miércoles, 20 de febrero de 2019

AFIRMO.

AFRIMO que quien tenga la cualidad de hacer verosímil el pasado que nunca fue está creando una nueva realidad y, al tiempo, relegando la verdad de lo sucedido a una posible secuencia literaria. Por tanto, equipara así la vida a la literatura.

Y hoy suena, de nuevo, la obertura de Tanhäuser de Wagner mientras escribo estas notas pasajeras de diario. Es tiempo vespertino y torcal ahora en mis manos, leve sonido de los huesos esgrimiendo palabras en un papel. Puede que, con el tiempo, alguien asome a estas letras, a estas conjeturas de un hombre solo. Y puede que encuentre quizás un motivo que hilvane esta sospechosa y errabunda manía de escribir. 

Porque leer se ha puesto al rojo vivo y desnudas las ideas hacen daño al oído del grito y la sinrazón. Se ha perdido la humildad y el conocimiento como gozo estricto en sí mismo, ahora solo vale la mecánica del yo a cada paso. Así, la literatura, el cuerpo escrito de la condición humana, va diluyéndose en su noche y desmemoria. Y acabará todo como un velo y una raíz desnuda, sin más adornos que la propia ausencia. Porque, en definitiva, todo se halla en nosotros.  

viernes, 15 de febrero de 2019

Poesía, hoy y siempre


Adjetivar el qué de la poesía es ya un silogismo. No existe la superación en las artes, menos aún en la poesía. No es superior Virgilio a Dante, ni este que Borges ni Cervantes. La superación opera sobre formas fosilizadas que han dejado de decir: cosa contraria le sucede a la poesía.
La poesía es la superación del pensamiento articulado por lo que no hay tiempos en la poesía. La palabra poética es transformación y permanencia.
La poesía es una reconciliación momentánea, en el tiempo y en el espacio, del hombre con el mundo. Depende de la armonía que habite en el poema, de la fidelidad de la palabra establecida, así de misteriosa y edificante será al leerla. Por eso el proceso de lectura y escritura, acaso de transmisión de lo poético, es similar a una dramatización de lo literario en que intervienen unos personajes que se igualan, con la ficción, y que participan y actúan en la obra.
La poesía es, antes y después, condensación de la infinitud. Ella nace sin comunicar nada: se intuye, se prevé en la memoria y por eso Platón defendió lo visionario con tanta vehemencia y por esto mismo dejó al margen al poeta: su estancia es de otro territorio. Es una visión que no comunica: solo es. El silencio es el contorno de la creación, de lo que va siendo amorfo. Los griegos rodearon esa materia intuida de musas para que otorgaran el orden que quedara fijado por las artes, pero quizás la memoria primordial proviene de ese silencio que envuelve y precede; los poemas puros contienen la memoria originaria, la que contiene a la humanidad y la revela parcialmente. Un poema es una memoria colectiva del silencio universal.
¿Puede existir en lo contemporáneo? Sin duda, pero cada cual tiene una idea de qué es la poesía conformada a partir de las lecturas que ha realizado, de las manifestaciones concretas que ha experimentado como lector. El lector contemporáneo parece que obvia la tradición y lee tan solo a sus allegados. Esa falta de lecturas y de experiencia lectora se trasluce en los poemas: no hay ritmo, no hay música, no hay recursos, no hay reflexión, no hay experimentación…tan solo una expresión, en líneas cortadas, que hablan de los desahucios, de los partidos políticos, de las religiones, de las cervezas y los cubatas, de los videojuegos, de las masturbaciones, etc.
Creo, sinceramente, que se equivocan de género literario. Quizás habría que mostrarles que hay géneros literarios más adecuados para expresar lo que quieren expresar, porque la creación poética es otra cosa. La expresión es natural al hombre; la creación literaria deviene de una consciencia distinta. bor. El lector contemporaaneo eb, de las manifestaciones concretas que ha experimentado como lector. El lector contemporaaneo eb

miércoles, 6 de febrero de 2019

No hay medida en el tiempo de poesía.

VA creciendo enero sinuoso y frío. Recuerdo el invierno en París y eso me traslada a Rilke. "No hay medida en el tiempo [...] ser artista quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol[...]". 

Y madura uno con el peso de su levedad hacia un confín secreto del que solo intuye su territorio. 
Leía ayer, de nuevo, La lámpara maravillosa de Valle-Inclán y reescribía, en el cuaderno menudo, algunos de los principios que sintetizan los apartados. 
La distinción entre meditación y contemplación es el vector principal del libro. Todo él es una disquisición práctica y ética de la contemplación como la superación de sí mismo, como el ejercicio de dejadez en el mundo para ser el mundo, de transgredir el idioma y la sintaxis de ordinario que nos hace creer entender el mundo.Ante el entendimiento narrativo del mundo, la consciencia unitaria del mundo: un solo nivel de realidad que aglutina todo el devenir. 

No existen subordinaciones al acontecer desde la contemplación: todo es uno y en sí, todo es matriz y unidad, origen y ser natural. 

la poesía es una corriente infinita en que se edifica el ser hacia un culmen. En ese trasiego puede que el silencio termine por conmover las raíces del poeta, puede que acabe de terminar con su consciencia hasta hacerla una, invisible y muda, quizás más verdadera. Silencio y soledad como los arcos de piedra brillante que alumbran la entrada, el umbral de piedra hacia la piedra musical de poesía.


lunes, 4 de febrero de 2019

La dejadez mortal del espíritu.

HAY una lentitud extraña en todo, un devenir demasiado aciago en que no hallo estímulo ni nervio. Como una música de salmo, una monodia que retumba perdida en la piedra de cúpula o de vid en albariza; y a todo este páramo unas ganas incipientes de escribir, escribir como entonces aun con el freno de la memoria. Observo con parsimonia cómo sucede todo: el pensamiento de uno,  las palabras de otro, el mirar desvaído de los menos, la exaltación del que se piensa principal, la dejadez mortal de otros tantos, también la virtud en virutas contadas. 

Como una escena diría, eso es, una toma a lo lejos de lo que sucede y hacia la que vamos acercándonos sin querer participar de ella, sin desear formar parte de su paisaje ni tan siquiera verla o apreciarla en lo minúsculo. Puede que todo sea ya un ejercicio o llamada de vuelta al centro, a la tierra húmeda del ser. Como escribía san Agustín en Confesiones: "y volví mi atención a la naturaleza del espíritu". Una ceguera, tal vez, una vela pátina que va despojándose del mundo para mostrarme el mundo en sí. "y no apartaba mi mente palpitante de la realidad incorpórea hacia contornos, hacia colores y hacia abultadas dimensiones. Y porque no podía ver eso en mi espíritu pensaba que no podía ver el espíritu". La lucha del espíritu, la levedad pujante, el origen todo, el amado confín de la mansedumbre.
Voy, por último, a los Cuadernos de Valèry y le con asombro: 2 El cuerpo es un espacio y un tiempo en los cuales se desarrolla un drama de energías".