martes, 29 de abril de 2014

...MIENTRAS tanto suena On the sunny side of the street en una versión de Manhattan Jazz Orchestra. Leo un poema titulado "A Cloe, que por causa de él desearía ser más joven" del poeta inglés William Cartwright. Inevitablemente, estos versos me han llevado a recordar Piedra de Sol de Octavio Paz y Vita Nuova de Dante y otros tantos escritos en prosa que se incardinan en el runrún del amor como encrespados en una causa primitiva del ser.  

"De dos modos nacemos : uno cuando  la luz
por vez primera hiere los ojos entreabiertos;
otro cuando se unen dos almas. Y debemos
empezar a contar la vida desde entonces".
[...]

En Dante el amor funciona como renovación en vida, amor interior y espiritual, que ensancha la mera descripción de la amada hasta alzarla en símbolo y permanencia; funciona como la carta de naturaleza que aviva y desenfrena el recóndito vivir que, hasta entonces, no hubiera conocido nunca. Piedra de Sol sustenta su estructura en los días que tarda el planeta Venus en realizar la conjunción con el sol, es, en puridad, un iter amoris. Vida y muerte, renovación del espíritu tras la contemplación en los ojos, pero, sobre todo, en el ánimo. El poeta mejicano expresa líricamente este vaivén de la consciencia con estos versos: 

[...]
"oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece:"
[...]

Esta consciencia fugitiva apoltronada en la memoria perdida de lo que somos se convierte, en estos poemas, en una fuerza, una potencia quizás, que derrumba todo discernir narrativo, lógico, superficial. Sea cual sea la influencia de la fuerza amatoria,  -furor amoris-, del antiquísimo axioma de "la transformación de los amantes", el individuo prosigue, aun siendo otro, aun necesitando la otredad y la pluralidad para ser, persisitiendo en la materia originaria que lo sustancia. El propio Paz lo expresa en endecasílabos diáfanos:   

[...]
"por un instante inmenso y vislumbramos
nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos;"
[...]

El mismo Joyce, en la composición A portrait of the Artist as a Young Man permea en su texto no pocos estilemas y conceptos de la poesía florentina y estilnovista, en especial, del singular libro de Dante. Así me voy dejando al sonido del amor, del amor figurado y encarnado, del sensual y de la conjetura. 
Sigo escuchando My romance en la interpretación de la misma banda musical. Pienso en los poetas, en los versos, en el amor, en la incipiente necesidad de despejarlo todo de la simiente para encontrar la simiente, de mantenerme en las cercanías del centro indudable sin concesiones, pues ellas, la infamias, me provocan un malestar inmenso, poco resistible ya para mí. 
De Dante a Joyce, pasando por Octavio Paz y el propio Cartwright con el que comencé este texto de diario -este secreto meditar que tan débil se va haciendo-. Termino de leer, miro el paisaje, tengo encerrados besos del recuerdo en la carne de mis labios. En ellos, mis labios ajados de mortalidad,  se pronuncia la finitud de lo bello en la poesía.   


  

lunes, 28 de abril de 2014

TAN acostumbrados al entendimiento lingüístico del mundo que cuando uno lee a Stravinksky queda colmado. Letra sobre letra, el lector va habitando la semántica del mundo nombrado; transita sus parajes, orea por donde antes no había cruzado su entendimiento. 
Stravinsky  desentraña que composiciones musicales aportan ideas, actos de entendimiento que asociamos a edificaciones lingüísticas. Y eso, desdora la capacidad verbal del hombre y, además, deja a las claras, los límites imprecisos de aprehensión del mundo por las palabras. Afirma Stravinsky, en una carta a Iorgos Seferis: "Una idea elevada de la libertad está encarnada en los cuartetos..."; se refiere a los de Beethoven, claro está. Más tarde, sentencia sobre los mismos: "son una carta de los derechos humanos...".

 Dice Kingsley que para la sabiduría es una combinación perfecta ocultarse en la muerte. El argumentario es conciso: todos huyen de la muerte, todos se apartan de la sabiduría. La muerte aparta al individuo de las experiencias ordinarias y lo acerca al límite, al territorio de lo que más tememos. En palabras de Parménides " el transitado sendero de los hombres". En el espacio de la muerte, como usó Dante, no hay familia, pueblos, ni un solo referente con que el mortal puede sojuzgar o caer en apriorismos vacuos. Todo es una mismidad nonata a sus ojos. 




domingo, 27 de abril de 2014

DE NUEVO en este camino secreto del diario. Así lo tomo desde hace unos meses, como un baremo personal de lo que rindo al cabo de los días, las lecturas, el amor, la belleza contemplada, acaso el devenir del cosmos. Aquí estoy y estoy en la tristeza esperanzadora de vivir, de vivir entendido como una polifonía sobrecogedora para mi corto entendimiento, como una sucesión finita de lo bello que no alcanzo a comprender, pero sí a atisbar su verdad, justicia y belleza. estas secuencias son cenizas de todo ello, humareda de poco valor y mensajes que tengo para mí como bálsamos secretos. Poco a poco, se van anteponiendo otras acciones y con E. todo se trasladó del lado de la sangre, pero sigue existiendo algo permanente dentro de uno, una fuerza teleológica de entendimiento que no puedo soslayar y que, casi siempre, termina en la palabra y en la música, en el pensamiento y en la acción verbal, en la serena laguna de la música y en el cifrado suceder de los vocablos. 
No soy, al fin, más que esto; para los demás, esto mismo, una imagen y una idea que ni siquiera conozco, que no soy capaz de describir y de la que no conozco su dimensión y su anchura.     

sábado, 26 de abril de 2014

LA BELLA sucesión de lo finito.



SEA cual sea el afán del escritor, sus palabras deben contener un atisbo de verdad y de justicia, deben estar regidas por un origen irracional. Estos principios arrojan al verbo y al pensamiento hacia la verdad revelada, una verdad que resulta fijada para siempre, pues el discurso literario puede estar cargado de sentidos diversos, plurisignificativos, connotativos al extremo, pero siempre con la misma forma dada de la lengua. 
Es por ello veneración la ejecución formal de la literatura; todo lo demás es un devaneo, un juego, una mímica verbal de lo profundo. Su forma será siempre su forma; sus palabras serán siempre sus palabras, más allá de nuestra vida. 
Toda vez que el escritor ha ejecutado una creación esta pertenece de inmediato a otra estancia del ser, a otra temporalidad que se manifiesta, precisamente, sin tiempo. Es palabra, como afirmaba Machado, en el Tiempo, en la dimensión de la que no tenemos certezas ni somos capaces de describir ni de estar, pues mortales y finitos somos. 
Toda obra que ha querido acomodarse a su tiempo, estrictamente a su contemporaneidad, se ha perdido en el fogón de lo venidero, se ha transmutado en llama y en humo, en sombra y en nada. La misma validez tienen los debates medievales hispánicos que la poesía de la vanguardia : son arqueología de una época. 

¿Cómo alcanza el poeta, el escritor, esa forma decidida para siempre? ¿Qué hace que un mensaje sea literario? Estas disquisiciones, -una dirigida al origen y causa de la creación; la otra, a la naturaleza de la creación verbal-, considero que deben dirimirse con otros razonamientos distintos a los eventuales. M. Zambrano advertía de las razones luminosas tal que Parménides en su poema, quizás excelsa manifestación y tratado de todo este enigma. En ellos estoy y estaré intentando reconocer lo que nunca jamás podré vislumbrar, qué es la literatura, ya que, pienso, dirimir la esencia de la palabra es una vuelta órfica que desvela la naturaleza del ser y eso provoca anulación del ser.  Afirma Parménides: "Pues lo mismo hay para pensar y para ser". En cualquier caso, lo no presente a lo sensual está presente a la razón luminosa. Y en ello, en esta revelación, hay un acto de entendimiento que, probablemente, perdure la vida de cada cual.   



viernes, 25 de abril de 2014

¡QUÉ bello el trigo y qué bella la mañana toda! Atravesaba las lomas y contemplaba la quietud de los árboles desnudos, esparcidos, solitarios, por el campo. Sin bosques, sin arboledas, únicamente ellos postrados hacia la luz; los árboles se mantienen en esa perenne postura vertical, compuesta de raíces escondidas y secretas hacia la tierra y con las ramas hacia  las nubes. Son una lección para el que los contempla pues ellos trazan la estancia entre lo oculto y enraizado en la tierra y lo deslumbrante del cielo, se convierten en el itinerario visible de la oscuridad a la luz. Entre un territorio y otro, sus cuerpos: mullidos, fatigados, entregados al devenir de la intemperie. De ellos, lo que importa, lo que otorga el fruto no es visible, pues se encierra en la oscuridad de la tierra... ¡qué bello el trigo aterciopelado sobre las lomas acompañando a estos árboles tan vivamente solitarios! 

jueves, 24 de abril de 2014

AYER me llegaron unas palabras manuscritas de agradecimiento y de complicidad. Era de nuevo A. M. con quien, -azares y vericuetos de la lectura de por medio-, comparto condición y, sobre todo, fervor por los libros y la lectura. Sus palabras venían anotadas en una postal, desde Francia, desde la campiña francesa, con un rostro de Zeus que nos sirve de espejo. "Kopf des Jupiter", 1.Jh.n.Chr. Está en el Kunsthistorisches Museum Wien, para mí, siempre el museo de mi admirado Thomas Bernhard y de su personaje en Maestros antiguos. En esto reparé más tarde, a la noche, cuando revisé los detalles de la nota y leía menuda letra en negro. Jalonan ciertas inquietudes personales.  
Me agradan tanto estas notas, breves, suspicaces, inteligentes y secretas, cargadas de símbolos que descifro con la lentitud y la parsimonia de una laguna diáfana, en calma, pero con las corrientes infinitas de los libros por de dentro. 

El viaje personal es un viaje vertical: de profundidades hacia la inmensidad que contenemos. La horizontalidad deshecha todo tipo de contemplación y de riqueza solitaria, está motivada. Lo sensitivo prepondera sobre lo intuitivo, lo establecido es la carta de razón frente a lo que va siendo y dejando de ser. Tabular no es comprender, es tan solo un sistema, un orden que no comporta conocimiento.  
Sin embargo, cuando uno emprende la verticalidad comienza a deshacerse, a existir en la soledad fecunda, a escuchar lo que antes no había atisbado, a intuir lo que nunca pensó que pudiera contemplar. La senda está escondida, es el arranque que puede no darse nunca y nunca ser transitado. Bifurcaciones, confusiones. En ella no hay pasos, ni guías, ni voces externas: una polifonía tan solo que nos invade y nos armoniza. 
Por el contrario, la horizontalidad es un paisaje falso, de aglomeraciones que confunden, de razones científicas que limitan, que comienzan donde antes otro había acabado. Por el contrario, cada secuencia personal hacia lo profundo, hacia el vértice del origen es incalculable, indescriptible, pues de cada hombre puede percibirse una verdad que desemboca en otras mayores, concéntricas, justamente bellas, verdaderamente justas cuyos ecos acaban, en pocas ocasiones, en la poesía y en la música.  





 

miércoles, 23 de abril de 2014

ACUDO  al cuaderno en blanco, al que compramos en Ancona, en Italia, el de la marca Cartilia. En la portada y en la contraportada aparece Proporzioni dell´uomo secondo lo schema vitruviano. Escribo, corrijo; vuelvo a trenzar dos, tres, cuatro líneas, vuelvo a corregir y a borrar. Pienso en la plácida tarde en Estella, tan azul y tan violentamente pura. Retomo el verbo, pero con lentitud. Me aparto del cuaderno. Reviso los últimos poemas: los leo en voz alta. Dejo el bolígrafo en la mesa. Me vuelvo a la silla, levanto los pies, los coloco en la mesita pequeña y comienzo a leer a Cervantes.  

martes, 22 de abril de 2014

HOY cumplo treinta y tres años y lo he celebrado con M.C. y E. a la tarde, dando un paseo parsimonioso por el parque que está cerca de nuestra casa, de Villas de Murano.  En el parque hemos contemplado: varios pájaros, la tierra húmeda, el aire azotando un árbol con un nido, niños, muchos niños que jugaban con E., adultos imbuidos en minucias (como estas mismas letras), palabras al viento, gritos, un señor leyendo una novela, perros enlazados, nubes con forma de horizonte infinito, la caída de la luz, papeles por el césped y quizás nuestras figuras ensombrecidas en el asfalto. Faltan elementos, pero quizás estén todos. Lo he vivido todo como un conjuro de la realidad.  

Mío es el ejemplar numerado con el "0133" de los mil veintiséis ejemplares de la edición de Conjuros en la editorial Taifa. Me acompañó al parque, lo llevaba en el bolso. En un momento en que las dos estaban en el columpio, leí el poema que principia el libro, el poema titulado "A la respiración en la llanura":

"[...] Tened calma
los que me respiráis, hombres y cosas.
Soy vuestro. Sois también vosotros míos".

Me quedé respirando el parque; quietud, sosiego, estación llameante.

Obviamente, cuando llegué a casa, retomé la lectura de Parménides. Hubo dos pasajes que volvieron a intrigarme, pero, sobre todo, la velada sugerencia que nos suscita el texto. Cuando el yo lírico es acogido por la diosa, esta le aclara, en primer lugar, que no ha sido "el hado funesto", es decir, la muerte, la que lo ha conducido a aquel reino. Esta es una de las claves para trabajar con el poema: el yo lírico llega allí, a donde solo se puede llegar muerto, estando vivo. Es el recorrido, como Heracles, como Orfeo, del inframundo, la vivencia del tiempo cíclico.  
Esta referencia expresa es colmada de máximo simbolismo cuando, anteriormente se dice: "camino de múltiples palabras de la deidad, el que con respecto a todo lleva por él al hombre que sabe".

Este último sintagma es un conjuro de Parménides en su poema: el hombre iniciado, el que posee la calma, el que respira y es respirado, el que es de la realidad y contiene la realidad toda.
 

lunes, 21 de abril de 2014

ABIERTO a la noche y con los libros sobre la mesa. Leía con una tranquilidad y un anhelo que hacía tiempo que no me sobrevenían. Estaba terminando de leer Al faro de Virginia Woolf; en una pila esperan Hesse, Faulkner y Joseph Conrad y, por otro lado, algunos libros de ensayos como el de Kingsley sobre Parménides o el de Cittati sobre Leopardi. Todos están subrayados de otros tanteos anteriores por sus páginas, con párrafos en color azul y rojo que rememoran las lecturas de aquellas noches de efervescencia narrativa y verbal.
Ayer estuve toda la tarde con E. recorriendo las baldas de la biblioteca. La nuestra es una biblioteca dividida en varias plantas: el sótano, el salón, las habitaciones. Tocaba un libro, otro, estos lomos, aquellos, abría los que hacía tiempo que no hojeaba para oxigenarles el tuétano, cogía la manita de E. para que pudiera pasar sus dedos como si estuviera tocando un instrumento; leía por unos momentos, revisaba las anotaciones al margen, los giros subrayados, fecundaba, por primera vez, aquellas páginas que jamás había leído.    

De vez en cuando recupera uno un primor escondido, una suerte de brío lector que necesita de otras vertientes, de pasados anhelos, de recorrer cauces distintos a los que uno habitualmente está sometido. De la poesía a la narrativa, del ensayo al teatro, de la invención de la soledad al coro de pasajes jamás transitados. Una diversidad que traza nuestro propio rictus, el busto completo del desconocido que nos habita.   

La realidad polifónica de los textos comparables a la cotidiana acción de leer. Vivir a pulso, con cada párrafo, pero siempre reverenciando la palabra. La lectura es la tendencia del individuo a la transparencia y, con los meses, los años, la vida misma, esa aspiración ha pasado de ser un deseo a una necesidad vital. La dilución de la eventualidad con que formamos nuestra visión es tan pobre que solo admite pequeñas subversiones: todo lo contrario cuando uno se entrega a la lectura sin remiendos, se expande todo, todo se expande en la consciencia de ser nada. La polifonía de la lectura frente a la monodia del individuo, un abismo y un confín del negro sobre blanco frente al discurso enquistado de un hombre solo, de un solo hombre.      

domingo, 20 de abril de 2014

ME mantenía intrigado conocer cómo conseguiría terminar Perec Un hombre que duerme. La lluvia, el sueño, el tiempo, la inmovidlidad y el silencio son algunas de las realidades que se convocan en las últimas líneas de la obra. Sin embargo, en pasajes anteriores, se produce el maridaje entre lo aparentemente cotidiano con lo trascendente: "Un día como éste, algo más tarde, algo más pronto, descubres sin sorpresa que algo no va bien, que, hablando en plata, no sabes vivir, que no sabrás jamás". 
Ese es el poso de la lectura de este libro, el lector se va desnudando con el deambular del protagonista, se va deshaciendo a medida que el propio joven, anónimo, se convierte en nosotros mismos. 
El lector aprende a durar mientras se traza la lectura, a permanecer en la incomprensible actitud y en los inconexos movimientos del personaje. El narrador, por su parte, utiliza la segunda persona para desasirse de la cercanía al relato, pero resulta extraña y perturbadora la elección de este narrador, pues pareciera todo un eterno monólogo, autodiálogo, como gustaba Unamuno, de continuo, por sí solo, por el propio personaje. 

El libro muestra un itinerario de vida hacia la transparencia: "Estás solo. Aprendes a andar como un hombre solo, a vagar, a callejear, a ver sin mirar, a mirar sin ver. Aprendes la transparencia, la inmovilidad, la inexistencia. Aprendes a ser una sombra y a mirar a los hombres como si fueses piedras". 
Y así he querido recordar los paseos por el Jardín de Luxemburgo cuando la tarde penetraba en la cadencia lítica de París y comenzaba a anotar palabras, giros, libros, frases de otros libros en el discurso de la vida. Escribir, escribir comenzó a conformar una vida paralela que todavía permanece y que quizás ha sustituido, en verdad y nitidez, al triste trópico de la llamada vida real; plazas, jardines, cafés, periódicos, ensoñadas conversaciones con Borges en Saint-Germain-des-Près, paseos interminables con Cortázar, calles, bicicletas, museo, la tarde, la música, el vino en el bistrot, la conversación en el césped, el impresionismo y la moderna estación de la luz en los cuadros reglados en los ojos transformados, la biblioteca, el laberinto, el espejo, la cicatriz. Perec lo asume en su obra: "Como si esta estrategia solitaria y muda constituyera tu único camino, se hubiese convertido en tu razón de ser". 

La lectura conduce a una nueva emancipación de todo para volver a todo. la memoria y los pasos por París, pero, sobre todo, el afán primero de la literatura. leer y escribir como del rayo, advenimiento profuso e incontrolable: "La indiferencia no tiene principio ni fin: es un estado inmutable, un peso, una inercia que nadie lograría hacer tambalearse". Aunque, cuando la literatura lo envuelve todo en el aroma que descompone al individuo en porciones de una armonía misteriosa, tan solo cabe lo que afirma Perec: "La indiferencia disuelve el lenguaje, enturbia los signos".      

sábado, 19 de abril de 2014

EL ARTE no es la mera representación de una realidad, tan siquiera de múltiples realidades. No hay representación ni reproducción por muy realista que un novelista o un poeta deseara serlo. El arte no está sometido a los impuestos de la realidad; el arte propio, individual, que permanece y golpea en el territorio del lector allegado con la fuerza proteica de un origen desconocido, pero recordado en el proceso de la lectura. Es por esto por lo que considero que el escritor debe mantener siempre veneración por lo que escribe, un cuidado esencial en su palabra, ya que esta actitud con el verbo es la manera ética de edificarlo, de ser en la palabra, de transfigurarse cuando hemos desaparecido con  el nacimiento de la obra. Escribir es un proceso de invisibilidad, de ir deshaciéndose en el texto, de convertirse en texto mismo.  

La literatura posmoderna (y lo que leo de los contemporáneos) se perdió en el camino de las originalidades sacrificando el de las formas lingüísticas y, por ende, de pensamiento, pero a poco que uno lee a Platón o a Aristóteles, a Shopenhauer o Nietzsche, a Virgilio o a Dante o a cualesquiera de lo escritores predilectos cae en la cuenta de que la palabra es un surco en la memoria, un encuentro dador de vida y de muerte. Se sobrepone el afán de vanidad por el de la palabra verdadera, se destaca al individuo por encima de lo nombrado, cuando el arte de la escritura es el arte de la desaparición del ego. Se piensa que aquello de la expresión justa y exacta (ay, J.R.J.) es canción de otro tiempo, arcaica meditación de alcoba.  

Dialogamos en la noche, cuando la madrugada entona su canto. M.C. me indica que quizás para ser un lector agudo de poesía, tanto como para ser escritor, es necesaria una sensibilidad inhabitual, poco frecuente, una suerte de cosmovisión de la realidad demediada entre lo innato y lo artístico. Reflexiono sobre esto mismo y trato de buscar aristas por las que rebatirle el argumento, pero me hes imposible no aceptar, finalmente, el grueso de su teoría. La formación, la erudición no forman parte de la educación poética, pues la poesía comparte sustancia con la música, con la referencia sobrenatural de la música hacia el mundo. Agolpa en la palabra lo que la música hace naturalidad, con sus insuficiencias, con sus imposibilidades, pero ella, la poesía, cuando es necesita de otro estado para volver a ser en el lector.  

  

viernes, 18 de abril de 2014

MURIÓ Gabriel García Márquez y con él una etapa de la memoria de la formación universitaria en Sevilla. Recuerdo que el mismo día en que estábamos abordando algunos aspectos de la obra del colombiano y recordando las relaciones con Vargas Llosa, fuimos, -M.C. y uno, ya enamorados, ya entrevistos-, a una librería de lance. Movidos por una fuerza u otra, allí encontramos la primera edición, inencontrable, deseada, ausente en la biblioteca de la Facultad, de Historia de un deicidio, de Vargas-Llosa; un libro que, más allá de lo que simboliza personalmente para los dos escritores está colmado de lucidez y de profundidad sobre muchos aspectos de la obra del colombiano. A ello se sumó que  la señora que regentaba la minúscula librería no tenía conocimiento del valor de aquella pieza y, si no recuerdo mal, nos costó cinco o seis euros. Un capital que, por aquellos años universitarios, nos resultó del todo mágico.  
Cuando regresamos a la Facultad leyendo las páginas del libro de la editorial Seix-Barral muchos se quedaron sorprendidos por la caza a la que le habíamos dado alcance. Llegamos a las aulas con un pedazo del hielo que Aureliano Buendía quiso descubrir desde su memoria más primitiva, con el fervor de los lectores que se dejan algo más que el tiempo y el entusiasmo en las páginas.  

Esta es la imagen que me gustaría quedase de todo aquello, de aquellas lecturas infatigables de las obras de García Márquez y de tantos narradores hispanoamericanos que supusieron, en muchos casos, la educación sentimental de un lector en ciernes que no hallaba en la literatura escrita en España nada más sobresaliente que lo que iba leyendo en Cortázar, Onetti, Vargas Llosa, Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes o Borges.   

Como lector sigo quedándome con dos aspectos de la obra de  Gabo especialmente significativos para mí. Uno, el lingüístico. La supuesto música de la prosa de García Márquez puede ser analizada al detalle, minuciosamente, ya que esta presenta unas características prosodemáticas, morfosintácticas y léxicas singulares, altamente literarias y poéticas para el lector. A diferencia de los escritores de la península, la belleza formal, la selección del léxico, las reminiscencias de la literatura oral y primitiva palpitan en la obra de los narradores hispanoamericanos, especialmente, en la de García Márquez. El otro aspecto, la condición de lector que demuestra con las infinitas intertextualidades veladas y remembranzas a otras obras que hacen, de la suya propia, un tamiz de referencias que recorren la historia de la literatura universal desde Suetonio, Plutarco, pasando por el Romancero, Lazarillo de Tormes, la lírica tradicional hasta Leopardi, la música de Beethoven, los ballenatos, El Quijote y toda la literatura de Faulkner, Virginia Woolf  y los narradores norteamericanos, entre otros.  


    

jueves, 17 de abril de 2014

NO sé si movido por los libros últimos que estoy leyendo de Baroja o porque ya voy descreyendo de todo lo cercano, cada vez soporto menos, y así lo expreso, la podredumbre de espíritu, la falta de amor, la ausencia de ética viva en un individuo y la presencia de la vanidad. Enumerado así, pareciera que estoy reescribiendo algún pasaje de La busca en que Manuel Alcaraz o Roberto Hasting estén describiendo una galería de individuo arremolinados y amontonados grotescamente, pero así lo vivo en estas semanas. Hace un tiempo soportaba no sin estupor cualquier situación o circunstancia, ahora, -quizás la edad es la llama-, no puedo sostener el silencio sin al menos alguna palabra o consideración. 
Es tan soez el mundo, es decir, los individuos que lo habitan, que  no hacen más que reproducir las miserias permanentes, como la envidia o la vanagloria. Sin embargo, lo que más me ensalza y entristece, no es la presencia de este tipo de actitudes, sino las ausencias, la falta de amor, de amistad, de sensibilidad, de consideración, de educación, de cualquier atisbo que ennoblece a cualquier ser que comienza a hablar y a expresar. De los que se espera, al menos, comprensión, bien porque son familia o bien porque han convivido los momentos decisivos es fatal el resultado, pues elevan estas actitudes mencionadas hasta la misma boca de la ruindad.  

Termino leyendo en la madrugada Un hombre que duerme de Georges Perec. De Perec siempre he aprendido formas diversas de entender la realidad más cercana. Y eso, para poder escribir, es fundamento. En este libro que menciono, más allá de los procedimientos narrativos y técnicos que utiliza el autor, lo que más me atrae es el llamado punto de vista, esto es, cómo un individuo decide, una mañana cualquiera, que ya no volverá a salir de su habitación, que abandona el mundo circundante para terminar de explorarse por de dentro. Este planteamiento, -de resonancias kafkianas y de Musil y de Bove y de otros tantos narradores predilectos para mí-, me reconcilia con la narración, con la novela.  Me recuerda mucho al comienzo, -que tengo por prodigioso-, de El Pozo de Onetti y a la atmósfera significativa que entorna la narrativa de Kafka e incluso de Chéjov. 

Vuelvo a ordenarla pero, al poco tiempo, vuelve al desorden habitual. La mesa va encumbrando aquellos volúmenes a los que acudo de continuo.  Las mismas voces, distintos libros cada vez; los mismos versos, en el mismo orden sintáctico, con la misma selección léxica, con las mismas estrofas, los mismos párrafos, pero tan distintos en cada lectura, tan distantes en cada relectura. La transformación y la permanencia. la lectura es acción y permutación y el terreno en que sucede aquello es lo que llamamos ser lector



    


miércoles, 16 de abril de 2014

martes, 15 de abril de 2014

EL caso es que si efectúo un recuento de mis acciones diarias los verbos se repiten con pocos matices. Ello me conduce a reflexionar sobre la minucia que significa todo lo que hago y escribo y a poder, por contra, hallar otros cauces con que ensanchar lo rutinario. Sin embargo, no me he detenido a compilar los mundos semánticos que se han apoderado de mí desde que comencé a leer, ni las dimensiones de la música con su aritmética de cosmos, ni las indescifrables palabras y páginas que todavía resultan inexpugnables para mi sesera. Es, quizás, la propia naturaleza del arte y lo que, por ende, mejor acoge al mortal: la finitud eternizada, la infinita acción unívoca. 

Sí, belleza toda. Belleza es étimo diminituvo de bonus, de bueno. Lo bueno, lo bello, lo justo, la verdad, lo armónico no son más que cadencias de una misma naturaleza, del origen. ¿Qué es ? No lo sé, pero sí tengo certeza de lo que no es.  ¿La falta de su conocimiento anula su existencia? No. No se conoce como cualquier otro concepto. ¿Entonces? Respira, vive el silencio, escribe en soledad, lee, no vuelques tus fuerzas contra lo que nada importa, aléjate de todos y de todo lo insustancial. No hay concesiones, solo engaños. 

Somos huidizo en lo permanente. Sea cual sea nuestra estancia siempre será más breve que cualquier otra realidad de naturaleza. Ella es circular, nosotros, lineales. 





domingo, 13 de abril de 2014

ESCUCHO el canto de un pájaro en la noche, un canto de himnos inmensos y músicas extrañas. Cuando vuelvo a la casa, medito, anoto en el cuaderno, pero, sobre todo, reproduzco, sílaba a sílaba, pensando en el pájaro que piaba y musicaba la noche, un poema de Blake:  

Ver a un Mundo en un Grano de Arena
Y un Cielo en una Flor Silvestre:
Toma la Infinitud en la palma de tu mano
Y la Eternidad en una hora.

[...]
Cada Noche y cada Mañana
Algunos nacen para la Miseria.
Cada Noche y cada Mañana
Algunos nacen para la dulce delicia.
Algunos nacen para la dulce delicia,
Algunos nacen para la Noche Interminable.
Somos conducidos a creer una Mentira
Cuando no vemos por el Ojo,
Aquello que nació en una Noche para morir en una Noche,
Cuando el Alma durmió en un rayo de Luz.
Dios aparece y Dios es Luz
Para aquellas pobres Almas que viven en la Noche,
Pero despliega una Forma Humana
Para aquellos que viven en los reinos del Día.


"Augurios de la inocencia", de W. Blake. (Trad. H. Yépez). 

sábado, 12 de abril de 2014

"HAY que vivir, se dice, y se dice esto en el peor sentido. Sí, hay que vivir, pero hay que morir también. Y sobre todo hay que vivir muriendo para poder morir viviendo". Estas palabras pertenecen a  Diario íntimo de Unamuno, al Cuaderno 2 exactamente. Todo el Diario muestra una obsesiva necesidad de espiritualidad que desemboca, al mismo tiempo, en continuas exégesis sobre pasajes bíblicos y sobre sentencias e ideas relativas a la razón y la fe de diversa procedencia. Entre unas y otras, advierte Unamuno la esencia del mortal y, como en las líneas que principian este texto, se zambulle en las aguas imperecederas del pensamiento humano. Qué somos y, sobre todo, qué vamos siendo parece azuzar la escritura y las ideas de Miguel de Unamuno. Al tiempo, el lector se ve sometido a continuas incursiones que frenan la lectura y hacen pensar el mundo. Antonio Machado afirmaba que pensar el mundo es hacerlo nuevo y en eso estamos cuando estamos leyendo un texto literario bello y justo en su verdad, haciendo le mundo nuevo en cada nonato pensamiento.  

Hay que vivir, imperativo inexcusable,  desde la raíz de nuestra condición: la mortalidad. Ser conscientes de la muerte que soportamos a diario conduce a contemplar, a regocijarse en lo bello, a refugiarse en la verdadera palabra; asirse a lo vivido como la savia del árbol, como el plumaje incandescente del crepúsculo sobre las aguas. 


EL
porvenir
es
nuestra
nada
y
nuestro
todo.

jueves, 10 de abril de 2014

BUSCA, busca, busca...

Fascinado con la lectura de Unamuno, Cómo se hace una novela la estoy leyendo como una novela contemporánea; me he posicionado como lector de este tiempo y he querido pensar que Unamuno realizó un artilugio textual y literario con pretensiones metaficcionales tal y como aprendió, y tan soveranamente, de Cervantes. Así que leo el libro como si fuera una novela en puridad. Fascinación por ella es lo que siento a poco que avanzo entre sus párrafos, expresiones, disquisiciones, poemas, sentencias, reflexiones, apuntes al natural de su vida vivida.  

El lector es creador en la medida en que se posiciona con el texto, nunca frente al texto. Ser al tiempo de las palabras que está leyendo pero aportando las dimensiones del género, de las convenciones, de la historia propia de la lectura. Cada lector posee una historia de la lectura personal y cada uno puede convertir el texto literario en diferentes sucedáneos de lo literario. Cada lector comienza el mundo en cada lectura, cada texto comienza a ser en cada lector. El lector se transforma y permanece en los términos, aporta, en su mente, con su memoria, toda la carga personal y la significación al texto literario.    


martes, 8 de abril de 2014

UN poema, en la mañana, de Alberto Caeiro, alumbra el vano amanecer sin estrellas. Lo leo con detenimiento, asiendo en las profundidades de mi espíritu, el asiento inexistente que calculo un vacío extremo: 

 ¿Qué es el presente?
Es algo relativo al pasado y al futuro.
Es una cosa que existe en virtud de que existen
otras cosas.
Yo quiero solo la realidad, las cosas
sin presente.
No quiero incluir el tiempo en mi haber.
No quiero pensar en las cosas como presentes;
quiero pensar en ellas como cosas.
No quiero separarlas de sí mismas, tratándolas de presente.

EN la noche o en la mañana, la tarde o al mediodía, las notas en este diario se suceden sin tiempo. Las fechas, -eventual caligrafía de la nada- poco aportan al cuerpo de sus sílabas. 
Todo parece una mismidad desde hace unos días. Los libros se apilan en la mesa alrededor del recoleto espacio diáfano en que escribo. Lo hago a mano, en un cuaderno rojo. Escribo con el bolígrafo de campo marzio.  ¿Recuerdas la luz en la piedra?

Asoman los lomos de Valle y de Baroja y el libro de Unamuno que terminé de leer ayer por la tarde. En una esquina de la mesa se agolpan los libros de Lucrecio, Boecio, Petrarca y Dante. Hay, entre ellos, una sonora transparencia que los emparenta, que los lamina de eternidad.

"Dichoso el que no nace", recoge el Eclesiastés, IV, 121.  

domingo, 6 de abril de 2014

NO me abandona la edición prístina de La Lámpara maravillosa de Valle-Inclán. Leo y releo los pasajes que alimentan el pulso de la prosa inclaniana. Diríase que cualquier página es una lección de fábula y palabra con que el lector resulta suspendido en un reino de resonancias insulares: "La belleza es aquella razón inefable que por la luz descubrimos en las cosas para ser amadas, y para crear, porque amor es la eterna voluntad del mundo". 
Belleza, luz, amor, creación, voluntad...términos y axiomas de la ética y estética de Ramón María. Las lee uno tratando de establecer conexiones secretas entre los vocablos, de encimar las argucias semánticas que, tras su forma escénica y morfológica, el autor gallego transgrede. Esa es la intuición que me queda como lector maravillado, la de estar envuelto en una lámpara -lámpara maravillosa- que refleja mi sombra, que refleja mi suerte en la luz del mundo. 

Este diario es una suerte de fuerza continua que poco importa a nadie. Tres o cuatro secretos lectores, 
-¿qué cambiaría si fueran miles? Nada-; tengo el compromiso con el que fui, pues en los tiempos actuales, tan solo me interesa leer. Activamente, leer. Y releer, por ejemplo, a Unamuno, a Valle-Inclán y a Baroja. Por supuesto, leer y releer Unamuno, Vall-Inclán y Baroja, por ejemplo, sin preposiciones que personalizan su obra, sino leerlos totalmente y vivirlos.  En ello estamos, pues, en esa confabulación del compromiso ficticio. Darle cuerda a estas líneas como lo hacía Unamuno, en la habitación de París, -soledad tremenda-, escribiendo el texto para publicarlo en francés, Comment on fait un roman. En el lúcido prólogo al texto, como acostumbra Don Miguel, puede uno leer lo siguiente. Leerlo y quedarse pétreo de cuerpo pero vivo de espíritu: "Eso que se llama en literatura producción es un consumo, o más preciso: una consunción. El que pone por escrito sus pensamientos, sus sueños, sus sentimientos, los va consumiendo, los va matando. En cuanto un pensamiento nuestro queda fijado por la escritura, expresado, cristalizado, queda ya muerto y no es más nuestro que será un día bajo tierra nuestro esqueleto. La historia, lo único vivo, es el presente eterno, el momento huidero que se queda pasando, que pasa quedándose, y la literatura no es más que muerte. Muerte de que otros pueden tomar vida". 

Escribir es colocarse no ante la palabra sino en la palabra misma. Ser palabra misma, su forma y su ser.  En este sentido, recuerdo el pasaje de Baroja en Camino de perfección.  En un momento dado de un diálogo intenso y tenaz, un personaje afirma algo (con la retranca y el estilismo barojianos) con lo que queda en acuerdo y en paz: "Lo que sí creo es que el arte, eso que nosotros llamamos así con cierta veneración, no es un conjunto de reglas, ni nada; sino que es la vida: el espíritu de las cosas reflejado en el espíritu del hombre. Lo demás, eso de la técnica y el estudio, todo es es m..."



sábado, 5 de abril de 2014

SER un hápax legómenon en el himno gigante y extraño; lex parsimonia de Ockham.  Naturalidad en todo. Belleza. Principio de verdad innegable. Justicia respirada. Ezra Pound y el voltaje. Che più d´un giorno è la vita mortale...

jueves, 3 de abril de 2014

DESISTIMIENTO. La cuerda de estas letras, lábil, pues débil está mi creencia en mí. Sin preguntas, tan solo ahondando en las palabras de un filósofo que afirma: "detrás de un hombre o hay palabras o hay hechos". Esto mismo, en literatura, es una conjunción de las dos dimensiones actuantes, la ética y la estética. Las palabras son los hechos; también las que se dejan de decir públicamente. Leyendo. 

miércoles, 2 de abril de 2014

QUÉ extraño es todo para un escritor excepto leer. Cada vez me incomoda más todo lo que envuelve, intencionadamente o no, la literatura. Antes, parecía que estas inoportunas circunstancias me remordían menos la consciencia, ahora, cada vez más, con más ahínco y persistencia, no las soporto y así las manifiesto. Hay una verdad irrenunciable en la escritura y ella solo conduce, gracias siempre a la lectura, a un proceso coronario, sístole y diástole ineludible.

Todo ha caído en una extrema falsedad de la que no deseo compartir nada. La literatura y, en el fondo, la ausencia de cultura es un bien que debemos proteger como un arqueología del saber. Hace unas décadas, la poetas rehusaban de los que hablaban de Venecia o de los museos del mundo o de la belleza de Simonetta Vespucci o del atardecer en Praga o de los dones perennes de la música en el verso o de los dorados aires que afilan la belleza renacentista y fue entonces cuando comenzó la decrepitud y la confusión. 

En todo caso, estas líneas son salutaciones de optimismo. Hay verdad todavía en la literatura, pero esa verdad está resguardada en los libros antiguos. Leer a Virgilio, a Petrarca, la filosofía presocrática o a Platón es, en estos años, un acto de revelación suprema contra el bullicio del mundo. Eso sucede en la soledad, en el silencio instaurado de la certeza, pero resuena en el axioma ilimitado del origen bello y justo de la armonía que nos hace.