domingo, 20 de abril de 2014

ME mantenía intrigado conocer cómo conseguiría terminar Perec Un hombre que duerme. La lluvia, el sueño, el tiempo, la inmovidlidad y el silencio son algunas de las realidades que se convocan en las últimas líneas de la obra. Sin embargo, en pasajes anteriores, se produce el maridaje entre lo aparentemente cotidiano con lo trascendente: "Un día como éste, algo más tarde, algo más pronto, descubres sin sorpresa que algo no va bien, que, hablando en plata, no sabes vivir, que no sabrás jamás". 
Ese es el poso de la lectura de este libro, el lector se va desnudando con el deambular del protagonista, se va deshaciendo a medida que el propio joven, anónimo, se convierte en nosotros mismos. 
El lector aprende a durar mientras se traza la lectura, a permanecer en la incomprensible actitud y en los inconexos movimientos del personaje. El narrador, por su parte, utiliza la segunda persona para desasirse de la cercanía al relato, pero resulta extraña y perturbadora la elección de este narrador, pues pareciera todo un eterno monólogo, autodiálogo, como gustaba Unamuno, de continuo, por sí solo, por el propio personaje. 

El libro muestra un itinerario de vida hacia la transparencia: "Estás solo. Aprendes a andar como un hombre solo, a vagar, a callejear, a ver sin mirar, a mirar sin ver. Aprendes la transparencia, la inmovilidad, la inexistencia. Aprendes a ser una sombra y a mirar a los hombres como si fueses piedras". 
Y así he querido recordar los paseos por el Jardín de Luxemburgo cuando la tarde penetraba en la cadencia lítica de París y comenzaba a anotar palabras, giros, libros, frases de otros libros en el discurso de la vida. Escribir, escribir comenzó a conformar una vida paralela que todavía permanece y que quizás ha sustituido, en verdad y nitidez, al triste trópico de la llamada vida real; plazas, jardines, cafés, periódicos, ensoñadas conversaciones con Borges en Saint-Germain-des-Près, paseos interminables con Cortázar, calles, bicicletas, museo, la tarde, la música, el vino en el bistrot, la conversación en el césped, el impresionismo y la moderna estación de la luz en los cuadros reglados en los ojos transformados, la biblioteca, el laberinto, el espejo, la cicatriz. Perec lo asume en su obra: "Como si esta estrategia solitaria y muda constituyera tu único camino, se hubiese convertido en tu razón de ser". 

La lectura conduce a una nueva emancipación de todo para volver a todo. la memoria y los pasos por París, pero, sobre todo, el afán primero de la literatura. leer y escribir como del rayo, advenimiento profuso e incontrolable: "La indiferencia no tiene principio ni fin: es un estado inmutable, un peso, una inercia que nadie lograría hacer tambalearse". Aunque, cuando la literatura lo envuelve todo en el aroma que descompone al individuo en porciones de una armonía misteriosa, tan solo cabe lo que afirma Perec: "La indiferencia disuelve el lenguaje, enturbia los signos".