sábado, 31 de enero de 2009

YO NO SOY UN GRECO.

Yo soy un espía, lo digo en serio. Un verdadero espía. Así que tened cuidado cuando estéis sentados en la terraza de un bar en cualquier plaza de Sanlúcar: vuestro discurso será engullido y registrado en mi memoria. He dicho que soy un espía porque la política ha demostrado que los espías son los funcionarios que mejor se lo pasan en su trabajo, hasta que son pillados. Son usureros de las menudencias personales como los ladrones que destripan hasta el último euro de una caja. Así que si ser espía consiste en anotar lo que dice la gente para luego utilizarlo, me declaro un espía con la máscara levantada.
Aquí en Sanlúcar dicen que hay un Greco, eso dijeron. Pero el Greco no vive aquí, al menos, eso aseguró el ministro del ramo. Yo pienso que el Greco va todos los días a la Plaza del Cabildo a tomarse un buen gorrión de manzanilla y a zamparse un buen pescado frito. Así que si desde este momento ven a alguien pendiente de lo que uno dice, no pueden ser más que el Greco o yo. Yo no es que sea un Greco para vigilar la mafia y el narcotráfico. Repito, no soy un Greco. Mi empresa es otra, yo cuido las cuestiones internas de los seres humanos, una especie de guardián del espíritu.
¿Por qué me considero un espía? Vila-Matas, el escritor de los “bartlebys” y los “shandys”, escribió un libro titulado Extraña forma de vida. Esa extraña forma de vida es la que yo llevo y a lo mejor por eso es extraña. Bien, la extrañeza no es otra que sentirse un espía de lo que hace, de lo que dice y de lo que piensa la gente. Algo parecido a un Greco, pero con la finalidad de escribir una novela, un poema o un libro cualquiera. El Greco lleva micrófonos, cámaras y chismes para atestiguar su trabajo. El escritor desvirtúa todo el material y lo transmuta en literatura. Yo, mal que bien, me andaría con mucho cuidado a partir de ahora, no vaya a ser que por decir un verso de Machado: “ahí mi barca…”, algunos piensen que estoy hablando en clave. Le envío saludos al Greco, de parte de este espía.
*GRECO, "Grupo de Respuesta Especial al Crimen Organizado".

martes, 27 de enero de 2009

ABECEDARIO DE LA AUSENCIA


OBRA NO VISTA: Expresión de nuevo cuño referida a la literatura. 1.Aquella que pasa desapercibida para el mercadeo editorial, lo cual no implica que posea calidad literaria. 2.Tipo de obra que no aparece en los medios de comunicación y bajo el formato de obra premiada por ser joven, andaluz, divorciado o cualesquiera de las condiciones menos literarias que puedan ser pensadas. 3. La obra de Valle-Inclán o Pessoa, entre otros literatos. 4. La que pudo ser pasto de las llamas, véase Kakfa. 5. Obra literaria escrita en la absoluta soledad y alejada de los rumores mundanales. Un claro ejemplo es Julien Gracq. Robert Walser debe aparecer también en esta acepción. Obviamente, fary Luis lo dejó muy claro. 6. Obra publicada en una pequeña editorial que se aleja del circuito natural de los libros en el siglo XXI.
[Esta entrada formará parte de un abecedario de la ausencia: un registro de esas palabras que forman parte de este trópico y que poseen en él un significado bien distinto al usual, un significado ausente. En definitiva, la escritura de un palabrario. Como tal, está sujeto a revisiones y enmiendas cuando el consejero lo crea conveniente o cuando reciba alguna propuesta bien fundamentada].

lunes, 26 de enero de 2009

LA BOCA ATIBORRADA DE SERIEDAD

Un día en que los otros dejen de parecerse a mí mismo; un tiempo en que la escritura sustituya a mi vida.

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Ciertamente, la vida está repleta de seriedad. La seriedad lo cobija todo, ya que cercena cualquier acercamiento al humor.
Hoy he querido desligarme, por unos momentos, de esa seriedad que tanto me preocupa últimamente. Lo he hecho delante de un grupo de alumnos que esperaba de nuevo mi rictus serio y con aspiraciones de respetabilidad. He querido comprobar cómo el humor y, en algunos momentos, la ironía, bien utilizados, revuelven la percepción de uno entre los demás. ¡No hay nada que más me alegre que ese juego de identidades! Entré en la clase y a continuación recité un poema de Miguel Hernández con todas las trincheras de mi voz. Gesticulé, me movi entre sus mesas. Al terminar con la escena, recogí mi maleta con una sonrisa enorme, regodeándome todavía en cada sílaba. Les dije: “Hoy no soy yo y eso me acerca a la felicidad”. Agarré mi maleta y me fui. Mañana volveré a verlos y eso me produce más incertidumbre todavía, pero me lleno de vida con esas ilusiones de mí mismo.

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Como en un ensayo, como en un momento en que el músico o el pintor lanza un pasaje al viento o una pincelada al cuadro, quiero escribir en esta bitácora. Quiero escribir como un músico que ensaya delante de nadie, sin más miramientos, con la ilusión perdida de poder interpretar en un futuro la partitura que escoja o que se me ponga por delante. Hay en los ensayos un desenfreno que debiera formar parte de los conciertos, de la escritura al público. Porque la escritura es un ensayo continuo en soledad y no espera más virtuosismos ni prodigios que los que terminan en los dedos del escritor. Toda prolongación en los otros, toda interpretación o degustación de los lectores, viene por añadidura. El escritor debe escribir, sin más ni más; debe ensayar al aire libre sin pensar que alguien lo escucha por la ventana y se apasiona al mismo tiempo. Este compromiso diario con las letras lo asimilo a la temporada en que cogía mi clarinete y trenzaba un par de escalas y de temas. Lo cierto es que, en ocasiones, el sonido y el fraseo, la redondez de la interpretación, eran infinitamente mejores que los que se guardaban para el concierto. ¿Cómo se escoge un sonido para un momento, quién dijo que se guarda el ingenio para la posteridad?

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Escribió Valéry en sus Cuadernos: “¿Quién eres tú?- Soy la persona que habla! La que llamamos Yo, y que, de cuerpo en cuerpo, de rostro en rostro, e incluso en toda mi vida /forma/ tiene el momento como acto y no sabe hacer otra cosa que Ser”. Estas palabras me han recordado un par de referencias. La primera, Pessoa, a quien no he olvidado un solo día desde que lo leí por vez primera. La otra, el inicio del Canto General, de Pablo Neruda: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta”: el escritor como el fantasma que se aparece en la voz de los otros, el ventrílocuo de las almas.

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Una garganta verde, como la alameda de Juan Ramón Jiménez: “Nunca he vivido en el presente: mi vida es toda de recuerdos y esperanzas”. Al fresco de ese paseo escribo: una esperanza abriga esta idea de escribir por la boca de los hombres: el recuerdo taciturno de la palabra edificante.

domingo, 25 de enero de 2009

EN TORNO A LA IMITACIÓN Y LOS NUEVOS ESCRITORES.

Una cita del Brocense: “Digo y afirmo que no tengo por buen poeta al que no imita los excelentes antiguos”.
Sin entrar ahora a matizar el concepto de imitatio que circulaba en aquella época, quiero recoger tal cual la afirmación para meditarla en este siglo XXI.
Parto de que hay un descrédito de la imitación para los escritores noveles en pos de alcanzar la originalidad, aquello se llama la voz propia, desde los primeros balbuceos de una obra. Advierto cierta ansiedad por escribir de principio una novela o un poema que cambie el curso de la poesía o de la narrativa y que comience con ello una nueva generación de escritores que escriban como él, valga la paradoja. Sobre el teatro escribiré otro día. Incluso aprecio, en muchas editoriales, la necesidad de encontrar a un joven escritor que revuelva las librerías y al que se le comience a llamar “el nuevo talento de la narrativa o de la poesía en nuestra lengua” y que se escriban cosas como “la mejor novela de los últimos años”, cuando el escritor en cuestión tiene veinticinco o veintiséis años a lo sumo. Ha habido casos memorables (Vargas Llosa, Octavio Paz, etc.), pero son los menos.
Me he parado a pensar sobre este asunto, a leer los primeros versos de Cernuda o Juan Ramón, las primeras líneas de Cortázar o Vila-Matas, e incluso las obras de Alarcos o de Savater, para comprobar que el influjo de los maestros en esos principios es bien notorio e incluso necesario. No son estos fragmentos los que pertenecen a la voz propia del autor, pero los considero necesarios para alcanzarla. Toda obra nace de un magisterio, de un autor que posee una sensibilidad cercana y una escritura, que podemos llamarla estilo, también parecida a lo que aspiramos. A partir de ahí comienza el estudio, las lecturas, los embriones escriturarios, los papeles rotos, los primeros aciertos e, incluso, puede que nazca el primer libro que se aposentaba en nuestra mollera. Porque un libro nace de un pensamiento y un pensamiento que se precipita sobre la realidad termina perfilado por las palabras. Parece que nadie se preocupa en rondar los pensamientos para abrigar una buena idea, más bien sucede que todo esté volcado en la forma de escribir, en la fragmentación, en las composiciones no estróficas o en los ensayos más baladíes sobre una posmodernidad que pervive como concepto a pesar de su ineficacia.
En los tiempos actuales ocurre todo lo contrario. Si leemos a un autor joven que suena o que se parece mucho a X, rápidamente aparece algún lector avisado o algún crítico de suplemento para advertirnos de que esa técnica ya fue usada antes por otro X o que ese uso del encabalgamiento es tan antiguo como la vida misma. Nadie se atreve a decir que Borges copió a Poe o a Conan Doyle y por eso es un mal escritor. En la asimilación del amestro está la virtud del aprendiz.
Con estos prejuicios, con estos mimbres críticos, con estas búsquedas de la originalidad donde quizás no pueda haberla todavía, se merma más de una carrera literaria que, con el tiempo, pudo haber alcanzado esas cotas de originalidad y de voz propia que se le requiere a todo buen escritor.
Observo otro mal endémico para los escritores que comienzan: los premios literarios. Últimamente sólo escucho entrevistas en la radio o en la prensa a aquellos escritores que han recibido un premio. ¿Es esa condición fundamental para saber escribir o para que adquieras el rito de paso necesario para sentirte escritor? La preocupación por los premios viene adosada a la de la publicación. Hay que publicar cuanto antes un libro para ser escritor, ¿Hay que tener un libro publicado para ser escritor?
Estas palabras también están dirigidas, obviamente, hacia la selección de lecturas que realizamos los jóvenes. Se piensa que hay que estar al día de lo que se está escribiendo y esa postura me parece adecuada y, cuando menos, necesaria; es una virtud apreciar el valor de una obra en su tiempo y no cuando todos sus logros son evidentes. Pero, si es cierto que admiro esa versatilidad de los lectores que saben lo que se está publicando, es más cierto que idolatro a aquellos que manejan a los maestros antiguos. Con maestros antiguos, titulo que le robo al escritor austríaco Thomas Bernhard, me estoy refiriendo a los escritores que han pasado a la condición de olímpicos de la literatura. En ese estado se encuentran desde el anónimo de Las Mil y una noches hasta Borges, pasando por Cervantes, Quevedo, Cernuda, García Márquez o Javier Marías. Escritores todos que han podido escalar hasta sus cumbres porque un día comenzaron a imitar a Kafka, Hölderlin, Faulkner o a Conrad.
A pesar de esta apología de la imitación, debo decir -y con ello termino- que si el talento o el (in)genio no aparecen en algún momento de su obra, la imitación quedará relegada a la imitación misma; a cuadro de museo que cuelga junto a su original sin la más mínima aspiración de establecer una forma que aspira a su idea o una muestra del espíritu humano.

sábado, 24 de enero de 2009

AQUÍ EL LICENCIADO.

Entra el Licenciado con mucha mugre pegada a sus ropas. Es típico y tiene por costumbre que le pida su vaso de manzanilla mucho antes de que llegue: “La presencia antes que nada, joven”, me dice al llegar. Mientras se hace un hueco entre el gentío, se esboza en mi cara una sonrisa que me delata. El licenciado, ése hombre que acompaña y acompasa las más de las tardes, viene cojitranco, pertrechado con su maleta de antaño y con sus ojos de niño. Su espalda encorvada denuncia su vejez. Hubo tiempos mejores.
-Joven no gano para sustos, ¡Qué país, qué puterío más enorme, qué piltrafa de políticos, qué malandrines estos politicastros de la mafia!
- No será para tanto, Licenciado, hubo tiempos peores. Tiempos de reyes y presidentes, de francos rufianes del poder.
-¿Peores, dice? Recuerdo que Maura llegó a la Plaza Mayor en coche, acompañado por un Azaña inocentón y cagaleta, y que arrebató el mando a todo quisqui de la gobernación cuando lo que había era un gobierno provisional. Cogió el teléfono y comenzó proferir órdenes por aquí y acullá, espíritu español.
- No compare, Licenciado, estamos en otros tiempos. Dejemos el pasado para el recuerdo.
- Tiene razón, si la cosa siempre ha sido igual. Aznar dice que Obama es un “exotismo histórico”; el Gobierno ha negado la crisis hasta que se le ha puesto la soga apretada. ¡Qué demonios, si aquí todos van a la misma palangana!
- Pasado…recuerdo… Un día soñé que las portadas de la prensa estarían llenas de mujeres de la política posando sus palmitos; luego, advertí que el espionaje estaba demasiado tiempo escondido y que como un conejo de campo, atravesaría el noticiario. ¡El colmo es Sebastián, el bombillero, el joío quiere que compremos made in Spain! ¿Qué pantomima esta de los Alpes? Válgame dios y que baje…
-Licenciado, debe usted entender que la picaresca nació aquí. ¿No decía el Buscón, de Quevedo, que su padre era “sastre de barbas y tundidor de mejillas”, cuando era un barbero y de los malos? Anda hombre…
El licenciado se levanta. Pide otro vaso de manzanilla y se lo toma de un golpe. Cuando vuelve, recoge su maleta y se despide. Aparece un vendedor ambulante: ¿made in Spain?, le pregunto. El joven sonríe. ¡Barato!, me responde. Ah, entonces ya está.

viernes, 23 de enero de 2009

ORINES

Los diarios tienen vida propia, se convierten en espacios que van adquiriendo sus necesidades, un ritmo biológico. Como un organismo vivo posee un sistema parasimpático que, por ejemplo, controla la orina por la noche. Un diario jamás amanece orinado. En un diario, este sistema es capital. Una vez escritas las notas, volvemos a leerlas y a sentir el control tácito de su espacio. En un diario, la escritura se siente en libertad a pesar de la individualidad que lo impulsa. Algo así como el mágico elemento de la escritura misma, con un puñado de letras escribimos nuestras vidas. Ahora pienso que me encuentro en la mitad de un alfabeto. Construir una sílaba es el espíritu del escritor.

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Vi cómo se reía en cada página, cómo después de saltar de la silla, miraba alrededor para comprobar que seguía sólo. Sólo yo. En escena, dos personajes. El acto se efectuaba en un bar, entre sillas sin huéspedes. Uno de ellos leía, casi en voz alta y reía al mismo tiempo. Reía mucho. Yo me reía de lo que estaba contemplando: un tipo descuajaringado con un libro.
Antes de irme y de dejar allí sólo al individuo, no pude contener mi curisiodad. Al pasar a su lado miré el libro. Salí del bar con la carcajada en la boca, muerto de la risa. Mirando al mundo con la máscara puesta, la que nunca debimos quitarnos.

martes, 20 de enero de 2009

JUEGOS.

A veces termino pensando que todo es una broma: el trabajo, el amor, los libros, la familia. La vida es la forma continua de la broma, de ahí sus indecisiones, los entresijos en el absurdo, la algarabía de los recuerdos, la solemne amanecida de las noches. Vayamos a la literatura.
El lector es un prototipo del homo ludens de Huizinga. Juega con las letras, las lee, las interpreta a su antojo. Me lo imagino rascándose la cabeza, arrodillado mientras compone en su mollera las ínsulas extrañas que crea la literatura. Historias inventadas a las que se les inyecta la verosimilitud que necesitan para pasar por reales, para igualarse a las posibilidades de nuestra interpretación. Real para el hombre significa posible, en potencia. Ya la realidad superó a la ficción para siempre. La ficción es una de las fisuras de la realidad, una manera de penetrar en ella, de acceder a su dominio.

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La lectura es una interpretación, esto es obvio. Pero quiero sumar algo a esta perogrullada: una interpretación que posee las arterias de nuestra existencia. Leemos en tanto que vivimos. ¿Dónde termina la interpretación? Por supuesto, en nuestra forma de vida, extraña forma de vida. Por lo tanto, nuestra vida es una interpretación en marcha.
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"[...] ¿Qué es el arte? puede responderse bromeando, con una broma que no es necia completamente...", así comienza Benedetto Croce su Breviario de Estética. Ahora prefiero seguir bromeando y decir que los niños son los únicos capaces de distinguir una obra de arte en su plenitud: no les importa nada más que lo que ven, no necesitan ninguna interpetración ante un pintura... Los niños ven el color por vez primera; leen una letra por vez primera, escuchan un sonido por vez primera. ¿Qué es el arte, sino la broma que nos hace pensar que vemos, oímos, sentimos por vez primera?

lunes, 19 de enero de 2009

CONVERSACIONES CON EL LICENCIADO II.

Sólo me interesaba una. La eterna.

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Las historias están ahí para que se narren. Es una propiedad científica la del escritor. Hace falta que llegue el científico que las dote de razón. El sonido de una hoja en blanco.

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En su oído cabían todas las historias, pero sólo me escuchaba al hablar del paraíso. El resto era cosa del demonio.

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El licenciado se presenta en la mesa del bar con un par de libros que acaba de sacar de su viejo maletín. Dice que viene de hablar con el profesor Fouto, ilustre magnate del conocimiento, ficción enconada, iridiscente artilugio meriniano.
-No me diga que ha vuelto a comprar libros, licenciado.
-¡Ah, no…! Hoy los he robado. Llevo años viendo a Walser en aquella estantería del fondo y no he podido resistirme.
-¿Robado, me dice?
-Sí, he cogido el libro y lo he guardado en la maleta, como el que no quiere la cosa, con toda la suspicacia de un ladrón de Conan Doyle. ¡Mostrándole en las narices al dueño el robo para que no piense que es un robo, vamos!
-¿Conan Doyle? Será Poe, La carta robada, ¿no?
-Joven, se está volviendo usted más impertinente cada día.
-Lo siento licenciado.
-…
-¿A dónde va, licenciado?
- A pagar el libro, al lugar del crimen. A devolver el libro.
- ¿Y qué le dirá?
-Entraré como si nada hubiese ocurrido. Lo sacaré de la maleta y lo dejaré en su lugar.
-Licenciado –en voz baja-, los cuerpos muertos huelen a lo lejos.
- Ya -susurrando-, pero las páginas de un libro huelen a eternidad.

domingo, 18 de enero de 2009

CONVERSACIONES CON EL LICENCIADO.

-Mire joven, lleva toda la tarde dándole vueltas a lo mismo. La cuestión es única, ¿comprende? No hay más que una salida, una respuesta inexorable que o la toma o la deja. Ahora bien, si usted decide finalmente responder con ella, debe hacerlo con todo, es decir, con su vida. En definitiva, ¿usted es escritor?
-Escribo en una bitácora.
-¿Bitaqué? ¡Querrá decir un blog!
-Bueno, bitácora o blog, lo mismo da. Lo importante es la escritura.
-La escritura, la escritura…
-Me refiero a que escribo a pesar de que sea en una bitácora. Escribo ficción, todo en ella es ficción, aunque pasada por el cedazo de la autobiografía.
-La autobiografía, joven, es la escritura de la vida. La vida nunca puede escribirse sin ficción porque forma parte del pasado. Y el pasado pertenece a la memoria. En la memoria se igualan lo que fue y lo que pudo ser.
-Por eso mismo, escribo con un personaje que lee, que escribe cuando lee, después de acabar un libro. Algunos piensan que ese sujeto que ha subrayado, que ha marcado un pasaje en una obra o que ha ido a un hotel a ver una biblioteca, soy yo.
-¿Usted está seguro, joven?
-La literatura me hace dudar de ello…Algunas veces, esa escritura la confundo en mis propios sueños: sueño lo que escribí, lo que quise que pasara. Fíjese, licenciado, el pasado día soñé lo que Tabucchi le contestó al padre en Réquiem, ¡tuve el sueño de otro!
-Vaya, joven. Déjeme ver sus ojos, sus manos,… ¿Qué hace?
-Escribir. Debo darle vida. Lo escribo.
-…
-Necesito que usted me acompañe al negro sobre blanco, licenciado.

sábado, 17 de enero de 2009

PIDO LA PAZ Y LA PALABRA

Pensaba yo dedicar estas palabras a las pronunciaciones y los acentos, a la ignorancia y la cicatería ante la evidencia de la tontuna. Migajas, cuando menos, de una magdalena empapada en el té de los incapaces y Monserrat nebrerensis sacando el bisturí de la fonética sin ser licenciada en las artes que dictan el sentido común. Un cuadro antiguo, una escena del peor teatro costumbrista parecen estas despelotadas del verbo, estas secuaces de la melena al viento y el macuto hasta la buchaca. Qué hacerle, dios, a estos cretinos que han venido con la democracia y los sistemas educativos en que se regalan los títulos como morcillas de matanza.
“Debes aprender a expresarte bien, niño, tienes que escribir con propiedad y bajo las normas. No llegarás a nada sin saber leer ni escribir, hablar y entender- le digo a un zagal que me mira de reojo. “Pa qué”, me contesta el granuja, “ji pa zé minihtro zólo hay que hablá mu despacito, pa que ze me entienda bien, no ve que pienzo má rápido de lo que hablo, joé…”. Con esta miseria de los españoles, ¿qué queréis? Mientras, el mundo se despelleja.
No puedo más que expulsar cal viva desde esta columna. Yo doy todas mis palabras por un hombre en paz, por una mano piadosa y clandestina que apunte a los culpables de las guerras. Por los inocentes, doy mi palabra, que es mi vida entera. Por los indefensos ante las crueldades, por los que nunca dijeron nada de religiones ni de petróleos, ni de ungüentos de la envidia y la avaricia, doy mi palabra en carne viva, envuelta en el garfio de una sílaba envirotada.
Pido entonces la paz y la palabra para todos los pueblos, el palestino y el judío, Israel y la franja de Gaza sin distinciones de muertos ni de bombas, los muertos significan la evidencia de nuestra debilidad, la igualdad que nos une en el término de nuestro delirio, que es la vida. Si los palestinos sufren el ataque de los israelíes, también los israelíes sufren el ataque de todos los pueblos que los rodean. No hay muertes a un precio y a otro, sólo la paz, que llega con la palabra, es la escalinata de gloria para los hombres. Alto el fuego, que cesen las bombas, que acabe este lamento antiguo de las religiones que se amparan en las matanzas. Fuera los radicales de este paraíso que es el mundo y que lo habitan los demonios, que son los hombres.

viernes, 16 de enero de 2009

SUEÑO DE AGUA.

Gustavo solía dibujarme una imagen que se le repetía cada fin de año. Sin embargo, ahora que estoy en su funeral, después de lo que nos ocurrió en aquel barco, todo comenzó a suceder como si la realidad hubiera desplazado a los sueños. La preocupación por encontrarnos -a Ricardo, a Manuel e, incluso, a Eusebio-, transitaba aquella tarde entre la tristeza de nuestros mayores. Yo me sentía tan muerto como Gustavo, con el mismo frío que él me describía por las noches, cuando se acercaba a los pies de mi cama. Porque para mí no había muerto, yo seguía jugando con él, con la efigie entre mis manos. Todo cambió desde que lo acompañé un día.
Horror, lo aborrecí. Estaba tirado en el suelo. Entre sus manos había un libro escrito en latín, subrayado en exceso, maltratado por la humedad, con el sarampión de los humedales marítimos. Me miró, con la boca colmada de sangre, sonrió.
Al llegar a casa, quise abrir los libros que acababa de comprar: chorreaban agua a borbotones, pero se mantenían impolutos. Al encender la luz del salón, me esperaba allí, esbozando en su cara el enigma de ese sueño que me persigue todos los años cuando intento abrir mi tumba.

martes, 13 de enero de 2009

AUTOBIOGRAFÍAS AJENAS, Poéticas a posteriori, de A. TABUCCHI.

Hay algo que empareja Autobiografías ajenas, de Tabucchi, con Negra espalda del tiempo, de Javier Marías. ¿Una poética común, acaso? Ambos libros inspeccionan, con los ojos de un demiurgo que acaba de eyacular, los límites de los terrenos ficcionales. Los dos autores llegan a la misma conclusión, a una negra o ajena manera de revivir y evocar la escritura del pasado, al relato de lo que dejó de suceder en la ficción pero que estuvo en la ficción.
Dice Tabucchi que “la mentira no deja tener, en cualquier caso, cierta utilidad: sirve para definir los confines de la verdad”. Me pregunto ahora, a posteriori, si la lectura de Réquiem fue un ejercicio de insinuación onírica. Está claro, después de comenzar a leer Autobiografías ajenas, que ese presentimiento -que me llevaba a ver una clara influencia de los sueños en Tabucchi- se ha confirmado, al menos, y de nuevo, en manos de la ficción. También entiendo ahora que Sueños de sueños sea un libro genial, admirable en todos los aspectos.
Tabucchi realizaó un viaje a París en 1991 y una vez allí, sentado en un café, tuvo un sueño: era su padre hablándole en portugués. En un arrebato de escritura automática, escribió una cuartilla que guardó con celo hasta la noche. Cuando llegó al hotel, después de sus ocupaciones profesionales, volvió a leer lo que había escrito en la libreta. Lo eliminó al momento, no tenía, según él, ningún valor literario.
La historia del padre y su enfermedad la dejaré para otro momento.
La voz de su padre se había colado en el territorio de los sueños a través de otra lengua, la lengua portuguesa. El resto de la novela, Réquiem, la escribió en Portugués y además no fue él quien la tradujo al italiano. A partir de estas circunstancias, el autor comienza una indagación repleta de aciertos y bellísimas páginas sobre la relación de los sueños con las palabras, la vida con las invocaciones del pasado y la literatura como el caudal que las recoge a todas.
He querido soñar las páginas que Tabucchi lanzó a la papelera. En este instante en que escribo estas líneas me aborda una certeza: si digo conocerlas no tendré más remedio que escribirlas, hacer que existieron, escribir la negra página en blanco de los sueños. Al fin y al cabo él escribió los sueños de otros, de Pessoa, por ejemplo. Aquí te ofrezco, lector, las páginas perdidas de Tabucchi. No es mi destino el que yo cumplo soñando ahora por Tabucchi, sino el de un escritor que no soy yo.

“Quiso mi padre que yo lo evocara en aquel cafetín parisino. Imaginé la respuesta antes de su aparición: “Un universo en una sílaba, en una sílaba el universo. La pregunta la hizo en portugués, Quantas letras tem o alfabeto latino?, y entonces tuve que escribir una novela”.

lunes, 12 de enero de 2009

MADRID. EL ADVENIMIENTO DE LA REPÚBLICA, DE JOSEP PLA.

Hay prosas que llevan a la carcajada por la fácil aproximación y naturalidad con las que se introduce en cualquier tema. Prosas que establecen, en las primeras páginas, una especie de armadura musical (en clave de sol, con algunos sostenidos o bemoles, en compases binarios o ternarios…) que, con variaciones muy bien diluidas, componen al fin un libro de lectura placentera y armónica. Eso mismo me ha parecido la escritura de Josep Pla en el primer libro que leo de este autor, Madrid. El advenimiento de la República.
Advertido por Andrés Trapiello, había procurado leer ciertos fragmentos de Pla en su Cuaderno Gris. Sin embargo, este libro sobre la llegada de la II República a la capital española ha sido una sorpresa. Me ha fascinado la mirada escéptica y socarrona, entre descreída e insolidaria, que el autor mantiene sobre todo lo que toca en el libro que, a decir verdad, es todo lo que le ocurre: la comida, las vestimentas, los personajes del momento, el habla de Madrid, los políticos, los intelectuales, etc. Incluso mantiene una suspicacia inaudita con su propia persona: él mismo se ve como un periodista allegado a la capital de su país para escribir acerca de un cambio de régimen que se está produciendo y que finalmente se produce. A pesar de ello se aburre en Madrid, no encuentra ningún entretenimiento, excepto escribir.
La ironía es la piedra de toque de este escueto pero punzante libro de reportajes sobre las circunstancias que se viven en aquellas fechas en Madrid. El libro se escribió en catalán, en 1933, y hasta 1986 no se ha podido leer en una traducción vertida al español. El libro comienza con un alegato en contra de la pobre vida cultural que existe en Madrid, de la constante sensación de vacío y desamparo en que se encuentra una ciudad al borde de un cambio radical de régimen: “Toda esta realidad hace que aquí, en Madrid, me vea prácticamente obligado a pasar muchas horas sumergido en una misantropía flotante, en una soledad casi completa. No me queda otro recurso que el de llevar un dietario y escribir mis impresiones”.
Esto es lo que vamos a leer en estas páginas, un ventanal que se asoma a una ciudad que bulle y se repliega, que se revoluciona en los cafés, que se disgrega entre radicales de la extrema izquierda y algunos monárquicos trasnochados, entre el ímpetu de Maura y la ascensión insonora de Manuel Azaña -a quien “los políticos veían como un literato y los literatos veían como un político”-, los cortos diálogos con algunas personalidades relevantes del momento como Joan March o Gregorio Marañón en espacios míticos como el café del Palace, etc.
De entre todas estas estampas, no puedo resistirme a detallar un par de muestras. El 14 de abril de 1931 se detalla de la mañana a la noche y se dividen las entradas por fragmentos horarios. Son muchos los sucesos que se van desarrollando. A pesar de la rapidez y la contrariedad a la que se podía desembocar, muestra siempre Pla una autocomplacencia, una postura impepinable con su opinión y sus letras: analiza las elecciones municipales del 12 de abril, los miedos de los monárquicos, la algarabía que se forma en la Puerta del Sol, de sus cánticos, de sus desafinaciones, sus desconocimientos de las letras de los himnos y, por último, las acciones de Maura y Azaña tras su llegada en coche a la Puerta del Sol a riesgo de ser ametrallados por la endeble posición de ese Gobierno provisional. Aprovecha, asimismo, para establecer un recorrido histórico por el desarrollo de la Monarquía en España.
Una anécdota muy simpática e hilarante es la que le ocurre en un coche oficial cuando se dirigían a la casa de Campo. El pueblo lo había invadido todo. Había una fiesta nacional y estaba prohibida la circulación. El gentío comenzó a observar el coche con extrañeza. Llevaba un permiso de la casa del pueblo pegado en el parabrisas: “Fiscalía de la república”. De repente comienza a llover y todo el mundo se agolpa hasta embotellar la salida. El populacho comienza a reventarles las ruedas, a zarandearles el coche y romperles los cristales: “¡Soy el secretario del fiscal de la República!-dice nuestro anfitrión, indignado, descompuesto. –“¡Tu madre!- oigo gritar a un ciudadano que pasa junto al coche urgándose la nariz. –Usted, Pla, -me dice- saque el brazo por la ventanilla y mantenga en alto la bandera…-¡Este cabrón de la bandera!- suelta una mujer gorda metiendo la cabeza dentro del coche”.
Prosigue la crónica atestiguando los cambios que paulatinamente se van incorporando a la vida madrileña: “Hoy el centro de Madrid tiene todo el aspecto externo de una ciudad moderna”. Igualmente, se repara en ocasiones sobre términos concretos y sabrosos políticamente como “enchufismo”, así como la posición de intelectuales como Ortega y Gasset ante la República. Un capítulo especialmente significativo es el de la quema de conventos el lunes 11 de mayo y las preocupaciones que muestran los dirigentes republicanos ante las atrocidades cometidas. Sin embargo, siempre deja Pla ese espacio para la reflexión del lector: “–Y el gobierno, ¿qué actitud adoptó ante los acontecimientos?- le pregunto yo a mi amigo. – la totalidad del Gobierno estaba en contra de lo sucedido, pero la manifestación de esta contrariedad tuvo matices muy dispares. –Esta disparidad de matices, ¿le parece grave? – Me parece grave, pero se entiende que esto queda entre nosotros”.
Este Madrid. El advenimiento de la República consiente una lectura de este tiempo. En él se reflexiona sobre la importancia de la evolución de los nacionalismos, sobre todo de Ezquerra, las primeras medidas revolucionarias de la República, la figura del silencioso Manuel Azaña, de la pérdida de posición de intelectuales como Unamuno (a quien le roban trescientas pesetas y lo achaca al devenir de la República), de las preocupaciones capitales a las que se enfrenta el nuevo gobierno: la Iglesia, la educación laica, los trabajadores, el caciquismo, las medidas de orden social, las contrapropuestas de Lerroux,…Todo ello hacinado en una prosa prodigiosa, con tendencias a la sencillez y al mismo tiempo a la profundidad, con destellos estilísticos dignos de mencionar y con la mirada socarrona y neutra, aséptica y turbadora, por qué no, de un escritor que va pertrechado de un dietario con que completa sus días a pesar de lo que ocurre en el mundo.

domingo, 11 de enero de 2009

UN GARBEO POR SANLÚCAR

Llevo tiempo pensando en escribir un libro que sea un paseo sentimental por las calles de este pueblo. Tiempo llevo, además, buscando la manera más apropiada para que el libro se convierta en un tránsito personal que pueda servir a cualquier ciudadano que pretenda acercarse a sus lugares de rutina con los ojos prestados de mis letras. Para ello he pensado en ir macerando una prosa, una forma de escribir que se acerque adecuadamente al fin de un paseo sin brújula, de un ir y venir sin ninguna determinación previa, como una barca de esas que se dejan besar por el atardecer en Las Piletas, donde el océano amamanta al descuidado Guadalquivir.
Al pensar sobre las calles y los parajes que quiero incluir en ese proyecto, me asaltan las dudas más feroces que jamás he tenido. Por un lado, me apetece no trazar ningún croquis que cierre el paseo antes de comenzarlo; por otro, sólo me siento escritor cuando estoy en lugares muy concretos de Sanlúcar, sólo me importan ellos; son, a fin de cuentas, los que me han llevado a establecer el trópico de mis recuerdos.
Desde esta columna (continente del olvido prematuro, huevo sin yema y almeja sin cáscara) le lanzo el guante a Manuel Ángel Gallego de Prada. En muchas ocasiones hemos alabado juntos las virtudes y las bondades de la luz orillando en este enclave, a pesar de los reproches, cientos, que hemos proferido a sus últimos desarrollos. Un pintor vendría muy bien a ese paseo. Mejor, a ese garbeo por la ciudad. Una ilustración que vierta en el lector los ángulos, las vistas, los colores, la imposible luz captada, y que se acompañe de una música escrita, esa que llevo en la cabeza de un tiempo a esta parte, esa que huele a hongos y a flor de bodega, a la que se precipita sobre mis recuerdos como una malvarrosa.
Aquí dejo esta evocación de un libro futuro que rendirá cuentas con mi memoria: el acueducto que justifica mis idas y venidas por estas calles como un extranjero que llega a un nuevo lugar, un espacio que hay que descubrir con la escuadra secreta de su mirada.

viernes, 9 de enero de 2009

LAS TARIFAS DE LA LECTURA.

Con un libro de Gutiérrez Solana entre las manos, bien resguardado del frío y de la amenaza glacial de estos días, continué la caminata desde la librería hasta la Plaza de las Angustias, en Jerez de la Frontera. Algo no terminaba de convencerme en ese paseo: los pasos, las esquinas, el ritmo, las páginas que leía por momentos.
Al pasar por una esquina, en la que hay un hotel reformado, pero que aún conserva la austeridad busguesa de la ciudad, pude ver de reojo que había una biblioteca en un pequeño salón, una estantería con libros que sirve de sala de espera, no creo que de entretenimiento, para los viajeros despistados o fabuladores, nunca se sabe.El efecto fue el mismo que me sucedió en la Rue Mouffetard, en París, cuando atisbé con el rabillo del ojo una cerveza mítica para los que estábamos en el viaje.
Tanto me sorprendió la cantidad de libros que se refugiaban de la calle en esas baldas que quise entrar para tocarlos, dotarlos de vida, leer alguna página. Cuando quise darme cuenta, ya estaba en la recepción sin saber qué justificación podría darle a mi presencia en aquel mostrador, ni era un extranjero, ni llevaba maletas ni mi acento me ayudaba en nada. "Mire, tengo unos familiares que pretenden estar por aquí unos días... (al momento pensé que el joven recepcionista con cara de políglota se quedó meditabundo, intentando explicarse el porqué de aquella insistencia, por qué no en mi casa) y quiero saber el precio de las habitaciones y... (aquí no supe defenderme más que en el silencio) echar un vistazo por las instalaciones". "De acuerdo -repuso- le saco por la impresora las tarifas mientras usted mira lo que quiera." Para entonces ya estaba delante de la pequeña biblioteca.
Miré los libros, los olfateé, los volví a revisar, leí alguna página de Baudelaire, de Galdós. Me senté, sin conciencia alguna, me apoltroné en un sillón vetusto y desfondado. Quise descifrar la presencia de aquella selecta biblioteca en aquel sitio. Los libros llevaban años sin ser abiertos, desflorados del polvo que los recubría. Rilke, Bécquer, Antonio Machado...
Al salir del hotel ni siquiera recogí el folio con las tarifas. Creo que el joven, al verme por allí, con esa actitud pensó que se trataba de una especie de demente, de loco que acababa de completar una acción sin sentido. Ahora que lo pienso, que leo París, de Gutiérrez Solana, y sigo mi garbeo por las calles por las que estuve hace unos días, me imprimo las tarifas para terminar en la cumbre de esta perversidad de las letras.

miércoles, 7 de enero de 2009

CORONACIÓN (SIN J.DONOSO).

Como un ritmo cardíaco (sístole, diástole) en que unas veces se acelera el corazón por esfuerzos o sobresaltos y otras se viene a menos por el descenso de actividad, quiero que se complete esta bitácora. No posee la escritura la táctica administrativa de las horas pautadas sobre el devenir de los días. Ni siquiera sabe uno qué página, qué suceso, qué pensamiento lo arrebatará de la silla para comenzar a escribir con los puños poseídos por la carne viva de las ideas. Se articulan los sonidos, las frases van trenzándose y diluyendo la pretensión original en un boceto -siempre la escritura esboza algo- que termina por derretirse en la última sílaba de la palabra escogida.
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Escribir tiene la emoción de una metamorfosis: las palabras se levantan como cucarachas y piden alimento y se encierran en sí mismas y pretenden, además, descifrar el mundo.


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Hoy más que nunca escribir se ha convertido en una cuestión impropia de la literatura. Así que para comenzar a escribir lo mejor será dejar de ser escritor y empezar cuanto antes a escribir. Hoy más que nunca escribir da voz al ser humano, al que se resguarda del desquicio de los escritores, de esos personajes que se convierten en títeres que coleccionan premios y resguardos de premios. Una novela, un poema o un libro cualquiera (por no entrar en polémicas vacuas) siempre debe derrumbar nuestros prejuicios literarios y construir un mundo nuevo, deslumbrante, novedoso, en su sentido primitivo. Un libro debe edificar la palabra llevándola a sus límites.

martes, 6 de enero de 2009

PUERTAS FALSAS.

Estaba tan fuera de mí que lo que más aborrecía era volver a mi propio ser. Aunque en esa aspiración, en ese deseo indeseable de volver a ser yo mismo –ser, yo, mismo- se escondía la paradoja que sostiene buena parte de la historia de la literatura. Con esa teoría me consolé por momentos y sólo quise encresparme en alguna prosa para disolver con ella estas afectaciones de lobo estepario, de caída al abismo.
H.P. Lovecraft escribió en El horror en la literatura: “la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”. Evidentemente, había fagocitado el miedo y todo él residía en mis adentros, por lo que fuera de mí era imposible que pudiera sentirme extraño, repleto de sensaciones contrarias. Plácidamente, contemplando la tarde a sabiendas de que había sido capaz de recoger dentro de mí todas las manifestaciones del horror. En cuanto terminé con Lovecraft, agarré el tomo de Carlos Castilla Del Pino, Teoría de los sentimientos, para comprobar si era posible encontrar una receta que terminara, incluso dentro de mí, con todos estos males recogidos. Tenía el libro con bastantes subrayados, escogí uno referido a Wittgenstein: “Wittgenstein dice en cierta ocasión que se puede exhibir un diente que se nos ha roto, pero no el dolor que por ello sentimos. Porque el dolor es ya privado. Para la exhibición privada no es necesario el dolor, basta con que te lo imagines. Por lo tanto, es una ilusión”. Pensaba, hasta entonces, que mi dolor era privado y no fui más incauto en la vida. No exhibía el diente roto, ni mucho menos, sólo quería mantenerme al margen de ese diente roto, hacer como que nunca he tenido el diente roto. Pero para la exhibición privada, para lo que el filósofo llamaba privada, sólo es necesario la imaginación y, a la postre, la ilusión.
La literatura es una cuestión privada de dolor. Se exhibe, se ilusiona con ella y en ella. Nada más, creemos ver el diente roto cuando la ingerimos. El problema es convertirse en literatura… si tienes un diente roto es que has leído siendo tú mismo la ilusión imaginada.

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“El que está fuera de sí nada aborrece tanto como volver a su propio ser”, Thomas Mann. Desde esta perspectiva he querido leer buena parte de El miedo en occidente, de Jean Delumeau. Para mi sorpresa, el libro se inicia con una referencia literaria a mi admirado Montaigne: “Durante el siglo XVI no se entra en Augsburgo fácilmente de noche. Montaigne, que visitó la ciudad en 1580, queda maravillado ante la falsa puerta que filtra a los viajeros que llegaban tras la puesta de sol”. No dudo en recorrer los Ensayos de Montaigne en busca de una cita, una referencia perdida, que devuelva a esta anécdota su versión ensayística. Capítulo XVIII, Del Miedo: “No soy en absoluto naturalista (como se dice ahora) e ignoro por completo mediante qué resortes actúa el miedo en nosotros; mas desde luego es extraña impresión; y dicen los médicos que no hay otra que saque tanto de sus casillas a nuestro juicio”.
Montaigne entrando por una puerta falsa que sólo se abría para los ciudadanos escogidos es una metáfora del alcance de la inteligencia y del pensamiento. Sólo algunos llegan a contemplar la puerta falsa, imprevista, invisible al resto, que conduce hasta las profundidades del yo. En esa mazmorra mezquina e infinita, se esconden los secretos de nuestra individualidad, esto es, de la humanidad.

* Augsburgo en 1572.

lunes, 5 de enero de 2009

J.MARÍAS, CONAN DOYLE Y POE. LITERATURA Y FANTASMAS.

Los grandes personajes, los que no dejan de percutir en nuestros recuerdos después del final de una lectura e incluso de los años, los sujetos narrativos que cobran vida más allá de la celulosa que los sotiene, están conformados, precisamente, de una argamasa ficcional que reúne materiales de distinta procedencia. A diferencia de los seres humanos (y por mucho que lo queramos el ente ficcional procede de la palabra, es palabra; nosotros somos a través de la palabra, llegamos a ser por ella, no en ella) el hombre parte de una mixtura que mezcla, para colmo, las experiencias y las lecturas de su mentor. Por este motivo, para los escritores, vida y literatura terminan desembocando en un mismo cauce, en las aguas de la escritura.
A pesar de esta interpretación, los escritores evitan, en demasiadas ocasiones, declarar que la escritura que practican está jalonada por varios motivos: vitales los unos, estrictamente literarios, los otros. Todavía se ufanan en defender el realismo o la pura ficción, cuando es imposible que en un escritor no se den al mismo tiempo lo uno y lo otro. ¿No es real un sueño en un libro, no deja de ser realista un paseo por el rastro en un libro? Y digo yo ahora, ¿en qué momento, al paso de los años, puede un escritor discernir si la configuración de uno de sus personajes estuvo motivada por tal o cual experiencia, por tal o cual lectura?¿No resultan, a fin de cuentas, lo leído y lo vivido el haz y en envés de la misma realidad?



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Esta mañana he estado recordando la lectura de Negra espalda del tiempo, de Javier Marías. El libro me lo recomendó un amigo, Iván, que ya había leído otros títulos de Marías. Realmente, él fue uno de los primeros lectores de mi círculo de amigos que había defendido a Marías con desmesura y, escribo ahora, sin equívoco alguno. Negra espalda del tiempo es un libro espléndido que sobrevuela por algunos de los primeros libros del autor de Los dominios del lobo. La negra espalda del tiempo es precisamente una reflexión sobre las consecuencias de contar y descontar, esto es, la selección de lo que se cuenta y el olvido en el que caen los hechos nunca narrados. Lo que ocurre en el reverso de la escritura de una novela, el abandono a tal o cual hecho que no nos interesa sacar a la luz.
Esta mañana he estado leyendo Estudio en Escarlata, de Arthur Conan Doyle, en la edición de la Biblioteca Áurea, de Cátedra, en que se reúne Todo Sherlock Holmes. Después de adentrarme por la vida de Conan Doyle, de sus desventuras y manías, comencé a leer el primero de los relatos. En un pasaje en que hablan Watson y Holmes, al conocerse por primera vez, dice Holmes: “La facultad de observar constituye en mí una segunda naturaleza”. Subrayé la frase porque no sabía a qué personaje podía asignarle esta misma sentencia sin que nadie se llevara a escándalo, sin que la novela sufriera ninguna fisura ni incoherencia.
En boca de Jacques, Jacobo o Jaime Deza, “la facultad de observar constituye en mí una segunda naturaleza”, tu rostro mañana, baile y sueño, veneno y sombra y adiós, un Hamlet detectivesco. Eso me pareció Deza por momentos, un Hamlet detectivesco en busca de su propia sombra que se resiste al veneno de su condición.
J. Marías ha prestado su atención en varias ocasiones a la vida y a la obra de Conan Doyle. Así lo demuestra en Literatura y fantasma, pero sobre todo en Vidas escritas, ese imaginario paseo de tono hagiográfico que desvela sus preferencias en el mundo anglosajón. En esa galería está Conan Doyle junto a Faulkner, Conrad, Joyce, Mann, Nabokov o Rilke entre otros.
Cuando este episodio imaginario que hilaba la personalidad de Deza con las virtudes de Holmes y la profundidad de Hamlet, venía terminándose y llegando a su fin por absurdo o quizás por inadecuado, quiso aparecer Dupin, el insólito y genuino personaje de Poe. Localicé la traducción de Julio Cortázar -ay don Julio, Montparnasse, allí quedó nuestra copa al viento- y comencé a releer Los crímenes de la calle Morgue, el relato que da comienzo a la moderna novela policíaca, según Borges. Para mi asombro, y siempre pensando que Javier Marías lo había leído antes de comenzar la redacción de magna novela, aparece una cita de Sir Thomar Browne. Marías ha traducido la obra de Browne bajo la admiración, e incluso tuvo un episodio con Borges y Bioy sobre un pasaje que nunca logró encontrar y que a su juicio Borges y Bioy se habían inventado y, a la postre, insertado en una traducción al alimón.
El inicio del relato consiente una lectura profética sobre el comportamiento de Deza a lo largo de Tu rostro mañana, el inico encierra buena parte de lo que uno se guarda al final de la lectura: “el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar. Le encantan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos, y al solucionarlos, muestra un grado de perspicacia que, para la mente ordinaria, parece sobrenatural. Sus resultados, frutos del método en su forma más esencial y profunda, tienen todo el aire de una intuición”.

viernes, 2 de enero de 2009

FANTASÍA DEL EXILIO.

Mi abuelo Juan, ya muerto, tuvo que exiliarse a Francia cuando comenzó la Guerra Civil española. No sé con exactitud si sólo avanzó hasta los Pirineos, para agazaparse entre los montículos y accidentes geográficos, o si pudo introducirse en el grupo de exiliados que llegaron hasta la capital francesa. No sé, por tanto, si fue capaz de deambular por las calles de París tal y como lo acabo de hacer yo de un tiempo a esta parte. De cualquier forma, la potencia de la imaginación permite que los recuerdos de dos seres, de seres de otros tiempos, puedan coincidir a pesar de la imposibilidad. Mi abuelo murió cuando yo era muy pequeño y nunca tuve la oportunidad de poder hablar con él sobre sus inclinaciones políticas, sus inamovibles ideales comunistas, sus preferencias lectoras o su percepción de un mundo, el de ahora, que se sacude de los obuses y los tiroteos de antaño.
Me hubiera gustado poder hablar con él sobre su forzada marcha a tierras francesas y poder preguntarle si conoció en Colliure a un poeta maltrecho y desolado que se llamaba Antonio Machado. Si tuvo noticias de la escapada de Miguel Hernández hasta el Alcázar de Sevilla con Romero Murube y de su posterior aventura en Rosal de la Frontera donde fue detenida la voz del pueblo. También suspiro ahora por todas las experiencias, por todos los versos no escritos que me hubiera dejado en las manos púberes e inocentes que poseo. Mi abuelo, como tantos otros, fue testigo de una circunstancia en que los hombres fueron lobos para los hombres, en que los gestos debían ser medidos al milímetro y en que las palabras llegaban a poseer las profundas señales de la libertad.
Me cuentan que fue un hombre instruido, con un fondo de lecturas notable, con inquietudes que yo mismo he atravesado, como la música. Pero también me relatan sus sospechosas manías de comunista traicionado, sus primitivos comportamientos con los familiares, su tozuda manera de entender el mecanismo de su familia. De cualquier forma, fue un hombre de otro tiempo, y esa condición es imposible de desvincularla del recuerdo. Ya en los años sesenta fueron a por él a un bar, Noriega, donde solía tomar el desayuno. Justo cuando estaba tomándose una torta y un café, unas manos se echaron sobre sus hombros y lo trasladaron a la cárcel. Allí estuvo unos meses mientras su familia tuvo que hacer frente a una fianza para poder sacarlo de la cárcel. Tiempo después quemó todos los papeles: pasaporte, algún documento falsificado, libros, etc. justo los papeles que me hubiera gustado poseer ahora que sólo puedo imaginármelo sorprendido por París, mendigando por los bulevares y dejando crecer la barba para poder desprenderse de sí mismo.