martes, 18 de enero de 2011

Al entrar en casa, saludo al vecino. Con amabilidad, le hago referencias al frío, al barrio, a ciertas manías de otros vecinos. Cuando termino y sobrepaso la puerta, me quedo, por unos minutos, pensando en el abismo irrecuperable al que acabo de mandar un puñado de palabras y en los millones de ellas que han sido víctima de la sociabildad y la cortesía. Por ello, cada vez que ocurra algo parecido iré al diccionario y anotaré una palabra nunca dicha ni escrita para reavivarla en mi mollera y en este cuaderno. Algo parecido a instaurar una luz allí donde la noche es pesadumbre del espíritu; será sin ser notada, escondida en la senda natural del espíritu.

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En la mesa, un libro de Tolstoi encima de las poesías de Rilke. Los abro alternativamente. Literatura sin más.
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La niebla tiene tomada la calle y le confiere ángulos que antes no pude apreciar. Son como ritmos en el aire que abren nuevas realidades. La carretera estaba absolutamente entregada a la blancura en ascuas de la niebla en el asfalto. El campo escondido y al resguardo del rocío. Atravesaba la espesura con las manos manchadas de óleo.

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