Trópico de la Mancha

martes, 29 de mayo de 2012

LA corrección me silencia. Ocurre como en el arte de cúchares, cuando llega la última suerte parece que nada ha servido hasta entonces. Leo, releo y no veo brillo ni virtud por ningún lado. Hago el intento de abandonarlo todo y de comunicar que ya nada volverá y que todo es vulgaridad. Durante un tiempo, todas las horas, los días, las semanas parecen haber estado destinados a algo que no me correspondía, por mi empecinado que haya sido. Nunca la otredad se encarna tan vivamente. 

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E. anuncia una sinfonía en su llanto. La acurruco mientras suena Wagner y ella acerca su cara a la mía. Cada vez que los metales aparecen en la partitura la impulso cadenciosamente y ella deja que mis manos la hagan bailar, con disimulo, en el aire,  para que su cuerpo de luz invada el espacio de la mañana.