jueves, 29 de noviembre de 2012

VIVIR para ser. SER para vivir. VIVIR-SER. SIENDO-VIVIR...balbuceos.

Hoy me ha preguntado E. por qué estaba mirando tanto tiempo por la ventana. Ella no atisbaba a entender que observaba cómo dos gorrioncillos peleaban por un mendrugo. Toda una batalla de aleteos, de sueñs iracundos, de idas y venidas. Ella sonreía y, mientras daba con sus ojos en mi cara, al volver la vista sbre los pajarillos, se habían marchado. Solo quedaba el mendrugo, despedazado. Miraba la metáfora, E., la metáfora. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

¡Qué grandeza la de Vivaldi!

*** 

Cognoscere.

*** 

Humilitas---sapiencia---templanza----epicúreo ser.

*** 

El poeta que es todos no es poeta.

*** 

El poeta solo es ser único, silencio limítrofe, soledad cósmica.
Sí, mi querido maestro, mi admirado señor Michel, he vuelto a leer y a pensar las palabras de Propercio:

"Fortunae miseras auximus arte vias". 

Trataré de escribirlas por de dentro, pues existe una caligrafía del alma, interna, que pertenece al silencio, la meditación; siempre supone un encuentro y una metamorfosis. Sí, señor Montaigne, también me asomo a contemplar la noche y el cielo y las estrellas y a verme a mí mismo, a la minúscula y diluida presencia que tanto ignoro frente a una orilla inmensa. 

Evidentemente, he leído la pregunta que usted se hace en los Ensayos, "¿no es el hombre un miserable animal?". Sí, el arte aumenta la miseria de los hombres. 


 

martes, 27 de noviembre de 2012

LLEVO dos días sin leer más que algunas páginas del Diccionario de Ramón Andrés, pasajes vespertinos y luminosos de Simone Weil, fragmentos de la Biblia y algunos cantos de la Commedia, de Dante.

Todos los diccionarios pueden ser leídos como una sinécdoque de la palabra, incluso como una galería de aproximaciones semánticas a la realidad. En todas, existe el límite preclaro al que debe acomodarse el escritor, pues la vanidad del poeta consiste en creer que su palabra sustituye al mundo. 


Bella historia la que recuerda R.A. de Angus Mac Ogg, "y con el tiempo, todos los enamorados  lo invocaron a través de los símbolos del círculo, el arpa, el cuarzo rosa y el roble". Pienso en esta historia de amor trasladada a la poesía. ¿No encierra una transformación cuando la poesía se acerca al poeta? La metamorfosis, si es verdadera, supone un verdadero cambio físico en el bardo. Una metamorfosis completa del cuerpo y el alma por siempre.


Deseo ser solo verbo, eliminar todo resquicio del sujeto. 


Una imagen portentosa de Simone Weil: "Cristo clavado en la Cruz, expuesto a las lanzas. No tener ya conciencia de uno mismo más que como de una cosa consagrada a la obediencia". 

¿Y qué ser humano entrega su vida a la obediencia sea cual sea el principio? Al fin, cuando uno no deja de explorar los límites, de trazar precisamente todo lo que lo frena para poder seguir escalando, como decía san Juan de la Cruz, consiste en entregar la ceguera a una obediencia. Eso mismo se llama fidelidad y, como si fuera fe religiosa, hacer de la fe literaria un dogma insoslayable en el que no cabe nadie más que la palabra y le hombre. Nada más. 

Porque pienso que Simone Weil, aun apegada a una determinada forma de religión, describe las cúpulas interiores del hombre. Leo y anoto: "Dios me ha creado como no ser que tiene apariencia de existir, para que renunciando por amor a esta existencia aparente, la plenitud del ser me aniquile". 
Escribo: "apariencia del existir, existencia aparente"...cuanto más clara voy teniendo la proximidad del centro, más alejado me encuentro.

domingo, 25 de noviembre de 2012


PARA ser yo mismo en la literatura necesito ser otro, apoderarme de las voces de los otros. Es un acto de fe y de verdad, pues someto toda la vanidad a la sombras que me acoge de otros autores, hombres extraordinarios, que dijeron la realidad con más virtud. ¿No entendió orfeo la vida cuando descendió a la muerte?  


El sábado por la mañana, en Sevilla, compré dos nuevos libros. Uno de Simone Weil, titulado El conocimiento sobrenatural. Este volumen recoge las anotaciones realizadas en América y en Londres, está cargado de enjundiosas reflexiones, esquemas, gráficos, ideas...que tratan de hilvanar una secuencia de la verdad vivida. El otro volumen acaba de publicarse y el autor es una referencia para mis últimas lecturas ligadas a la música, la filosofía, la palabra. Ramón Andrés ha publicado un prodigioso Diccionario de música, mitología, magia y religión. En las palabras prologales añade lo siguiente: "Hay un luminoso mundo de los oscuro [...]Conjeturamos en términos de verdad y mentira, de verdadero y falso, y así juzgamos la realidad de cuanto nos conforma, pero en épocas arcanas estos conceptos apenas se diferenciaban; nada en sí era enteramente verdadero ni nada, en consecuencia, se antojaba del todo falso. [...]. 

Simone Weil me susurra: "Nada puede tener como destino lo que no tiene como origen". 

sábado, 24 de noviembre de 2012

ODISEO era Nadie porque nadie sabrá de nosotros en la tierra, por muy dilatada y portentosa que pensemos nuestra vida. Y nadie la entiende. Nadie.  

viernes, 23 de noviembre de 2012

VIENE un holgrama que dice ser J.S.M. Me entrega un cuaderno marrón con un título Actos de templanza. Su voz roza, en cada sílaba, el susurro. Los silencios son redondos, esféricos, con olor a acaias.
Mientras todo sucede sobre la nada, anoto en ese cuaderno algunas palabras. Por ejemplo, transcribo "alimento y crecimiento del alma". ¿A qué nos referimos? A la lectura, claro está.

Bebemos agua, la transparencia.

Seguidamente escribo con caligrafía menuda unas palabras del interlocutor :

"Todo en nosotros es un único error".

También anoté: "----------------", cuya explicación dejaré para otras páginas. 
 
Lo último que aparece en el cuaderno marrón es lo más enigmático, pero profundo al mismo tiempo; son rests de un paseo por la alameda verde, por el claro del bosque:

"El desprendimiento"

"Sin rumbo a pesar de mundo"

"Las dádivas"

"la música es el elnguaje que supera los límites de la palabra, que son los del entendimiento". 

jueves, 22 de noviembre de 2012

LEO asombrado unas páginas de Kant, Lo bello y lo sublime. La paz perpetua. Dirime el filósofo entre el concepto de lo bello y de lo sublime. No puedo dejar de subrayar las páginas, de releerlas y de escudriñar, con mi limitada capacidad, esas líneas que encierran un enigma portentoso: 

"La noche es sublime, el día es bello".

No he encontrado una descripción más precisa que esa adjetivación para distinguir el día y la noche aun sin dejar de elogiar las virtudes del día frente a la noche. Muchos poemas escritos para la noche, para ensalzar las cualidades que en ella se intuían, que de ellas emanaba para los contempladores. Sigue Kant: 

"Lo sublime conmueve, lo bello encanta".

Esa es una de las claves del texto y quizás del arte. Como una partitura que desprende acordes inmarcesibles, leo conmovido. Asimilo, trato de aplicar la inteligencia: vuelvo al origen y al comienzo, a un comienzo anchuroso cuyos límites no se advierten:

"Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha de ser sencillo; lo bello puede estar engalanado". 


Es esa sencillez la que persigo de un tiempo a esta parte, esa sencillez que uno llamaba naturalidad, pues creo la naturalidad es el sublime discurrir de la armonía en los objetos y en el ser, es decir, en el mundo. 

La poesía, la poesía cercana a lo sublime, la que impregna su discurso con los aromas de esa grandeza de la que habla el filósofo. Tantas veces ha querido uno establecer las virtudes de muchos poetas, cualidades que no llegaban a conmover, sino solo a mostrar una técnica, una mera capacidad monolítica para el lector. Esta circunstancia en la poesía puede establecerse con estos conceptos. Digo aquí Juan Ramón Jiménez es sublime, Lorca es bello; Antonio Machado es sublime, Rubén Darío es bello; san Juan de la Cruz es sublime, Garcilaso es bello;  Virgilio, Dante, Leopardi o Rilke son sublimes, Pound, Eliot o Rimbaud son bellos.

"La inteligencia es sublime; el ingenio, bello", dice Kant. 

Sin embargo, ninguna de esta distinción en la naturaleza o en el arte ha sido la que más ha conmovido mi espíritu en la lectura. Antes al contrario, una breve línea, que pasa casi desapercibida para la mayoría de lectores, pero que, después de haber estado indagando en ella, profesando con fidelidad inamovible su realidad, transcribo en este trópico:

"Una soledad profunda es sublime, pero de naturaleza terrorífica". 


miércoles, 21 de noviembre de 2012

QUIZÁS un nueva forma de razonamiento lingüístico. No el que propuso la lógica filosófica, sino algo ligado estrictamente a las palabras sin conexiones sintácticas; una ligazón de términos en los que tenga que ser el lector el que aparezca para establecer las relaciones; y en el que se pudieran utilizar signos de todo punto, matemáticos y poéticos, terrenales y celestiales.Un lenguaje del ser.


VERdad+ BElleza} POESÍA>elSeR.

martes, 20 de noviembre de 2012

DESPUÉS de unas semanas trabajando en la traducción de algunos autores, he terminado por acumular algunas sentencias, versos sueltos o reflexiones que hoy las traigo a Montaigne para que podamos debatirlas, escribirlas, revivirlas en cada uno de nosostros. Llego a su torre, de la que poco sale y en la que tanto vive en soledad, casi sin hacer ruido. Cuando me abre la puerta, tras haber golpeado en tres ocasiones rítmicas y pausadas, me lo encuentro. Está sonriente. Le digo sin más: "Maestro, escuche y explíqueme estos versos":

Fue mi visión mayor en adelante
del que puede el habla, que a tal vista,
cede y a tanto exceso la memoria.

Como aquel que en el sueño ha visto algo,
que tras el sueño la pasión impresa
permanece, y el resto no recuerda,

así estoy yo, que casi se ha extinguido
mi visión, más destila todavía
en mi pecho el dulzor que nace de ella. 

Visión, habla, vista, memoria, sueño, pasión, permanece, estoy...¿No es la vida misma lo que Dante convoca en estas palabras; no son términos capitales de nuestra condición? 


Cuando termino con Dante, Montaigne se queda pensativo en la habitación y solo me dice que anote dos palabras ("en mayúsculas, por favor", me aclara): Poesía y Verdad. Me aconseja que dirima entre estos dos concpetos, que trate de establecer qué hay de común en ellos o que establezca si son totalmente diferentes. "Comience con Platón", concluye. 

¿Existe el azar? Esto mismo se lo plantea Boecio en La consolación de la filosofía y se lo pregunto a usted, querido Montaigne. Escuche: "como un hecho o acontecimiento ineperado, producto de la conjunción de causas que actúan en la realización de un fin. La conjunción y coincidencia de causas procede del orden inmutable del universo". Esto mismo llevado a la poesía podría aplicarse sin problemas mayores, pues la poesía y el centro del que proviene son ordenantes y causantes de su claridad. No hay un hallazgo del poeta de la palabra justa y portentosa, sino la armonización con la providente aritmética musical del mundo. 

"Son claridades sucesivas", me responde el maetsro, "lo que armoniza el poeta".


Por último, señor. Lucrecio, en el Libro IV, de De la naturaleza de las cosas, establece un magnífico texto titulado "Teoría el espejo". Dice en él: "Parecen entran y salen igualmente con nosotros también simulacros imitando gestos y actitudes [...]". Yo le pregunto y perdone mi torpeza e insistencia, ¿no seremos nosotros mismos simulacros de otras realidades a la que representamos o a las que aspiramos en la vida terrena y material? 

 









domingo, 18 de noviembre de 2012

Esta noche no he podido dormir en ningún momento. He estado leyendo a Apolodoro, Biblioteca, y a San Agustín, Confesiones. Sin embargo, el maestro Michel ha dormitado toda la noche, toda la noche ha estado respirando con una solemnidad parecida a sus escritos. 
En varias ocasiones, he tenido la tentación de despertarlo; sobre todo, cuando leía un pasaje de algún libro que me parecía digno y fructífero para su interpretación posterior. Aunque, debo sacar a la luz un secreto que corroe mi conciencia: cada día me siento más incapacitdo para la lectura, cada día me siento más miserable por dedicarme a la poesía o, en mejor decir, por intentar acercarme al hecho poético. 

Estamos en la mañana. Montaigne se ha despertado pausadamente y ha dado al ire un pequeño suspiro. Luego me ha mirado y ha sonreído, "¿qué estás haciendo?", me preguntó con extrañeza. He estado anotando algunos pasajes que no termino de entender o algunas líneas que presumo profundas y con un significado desapercibido para mi torpe cabeza, le contesté. Él, sin embargo, se muestra feliz por ello, se muestra oportunamente contento y motivado y resurgente. ¿Cómo entender esta respuesta?, me digo para mí mismo.

Leéme en voz alta esas anotaciones nocturnas que has realizado tras la lectura. Así lo hice: "He querido con Apolodoro leer un conjunto de historias mitológicas tomadas como explicación del mundo, pues no de otra manera trata el literato de aportar con su palabra una interpretación del mundo. Cuando los escritores hablan y explican sus libros, lo hacen para establecer qué quisieron explorar y explicar de la condición humana: un sentimiento, una relación social, un acontecimiento histórico, desde su propia experiencia como ser humano o como investigador material y metafísico de la cuestión. Otra cosa es que lo consigan; cosa poco común. 
Por ejemplo, Apolodoro, este extraño personaje del que nada sabemos con certeza, escribe en "Epítome" sobre el regreso de Odiseo a su patria. Toda vez que ha llegado allí, comprueba que han sido y son muchos los pretendientes de Penélope. Homero detallaba en Odisea que fueron ciento ocho; Apolodoro lo extiende hasta ciento treinta y siete. Obviamente, lo portentoso de este pasaje reside en que Apolodoro detalla los nombres de los cincuenta y siete de Duliquio; los doce de Ítaca; los veintrés de Same y los cuarenta y cuatro de Zacinto, más los doce de Ítaca", le explico todo esto a Montaigne ante su mirada atenta. 
Realizo una pausa y le digo, además, "el gran enigma y la modernidad de esta recopilación de Apolodoro está en la recolección y en la propia invención con que trufa las leyendas". 

"¿No es acaso esa condición demediada la natural del escritor?", le vuelvo a preguntar para concluir a pesar de su silencio. 

*** 

Pasan unas horas y Montaigne no ha dado respuesta alguna. Es su costumbre, su enseñanza. Pareciera decirme sí, sí, sigue en ese estela y estréllate cuantas veces puedas, estréllate fuertemente, desocúpate de tí mismo y entréga tus fuerzas a lo más inmediato. Seguí y sigo leyendo como la única respuesta verdadera a la literatura y a la vida. Cuando escribo, siento que me distancio de lo que me dicta mi espíritu, que me alejo y miento a los hombres. 
En Confesiones releí el pasaje que provoca el encuentro entre San Ambrosio y San Agustín. Es una manifestación que puede trasladarse a cualquier circunstancia de la vida humana, incluida la que habita en los razonamientos del arte. Porque la vida puede embaucarse en distintas orientaciones, nobles unas, miserables, otras. La razón artística de la vida sazona los días con éticas estéticas, pues siempre se pregunta el artista de espíritu si las acciones pueden realizarse de alguna otra manera. No le importa tanto al artista la esencia del mensaje como la presencia del mensaje, aunque, con el tiempo, va tomando la consciencia necesaria para entender sumariamente que la naturalidad y la claridad son las claves de la profundidad. No hay texto de genio sin naturalidad, pues cuando la palabra aprehende la realidad de la forma más ajustada lo hace como florece el campo o asoma la aurora. 
Dice San Agustín, enfermo del alma en Milán: "decidí permanecer [...] hasta que irrumpiese el brillo de alguna certeza hacia donde orientar mi rumbo". En ese momento, cuando termino el pasaje, levanto la mirada del cuaderno y le pregunto a Montaigne:

"¿Cuál es el brillo que debo esperar, maestro, para orientar el mío?"   


   

sábado, 17 de noviembre de 2012

ESTOY en la torre, con Montaigne, grabando en el techo con un punzón algunas sentencias en latín. Michel me advierte de la dureza de la madera, de la fuerza que tenemos que ejercer para grabarla, "la misma fuerza con la que hay que aprehenderla en la cabeza", me dice muy serio, mientras observa el vuelo de un pájaro por la ventana. 

Cuando termina su pequeña sentencia, con la que sigue en silencio durante algunos minutos, le recuerdo su capítulo dedicado a lo verdadero y lo falso desde la locura y la inteligencia. Es entonces cuando le consigno que algunos poetas creen que la poesía debe cantar lo que tenemos delante de los ojos, que la poesía y las artes, en general, no deben acudir a esa intuición de lo esencial, de lo que los griegos o los renacentistas buscaban en la realidad reflectante del gran arquitecto. 

Merodea el maestro Montaigne por el recinto, se pasa las manos a la espalda, las une. Lanza un pequeña patada al aire, sonríe, me mira. En ese instante saco el volumen con sus Ensayos y le leo en voz alta: "la razón me ha enseñado que condenar tan resueltamente algo como falso e imposible es arrogarse el privilegio de tener en la cabeza las lindes y los límites de la voluntad de Dios y del poder de la naturaleza; y no hay mayor locura en el mundo que reducir la medida de nuestra capacidad e inteligencia". Cuando acabo de leerlas, me pregunta, "¿quién a escrito esas reflexiones?".


Montaigne vuelve a su asiento. Desde allí me da la espalda. No me queda más que escribir en el cuaderno con una caligrafía menuda y turbada por la escena: "El hombre explora los límites y apenas tendrá consciencia de ello; será un estar fugitivo, meramente testimonial de su presencia. Solo algunos logran, con la mesura del espeleólogo y del arqueólogo, rescatar de su memoria ese conocimiento. Cuando esta acción se ha producido en un hombre, estamos ante un momento estelar, una estampa única de la condición humana. Platón, Leopardi, Dante, Montaigne, Virgilio, Rilke o JRJ son ejemplos de esto mismo, por eso no debemos apartarnos nunca de la lumbre y de la inteligencia de estas voces, pues sus límites son los límites conocidos hasta ahora y siempre apuntan a la infinitud. 

viernes, 16 de noviembre de 2012

LLEVO dos semanas sin conciliar el sueño. E. me ha llevado a la lengua de la noche. He conocido, en esta travesía, el sonido de la aurora perpetrando su presencia; y he escuchado, como de un ciclón, el inefable contenido del cosmos. He respirado, una vez, otra, he vuelto a respirar por dentro, con lentitud, con armonía, y me he dejado desocupado por la aritmética de la noche copiosa de rosas.

*** 

TU resides en silencio y yo te contemplo con el rictus de una efigie. Piedra y noche, la piedra encendida, la ígnea melodía que convoca el ser que nos sustancia. 

*** 

Hay unos universales que nos han forjado como hombres. Si la literatura no emana de ellos y a ellos revuelve, será palabra volandera. 

***  
Llamamos esencia a la vértebra que nos erecta hacia la luz.   

jueves, 15 de noviembre de 2012

miércoles, 14 de noviembre de 2012

HOY, al leer el correo de P.D. y los fragmentos iniciales de Biografía del silencio, he recuperado un fragmento de Simone Weil. Lo he realizado ya que esta autora encabeza y principia el libro de P. Al transcribirlo, me ha parecido estar caligrafiando un mensaje cifrado, un mensaje que encierra una clave vital que he intentado descifrar una y mil veces. Este fragmento, como repito, lo he caligrafiado de distintas formas y en distintos cuadernos, siempre escuchando música y apoderándome de un ritmo nonato hasta el momento. Hoy llega al Trópico por vez primera, pero pareciera que siempre ha estado escrito debajo de la piel, en el alma misma.

"La armonía es la unidad de los contrarios; los contrarios son ese ser que constituye el centro del mundo y ese otro que es un fragmentito dentro de la totalidad del mundo. Sólo puede haber unidad cuando el pensamiento emprende con todo cuanto abarca una operación similar a la que permite percibir el espacio rebajando a su verdadero rango las ilusiones de la perspectiva. Hay que reconocer que el centro del mundo no es algo que esté dentro del mundo, el centro del mundo está fuera del mundo, y nadie aquí abajo tiene derecho ha decir yo" [...].

martes, 13 de noviembre de 2012

EN el capítulo XX escribe Montaigne amparado por el siguiente axioma: De cómo filosofar es aprender a morir. Esta sentencia debe sus resortes a Cicerón y ahora lo lee uno intrometido en este diálogo entre grandes espíritus.
La contemplación y el pensamiento como ejercicios preparatorios para la desunión del cuerpo y del alma, pero en vida. Contemplar la realidad más allá de los ojos es ceder por unos instantes nuestro espíritu a la naturaleza de las cosas, de nosostros mismos, sin importarnos las muchas rémoras que el cuerpo nos presenta. Al ceder nuestro espíritu podremos contemplarnos a nosotros mismos en un ejercicico especular.  

Esa contemplación, que es avezada con la consciencia, es probablemente una de las cuestiones capitales para entendernos como seres mortales, como seres humanos. En ellas, en esas preocupaciones, deberíamos volcar toda nuestra imaginación y nuestro entendimiento. Siempre desde la humildad y con la preclara evidencia de que lo desconocido es infinitamente más amplio que lo que conocemos; que todo lo que vamos explicando con leyes físicas y científicas conduce a un cuetionamiento profundo de las leyes morales. No hay ciencia en eso más que la de espíritu, más que la que dicta la consciencia subjetiva en que cada hombre convierte su vida en una teoría distinta, pero universal al mismo tiempo. 

Puede ser que con la poesía suceda lo mismo, que la poesía no sea más que un sucedáneo de esa naturaleza esencial de las cosas que nos rodea y que aún no conocemos. Puede que la poesía sea una muestra ígnea de aquella grandeza, que su razón luminosa haya acogido todos los ecos y reminiscencias del centro indudable. Como Séneca: "transcurramus solertissimas nugas", esto es, no nos detengamos en frívolas sutilezas, en meras minucias y miserias de los poetas de hoy. Vayamos a las palabras de los que tañeron el sonido del espíritu en su más alta inmensidad en la tierra, a los que anchuraron la dimensión de la palabra poética con su propia sabiduría. Vayamos a ellos y unámonos al corifeo de los que reconocen en ellos la evidencia de la poesía y de la vida toda. 

lunes, 12 de noviembre de 2012



HE decidido que voy a llevar conmigo, en el bolso que me acompaña, a Montaigne y a Cervantes. Abrir sus libros es entrar en un diálogo pertinente en cualquier momento y en cualquier lugar. Hoy, acompañado del primer tomo de los Ensayos, de Montaigne, leo entre una algarbía: "Los hombres están atormentados por la idea que tiene  de las cosas, no por las cosas en sí".  Con ellas, me traslado a una torre, a una torre recoleta pero inmensda, donde resuenan los pasos perdidos.

Las ideas, las ideas, las cosas, las cosas. Precisamente lo que nos hace humanos nos deshumaniza y nos atormenta. Es en el límte de la moratlidad en donde hay que aprender a vivir. Es en el límite de la palabra el espacio de entendimiento de la poesía. 

La razón de la poesía es un merodeo por el espacio inconcebible. Ella, con sus razones luminosas, trata de sugerir, de acercar, de configurar. Desde el salto infinito, la poesía testimonia el grito universal del hombre que se enfrenta a sí mismo, a su tremenda desnudez y torpeza.

domingo, 11 de noviembre de 2012

CADA cierto tiempo rebosa la paciencia y la comprensión para con los otros. Es entonces cuando me acuerdo de la vida plural de Fernando Pessoa. Sucede que va uno cobijándose en la observación, en el cobijo de la vida propia sin más aspavientos. Nada hace para los demás ni nada lo piensa para el elogio inmediato. Esto último me parece una bajeza moral y una incosnciencia. 

Hete aquí que los demás parecen conspirarse contra uno. Todo y todos tratan de imponer sus criterios, de hacer trascender su forma de vida. Dicen banalidades, frases manidas que tratan de deslumbrar a no se sabe quién. A esas obviedades les confieren un tono de ditirambo patético. Uno, ante ese espectáculo intelectual,  trata de matizar esta u aquella opinión y se encuentra con la radical postura de siempre. Hay quien piensa que sus vidas, al llevarlas al ritmo de  lo contemporáneo, son superiores a las del resto. 

Uno de los temas más frecuentes en estos debates que cada vez soporto menos y peor es el de los viajes. Incluidos familiares, estoy hastiado de que me estén explicando que van a viajar aquí o a allí por muy poco dinero y cargado de chacina para no gastar nada. El hotel, que lo supongo lleno de chinches, les cuesta muy barato. La heroicidad del viajero moderno no es adentrarse en las entrañas de las ciudades y contemplarlas para que ellos mismos sufran una transformación, no. La heroicidad del viajero moderno reside en hacerles ver a los otros que son mejores porque viajan mucho y, sobre todo, muy bararto.Creen los necios que tu vida es columna arrinconada, estático diario. En ese momento, alguien con más empuje, le podría decir al memo muchas cosas, pero prefiero el silencio, pues no es posible el diálogo, sino la mera diserción yerma. 

El viaje y otros muchos temas que se comentan siempre sin preguntar al otro qué hace o a qué dedica su tiempo. Cada vez que alguien me llama trato de colgar el teléfono, pues sé que van a contarme su vida. Las pequeñas vanidades de los familiares son aún peores, ya que supone uno que, al menos, conocen sus costumbres, las comparta o no.  No es así el caso, antes al contrario, se agrava.

Así, nadie entiende el trabajo con la palabra y desde la palabra, desde el arte. Cuando escribo nadie es absolutamente nadie: ni hijos, ni esposa, ni amigos, ni padres, nadie. El poeta es un ser solitario y es en silencio y no debe esperar nada más, nada más debe esperar de nadie. Escribir y leer sobre todo, contra cualquier otra opinión, a pesar de las modas pasajeras de los conciudadanos, a pesar de lo que resulte socialmente más venerable. Porque, eso sí, a nadie se le puede preguntar si ha leído a Platón o si conoce los libros de Dante o la vida de Virgilio, pues sería una inadecuada forma de intervenir en sociedad. Poco importa, no hay necesidad de esto que nombro más que la privada, la exclusivamente vida privada del que busca el universal, el salto infinito, desde su entregada humanidad.    


sábado, 10 de noviembre de 2012

CUANDO alguien, anclado en la mediocridad, asume que su opinión es una suerte de sentencia sobre la realidad, es cuando más me deleita la comedia humana. Callo, trato de aguantar la risa por de dentro y comienzan, en mi mollera, a restallar las neuronas en una danza impredecible de asombros. Sigue el susodicho haciendo un retrato de uno como si él fuera un demiurgo en miniatura, bajado del pedestal de un remoto olimpo. Tú eres así, y esto otro, y esta es tu conducta; no deberías hacer esto, no tampoco aquello...uno, por educación, sigue soportando la carcajada de este monólogo tan patético, tan enjundioso para quien se piensa fundamental e imprescindible. 
Con el paso del tiempo ha aprendido uno a estar callado, pues sabe que, aunque trate de dialogar con los que ofrecen este perfil, el caso está perdido. Pequeños dioses, decía antes, pequeños jefecillos que tratan con su palabra de decirte que tú no eres él, que tú deberías algún día pedirle a los astros ser él. Y todo ello en una aparente seriedad y en un silencio por mi parte que se resguarada de comenar una descripción de todas sus miserias que trato de no sacar a relucir. En este mundo, en estos días, la vanidad y la soberbia zumban las más de las veces por doquier. Cuando noto sus presencias hago como Borges, me oculto o huyo. 

*** 

La palabra poética no testimonia ninguna realidad figurada, ni siquiera describe o narra una acción. La palabra poética es aletheia, revela lo velado, por unos instantes; en lo efímero, contiene  la inmensidad incomprendida, lo infinito en que el tiempo, los lugares, la noche y el día son uno y todo. 


 *** 

LA poesía aúna lo que es y lo que no es; conjuga en la palabra el ritmo de lo que está siendo y, con ello, se armoniza. La poesía ofrece lo que nunca veremos, lo que nunca había sido en el mundo, pero siempre se mantiene presente. Silencio, soledad, armonización del espíritu. 
 

viernes, 9 de noviembre de 2012

DE la lectura de El Quijote el lector sale recuperado para vivir. Es una acción que acendra el espíritu y lo recrea para que vuelva a leer. Esa es la virtud de los clásicos, de las obras que otorgan no solo el efecto y la verbigracia de una escritura y una técnica logradas, sino la limpieza y el bien del espíritu. 






miércoles, 7 de noviembre de 2012

COMO Montaigne, me conformo únicamente con estar rodeado de libros en casa. Tenerlos cerca es ya un consuelo, pues recoge el discurso de la humanidad. Poseerlos es una ética estética. Quien no entiende esta existencia pregunta si los he leído todos; es la pregunta de la incomprensión. El lector entregado lee al capricho, libando por unas horas en un lugar y después en otros; en la noche y en la mañana, siempre con el alba en el entrecejo. Unas páginas que traslucen deleite y otras, opuestas y complementarias. Libros de los que solo se lee un poema; libros de los que jamás se lee una palabra; libros releídos y escritos. Escribir la lectura como forma de vida, como la vida en los márgenes del texto. 

Es una satisfacción con la que el lector debiera emparentarse sin más ni más. Y, con el libro, la forma de la vida. Como afirmaba Montaigne: "Lo soy todo menos un escritor de libros. Mi tarea consiste en dar fora a mi vida. es mi único oficio, mi única vocación".


***
Con CERVANTES en el Trópico de la Mancha.

*** 

En algún momento, el que escribe estas ficciones deberá dejar a las claras qué vida y qué palabra escoge, pues quieren los días ir recortando el tiempo que le queda y el sueño que lo acoge.

*** 

LEE uno, ese otro que nos vive, maravillado a Cervantes. Su hechizo es interminable. Viviría encerrado en una torre leyendo El Quijote, nada más y basta, pues hay obras que contienen el aleph, el alfa y el omega y todas las biliotecas del alma humana.  

Me llevaría a Platón y a Cervantes. Uno, para advertir mi muerte; otro, para soportarla con la ficción.
Viviría con Sócrates, para morir viviendo.
*** 

El libro de S. Zweig, Montaigne, es prodigioso. Los subrayados y los escritos al margen rebosan en el libro. En los últimos meses de su vida, en Brasil, Zweig sintió la premura de trazar la figura de Montaigne con sus palabras, con las palabras que corrían a la contra del mundo. Montaigne fue a la contra, como Cervantes, porque en el fondo estaba en el latido secreto de la lucidez. Zweig se quitó la vida antes de concluir este opúsculo, este breviario inmenso sobre la figura de Montaigne. 
Está escrito ya desde el otro lado y eso le confiere a este pequeño volumen un valor de verdad que no he advertido en otros escritos de Zweig. Otros libros rayan la excelencia, pero este volumen mínimo, escrito con retales de otros libros, días antes de perder la vida, vibra entre las manos. Enseña la vida de un escritor que renunicaba a la escritura, de un señor que vivía el libro de forma individual, pero universal al mismo tiempo. Un señor que quiso escribir la vida, la suya. 

Es un libro luminoso. Como decía Goethe: "La suprema felicidad del pensador es haber explorado lo explorable y venerar serenamente lo inexplorable". 

Esa misma reflexión podemos trasladarla a la escritura poética. El poeta debe conformarse con haber explorado, debe consolarse con haber intentado la exploración, igual que con el hecho de vivir con los libros. Debe, sobre todo, consolarse, a la manera estoica y griega, con advertir que lo inexplorado es la inmensidad frente a la mismidad conocida. 





martes, 6 de noviembre de 2012

NOVELISTAS alemanes y música antigua. E., que me enseña la madrugada con su cabellera de lapislázuli, me conduce de nuevo a estos dos vectores del mundo. Los novelistas alemanes dejaron claros los límites de la prosa y el pensamiento. T. Mann, un cervantino de suyo, y H. Hesse que, según mi querido P.D., es uno de los pocos escritores que traen ecos de esperanza a la palabra. La misma que la pureza de la música antigua, pues ¿qué naturalidad inusitada en la folía y en las danzas antiguas españolas? 
En Narciso y Goldmundo se produce una reconciliación entre los contrarios. Ese tema se ha convertido en una obsesión para mí. Los contrarios complementarios, los que se atraen,  coincidentia oppositorum clásica. En ella puede comprenderse la mentira y la verdad como naturalezas del mundo; lo vivido y lo soñado, lo aparente y lo esencial. No quiero decir con esto que cada una de esas realidades posea la misma sustancia, sino que para su existencia en nuestra mente, pues solo en ella viven, son necesarias unas y otras. Columbro con la lluvia el alud más tremendo de la tarde y, si eso lo tomo como una confusión, deberé estar sonriente y atento a sus límites. ¿No es ser y estar en el mundo la contradicción más plena, pero más maravilllosa? 

***  
En el capítulo XX de la novela titulada Narciso y Goldmundo, escribe Hesse: "Estoy empezando a comprender lo que es el arte. Antes me parecía que, en comparación con el pensar y la ciencia, no había que tomarlo enteramente en serio. Mi punto de vista era, sobre poco más o menos, el siguiente: Puesto que el hombre es una mezcla incierta de materia y espíritu, puesto que el espíritu le abre el conocimiento de lo eterno, mientras que la materia tira de él hacia abajo y lo encadena a lo perecedero, debe esforzarse por huir de los sentidos hacia lo espiritual a fin de elevar su vida y darle un sentido. Es verdad que yo pretendía, por costumbre, tener en gran estima el arte, en realidad, me mostraba altivo y lo desdeñaba. Ahora veo con claridad, por primera vez, que hay muchos caminos para el conocimiento y que el del espiritu no es el único y acaso no sea el mejor. Es mi camino, ciertamente, y en él me mantendré. Pero veo que tú, por el camino opuesto, por el de los sentidos, llegas a captar con igual hondura que los más de los pensadores el misterio del ser y a expresarlo de un modo más vivo".   

*** 

Mientras E. dormitaba en el sofá, agarré el ejemplar de El Quijote que editó la RAE en el año de las efemérides por su cuarto centenerio. Sin saber cómo, terminé releyendo -(aunque en Cervantes basta con leer únicamente, pues la relectura en las grandes obras como esta es un pleonasmo recalcitrante, innecesario; siempre se lee un clásico, nunca se relee, pues siempre es nueva la llegada del lector)- el pasaje de los batanes. Me eché a reír en varias ocasiones; no recordaba el fragmento en que a Sancho le viene un apretón incontenible y hace lo posible por evacuar ("mudarse", escribe Cervantes) a pesar de que Don Quijote advierte el desaguisado. Continué hasta que E. despertó y comenzó a mirarme. Yo, absorto por la ficción; ella, miraba preguntándose qué me sucedía. Era todo una escena crvantina, pues yo leía a cervantes como E. me miraba tan quieta.
Ningún libro como El Quijote para realizar una lectura espigada. Por aquí y acullá, en un pasaje y en otro; burlas y veras, llantos y risas. Leo de Cervantes: "y, así, eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa". Porque a Don Quijote le basta "pensar y creer" para que toda la realidad se vuelque en otra cosa, en otra realidad tan viva y desmesurada como la que oprime y desvela del mundo, pienso y ceo.   
 
***  

No han dejado de sonar mientras leía unas folías y unas danzas. En ese contoneo de sus músicas arrojo mi cuerpo y mis pensamientos. Narciso, Sancho, Goldmundo, Don Quijote, E., la tarde, las danzas, T. Mann, Hesse... la levedad del ser.

domingo, 4 de noviembre de 2012

EN una ocasión afirmé que si Aristóteles estuviera con nosostros tendría no una bitácora, sino veinte mil bitácoras que acogieran todos los temas del mundo. De la misma manera que usaría la tecnología actual para desplegar su inteligencia por todos los derroteros del conocimiento conocido.Esta obviedad que sorprendió en el foro en que la pronuncié, vuelve hoy a este diario, pues ya las bitácoras están cayendo en el olvido más absoluto. Eso me alegra mucho, sobre todo por los que permanecen escribiendo sin mirar las supuestas estadísticas de lectores diarios, mensuales o anuales. No hace mucho había quien afirmaba que la bitácora hacía posible que el texto fuera leído por miles de navegantes.  Siempre dudé de los navegantes como la condición primordial para la existencia de la escritura. primero, la palabra; después, el escuchante, el lector.

Poco importa que sean miles o uno solo, lo cierto es que la literatura es siempre una, sea cual sea la forma de comunicación. El problema residía en que algunos adelantados quisieron hablar de nuevas dimensiones de la literatura e, incluso, de un nuevo género literario con esto de las bitácoras. Hubo quien escribió las características del protogénero con todos los detalles formales y quienes se enrevesaron en congresos que abordaban el asunto.
Igual que con el haiku y con el microrrelato, que con la poesía llevada al teatro o a la fantochería de la perfomance, lo mismo que con el suspuesto mercantilismo de las nuevas generaciones literarias asociadas a cremas de la merienda, igual que  sucede con la literatura apolillada de incienso que busca la ironía y crea sus maestros de la nada, como sucedió con los que vieron en el sueño de los bares, los cigarrillos y los cubatas la gloria literaria, con todo ello la literatura pasará con su medida exacta, con su excelsa justicia que asola a modas pasajeras. Dejemos que los otros exploren lo que procura la fama momentánea, la aparición pública que tan poco ayuda al conocimiento.    
Se estaban olvidando de la literatura, engolan solo sus aspiraciones inmediatas, sus actividades diarias en el mundo virtual más que serenando la aparición desasosegante de nuevas formas de transmisión.

Ahora, que las bitácoras van encontrando su verdadero lugar en la inmesa red, es decir, el de la minoría; ahora que poseer una bitácora viva es una singularidad más que una virtud, parece que escribiera uno a una camarilla secreta, a un grupúsculo de allegados que asoman, vacilantes, sus retinas por la blancura de este trópico veteado de textos antiguos, prosas profanas y deseos al aire. Con un afán gnóstico, la escritura va trazando un trayecto cuyo origen se ha ido borrando.


De Plotino a Boecio. Prosa y verso, sobre todo, diálogo, como quería M.Z. Dos Unidades distintas. La una, indescriptible, inmemorial, de donde todo procede y nada puede figurarse. La otra, una individualización de la divinidad, del principio, del origen. Me pregunto, ¿no son complementarias, acaso? ¿No están en ellas, Platón y Aristóteles? 
Boecio acusado falsamente por Cipriano, Basilio, Opilión y Gaudencio. El senado juzga a Boecio sin escucharlo, cargado de falsos testimonios y con atribuciones falseadas de sus actuaciones, sobre todo, su defensa, en Verona, del senador Albino. En esos últimos días de su vida, escribe La Consolación. Así hay que leerla, como el testimonio verdadero de un hombre que se sabe muerto, traicionado, vilipendiado por su propia especie. Esa es la enseñanza para la poesía, pues, el poeta verdadero, el que se adhiere a la verdad irrenunciable, será vilipendiado. Bienaventurados los que busquen la esencia, mediten el silencio, ausculten la soledad, deseen tañer la aritmética del centro indudable, porque ellos serán ajusticiados por los mediocres y vanidosos. Escribe Boecio y con ello debemos quedarnos en la mañana:

"Disipada la noche, huyeron las tinieblas
y mis ojos recobraron su primer vigor"

Y, por último, como Plotino, versifica Boecio:

[...]
"Eleva tu espíritu,
que no se hunda en la tierra tu inteligencia
con el peso de la materia,"
[...].  


sábado, 3 de noviembre de 2012

Y es Plotino quien presentaba sus obras a sus contemporáneos como meros comentarios a la obra de Platón. Un escribir la lectura que tanto me ha enseñado y sigue amaestrando, pues Plotino partió de los textos de Platón y, en algunos casos, llevó las palabras de su mentor a territorios e ideas que no se habían enunciado de esa manera con anterioridad.  Una mezcolanza de raciocinio griego y vertiente oriental del pensamiento conjugadas a la perfección en las póstumas Enéadas, que leo en esta tarde tan aciaga.  
No creo en el concepto de superioridad en el mundo de las ideas, de la filosofía, así como tampoco en la ocupación artística. Nadie es superior con respecto al arte pues es difícil delimitar objetivamente qué es y cuál es la dimensión de la obra artística. ¿Con qué medimos la obra poética? 
En mejor decir, podría enunciarse, por ejemplo,  que el arte enlaza el alma al nous y este al Uno de una forma natural. En cualquier caso, es una apreciación subjetiva e individual. Este criterio, tan arduo para la palabra, es lo que propone Plotino para la vida. La negación de todo objeto, incluido el yo, la escalada sucesiva de la experiencia, mediada la inteligencia, hasta rebosar de silencio, contemplación ilimitada en el Uno del que no puede decirse atributo, pero del que la palabra enuncia que es emanación sucesiva, soledad y silencio.

*** 

VUELVE, cada cierto tiempo, unas ansias de fe y de recogimiento. Leo los libros de mi querido Antonio Piñero sobre el cristianismo primitivo y la figura de Jesús como un filológo que trata de encontrar la piedra filosofal de la interpretación recta y originaria. De la filología, lo que más me interesa es el hecho de realizar una lectura lenta, apaciguada, reflexiva, que aúna las distintas empresas que entraban en liza, por ejemplo, en un texto del siglo XVI; esa lectura que advierte las muchas cuestiones que van siendo dejadas a un lado por ignorancia. La filología constata la ignorancia del lector y el lector preciado siempre se sabe un ignorante supino. Decía que de los libros del profesor Piñero me agrada su intento de alejamiento de las doctrinas establecidas dadas sus argumentaciones, pero también su condescendencia con las mismas. La mayoría de las veces se muestra, apesar de ser la autoridad española más relevante, incapaz de explicar este u otro pasaje aun habiendo manejado los textos de Qumran o de haber editado todos los evangelios apócrifos (que pueden leerse con deleite).
Recuerdo entonces y siempre a Nietzsche y sus iniciso como filólogo de lenguas clásicas. Nunca hubiera escrito Nietzsche nada si no hubiera comenzado por la filología, por el noble arte de custodiar los textos con la inteligencia y con la mirada humilde del ignrante, del que se sabe insuficiente para extraer del texto todo lo que este posee. Y la inteligencia, con Plotino, es la primera actuación para acercarnos al Uno.      

*** 
Escucho a Bach y escucho el universo. 

*** 

E., esta mañana, miraba deleitosa por la ventana. Intentaba buscar lo que llamaba su atención: era el arcoriris...vestida de inocencia, la amé como un niño.

viernes, 2 de noviembre de 2012

LEER Libro del desasosiego es remozar el espíritu, pues esta obra literaria aúna, como pocas, los senderos filosóficos que toda obra literaria debiera contener. Lo hace desde la ficción, -como Cervantes, como Virgilio, como Dante- y desde ella proyecta todos los enigmas del hombre, los mismos que todavía y siempre seguirán percutiendo en la memoria del ser humano. 
Leo a Pessoa y caigo en la cuenta de que no he escrito ni una sola línea desde mí, desde el yo que creía traslucir en las palabras. Es otro, quizás una consciencia plural, entre muchos. Una voz que se agazapa silenciosa desde la ínfima consciencia de la realidad: demediada, sesgada, oracular visión del alba. 
Un desasosiego en la lluvia de la madrugada y en la inmensidad de la noche. Porque la noche es inmensa, indescriptible estación de las plegarias por el ser. En ella hemos habitado desde el origen, a ella volveremos como lo hizo Dante cerca del Paraíso. Dante, esto es, el personaje que protagoniza la Commedia, no siente más inquietud, más desasosiego, más turbación que cuando se está acercando al final del trayecto. Quizás, esa cercanía lo que contiene es un aviso del retorno al camino, una clarividencia de que al final volvemos al derrotero de la vida no se sabe de qué forma y no se sabe en qué noche. 

***  

Como dice mi admirado Paul Valéry: "Es la memoria lo que hace del hombre un entidad. Sin ella, sólo tenemos transformaciones aisladas".  A partir de estas palabras, podríamos incluso decir que existen dos clases de memoria. La memoria individual, que es lábil, insustancial la más de las veces, que solo traza una imagen del individuo turbia y desasosegante. Por otro lado, la memoria del ser, la que Platón consignó como la estación de conocimiento y de consciencia plena. 
Así, la palabra poética, -la que es luminosa y perenne-, deberá trazar la memoria del ser y rememorar la música que se resguarda en su conciliación con el cosmos. Desde ese despojamiento de lo individual para alzarse a lo general, el poeta advierte sus minucias y desestima su vanidad más recalcitrante. Lo hace con la humildad y el amor del que enrega su cuerpo a la tierra y su voz al aire. Esa palabra es especular y nos refleja en ella como sombras, como meros pasajeros que, llegados al final, a los límites, confirman que vuelven al estado originario en que la noche y la luz se funden en una sola cosa. Esa fue la acción que desarrolló Dante con la literatura: poetizar el reflejo en el cosmos de su ser para encontrar el ser del mundo. De ahí los miedos finales, los titubeos, pues estaba ante lo que nunca había albergado en la memoria. Su memoria y la memoria del mundo eran una sola música.