lunes, 31 de enero de 2011

De un tiempo a esta parte, todo se transparenta con más vehemencia en mi vida. Con esta cosmovisión, las cosas nimias han dejado de importarme por completo así como las personas qu las pronuncian. Ya no actúo con decoro cuando alguna situación me resulta ridícula, antes al contrario, me evado con celeridad. Ya no permito que los días perpetren un hastío y una zozobra, prefiero las convicciones sometidas a un juicio continuo. Ni siquiera considero más elevados unos pensamientos que otros a no ser que de partida sean inaceptables. En cuanto a la literatura, cada vez se hace más grande en menos autores.

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Sólo en la música es donde el ser encuentra el haber sido perpetuo.
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La renovación del espíritu es el movimiento natural del hombre con inquietudes. Cuando uno comprende que la mutación es lo constante, comienza a alborear sobre el raciocinio una evanescente presencia de claroscuros, sobre todo, una necesidad de cuestionar las verdades que se demuestran con ecuaciones y algoritmos.
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Cuando Unamuno sentencia que no cabe amar sin conocer y que es imposible conocer sin amar, me acuerdo de los versos de san Juan de la Cruz. En latines de Unamuno, Nihil cognitum quin praevolitum. Estas palabras las escribe Unamuno cuando afirma que necesita explicar lo que explica el mundo en Tratado del amor de Dios: “Con la razón no se llega a Dios, se llega a la idea de Dios”, reza uno de los pasajes más enfervorecidos. Aquí cierro el libro y me quedo palpitante, meditabundo, intentando proyectar las ideas hacia sus esencias y comprobando que vivo en un mundo fingido, apenas comprendido, sobre el que soporto las proyecciones del yo que me invade, pero del que dudo que conozca sus sustancia.

domingo, 30 de enero de 2011

Hay que levantar las miras para hacer algo grandioso, hay que atender a las convicciones y no a las sucedáneas disposiciones. La literatura no puede, como la ciencia, andar a hombros de gigante, es decir, comenzar donde otros lo dejaron, pero sí puede surgir desde donde todos comenzaron, desde donde el hombre es uno, en plenitud, completo, con todas las virtudes que lo atraviesan y todas las manías que lo conforman. En ese espacio comunitario de la especie es de donde la literatura, y en especial, la poesía, comienza a urdir una obra trastocadora, porque cuando las palabras que nos hacen desde lo profundo son reformuladas, nos estamos rehaciendo a nosotros mismos al completo. Decir de allí, en ese espacio, es decir lo que fuimos siendo en el será.
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Le envío un libro a un poeta admirado. Por unos momentos, todo se envuelve en una ajenidad que no me pertenece, no sé si rubor o derrota. No soy poseedor de esas palabras aunque las envíe como si fuese su mentor. Fue otro que habitó en mis pupilas, que desgranó sus inquietudes con el dígito permanente de la transformación. Ahora entiende la sucesión que fuimos y que nos hace.
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Exactamente lo que preconiza El libro de las mutaciones, el milenario volumen que tantas enigmas espirituales plantean desde comienzo: “El curso de lo creativo modifica y forma a los seres hasta que cada uno alcanza la correcta naturaleza que le está destinada y luego los mantiene en concordancia con el gran equilibrio”. Estas palabras, referidas al primer signo, Lo creativo, sostienen algunas de las cuestiones sobre las que escribo hoy. La creación como un inicio de lo correcto a través de la perseverancia. En esa perseverancia, el creador alcanzará, si su virtuosismo lo hace posible, un equilibrio perpetuo, una armonía con el mundo. Estamos ante una de las definiciones de qué es la poesía más prodigiosa.
Por otro lado, el efecto de ordenar el espíritu y el mundo que sucede en el exterior debe obtener su resultado en el mundo interior del escritor. Asimilado el orden del mundo, es posible hacerlo de uno mismo, pues tendremos conciencia de que pertenecemos a una esfera superior, a un orden extraordinario que nos acoge. Somos una nota en el pentagrama, un sonido que encuentra su armonía, una estrella que pertenece a una galaxia. Desde la conciencia de la mortalidad y de la finitud, podremos alcanzar con la literatura la grandeza de las palabras que nunca deberán pronunciarse.

sábado, 29 de enero de 2011

Esta tentativa infinita de escribir que se despliega en el blanco ha sido una metáfora constante de la sombría presencia de las palabras. Negro sobre blanco, sombra sobre luz, a pesar de que la filosofía oriental traslade los símbolos de forma distinta a occidente y prefiera fijarse en las sombras y no en la luz. A pesar de todo, prefiero atender a la mezcolanza de ambas fuerzas, a la doble dimensión de la propia lengua, pensamiento y realidad, fenómeno y noúmeno. Creo que, en esa lucha interna que es connatural a la propia lengua, el ritmo y la armonía de los contrarios es la cúspide de la belleza. Cuando alguien logra armonizar su lengua, repleta de magmas internos que expulsan incontrolables significados, está alcanzando la belleza y acaso la verdad. Porque la verdad sólo puede ser dicha a través de la belleza.
Hoy la tarde tenía la mirada de caoba pulida. Y en sus vetas, junto al río febril de mi piel, he dictado al unísono los abismos de un espejo.


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Puede ser que morir no sea más que dejar de oír el ritmo del mundo.

jueves, 27 de enero de 2011

Quintaesenciado
el mar es con la lluvia
un solo cielo.


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Frente a la volátil presencia de la legua hablada y la acumulación discriminada de la novela, la lengua adquiere en la poesía una forma definitiva de ser, es decir, en la poesía la lengua sufre una anomalía profunda, totalmente ajena a la esenci de la lengua, a su cambiante forma a su inestable pesencia. En esa forma inamovible, en que las palabras han quedado definitivamente expuestas y ordenadas en lo sintáctico y en lo semántico, se produce un movimiento especular, ya que en ella, en la poesía, la metáfora termina por esconder la verdad, por impedir conocerla.
La poesía no debe rodear ni merodear en lo importante, debe ser lo esencial: pronunciación silábica de lo bello. Todos los dobleces de la lengua poética, que resultan bellos ejercicios de la lengua, se apartan de lo que realmente las compone y las convoca. Mas no es este un impedimento para el deleite que propone. Sin embargo, sólo cuando el poeta es consciente de la uniformidad de su lengua poética y de la capacidad inalterable de la misma, podrá convocar los días y la realidad más allá de su vida. Mientras tanto, mientras persiga decir con lo que oye, no será más que ceniza mojada, sal en el agua, moribunda cháchara de celulosa.
Así se entiende al poeta en busca de la plabra exacta, de la sintaxis inalterbale, porque sabe que su discurso poético dejará por escrito la quietud enrabietada de su especie.

miércoles, 26 de enero de 2011

Es la primera vez que escribo en el diario sin tener conciencia de ello. Ha sido una actuación mecánica, sin más miramientos. Sólo cuando he terminado de elaborar estas líneas, he concebido que, a veces, estos actos son necesarios para continuar en la tarea de escribir.
Lo mismo sucede con la vida. No cabe la contemplación del estado en todo momento, la mayoría de las veces actúa uno sin más criterio que el de lo inevitable. Ese sometimiento del hombre a la inconsciencia es un peligro mayor cuando se trata de las ideas, porque si algún día resultas atrapado y enrevesado en unas ideas sin sentido, habrás sido víctima del mal social del pensamiento. Así que cuando uno contempla, pausadamente, el estado que profesa, comienza la literatura a brotar, como la primavera y la edad, sin ser notadas, sólo concebidas.
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Hoy le decía al cura del instituto que había leído unos libros sobre la cuestión religiosa. Perplejo, quiso saber de qué se trataba. Cuando comenzamos la charla, un grupo de compañeros que pululaban por allí, dejó de hacer su tarea para poner atención al diálogo. Le hablé de Chesterton, H. Belloc y Tolstoi, sobre todo de Tolstoi, de El reino de dios está en vosotros, concretamente. De todos los autores que le comenté, sin duda Belloc fue el que prendió sus más emocionados comentarios, no así tanto Chesterton ni por supuesto Tolstoi. Sin embargo, quise desplegar una defensa de Tolstoi y del sentido primitivo y unitario de sus propuestas religiosas tan alejadas de las jerarquías eclesiásticas y de las instituciones sociales. Un hombre solo, le dije, solo aspira a ser hombre, glosando a Machado, así que un creyente deberá aspirará a ser creyente él mismo, en soledad, sin más comunidades, al menos de principio, por convicción. Después de varios minutos de encendida dialéctica (encendida por luminosa, claro está), cada uno prosiguió su vida con el alma sobrecogida y con las credenciales quizás más animosas que entonces, sin duda, con la luz sobrevenida al alma.

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Debería apartarme de la vida, retirarme de ella, de su ejercicio. Me cansa, como Neruda, ser hombre, pero sobre todo, los hombres. Cada vez menos, lo confieso, no soporto sus manías, sus intransigencias y, sobre todo, la falta de objetivación. El mundo es lo que yo soy, deberían llevar escritos un buen puñado de súbditos de su ego. El mundo es así porque lo entiendo así y no cabe otras interpretaciones ni otras explicaciones. Bla,bla,bla.
Debería jubilarme de la vida para poder seguir en ella, poder desgajarme de sus tentáculos, de sus odiosos ritos sociales y de sus vacuas manifestaciones de modernidad. Debería haber nacido pastor en otra época y dedicarme únicamente a ello; o debería haber nacido golondrina y morir de un infarto en el cielo mientras el aire inundaba mi pecho.

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Descansa una pila de libros sobre la mesa y no me siento con fuerzas para leerlos como en otras ocasiones. Algún volumen de S. Zweig, Unamuno, J.R.J., Thomas Mann, libros de poesía, Samuel Johnson y Tao te ching. Todos en silencio, en un silenco pasucal y reflexivo, que me provoca ansiedad y delite. Una mixtura ingobernable para los sentimientos y que sólo puedo remediar, una vez más, leyendo carnívoramente.

domingo, 23 de enero de 2011

Toda la tarde leyendo a Unamuno, ¡qué deleite y qué bravura de estilo! Este escritor se está haciendo, cada vez, más grande y fortificado. Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos es una delicia, pero es superada por el exquisito y enjundioso Tratado del amor de Dios.
En buena medida, Unamuno hace, al final de libro, un ejercicio (desordenado, pero brillante) sobre los confines de las palabras. Viene a decirnos: “El pensamiento reposa sobre prejuicios y los prejuicios están en las palabras”. Estamos ante un complemento justo de lo que Wittgenstein dejó en su Tractatus. Sin embargo, la pregunta demoledora que principia el Tratado del amor de Dios se ha enquistado en mi juicio: “¿A Dios por el amor o por el conocimiento?”

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No seas y serás más que todo lo que es.
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No pienses y vendrás a ser todo.
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Muda tu verbo y dirás el infinito.
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Ama de alma, contemplarás la existencia.
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Entrega tus dones a la religión de la belleza y vendrá a tu ser el espejo de la verdad.
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La belleza es un sendero de verdad construida con mentiras.
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Vivir entre el ahora y el ocaso eso es la literatura.
Anoche, en la ópera, asistimos a un magnífico concierto. Por unos minutos, estuve pensando en este rito que parece de otro siglo, la ópera. Éramos los más jóvenes de los asistentes, pues estuve atento a la edad de los que fueron al concierto. De la misma forma, puse atención en las formas y los ritos que pertenecen a estas actividades. Pensé en las páginas iniciales que escribió Stefan Zweig en El mundo de ayer, exactamente cuando se refiere al microcosmos cultural de la Viena de principios de siglo. Por unos momentos, me emocioné evidenciando esta decadencia.



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Cielo gris y lluvia chispeante. El níspero, el laurel, el pacífico han aguantado con entereza el transplante y estas lluvias tímidas le han caído como del cielo; sus raíces se han hundido en la tierra y sus ramajes se levantan enfervorecidos. Quisiera parecerme a ellos y enraizarme en la tierra natural y en la humedad de la noche, sentir la lluvia como el crecimiento del espíritu y dejar mi cuerpo al sol, a la luz, para que lo bañe el dulce son de la claridad inventada.

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Cuanto más entretenido en lo público, peor obra literaria. Cuanto más atención a lo social, peor persona literaria, pero, ¿existe la persona literaria? Sí. Como dice Alberto Manguel, entre la “H”, de Hyde, y la “J”, de Jekyll, está la “I”, de yo.

jueves, 20 de enero de 2011

He sentido una zozobra de finitud que nunca antes había entendido. Me he muerto de conciencia. Ha sido al atravesar las lomas desiertas y arenosas de mi interior. Al perder la noción del tiempo articulado, me desprendí de un lastre que no sabía que me acompañaba. No he sabido cómo entenderlo hasta hoy mismo, hasta que he leído un par de poemas y algunas páginas de Tolstoi. Con un fulgor auroral, he reconocido el ser, momentáneamente, fuera de mí.
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Uno de los problemas más profundos que acontece en la sociedad actual es la incompetencia profesional y el desprecio al conocimiento. Faltos de hombres de letras profundos y serios, entregados a la tarea de turno, los que se erigen como entendidos (ya sean profesores, escritores, historiadores, etc.) hacen alarde de su ignorancia supina en sus propios asuntos. Esto nos lleva a una serie de disparates como la dictadura de la mediocridad que ya sufrimos, porque son los mediocres los que terminan escalando en los puestos de poder y los que dictan, al fin, las insensatas leyes y las insoportables medidas.
Por este motivo, estoy convencido de que hay que situarse muy sesudamente en los credenciales de la cultura y la formación sin titubeos ni entregas a las modas vacuas. Esta posición que es, ni más ni menos que una cosmovisión, me está conduciendo, últimamente, a ciertas trifulcas que en nada me benefician ni agradan, para empezar por lo absurdo de la disputa.
Nunca he sido un polemista que quiera encresparse en uno u otro ideal, ni un tiranuelo de causas sin sentido, antes al contrario, rehúyo los corrillos de salón y los grupúsculos sectarios, pero hay asuntos en los que me enfrento a mi propia vida. Y en ello, sí juego con navaja y, por tanto, con las agallas y las tripas, con la pólvora de la razón y el sentimiento.
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The dream is real, the shadow is a dream.

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Un poeta afirma que la poesía es ante todo palabra e imagen, no idea. Ante esta reflexión me pregunto si el poeta ha caído en la cuenta de varios asuntos tras haber afirmado esta sentencia sin dudas. Entiendo que la poesía es palabra e imagen entre otras virtudes. Y, por supuesto, desprender la idea de la palabra tan livianamente pone las luces (después de todo lo que se ha escrito sobre la palabra y la idea desde Platón) sobre su incomprensión de la palabra. En cualquier caso, no entiendo en qué consiste dejar las ideas fuera de un gran poema, de un poema enorme, como los de J.R.J, T. S. Eliot o Rilke, cuando estos, lo que transmiten de forma perdurable es evidentemente la idea.

miércoles, 19 de enero de 2011

Los días memorables tienen una luminosidad más intensa que los normales, dice Stefan Zweig, aunque sea difícil dlucidarlo mientras sucede. Solo la memoria es el respaldor del olvido.

martes, 18 de enero de 2011

Al entrar en casa, saludo al vecino. Con amabilidad, le hago referencias al frío, al barrio, a ciertas manías de otros vecinos. Cuando termino y sobrepaso la puerta, me quedo, por unos minutos, pensando en el abismo irrecuperable al que acabo de mandar un puñado de palabras y en los millones de ellas que han sido víctima de la sociabildad y la cortesía. Por ello, cada vez que ocurra algo parecido iré al diccionario y anotaré una palabra nunca dicha ni escrita para reavivarla en mi mollera y en este cuaderno. Algo parecido a instaurar una luz allí donde la noche es pesadumbre del espíritu; será sin ser notada, escondida en la senda natural del espíritu.

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En la mesa, un libro de Tolstoi encima de las poesías de Rilke. Los abro alternativamente. Literatura sin más.
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La niebla tiene tomada la calle y le confiere ángulos que antes no pude apreciar. Son como ritmos en el aire que abren nuevas realidades. La carretera estaba absolutamente entregada a la blancura en ascuas de la niebla en el asfalto. El campo escondido y al resguardo del rocío. Atravesaba la espesura con las manos manchadas de óleo.

domingo, 16 de enero de 2011

Esta mañana, al repasar algunas páginas de la biografía de Tolstoi escrita por mi admirado Wiesenthal, El viejo León Tolstoi, un retrato literario, he descubierto que había subrayado varios párrafos con una fuerza desmesurada, como si al leerlos, hubiera encontrado una suerte de bálsamo verbal que dilucidara las inquietudes últimas en relación a la vida y el arte. En pocos autores contemporáneos podemos encontrar reflexiones tan acertadas y con tanto tino. Las más de las veces, los escritores terminan por repetir las tres o cuatro consignas de su estética y las dos o tres frases que alguien les ha hecho creer que son geniales. Sin embargo, hay poca verdad en las palabras de los intelectuales de este tiempo. Percibo, además, que todos están replegados a la moda y a la circunstancia y que, de intentar ser más subversivos, quedarían apartados del circuito literario de turno, del suplemento y del periódico.
Poco me han importado esas migajas que arrojan a los que escriben los medios de comunicación y los grupúsculos pseudoliterarios. Por un lado, los políticos tratan de conseguir alguna firma con un número de ventas importante para sumarlo a las credenciales de su partido; por otro, los medios de comunicación se apropian de ellos a sabiendas de sus ideas condescendientes. ¿Qué tiene que ver eso con los grandes pensadores literatos; nos imaginamos a Nietzsche haciéndo lo propio o al mismo Tolstoi; lo pensaríamos de Rilke o acaso de Kafka? Estos son nombres más menos cercanos en el tiempo como ejemplos de insumisión, pero podríamos hacer una lista que, a fin de cuentas, sería la lista de la literatura en sí.
No quiere decir esto que los escritores y pensadores no puedan poseer ideología política o religiosa alguna, no es ese el caso. Lo que quiero dejar en claro es que son ellos los que eligen o someten su conducta a cierto establecimiento político o religioso. A través de un enjuiciamiento las páginas de una novela pueden terminar por defender una teoría científica o una propuesta religiosa con tanta vehemencia en uno y en otro caso. No hay nada que reprocahr en estos casos que cito porque todos están escritos desde la certidumbre de su necesidad y beneficiencia para la humanidad, no para el bien propio. La diferencia está en el radicalismo de las escrituras recientes y de su vacua y liviana propuesta: son todas iniciativas que aspiran a bienes personales exclusivamente. No me imagino a ni´ngún escritor actual escribiendo para la humanidad, ara su desarrollo moral, para su equilibrio de valores desaparcidos, para el espíritu europeo que desaparece.
La falta de lecturas y de modelos ha provocado un derrumbe de la literatura actual. No hay quien lea un libro de poesía, escrito por un autor medianamente joven, sin notar la influencia directa de un autor que todavía está vivo y que además lo ayuda a ascender en la presencia social. No hay quien lea una novela con fundamento, con aspiraciones más allá de este mundo tecnológico o, mucho menos, reivindicando con entereza la necesaria reaparición de los valores, como decía antes, propuestas científicas o de la moral cristiana antigua. Son pocas las obras literarias que serán recordadas y es conveniente darse cuenta de ello ahora, cuando es posible no caer en sus redes. Por estos motivos, escritos un tanto a la ligera y sobrevenidos por la lectura de Wiesenthal, dejo transcrito el párrafo de marras:
Creo que los jóvenes del siglo XXI ya han tenido tiempo suficiente para descubrir la falacia de aquellos vendedores de plástico que querían sustituir la literatura por juegos de palabras y pretendían transmutar los valores a base de devaluaciones.[…]En ese juego de supresión de valores y rupturas, que ocupó a muchos intelectuales del siglo XX se fueron acumulando en la cabeza de los jóvenes muchos nombres comerciales, hasta hacerles perder de vista cuales eran los verdaderos valores que desaparecían enterrados entre tantas marcas y tan repetitiva propaganda. A nuestros jóvenes les han arrinconado en un horizonte remoto y oscuro los nombres de Pasternak, Benedetto Croce, Lou Salomé, Máximo Gorki, Stefan Zweig, Ortgea y Gasset, Wanda Landowska, Clara Rilke, Thomas Mann, Georg Friedrich Nicolai o el mismo Tolstoi”.

sábado, 15 de enero de 2011

Hemos adecentado el pequeño patio delantero de la casa. Ha sido emocionante preparar la acción natural: un níspero, un pacífico, un laurel, un limonero y una planta de Aloe que comienza a crecer. Los teníamos todos juntos, algunos compartiendo macetón. Al ver que les costaba crecer adecuadamente y con el espacio necesario, hemos decidido transplantarlos en nuevos maceteros y por separado. El patio ha quedado inundado de árboles y de plantas, porque nos regalaron dos buganvillas son el umbral perfecto para la entrada.
Para esta tarea, he tenido que ir al parque a recoger tierra abundante. El abono lo teníamos comprado. Metidos en faena, hemos acompasado el trabajo con las plantas; tierra, abono, agua. La tarde me ha parecido maravillosa, acogida a una lentitud que hacía mucho tiempo que no sentía. Con las manos embarradas y repletas de tierra hemos estado hablando sobre esto y aquello, con agrado, con la virtud de la cercanía a lo natural. Ahora ha llegado la noche y con ella la oscuridad desfigura los contornos de los árboles. Sólo se intuye e aroma del limonero que penetra por la ventana de la cocina. Después de estas menudencias, he querido darles una dimensión más potente. He pensado que los virajes de la vida hay que aceptarlos con el disimulo de la inteligencia, pero con el ánimo de la celebración sentimental y que lo que algún día pareció reflejo, insinuación o relámpago, puede ser, en estos momentos, estancia inexplorada de la vida.
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Leo que Rilke fue en busca de Tolstoi y que llegaron a conocerse en Moscú en la primavera de 1899. De esta visita, la enseñanza que consiguió aprender Rilke, fue que necesitaba leer y estudiar más para entender en plenitud al maestro ruso. Para ello se entregó, durante un año, a tal tarea. Es esa la sensación que me sobrecoge cuando me dispongo a leer a Tolstoi o a Virgilio, que necesito más vida para entenderlos, más vida, claro está, de estudio y entrega a lo literario y de que no todo puede entenderse con el primer juicio que poseemos.

viernes, 14 de enero de 2011

El vihuelo muestra su esqueleto arropado hasta la cintura por las hierbas y las lomas. Diríase que el entorno lo circunda como una danza de verdes trinos. Al final de sus ramas se vislumbra unas montañas medianeras. Al fondo, la luz perece de anhelo. Desde aquí, el mundo parece recién levantado de una somnolencia, acaso la del hombre contemplado.
Quizás como ese árbol a la intemperie o como esos molinos abandonados por la humanidad debiéramos comprendernos. Como una pincelada desatendida, como un verso suelto o como un naipe, con Cernuda, apartado de su baraja.

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Algunas personas, tan huecas como un quejigo en lo personal, están faltas de instintos, llamémoslo instinto por no ser malhablado. Más bien faltas de quienes le colmen el instinto. Desde luego, esa lección la aprendí cuando convivía con unos compañeros en los años de Universidad. Algo así como la punta seca. Esa es la metáfora.

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Hoy lloré por un pájaro. Era un querubín del parque. Noté la metempsícosis de algo mágico en sus pequeñas alas. Era un cuerpo demasiado pequeño e incapaz para lo que poseía dentro.
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Escucho a un pequeño pájaro que se acerca a la ventana. Lo hace sigiloso, tanteando con sus patitas la distancia necesaria para salir en huida si se encuentra con algún cazador furtivo.
Se detiene durante demasiado tiempo en la ventana y me extraña su pasiva estancia y detenimiento. Pareciera que quiere hablarme y contarme cómo han sido sus disputas con los compañeros del parque o cómo le ha ido con las lluvias de los días pasados. Impasible y realizando escasos movimientos, continúa acercándose. Comienzo entonces a pensar que la situación es, cuando menos, extraña. Nunca antes había estado en silencio tanto tiempo con un pajarillo enfrente, dentro de mi casa. Decido acercarme a la ventana. La abro…y el pájaro se desvanece en el gris de la tarde. Vuelvo mis pasos hacia donde estaba sentado totalmente conmovido. Cuando llega M.C., me anuncia que hay un pájaro muerto en el patio y que se lo están comiendo las hormigas.

jueves, 13 de enero de 2011

Tarde de frío y manos agarrotadas. El cansancio de esta semana hace que sólo pueda leer algunas páginas seguidas, casi todas ellas de libros de ensayo. Agarro el volumen de Meditaciones, de Marco Aurelio, escritas en los últimos años de su vida. Las palabras de este enigmático personaje, guerrero y pensador, siempre me produjeron una bella extrañeza. Leo lo siguiente: “Esclavo has nacido, no te pertenece la razón”.
La razón como un elemento ajeno e inmarcesible para los hombres cuando, en estos tiempos, es ella la que guía al parecer la evolución de la especie. ¿Qué querría decir ese adjetivo, esclavo?
No paro de darle vueltas al término y de desvincularlo de ciertas teorías deterministas que tan poco me agradan. Dice el editor del libro, Ramón Bach Pellicer, que estas palabras pertenecen a un poeta trágico griego desconocido. Poco importa el dato, fueron del poeta, luego de Marco Aurelio, las hice mías y ahora las dejo en el diario. ¿Querría decir que para el ser inteligente hay que entender que el mismo acto pertenece a la naturaleza y a la razón al unísono? Vivir en sí, esclavitud de qué. creo que la esclavitud moderna es la vida en sociedad.

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Quiero mantener esta costumbre en el sótano para hacer del lugar una extensión de la vida y un monástico alojamiento. Lo quiero hacer para que emule, en este rotundo silencio, las más amplias melodías y los contrapuntos más exigentes. Un lugar subyugado, subterráneo, por debajo de todas las cotidianas acciones. Silencio, ecos, mitología de la tarde.

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El origen de la vida, de lo que llamamos el estado fetal, se realiza en agua. Al agua, el primer órgano que desarrollamos es el oído. Música y agua en el origen. heráclito y orfeo, Pitágoras de comadrona.

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Releo el libro de prosas y llego a la misma conclusión, no hay más que añadir. Si hubiera que rehacer habría que escribirlo de nuevo. Me ocurre con la poesía, la corrección me agota y hace que lo que pretendió ser literario sea, para mí, manido lugar de repeticiones. si no lo fue, ¿porqué rescatarlo ahora con aderezos? Corregir siendo otro, con nuevas presencias, como si acabaran de escribirlo y tuvieras que dictar su ejecución. Nunca debe tenerse piedad en las correcciones ni siquiera con quien una vez fuimos.

miércoles, 12 de enero de 2011

A veces el fracaso es una tentación a la que debemos acudir necesariamente para asegurarnos de que es en él donde mejor nos entendemos.


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Hoy he recordado una frase de Jules Renard que dice: “Cuando tengo ganas de aburrirme hago vida social”. Nada más aburrido que la vida social, la que se entrega sin más ni más a esta horda de humanos sin centro, a esta masa cada vez más nauseabunda.
Sólo en el ritmo de las encinas se encuentra la vida.

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En la imagen del círculo encontró Goethe la perfección. Una línea que se persigue a sí misma y que renace en sí misma, que se transforma dados sus elementos propios. Eso es ser humano.

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Corrijo las pruebas de un libro futuro en prosa. Nunca antes me había detenido a realizar tal tarea. Es ardua, mas merece la pena. Realmente, el trabajo está concluido. Sin embargo, una enorme insatisfacción me sobreviene en algunos párrafos que merecieron más atención.
Con estas correcciones me he preguntado si no sucede lo propio en la vida, es decir, si no debemos mantener el cuidado con ella en todo momento. El cuidado en la vida puede estar sujeto a una cuestión de estilo, por ejemplo, o a una solución estética, en muchos casos. Prefiero una estética bien entendida a una ética reprobable y nauseabunda, hueca. La vida al filo de la espada.

martes, 11 de enero de 2011

Desde el sótano pienso en los estertores de este día que declina. Entre la grisura, entre los agrios sucedáneos de la mañana, he dicho lo que nunca pensé decir y lo que fuera olvido. La mayor parte de las palabras que pronunciamos terminan ahuecadas en el espacio del más absoluto abandono de la memoria. La mayoría ni siquiera tienen la fuerza y la presencia para nortear la vida de alguien. Por eso, sólo cabe en la vida de un hombre un puñado de palabras, una ristra de periodos sintácticos que serán fundamentales y que siempre serán lo nunca dicho. Ese ramillete de prodigios verbales, que acaso coincida con los de otro hombre, acaso con toda una obra literaria, sólo valen los días contados y, como un eco, irán desapareciendo lentamente hasta superarnos en el espacio y en el tiempo.

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Le comento a R. algunos aspectos, brevísimos, acerca de las exposiciones que visité en Madrid de Rubens y Renoir. Creo que se me notó demasiado que Rubens me parece infinitamente mejor pintor que Renoir y no lo digo tanto por las técnicas al uso, en las que más bien soy lego y patético, sino en la profundidad de sus ideas. Sólo el retrato de Séneca o la serie dedicada a Aquiles superan al pintor de los retratos de señoritas púberes.

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Con todo, me he mudado al sótano para escribir por las tardes. Esta grafomanía comienza a dejarme inquieto y me crea cierta desmesura y aislamiento social. No puedo pasar una tarde sin escribir al menos una volátil reflexión.
Abiertas las páginas del libro de Trías, del libro de Dante o el de J.R.J. para qué necesito utilizar estos vocablos hueros, para qué. Sólo quien conoce la excelencia de la literatura se atreve a reclinarse y asentir paulinamente en la transparencia de los otros.
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Ventana abierta que acredita la legada de la noche. El viento adormecido reposa sobre el cristal sus tentáculos. Un pájaro se acerca a la nueva buganvila instalada en la entrada de la casa. El limonero, antaño enfermo de cielo, esplndora sus ramas por el horizonte. Poco a poco van durmiéndose los mirlos como encantados de raíces. Cielo negro, azabache. Cientos de estrellas marcando el horizonte.

lunes, 10 de enero de 2011

Días muy parecidos, demasiado semejantes, a los que relata Julio Ramón Ribeyro en La tentación del fracaso. El sol acaba de salir. Hace frío. Sostengo el IChing sin remedio.

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Salí aturdido de la escuela en la mañana, porque nada de lo que sucedió terminó de ocurrirme. Ajeno, absorto, desvaído. Esta secuencia de la vida se me antoja fragmentada, nunca antes había sufrido tal desintegración. Nada de lo que acontece me preocupa más allá de la necesidad práctica. Apatía en sentido griego. Parece la vida desasistida por lo vivo. Solo busco respuestas complejas ante lo que me habita por de dentro como humano. Tampoco entiendo estas ganas incontenibles de llorar. Leo el Evangelio absorto, tanteándome como el discurso de la montaña.

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Dice Ribeyro: “El inconveniente de una moral estoica, a la cual me siento muy inclinado, es que nos condena a una irremisible pasividad frente a los acontecimientos”. Esa es la pasividad que me sobrecoge. Exacta descripción de un estado.

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Más allá de cualquier vida, más allá de cualquier circunstancia, permanece la especie que nos acredita en el mundo. A ella pertenecemos y sus límites asumimos; si somos algo, en ella está contenido; lo deseado y lo hiriente; lo que nos madura y asiste; lo que nos menosprecia con la edad. Todo excepto las directrices de lo inefable, el orden de lo inaudible, que jamás el hombre reconocerá haber lastrado y que tanto bien provoca en su escucha y contemplación.

domingo, 9 de enero de 2011

Con todos los anacronismos sobrevenidos, he descubierto la música de Josquin Des Prés gracias al libro de Eugenio Trías. He de decir que Trías es el pensador español que mejor ha escrito sobre la música y que esta tarea, la de emprender un imposible, la salda con éxito sumo y con la virtud de la inteligencia. Leer sus páginas es una invitación musical, polifónica, que antecede con privilegio a una escucha detenida y que prodiga un umbral razonado para los límites pétreos y cortos del hombre. Ante libros como este, las novelas resultan fallidas ficciones y desmayadas ideas.
Después de estar varias horas escuchando su música, una incipiente fabulación de la música moderna y un presentimiento de lo contemporáneo, sólo puedo manifestarme a través de unas líneas versales, vagidos, suspiros lábiles. Todo ello a pesar de que sus composiciones las realizaba por encargo, jamás por iniciativa estética en sí o por puro deleite. En él se desmoronan todas las teorías del XIX y él, Des Prés, mejor que otro artista, condensa la actuación de un talento ante una disciplina artística.

Sol de vihuela
y límite del alba.
Oracular presencia
de los sonidos.
La piedra rota
por la lluvia y el magma
de tu presencia.
La claridad
deviene toda
de lo inefable.
Sólo en tu música
se desdice la aurora.

sábado, 8 de enero de 2011

Hay quien decide dedicar a la escritura una franja horaria estable como si la escritura fuese un trabajo que pudiera decidirse cuándo se realiza. La primera lección del diario es la disciplina en la escritura, pero a poco que uno va escribiendo, va tomando conciencia de que escribir puede convertirse en una ráfaga pasajera, momentánea, esporádica, imprevisible. En ocasiones, durante horas, intento concentrar alguna idea o amarrar alguna argumentación sin apenas conseguir más que un puñado de vocablos. En otras, por el contrario, con una sola oración o frase o apenas un párrafo ejecuto lo que considero suficiente. Así, el diario es la actividad de la suficiencia, la práctica borgeana de que siempre algo se puede contar con menos palabras de lo que se hace.
Esta creencia diarística que, repito, ha constituido una renovada postura ante lo literario, se acerca demasiado a la poesía. Y es en este punto donde se corre el riesgo de caer en la lírica vacua de algunos escritores que pretenden insuflar en sus líneas alguna evocación lírica. Esa evocación es, apenas, payasada emocional o melosa actitud sentimental.
En un diario uno debe sacarse las tripas y ponerlas encima de las sílabas. Debe contener este cuaderno las más insospechadas anotaciones, aquellas que no tienen cabida en la prosa erecta y que no tienen lugar en la poesía. Todo lo que no ocupa la poesía pertenece al círculo de lo fungible, de lo desechable. Y en esa batalla debe actuar el escritor en su rescate, en el rescate de aquellas líneas condenadas al olvido porque son solo dictados de un ego envirotado.

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Hay quien habla del compromiso en lo literario aun sin ser literario. Esa es la segunda lección y acaso la más complicada de edificar: el compromiso diario con la escritura. Jamás debe desfallecer el escritor ante la palabra. Ella es siempre tentación, suficiencia, altanera, superior, indefinible, irrevocable, justa, exacta. Es el escritor el que batalla en su búsqueda precisa y el que debe alojarla en el lugar más exacto de su sintaxis y en el lugar más preciso y bello de su semántica.
En esta disputa, no caben los prejuicios y no debe e discurso amoldarse a las circunstancias más banales y más chabacanas que nos suceden en la casa o en el trabajo. Tenemos que elevarlas a categoría y otorgarles la suerte de lo literario. Para ello, solo es posible convocar el compromiso con la palabra dada, con la palabra literaria, con la que no se confunde con el rumor de las modas ni de los conchabeos.
Como una galería selecta, como una ciudad que muestra sus ruinas perennes, como un espíritu que se altera con la música de Bach, como un océano sin desmayo, como un cielo abierto colmado de luz, se debe escribir en un diario. Lo demás es subalterna aspiración sin sentido.

viernes, 7 de enero de 2011

Adquirir, por lo pronto, un tono menos literario, quiero decir, desvincularme de la continua reflexión sobre la sucesión de palabras que persiguen una estética y que llamamos literatura deba ser lo necesario; o a lo mejor, la opción más adecuada reside en realizar un viraje sobre los mismos pasos, pero con respiración nueva, con la casa encendida; o asumir ciertas convicciones hasta desaforarlas o, siemplemente, escribir, escribir, sin más ni más, como viene la vida, como se bambolean las barcas arumbadas en la orilla, como lo hacen los años sin meditación alguna. Escribir como síntoma del ritmo intrínseco que nos sobrecoge más allá de nosostros mismos.

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No hay nada más necesario como la reinvención de uno mismo. Es la señal máxima de la luminosidad y de la certeza de ser humano: lo cambiante todo. En esa transmutación del pensamiento puede uno terminar por enraizarse en lo que estuvo negando normalmente por desentendimiento e incomprensión. Ahora, que brotan claras las aguas de un río manso dentro de mí, asiento ante el vuelo del pájaro, ante la presencia de este cárabo que perfila el horizonte.
Como sus plumajes libertinos en el aire, ansío la luz no usada, como sus plumajes libertinos. He aquí la presencia de un hombre renovado, que ha contemplado, en lo más profundo y único, la vuelta al sosiego que otorgan las ideas calmas. Ningún hombre debe infundir en otro conversión alguna a esta u otra ideología o creencia. Sólo el cambio individual y propio, adquirido por el conocimiento interno, es verdadero. El resto es rumor oculto y evitable.

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Quizás añadir algunas notas de ironía o humor al diario lo haría más ameno, ameno tal y como lo utilizaban fray Luis y San Juan… el ameno huerto deseado.
Tampoco esto garantiza nada, más bien lo que provoca es incertidumbre y esa es una consigna que debo evitar. Las obras de una pieza fueron portadoras de una idea central potente y en la que el autor volcaba todo su furor intelectual. Eso sí es escribir como del alma.
Lo que sucede ahora, lo que hacen esos poetas llamados jóvenes (la poesía no entiende de edad más que la del tiempo único) es seguir sin concesiones el dictado de otro, de alguien que sigue las directrices ideológicas o religiosas de turno.
No le conviene a la literatura los religiosos metidos a poetas, ni los comunistas metidos a poeta, ni los tontos mediocres metidos a poeta, ni los que no tienen oído metidos a poeta, ni los que sueñan con ser poetas sin poder serlo. Todos deben ser expulsados, maltratados por la propia poesía. Esta debe evidenciar la falta de talento y eso se nota desde la primera sílaba.
Por lo tanto, no voy a desdecirme de esto que escribo, pero ya basta de elogios vacuos a los mediocres de siempre, alguien tendrá que decirles otra cosa como, por ejemplo, que no saben escribir, que esa cualidad es tan verdadera y transparente que ellos no pueden poseerla desde fuera de la literatura, ya sea con un millón de libros, con voces panfletarias o con misarios de domingo.

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Ante esta afirmación de H. Belloc siento un extraño asentimiento que no confirmo, que me convoca a otro juicio: “Europa es la Fe y la Fe es Europa”. A pesar de sus argumentos bien trabados y de sus textos redondos, hay cierta desconfianza insobornable que me hace reticente ante tanta convicción.

jueves, 6 de enero de 2011

El año comenzó en Madrid recorriendo las callejuelas que circundan la Plaza de Cascorro, en el Rastro. Era temprano y decidimos comenzar la caminata en busca del algún libro o de algún objeto de esos chamarileros que asedian las calles con cachivaches. No conozco una forma mejor de comenzar un año, rebuscando en lo antiguo para hacerlo nuevo, enraizar en lo obsoleto para reanimarlo y darle un soplo vivífico y renovador.
Como esos detectives meditabundos, comienza uno a ojear un libro de lejos, por ejemplo, el volumen I de la Obras completas de F.G.L recopiladas por Guillermo de Torre para la editorial Losada, en el año de 1938. La edición añade unas palabras de Margarita Xirgu que advierten de que la edición está realizada de acuerdo con los originales que ella poseía del autor y que contienen los últimos retoques del mentor. El lomo está muy trotado, la página de portada está despegada. Poco importan esas cicatrices. El libro está debajo de una mesa enorme con libros de lance que tienen poco valor literario y económico. Sin embargo, el volumen de Lorca descansa alejado de toda esa mansedumbre libresca; lo hace solo, aposentado en los bajos de las modas de paso como huyendo de la fábula de fuentes sonorosas y vacuas. Rescato el libro con cuidado y con movimientos de músico y el gitano comienza a mirarme de soslayo advirtiendo que si he decidido recogerlo del suelo tendré algún motivo importante para ello. Rápidamente se acerca y me dice que el libro es bueno. Ante esta acción, decido contestar escuetamente y dejar el libro donde estaba. Es demasiado temprano y los chamarileros se encrespan con sus mercancías en las horas tempranas. De golpe, medito que volveré al mediodía, cuando el marchante se vea que ha vendido poco o ni siquiera nada y que un puñado de euros sería una buena recompensa por ese libro “bueno” de Lorca que incluye Bodas de sangre, Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín y Retablillo de Don Cristóbal. Así lo hago y así se lo indico a M.C. que, a pesar de todo, ya sostiene en sus manos una edición de Métrica Española. Reseña histórica y descriptiva, de Tomás Navarro Tomás, publicada en Siracusa en 1956.
El libro de T.N. presenta una edición en tapa dura, muy bien mantenida, sin anotaciones ni subrayados. Alguien tuvo que haber alojado el libro en sus estantes y consultarlo poco, a pesar de que el volumen me parece que se ha superado en pocos aspectos, a pesar de su antigüedad y de los logros de la retórica moderna. Junto al libro de Lausberg, lo tengo por un excelente libro de referencia y así se lo hago notar a M.C. que lo suelta siguiendo la estrategia de otras ocasiones pasadas y que tan bien tenemos afinada.

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Definitivamente, diario. Si el año pasado comencé con reflexiones acerca de la naturaleza de estas letras, ahora, lo que me preocupa es cómo remozarlas y darles vida nueva. No sé si los temas cambiarán o si mantendré la misma musculatura diaria de hace más de trescientos días. Como en un umbral, la palabra se difumina en su propio centro y es trabajo atlántico definir a priori qué será este diario.
Hay, sin embargo, una serie de actitudes que me hacen mantenerme firme en este propósito. Por ejemplo, el cambio brusco que he sufrido en relación a la fe, a lo sagrado, a la cultura europea y a la necesidad de rescate que sufrimos en la sociedad actual. No hablo de pasajeras influencias, sino de la aparición de nuevas convicciones meditadas durante horas y lecturas. Si estarán o no en las páginas siguientes, se verá con la evolución de mí mismo, del otro que escribe según sus caprichos.

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…compré, por dos euros, una antología con textos de Ramiro Ledesma Ramos publicada en Ediciones Fe, en concreto, en una serie de "Breviarios del pensamiento español", en 1942. El libro incluye textos muy curiosos que abordan diversas temáticas que van desde "La unidad nacional" hasta la "Historia de las J.O.N.S", pasando por textos que se enfrentan al marxismo y otros que inciden en el "Sentido de lo social". Junto al libro de Ledesma Ramos, compré otro de José Antonio Primo de Rivera, Anthologie, ya que el libro recoge textos en francés. Está editado por Ediciones Prensa del movimiento, en Madrid, en 1950. Los textos están escogidos por Gonzalo Torrente Ballester. Incluye, como curiosidad, un soneto de Dionisio Ridruejo dedicado a José Antonio traducido, igualmente, al francés.
El señor que me vende estos libros me dice que me los vende por un euro los dos ya que son libros de dos falangistas y de dos seguidores de la dictadura. El señor me habla con insidia como si yo estuviese una figuración de esas ideas que tanto le enfurecen. A las palabras del vendedor de libros no les veo ninguna amenaza y le digo que soy filólogo y profesor de Literatura y que sólo los compro por interés bibliográfico. A pesar de mi escueta respuesta, el señor se enfada aún más y me dice que me regala los libros y que me los meta por el culo. Con sorna, le digo que lo haré gustosamente ya que no se merecen más que eso. M.C., que asiste al espectáculo, me agarra del brazo y me dice que no debería entrar al trapo con estos señores, pero a mí me encantan estos episodios de confusión, de prejuicios, ya que identifican las vertientes actuales de la sociedad y me hacen sentirme vivo y reluciente entre tanta mojigatería.

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No me olvido del libro de Lorca y el de T.N. Debido a ello, me vuelvo, rayano el mediodía, de nuevo al chamarilero de marras. M.C. me dice que no vuelva a meterme en una trifulca por culpa de unos libros y que le pague sin más ni más al señor.
El gitano me vio llegar y se arrimó hacia donde yo estaba. Me dijo que si ya estaba decidido, ¿decidido a qué?, le contesté. El gitano me volvió a decir que el libro bueno costaba un dinero y que no pensaba bajarle el precio. Cuando un señor te dice eso en el rastro es que está deseando venderlo. Le dije qe le daría tres euros por el de Lorca, ya que tenía las tapas maltrechas, y cinco por el T.N., ya que era un libro que no iba a vender en varios meses.
Aquí los tengo, en Jerez, acompañando el I Ching, el libro de las mutaciones, que lo inicia un poema de Borges.