martes, 28 de noviembre de 2017

Marco Aurelio medita junto a una encina y contempla el reflejo cristalino de la amistad.

Un individuo no resulta nada si no se precipita al todo; es nada pero puede contener, aun sin saberlo, a todos los hombres; es nada, silbo monódico pero armonía en la búsqueda del todo. El todo es nada pero la nada es todo.

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En literatura existe la transformación y la permanencia. Los dos aspectos están determinados por la acción de la lectura, por el lector. Leer no es solo acumular lecturas sino tañer de los textos la música de su permanencia en estos días, que son los mismos de siempre.
Qué bello este renacer del espíritu a cada paso de la vida de mis hijos.

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La poesía no acoge lo real o irreal, tampoco lo cotidiano o lo trascendente; ni siquiera lo posible o lo imposible. La poesía auspicia la razón luminosa de la condición humana con música y palabra en una misma unidad.

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Amo a todo individuo, a toda persona, viva o muerta ya, que ensanche mi existencia física y espiritual. No hay reproche alguno a ninguno de ellos. La verdadera amistad exime de argumentos y renuncias y pervive el eco de todos, sin excepción. No cabe el reproche, solo la justicia.
Tengo para mí que la cultura es el itinerario humano para entender su insignificancia.

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El conocimiento y su valor en la consciencia humana conducen a entender la humildad y la benevolencia, la paradoja estación de ser finito anhelando lo infinito, de amar al prójimo por lo que posee de nosotros mismos.

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De la noche provengo y hacia camino, la vida no es más que el reflejo cristalino y torcal de esa noche y su figuración en la memoria.

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...y nada es malo si es conforme a la naturaleza». Leo en Marco Aurelio, Libro II de «Meditaciones», ahora que un amigo me recuerda un pasaje antiguo. Porque, como afirma en el Libro IV, «Todo es efímero: el recuerdo y el objeto recordado». Lo siniestro revoca toda caridad y amor.