jueves, 24 de abril de 2014

AYER me llegaron unas palabras manuscritas de agradecimiento y de complicidad. Era de nuevo A. M. con quien, -azares y vericuetos de la lectura de por medio-, comparto condición y, sobre todo, fervor por los libros y la lectura. Sus palabras venían anotadas en una postal, desde Francia, desde la campiña francesa, con un rostro de Zeus que nos sirve de espejo. "Kopf des Jupiter", 1.Jh.n.Chr. Está en el Kunsthistorisches Museum Wien, para mí, siempre el museo de mi admirado Thomas Bernhard y de su personaje en Maestros antiguos. En esto reparé más tarde, a la noche, cuando revisé los detalles de la nota y leía menuda letra en negro. Jalonan ciertas inquietudes personales.  
Me agradan tanto estas notas, breves, suspicaces, inteligentes y secretas, cargadas de símbolos que descifro con la lentitud y la parsimonia de una laguna diáfana, en calma, pero con las corrientes infinitas de los libros por de dentro. 

El viaje personal es un viaje vertical: de profundidades hacia la inmensidad que contenemos. La horizontalidad deshecha todo tipo de contemplación y de riqueza solitaria, está motivada. Lo sensitivo prepondera sobre lo intuitivo, lo establecido es la carta de razón frente a lo que va siendo y dejando de ser. Tabular no es comprender, es tan solo un sistema, un orden que no comporta conocimiento.  
Sin embargo, cuando uno emprende la verticalidad comienza a deshacerse, a existir en la soledad fecunda, a escuchar lo que antes no había atisbado, a intuir lo que nunca pensó que pudiera contemplar. La senda está escondida, es el arranque que puede no darse nunca y nunca ser transitado. Bifurcaciones, confusiones. En ella no hay pasos, ni guías, ni voces externas: una polifonía tan solo que nos invade y nos armoniza. 
Por el contrario, la horizontalidad es un paisaje falso, de aglomeraciones que confunden, de razones científicas que limitan, que comienzan donde antes otro había acabado. Por el contrario, cada secuencia personal hacia lo profundo, hacia el vértice del origen es incalculable, indescriptible, pues de cada hombre puede percibirse una verdad que desemboca en otras mayores, concéntricas, justamente bellas, verdaderamente justas cuyos ecos acaban, en pocas ocasiones, en la poesía y en la música.