lunes, 18 de marzo de 2013

En De amicitia, de Cicerón, existe una defensa del amor por encima de los intereses particulares. El latín lo proclama con más armonía: "Amor enim, ex quo amicitia nominata, princeps est ad benevolentiam coniungendam". En ese mundo romano, el concepto de fides era uno de los principios fundamentales para poder desarrollar la confianza en el otro, es decir, la fides para alcanzar la honestidad, la honradez, el compromiso, la recta moral, todos los elementos que conformaban, para Cicerón, la consciencia misma del individuo. 
Toda vez que el individuo desarrollaba esa virtud individual se podía entregar al otro en la confianza sin ambages. Junto a la fides estaba la constantia, la incesante búsqueda de la virtud, la firmeza en el juicio sobre lo que supone el amor en acción hacia el otro, sobre eso mismo que tanto escasea en estos siglos de avances tecnológicos y retrocesos sentimentales.  

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En la prosa de Tolstói se impregnan las ideas con un estilo mineral, rayano en lo agrícola. Una sintaxis que arranca siempre del lector un ímpetu extraño, procedente de un discurso cargado de verdad, de una propuesta insoslayable. Observo las fotos en Yásnaia poliana, del escritor andando vestido con harapos, con la barba de patriarca bíblico, con las manos desgastada de ayudar a los campesinoa a segar. Ama montar en bicicleta.


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El poeta es un filósofo, quiere provocar la armonía entre lo nombrado y lo que nombra, entre palabra e idea. Y es en el traycto, en la búsqueda de esa nominación del mundo cuando el poeta ejerce un magisterio estético que es ético.