva ópera de Vivaldi. El elemento mágico llega cuando en un ensayo, Filomeno saca una trompeta y unos instrumentos de percusión y comienza a mezclar los acordes barrocos con ritmos afrocubanos.
Por momentos la obra es brillante y muy divertida, como cuando Vivaldi y Scarlatti comienzan a hablar de un tal Stravinsky: “Es que esos maestros que llaman avanzados se preocupan tremendamente por saber qué hicieron los músicos del pasado. En eso nosotros somos más modernos. Yo hago lo mío, según mi real saber y entender.” También aparecen referencias a Shakespeare, El Bosco, Lucrecio y Cervantes que se deslizan como ecos que ayudan a la obra.
Las páginas finales son fabulosas por dos motivos. El primero se debe a la calidad literaria del autor y su escritura; la segunda, a la aparición en la época barroca, a través de los sueños de Filomeno, de Louis Armstrong interpretando Go dowmn Moses y Jonah and the Wale. Todo un trastoque al tiempo, a la guerra del tiempo que mantiene la música como encuentro de lo sucesivo: “Llaman fabuloso cuanto es remoto, iracional, situado en el ayer. No entienden que lo fabuloso está en el futuro. Todo futuro es fabuloso.”
*Ilustración, primera edición de Concierto Barroco, Siglo XXI, Méjico, 1974.

martes, 22 de julio de 2008

DIARIO 1887-1910, JULES RENARD.

Llevo leídas un puñado de páginas de Diario 1887-1910, de Jules Renard que acaba de publicarse en DeBolsillo en una magnífica edición -hasta el momento- y mejor traducción de Joseph Massot e Ignacio Vidal-Folch.
El libro es sorprendente por el ingenio que le imprime el autor francés a cada entrada de su Diario. Eso me ha llevado a reflexionar sobre las entradas que uno escribe en esta bitácora y sobre la falta de ingenio y de literatura que hay en ellas. Evidentemente, utilizo libros, citas, autores y diverso material literario para escribir, pero dudo de que buena parte de las entradas escritas hasta el momento sea literatura. Esa es mi aspiración primera; dado lo cual, debería comenzar de nuevo la bitácora, borrar todas las entradas y seleccionar con un filtro más preciso aquellas que merezcan publicarse. En ese caso, pienso ahora, a lo mejor no llego a publicar ninguna.

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Porque la tentativa de escribir es como un suicidio en falso, como aquellos que en lugar de echarse la soga al cuello rompen sus fotografías, “¡Cuántos han querido suicidarse y se han conformado con romper sus fotografías!”, dice Renard el 29 de diciembre de 1888. Aunque en realidad me siento como un enano rodeado de gigantes, de gigantes poderosos que jamás igualaré de ninguna de las maneras. Eso debo controlarlo, someterlo a las aguas templadas de la asimilación. Al fin y al cabo no seré nada, y nada seré al fin y al cabo. “No serás nada. Por más que hagas: no serás nada. Comprendes a los mejores poetas, a los prosistas más profundos, pero aunque digan que comprender es igualar, serás tan comparable a ellos como un ínfimo enano puede compararse con gigantes”, escribe Jules el 23 de noviembre del mismo año”. Y hoy, más que nunca, siento que estas palabras son inútiles y que no deberían aspirar a nada, porque pertenecen a la nada y de ella no podrán escaparse. Ni siquiera sé por qué las dejo en este espejo público sin pudor alguno, sin la vergüenza que ahora me abriga al releerlas.
Siento la necesidad de convertirlo todo en un capítulo irónico, que desmigaje las palabras que quiero como salen los astros, por la fuerza de la naturaleza y sin concebir qué hombre se alumbrará, qué hombre se inmutará, qué hombre querrá saber de todo esto.
*Ilustración, Compañía General Fabril Editora - Los Libros del Mirasol - Impreso en Argentina, 1962 - Traducción de Emma P. Zappettini - Selección de Juan Paredes.

domingo, 20 de julio de 2008

PARA TI, CREYENTE, LA RELIGIÓN.

Después de leer que la familia de Servet lo atrajo a sus tierras para entregarlo a la Inquisicón con la intención de limpiar la mancha de herejía que se propalaba por ella, considero con firmeza que hay asuntos que se complican a la hora de analizarlos con la adecuada objetividad y la necesaria inteligencia, máxime cuando invaden el espacio de la alcoba. Aplicarles los mecanismos de la razón a estos temas sólo está reservado para un puñado de mentes privilegiadas que encuentran el tono que en todo momento les conviene. Eso ocurre con el tema de la gens hispanica en manos de Jiménez Lozano, es decir, la condición aquella que provoca que en España “la Iglesia aniquile la realidad del Estado y se sacralice como con Carlomagno, no es que el Derecho natural y civil quede subsumido en categorías canónicas y desaparezca en ellas; es que es el Estado el que se constituye en esencia en religioso y sacral. Es la Iglesia la que se ha hecho Estado como la fe se hace carne y sangre, biología casta, españolidad”. Evidentemente, estas palabras de Jiménez Lozano son como un guante que se arrima a la realidad en todos sus ángulos hasta evidenciarlos. Esa españolidad referida en el libro ha sido un elemento divergente para la formación de este país a pesar de que los católicos hayan intentado siempre utilizarlo al contrario, como la sustancia que aglutinó a todos en la ansiada unidad. Claro, lo tienen realmente fácil, “la españolidad o condición de español supone y presupone la fe. No se precisa ninguna adhesión intelectual personal y específica a los dogmas, ni ninguna atención a la ética derivada de ellos”. Desde luego que no se necesita adhesión alguna, o por lo menos, los que profesan o dicen profesar la relgión católica no lo demuestran ni defienden, más bien se sienten pertenecientes a una casta de privilegio que les viene dada por la tradición de un país sumido aún en las mixturas de la Religión y el Estado que de forma tan distinta han solucionado otros países como Francia. Esa creencia llega a ser “no asunto o aventura personal, sino presupuesto político, social y castizo que empapa el universo entero de lo español, lo define y constituye”.
Invito a la refrescante lectura de este libro ya señalado en entradas anteriores, por la frialdad de sus argumentos y por la impecable forma en que está escrito. Un discurso que pretende extenderse por temas que han pertenecido a bandos y concepciones distintas. Desde luego, comparto el capítulo inicial, “Un catolicismo político”, palabra por palabra: “Y es más: el español que abandona su fe católica, no parece que se convierta, como ha venido diciéndose tradicionalmente, en un ateo, sino, más bien, en un anticatólico o ateo militante de talante religioso […] El ateísmo o el agnosticismo han sido posibles en otros universos mentales, mas no han sido tan fáciles en el nuestro”.
Todavía los rescoldos están recientes y avivan, en gran medida, las actitudes de generaciones absorbidas por las estridencias franquistas que siempre fueron bienvenidas por la Iglesia. Estas tribulaciones de orden ideológico están muy cercanas a lo que ocurre en otras sociedades que profesan religiones distintas y que desde aquí tildamos de fundamentalistas y belicosas, pero también es cierto que “ el pensar y actuar al margen de lo religioso ha sido una actitud europea reciente, pero no una actitud hispánica; y cuando aquí aparece, por fin, en torno o después de la Ilustración, no ha sabido o ha sido incapaz de hacerlo de modo pacífico o con expresiones relativamente beligerantes, sino siempre de manera mucho más violenta que en otras partes". Esa situación de inaceptabilidad ( perdón por el polisílabo) de otras formas religiosas o laicas con que se ha vivido y se vive durante siglos en este país ha provocado que se mantenga una lucha abierta contra todo lo que no pertenezca a esa cosmovisión, a saber, islámicos, hebreos, herejes luteranos, ilustrados y ateístas, afrancesados, liberales, masones, etc.
Con estas referencias intento señalar un tema que siempre expongo cuando me encuentro en una conversación con amigos: para que este país comience a funcionar debe separar inmediatamente el Estado de la cuestión religiosa; ya sé que hubo intentos en otras épocas, pero los intentos han quedado remilgados hasta lo que tenemos hoy: ministros que juran su cargo con la mano puesta en la Biblia, asignaturas de religión católica en las escuelas públicas, subvenciones públicas a la Iglesia, invasiones de procesiones por las calles sin ningún derecho durante toda una semana, en definitiva, minucias que pertenecen al grave problema de la conciencia religiosa que anuda los días de este suelo hispánico.
*Ilustración, San Vicente Ferrer curando a un endemoniado. Fragmento de un retablo que se halla en el Museo San Pío V.

jueves, 17 de julio de 2008

MONTÍCULOS EN LA LLANURA

Una cita es como un encuentro con la belleza indescifrable. Necesitas detenerte con más calma, aplicar la contemplación, enfoscarte en la reflexión detenida de sus elementos lingüísticos. Una parada en un universo que nunca atisbaste, en definitiva. Incluso hay novelistas que basan su quehacer apoyándose en las citas, pongo por caso a Vila-Matas, a quien venero desde antiguo.
Una cita es como un montículo inesperado en una llanura, una atalaya que surge de repente entre el boscaje de palabras y sintagmas que desciframos en una novela, un poema o cualquier otro libro. En muchas ocasiones, la justificación de un poemario, el epicentro de toda una novela que cuenta cientos de páginas, la síntesis de un tratado de filosofía se sitúa en un puñado de palabras que nunca fuimos capaces de pensar y escribir hasta ese momento en que las leemos.
Dicho esto cito lo siguiente pensando en mi entrañable compañero Iván: “Aquí se fundará la fenomenología pura o trascendental no como una ciencia de hechos, sino como una ciencia de esencias (como ciencia “eidética”); como una ciencia que quiere llegar exclusivamente a conocimientos esenciales y no fijar, en absoluto, hechos; el pensamiento que se encarna en juicios que van desde la universalidad fáctica (empírica) hasta la universalidad esencial, ésa es la reducción eidética.Edmun Husserl, Ideas (Relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica), FCE, 1993, Méjico.
*Ilustración, Martin Heidegger hablando con E. Husserl.

miércoles, 16 de julio de 2008

LOS CEMENTERIOS CIVILES

Hacía tiempo que no visitaba a mi amigo Ignacio, el librero de viejo de Los Terceros en Sevilla. Siempre que acudo a sus baldas me encuentro con algún retruécano en forma de rareza o singularidad o desconocimiento. El caso es que andaba en busca de un libro de José Jiménez Lozano, Los cementerios civiles y la heterodoxia española, desde hace bastante tiempo. Estaba publicado en Taurus y en más de una ocasión lo utilicé cuando en la Facultad de Filología los profesores se alejaban de los escritores y las circunstancias que van más allá de 1936 por no sé qué miedo inconfesable o ignorancia acuciante. Siempre me pareció que el libro estaba muy bien escrito y que era un ensayo forjado desde el conocimiento.
Ignacio tenía el libro, pero en una edición novísima de Seix-Barral, que acaba de publicarlo en su colección de ensayos “Los tres mundos”. Durante ese proceso que consiste en espigar por aquí y acullá por las páginas de la nueva presa, me detuve en una anécdota de Larra. Resulta que se cita un artículo de Larra del Día de Ánimas de 1836 en que Mariano José escribe lo siguiente: “Aquí yace media España, murió de la otra media”. A continuación explica Jiménez Lozano por qué no fue a parar el propio Larra a esa ingente cantidad de cementerios civiles que acogían los cuerpos de los que vivieron al margen de la cuestión religiosa. El cuerpo del suicida, Larra, fue despreciado por sus familiares. El párroco de Santiago, indeciso con el bendito que tenía delante de él, no tuvo más remedio que pedir consejo al vicario general; el vicario le preguntó: “¿Los locos se entierran en sagrado? ¿Sí? Pues los que se suicidan están locos y debe éste ser enterrado también en sagrado”. Esta interpretación sui generis del vicario hizo que por vez primera entrara en territorio santo el cuerpo de un suicida.
He querido subrayar este relato porque el libro se desarrolla precisamente a través de historias, pequeñas historias, que hilvanan toda la mentalidad de una época de confusiones e interpretaciones que por una u otra razón siguen marcando el curso de nuestros días.
Cuando terminé de leerle al librero la anécdota y quizás movido por la calorina que soportábamos allí de pie entre montañas de libros, me lo regaló junto a una sonrisa..."llévatelo","llévatelo". Me lo llevé y aquí lo traigo.

martes, 15 de julio de 2008

MEMORABILIA

"Si la memoria es un trémulo de piano que se desliza incorpóreo por los recuerdos; si los recuerdos son los hilos que sostienen nuestra imagen en el mundo; si el mundo se configura a través de las escurridizas tramas que sustancian al hombre, ¿qué cabe esperar de uno después de tantos años? ¿Qué socavón del olvido es el que nos dejó sin ego?"- moribundo, con la boca ensalivada y colmada de magdalena, pronunció Marcel su última sentencia.

jueves, 10 de julio de 2008

TRAZOS DEL IMAGINARIO

Estaré sin escribir en esta bitácora unos días; me marcho al resguardo de la Sierra de Huelva movido por la invitación de unos amigos entrañables. Sin duda, en las charlas apasionadas que mantendremos surgirán entradas orales que bien merecerán un espacio, al menos, para compartirlo con otros interesados. Iván y M. José son unos buenos conversadores que comparten la imantación por la literatura y la visión poliédrica que ofrecen los libros. Para entonces llevaré conmigo el moleskine y registraré en él, como un notario de la desrutina los acontecimientos que acontezcan en las rúas oxigenadas de Cortegana.

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Anhelo tanto el silencio, que cuando Juan Antonio se refirió a él al mencionar su lugar de descanso, me estremecí. Hay pocas cosas que me estremezcan: el amor, el silencio y la música. El amor asociado al trasiego de la soledad, es un rescate y una tentación, intimidad y entrega al otro; el silencio como el amparo del lenguaje, de la literatura en sus extremos; la música como el devenir de lo inasible en la mente del hombre a pesar de su filtración por los sentidos.

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Siempre que acudo a la sierra me inclino por llevar conmigo algún libro de poesía, sin saber por qué motivo la narrativa o el ensayo no me apetecen. En cualquier caso a lo mejor estamos ante unas condiciones que el topos predispone para el alma, quizás el espacio determina la intervención del tiempo, o a la inversa. Bachelard intuyó algo parecido al calor del psicoanálisis y escribió La Poética del espacio. Sea cual sea la tentación, recuerdo a Claudio Rodríguez merodeando por el campo cuando era un zagal y recitando de memoria El don de la ebriedad; me acuerdo de Horacio, de fray Luis, de Garcilaso, de Neruda o Miguel Hernández, entre muchos. También espero encontrarme a Nabokov cazando mariposas o a Horacio Quiroga asentado a la intemperie dialogando con una anaconda gigante. Nada más lejos de la realidad, nada más cerca. Cosas del imaginario, posibilidades de la ficción. ¿Qué sería de mí sin estas disquisiciones?

martes, 8 de julio de 2008

SONATA DE OTOÑO EN VERANO

En este arrebato noventayochista que viene del invierno acabo de terminar Sonata de otoño (1902), de Valle-Inclán. Es ésta la sonata que abre el ciclo de las “Memorias del Marqués de Bradomín”, feo, católico y sentimental tal y como don Ramón María quiso que naciera. No volveré sobre el asunto de las novelas de 1902 ni a mencionar a Azorín, Baroja y Unamuno.
De todas las obras que llevo leídas de estos próceres de la regeneración no puedo señalar ninguna como la que sobrevuele por encima de ellas, es decir, todas me parecen obras de una calidad literaria inmensa, en la que la personalidad de cada cual funcionó a la hora de escribir. Sin embargo, el caso de la prosa de Valle-Inclán es un evento de tal calibre que no se debe dejar a un lado. Volveré a él cuando me disponga a terminar con esta reseña.
En estas sonatas algunos han visto (y yo mismo me sumo) una parodia de todos los tópicos de la época decadentista y modernista, de las actitudes que se aglutinaron en la época finisecular. En este aspecto, el juego de sensaciones dispares es descomunal y acrecienta la sensación irónica y socarrona del autor. El Marqués de Bradomín recibe una carta de Concha en la que ésta le relata sus ansias sexuales y sensuales que necesita soliviantar. Toda vez que se reúnen en el Palacio de Brandeso, Concha le dice al marqués que se encuentra enferma, en estado terminal. Todo ello bajo los velos de los decires mísiticos y religosos empadaos de retórica sexual.
La estructura circular del libro, porque empieza como termina, hace que sea la forma en la que está escrito el libro el aliento que guía sus páginas. Esto lo consigue Vallé-Inclán a la perfección, al igual que lo hizo García Márquez con Crónica de una muerte anunciada, por ejemplo. Páginas que se completan con el palacio dieciochesco, los jardines atosigantes y versallescos de las fincas gallegas, los sirvientes de nombres rimbombantes (Brión, Frisole…) e incluso un personaje como Juan Manuel de Montenegro que aparecerá de nuevo en las Comedias Bárbaras y como secundario en La Guerra Carlista.
Concha recopila todas las contradicciones que deviene de la mujer prerafelista por un lado, y de la sensualidad exacerbada por otro. Siempre se la describe como una mujer “monacal”, vestida de blanco “cartujano”, que rezuma todos los perfumes posibles de la naturaleza -en muchas ocasiones se le atribuye propiedades de las plantas, se zoomorfiza al extremo-. Está a punto de morir, pero siempre dispuesta a mantener relaciones sexuales con el vetusto Marqués; se encuentra en estado de aspiraciones místicas, pero rememorando gozosa las tardes de cama y las aventuras con otros hombres.
La obra se enlaza a través de secuencias de corto alcance, y fue esta de otoño la primera que se publicó en forma de libro; también es la que ciertos críticos consideran la que ofrece de la mejor manera las cualidades de este proyecto finisecular de Vallé-Inclán.
He dejado para lo último, sumado a los mil detalles y comentarios que se dejan en el cuaderno, el festín de la prosa del autor. Si bien es cierto que esta no es la mejor prosa de Vallé-Inclán, prefiero Tirano Banderas o cualquier acotación de sus obras de teatro o sus obras de corte teórico, etc. se convierte en un proceso acelerado de aprendizaje abrir cualquier página de este escritor: “el sudario ceniciento de la llovizna, un blanco de harina, barba senatorial y augusta, la luenga cola de su ropón monacal, azul heráldico, ojos de topacio, lloré como un Dios antiguo al extinguirse su culto,etc.”; A. Alonso nos avisó de la singular plasticidad de esta prosa que siempre busca las eufonías, las comparaciones, las metáforas, la búsqueda incesante de imágenes nunca vistas ni asociadas, en definitiva, un maestro de la lengua que es un maestro de la literatura. No siempre ocurre esta conexión ni siempre se dan los vínculos necesarios para que una obra anclada en la fría y nubosa Galicia pueda leerse sin remiendos actuales ni aparatos filológicos.
Ya sólo me queda Amor y pedagogía, de Unamuno, ¿por qué será que todas estas novelas son más bien novelas cortas o nivolas?

lunes, 7 de julio de 2008

HOY SÓLO QUIERO SER YO

Me traigo de la playa -junto a la brisa, las pisadas de las gaviotas y los cueros al descubierto- un par de libros. Seguí la costumbre de siempre, leer el primer párrafo o, en su caso, la primera secuencia. Pessoa nunca defrauda las expectativas que se proyectan cuando abrigo cualesquiera de sus libros, en todo caso las supera, las revuelve y enloquece.
Por su parte, he descubierto que Robert Walser ya practicaba un ejercicio muy similar a este de las bitácoras; así lo demuestra la publicación de un tercer volumen de escritos en prosa que evidencian que la genialidad no entiende de extensión, que la brillantez sólo es una sombra encubierta que hay que alumbrar no importa con cuántas palabras. Una bitácora desordenada, pero con la fuerza de las grandes obras.

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Dejé para el verano la lectura de dos o tres obras de filosofía porque pensaba que el apaciguamiento de los días sin clase, que las tribulaciones estivales me otorgarían muchas posibilidades en el tiempo. Nada más lejos. Cuando la cuestión es leer hay que hacerlo como si el mundo se fuera a terminar mañana, no se puede esperar el momento ni el espacio oportunos.
Antes al contrario, principié la lectura de la Metafísica de Aristóteles con la mirada puesta en el segundo volumen de Carlos Morla Lynch publicado en Renacimiento, España sufre, Madrid en guerra, con prólogo de Andrés Trapiello. Aristóteles desvencijando todos los andamiajes que socavan mi cabeza; Morla dejando al descubierto, con la franqueza de los testigos, la realidad de unos años decisivos.

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Una sorpresa mayúscula fue el libro de Robert Walser, Escrito a lápiz, Microgramos III (1925-1932), publicado en Siruela. Contiene este volumen giros extrañísimos, pero no por ellos menos hermosos y desconcertantes: “Mi pasado refulge en conjunto como un impoluto cubierto de plata. Su intangiblidad es casi inconcebible”. Qué espectáculo más grandioso son los libros de Walser, todavía recuerdo Jakob von Gunten sermoneando a los profesores o recriminando a sus compañeros todo tipo de comportamiento, qué ángulo inhabitado por escritores el que ofrece Walser.
Si uno observa la caligrafía con la que Walser escribió estas prosas en tantos folios, puede llegar a pensar que se trata de un escritor con paciencia flamenca; su prosa entonces sería como ese pincel finísimo que en Flandes penetraba hasta las costillas de los cristos.

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Gadir ha publicado un nuevo libro de Pessoa, Diarios: “El artista debe ser hermoso y elegante, porque quien admira la belleza no debe carecer de ella. Y, sin duda, causa un dolor terrible al artista no encontrar en sí mismo nada de lo que busca tan trabajosamente”. Con estas palabras de inicio, siente uno la tentación de abandonar la belleza de su prosa y de su pensamiento ya que debilita al máximo mis capacidades. Él crea belleza hablando de la belleza y con belleza; me conformo con contemplarla, en prospección etimológica.
Aunque hay un dato que me ofrece cierta esperanza, cierta sensación que solivianta mis paseos por estas páginas tan bien editadas. Resulta que el día dieciséis de marzo de 1906 Pessoa leía el Organon, de Aristóteles, y entre ese corpus cita expresamente la Lógica y la Metafísica, los libros que me acompañan en estos días junto al suyo. Cierta euforia repentina se apoderó de mí, incluso me llevó a sentimientos altivos. Una vez más él tenía mejores palabras para describir toda esta república de vanidades, escribió el veintiuno de noviembre de 1914: “Hoy, al tomar de una vez por todas la decisión de ser Yo y vivir a la altura de mí mismo, y, por esto, despreciar la idea de la llamada, de la plebeya socialización, del Interseccionismo, alcancé otra vez, súbitamente, al volver de mi viaje de impresiones por los otros, la posesión plena de mi Genio y mi Misión. Hoy sólo me quiero tal y como mi carácter innato quiere que sea.”

viernes, 4 de julio de 2008

CONCIERTO ARMÓNICO

¿No estaremos enredados entre las garras de nuestras acciones? ¿No delimitan ellas gran parte de los que somos? Ahora, cuando el tiempo se dilata entre granos de calorina, sentimos que nuestras vidas se expanden con ellas, en sus entresijos. Dice Paul Valéry: “Lo que llamamos Tiempo es una noción tan tosca y confusa como lo era la de Fuerza antes de la dinámica. Llamábamos Fuerza, en general, a lo que se analizó finalmente como esfuerzo, fuerza, trabajo, intensidad, fuerza viva, potencia, aceleración, etc.
Una discriminación de este tipo debe ser preliminar a toda filosofía o metafísica del tiempo
” (Cuadernos 1894-1945, Galaxia/Gutenberg).

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En el Alcázar, todos los veranos, el tiempo se detiene y se diluye entre muecas ajardinadas. Cuando los conciertos comienzan a templar la noche, los instrumentos de otros tiempos mueven al espíritu a latitudes desconocidas para la naturaleza humana. Tomo la costumbre de que me aten a la silla, como un pasajero junto a Ulises, para refrenar mi entusiasmo. Los armónicos tomaron la noche; la noche se preñó de belleza; acaso la belleza irradió la eternidad por unos momentos.
*


Siempre que vuelvo al Alcázar recuerdo la figura del palaciego Joaquín Romero Murube. Hay una escena, sobre la que volveré muy pronto, que une a Romero Murube y a Miguel Hernández cuando éste estaba en camino de la desesperación antes de ser encarcelado y de que la muerte levantara en él su vuelo. El caso es que Hernández fue a visitar a Romero Murube al Alcázar en busca de refugio cuando, con toda la mala suerte del mundo, por la otra puerta entraba Franco.
Rescato ahora un romance de Romero Murube, Romance del Jardín. Pertenece al libro titulado Siete Romances, publicado en 1937, una fecha harto significativa no sólo por las circunstancias que corroía el devenir de nuestra historia, sino porque Romero Murube dedicó el libro a Federico García Lorca, ya muerto meses antes. La cita reza así: " ¡A ti , en Vizna, cerca de la fuente grande, hecho ya de tierra y rumor de agua eterna y oculta!" Qué dedicatoria tan emotiva de un poeta a otro.

No es la fuente cuando corre
con cielos de musgo y plata,
ni la brisa entre las hojas
ni las aves cuando cantan.

No es la luz quebrada en oros
por el encaje de ramas
sobre la siesta profunda
del arrayán y la malva.

Es algo que está en la frente
o que por los labios pasa
otorgándonos la dulce
presencia de la esperanza.

Son oros desvanecidos
sobre yedras de murallas
con un tibio olor difuso
de soledades y savias.

...Es el jardín hecho tacto
sobre los pulsos del alma
cuando la luz de la tarde
brilla, ya muerta, en el agua.

miércoles, 2 de julio de 2008

UNA NOCHE PREÑADA DE AURORA. CAMINO DE PERFECCIÓN.

Una noche preñada de aurora”, dice Fernando Ossorio en mitad de la secuencia cuarenta y tres. Rápidamente anoté en las páginas traseras del libro esta sentencia, me parecía idónea para titular una entrada referida al libro de Baroja que estaba leyendo. Idónea porque todo lo que se esconde en la cabeza de Ossorio permanece como una noche que restalla de pronto en un diálogo con otros personajes dejando a la luz sus evidentes inquietudes, su aurora escondida.
Terminé el camino, Camino de perfección (Pasión mística), de Pío Baroja. Mucho se ha hablado ya, y en esta bitácora también, del inicio de una nueva forma de hacer novelas a partir de 1902, año de la publicación de La Voluntad, de Azorín, Amor y pedagogía, de Unamuno, Sonata de otoño, de Valle-Inclán y la obra de marras, Camino de perfección (Pasión mística), de Baroja.
Demasiadas son las conexiones entre la obra de Azorín y la de Baroja, sobre todo en el desarrollo de la trama y de la evolución anímica de los protagonistas. Esta íntima relación la estableció magníficamente José Carlos Mainer en La Edad de Plata y a ella remito para quienes degusten percibir con nitidez y curiosidad esas arterias que conectan una y otra obra. Sin ánimo de ser exhaustivo, sino de compartir lo más destacado de mi lectura, debo decir primeramente que la obra de Baroja me ha gustado y además me ha llevado a levantar más de una carcajada en no pocos pasajes.
Este libro es el tercero de una trilogía titulada La vida fantástica, los otros dos son Aventuras, inventos y mistificaciones de Silvestre Paradox y Paradox, rey, a pesar de que las historias son absolutamente independientes.
El libro está dividido en sesenta secuencias. Desde el inicio, Fernando Osorio se muestra como un hombre puramente del 98, esto es, un desenfadado de la vida, alter ego de don Pío, un inconformista que se debate a diario entre los preceptos que impone la sociedad burguesa y los que bullen por sus adentros. Por ello el título prefigura muy bien lo que ocurrirá en las páginas siguientes, ya que para escapar de esa sumisión a la que está sometido su espíritu decide viajar, refugiarse en el fluir de los días. Sin embargo, nunca dejan de asomarse por la vida de Ossorio las pasiones carnales, bien en las carnes de su tía Laura, bien en las de sus propias primas. No en vano termina casado con una prima lejana, Dolores.
En este camino me resulta fundamental el encuentro que tiene con Schultze, un alemán con el que dialoga sobre los puntos clave de su vida; estos diálogos están impregnados de toda la filosofía de Nietzsche y en estos diálogos se enjuaga gran parte del porvenir de Ossorio. Son ellos un reflejo de las preocupaciones que palpitan en el interior del personaje y de una demostración a las claras del combinado terapéutico que poseen los diálogos en esta obra en concreto. Si debiera decir lo más altivo y sensato de esta obra subrayaría los diálogos: magníficos, cervantinos, profundos, inevitables para esta obra.
La referencia a la Religión como la “gran mentira” y a los curas como gañanes y tremebundos son constantes, y en ocasiones de cierta jocosidad. Recuerdo el episodio con un escolapio joven que intenta catequizarle; los diálogos no tienen desperdicio alguno. De las monjas dirá literalmente el personaje: “Sí, son casi todas zafias y sin educación alguna…”.
Es un doble viaje el que realiza el protagnista, un viaje físico que lo lleva de Yecla a Toledo, para terminar en Barcelona; y un viaje espiritual, interior. Aunque también es verdad que el subtítulo de la obra, “Pasión mística”, obedece a intenciones paródicas y más o menos laicas. La pasión mística no es tal pasión más que el enfrentamiento entre los placeres mundanos y sus aspiraciones de pequeño filósofo alicaído.
La obra se va leyendo como si fuésemos en una carreta; unos tramos están perfectamente trazados en el camino, otros se dejan llevar por el descuido y la imprecisión. Hay un uso muy particular de la puntuación, sobre todo del punto y coma, y un manejo de los párrafos que no deja de ser sorprendente. Incluido el uso dativo del pronombre "se" en una oración de este calibre: "Ossorio se desayunaba". Todo lo contrario a Azorín cuya escritura se diluye en la perfección arquitectónica de la lengua. No por ello la obra, y me extiendo al cómputo de su novelística, deja de estar bien escrita, o por lo menos bajo el hechizo de un estilo personal, que no es poco. Se ha escapado algún que otro laísmo (que para una edición de 2004 me resulta significativo) y se ha colado alguna que otra errata en esta edición de Alianza que he manejado.
Nada de importancia frente a la magnitud de una obra que me ha hecho disfrutar y entender aún más el germen de una generación, del 98, (llamémosla así, pardiez) y de una forma nueva de hacer literatura alejada de naturalismos innecesarios y de realismos moralistas.

martes, 1 de julio de 2008

VERANIEGAS

Hay estampas que son perpetuas en la memoria, que están abigarradas en un lugar de privilegio y que sostienen buena parte de nuestro recordatorio. Si no fuera por ellas, los recuerdos vendrían a ser olas fugitivas que restallan sobre la rocosidad del presente.
Ciertos olores enroscados en el olfato visionario de la ficción, la mano comprimida y enjuta de una abuela, los colores del prodigio sanluqueño de la Desembocadura. Sensaciones que de continuo percuten cada verano sobre mis entendederas para despertarme de un letargo demasiado arrimado a la mecánica alquitranada de los días.
De entre ellos, y cuando deje de escribir estas líneas, voy a fijar mi atención en uno de ellos y que coincide con la arena solitaria de la playa a una hora muy temprana; cuando levanta la muerte el vuelo, cuando madruga la madrugada. Sobre esa arena templada y fría de la mañana, corríamos los niños con la fuerza proteica de la infancia dejando huellas que se borraban al momento, por el paso de los otros. La llanura era interminable y nos pensábamos ligeros como el viento.
Esta mañana fui a la playa, temprano, cuando el Coto de Doñana despierta aún de su melancólica verdura de amanecida y comencé a correr como nunca. De repente me sentí acompañado por otros niños, por otros olores, por la mano enjuta de una abuela. Mis pasos perdidos seguían sobre la arena. Pude ver cómo el viento los borraba sin compasión. Ahora esos recuerdos necesitaba dejarlos por escrito como antes en la arena anónima de una playa. La escritura me ha dado, y ahora lo reconozco, el espacio reconocible de mi persona.

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J.M. Caballero Bonald dejó escrito en Tiempo de guerras perdidas (La novela de la memoria,I) “Las fronteras de la infancia suelen coincidir con las del verano”. En mi caso el tino es perfecto, los niños que han crecido con la playa a su vera la han engullido con sus días. Al final, somos pequeños seres marítimos con branquias de hormigón y placton urbano.
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Ahora las algas quieren despertar los instintos subalternos de estas semblanzas. Donarle a la memoria una encendida mecha verde para detonar los estados infantiles que rozaban con la épica. Poco a poco voy entendiéndolo. Los olvidos nos delimitan ante el mundo y ante nosotros mismos; los recuerdos nos arrojan a la miseria incapaz de suscitar nada más que acercamientos. Ah, quizás en el acercamiento resida el espacio para la escritura.