sábado, 28 de junio de 2008

LA "BIBI"BLIOTECA

El cansancio es como una verdina que se incrusta insonora y que casi nos deja inmortales. Por el cansancio, hace ahora un año, no pude contemplar cómo transportaban por las aguas del gran canal veneciano el puente que Santiago Calatrava había diseñado. Menos mal que en Venecia los prodigios acontecen a diario, sin tiempo, en plena amanecida.
Veo en la prensa que en Jerusalén han colocado otro de esos puentes atirantados y geométricos que parecen surgidos de una imposibilidad física. Tantas toneladas en equilibrio, tantas mediciones en el aire. Y eso parece que le ocurre ahora al país, que se encuentra en un estado gaseoso en que las cosas no se llaman por sus nombres, en que los asuntos que se colocan en el observatorio bien merecen una mueca malévola de indignación.
No es justo, en un sentido amplio de justicia, cuasi filosófico, que una señorita se haya convertido en Ministra de Igualdad, que se le haya creado un ministerio nuevo y que además quiera compartir con el resto de los ciudadanos su supina ignorancia, su paupérrima dialéctica y sus modales de niña de feria vestida de gala. No es la primera ministra que me lleva al bochorno, ya se encargaron la difunta Loyola de Palacio y Carmen Calvo de advertirnos que el puesto costaba poco. Sin embargo, la pedantería enquistada de Bibiana no hace más que conducirme al cansancio primero que comenzó estas líneas.
Bibiana Aído ha demostrado en público que su aprecio y defensa de la lengua española parte del desconocimiento absoluto, de la ignorancia alquitranada que conduce a la sinrazón. Pero además, últimamente, se atreve con ponencias inyectadas de una moralina que ya me suena a fundamentalismo soviético y perdición de las almas. Es decir, resulta que los disparates son ahora de orden antropológico, ya que sin darnos cuenta nos hemos convertido en un batallón del etnocentrismo. Obviamente, esta muchacha creo que no sabe qué es el etnocentrismo, qué es la lengua española y qué es una biblioteca; es más, pienso que si realmente supiera medir el valor que poseen las bibliotecas, jamás hubiera lanzado propuestas como las que ha manifestado. Me gustó el desplante socarrón de César Antonio Molina y la aclaración que dejó a la galería.
Si existe un espacio en que conviven todas las lenguas posibles para la escritura; si existe un espacio en que confluye la diversidad de criterios, las interpretaciones de las culturas; si existe un lugar de privilegio en que se nutre la formación de las mentalidades, ése es una biblioteca. Y una biblioteca sesgada, utilizada con finalidades políticas de cualquier orden, deja de manifestar la libertad de espíritu que la inteligencia otorga.

viernes, 27 de junio de 2008

¡VEN A MÍ, OH, LENTA MANERA!

Más allá de apreciaciones académicas y de juicios personales, hay citas que parecen surgidas para el grueso de los humanos. Llevo algún tiempo leyendo de forma aséptica, sin dejarme llevar por efusiones estilísticas. Cada vez creo más, con Kafka, en la obra literaria escrita con la sencillez de las ramas, pero con la profundidad del universo. Me empachan igualmente las tendencias grupales y contemporáneas, tan empecinadas en ofrecer lo moderno y lo nuevo, pero tan pelonas de lecturas. Al poco que uno lee cualquier obra clásica -la que nunca terminar de decir lo que tiene que decir- se da cuenta de que la novedad, en ocasiones, se asemeja a un chubasco pasajero; ni es agua ni nube, ni paisaje ni esencia, sino una encrucijada involuntaria de los elementos. La diferencia está en que los elementos en literatura han dejado de ser la palabra y el ingenio para convertirse en editoriales y mercado.

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A más de un poeta nonato y prosista pubertino, le conviene repensar estas palabras de Nietzsche en el prólogo de Aurora: “No en vano se es o se ha sido filólogo. Filólogo quiere decir maestro de la lectura lenta, y el que lo es acaba por escribir también lentamente… Ese arte enseña a leer bien, es decir, despacio, con profundidad, con cuidado, con atención, y con intención, a puertas abiertas y con ojos y dedos delicados”.
Mis dedos son toscos aún; mis ojos, demasiado miopes. Si en la lentitud anida la lectura profunda, dejaré de leer por unos días para ver si calmo y sosiego esta necesidad fieramente cotidiana.

miércoles, 25 de junio de 2008

DESDE LA VENTANA, LAS PARALELAS.

Como un funambulista, me arrojo a escribir sin fines determinados. Escorando la mirada hacia los laterales, ausentes de red, me dispongo a cruzar la cuerda floja que sostiene buena parte de los días, buena parte de los entresijos que manifiestan su descontento con cada amanecida. Me acompañan las rarezas que la mirada desprende cuando se posa en lo circundante, cuando se desvencija la disposición del mundo. El mundo, entonces, es un claustro humedecido, rodeado de columnas, un trazado que equivale a sentirse en una membrana acuosa. El mundo, entonces, es una laguna poseída por la quietud de lo insólito.
Beso en los labios, y el mundo cambia.

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Esta mañana he abierto un libro en la estación, momentos antes de que llegara el tren. El caso es que me encontraba terminando un paŕrafo crucial para entender la obra de Baroja en la que estoy imbuido. Entonces decido lo que nunca antes había decidido, y sigo leyendo, con una sonrisa cruzándome los labios; y no sólo culmino el párrafo sino que termino el capítulo y casi el libro.
El tren ya se ha ido cargado de ruido y de vidas paralelas. Me ha dado igual que se marchara y que yo no fuera en él como es costumbre. Algunos me han mirado desde la ventana extrañados por la decisión y me invade un estupor de satisfacción y de tiempo perdido. Es esto lo que debiera hacer cada mañana.

lunes, 23 de junio de 2008

UNA MANERA DE ENTENDER.

La bitácora me ha traído nuevas costumbres que me invaden a diario: la necesidad de escribir en unas dimensiones más o menos establecidas, los temas con los que puedo abordar una entrada, las imágenes que selecciono para cada una de ellas, las referencias a compañeros, amigos o comentaristas virtuales, etc., todo ello, además de los elementos que ni siquiera detecto, me reconforta cada vez más.
Una de las manías que se ha enquistado con más profundidad es abrir un libro al azar, por una página cualquiera, con la intención de glosarla y pensarla. Prefiero este mecanismo hermenéutico a la reseña de un volumen completo, porque con ello me demuestra la literatura (o la filosofía, la historia…) que cada página, cada línea, puede volver a pensarse, volver a escribirse de manera distinta. Por este motivo, ya no sólo recurro al comentario con el lápiz en los márgenes de la página o al subrayado con el bicolor de aquellos párrafos de arquitectura versallesca, sino que recojo en la memoria, precipito sobre el moleskine o resguardo con el separador de páginas las letras que van a sufrir una metamorfosis bajo mi atención, la de quien espera el milagro de encontrar el ritmo oculto de la literatura.

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Hay poetas que encierran el misterio en sí de la poesía, filósofos que auguraron la esencia de las ideas, escritores que dibujaron el mercado de las entrañas, como Cervantes. Hólderlin es, sin duda, uno de esos vates que al ser leídos insuflan una sobredosis de extrañeza que personalmente equiparo con la poesía como axioma liminar de los elementos. No en vano, podemos leer los Ensayos, de Hölderlin, (Hiperión, Madrid, 2008), traducidos, presentados y anotados por uno de los grandes filósofos de esta península, Felipe Martínez Marzoa. Lo recomiendo por entero para los que hayan catado sus versos previamente. En la página 171 dice Hölderlin: “Temor ante la verdad, a partir de ahí el placer en ella. En efecto, la primera captación viviente de ella en el sentido viviente está, expuesta a confusiones; de modo que uno no yerra por culpa propia, ni por una perturbación, sino por causa del objeto superior, para el cual, relativamente, el sentido es demasiado débil.” ¿Será esa verdad la de la poesía, ese turbamiento la excitación de escribir versos? ¿No es por ello el mezquino idioma, el círculo de hierro de la palabra esa debilidad del sentido?
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¿No se nos escapa en la mirada demasiada verdad?

sábado, 21 de junio de 2008

EL RÍO

Todavía no han llegado a entender los políticos que a la problemática ambiental que sostiene y enmarca una ciudad se le debe tener el respeto que se merecen los ciudadanos. Quiero decir, claramente, que el problema del río no es un problema que sólo afecte al río, en sí, como un ente externo a nosotros, sino que si la alcaldesa y su equipo de gobierno no lo atajan como es debido, atentan contra los derechos de los conciudadanos. Es decir, parece que están desatendiendo las maneras afangadas del río en beneficio del silencio que conviene a la Junta de Andalucía por las siglas comunes. Es una forma de despreciar a los ciudadanos de una ciudad, y a sus allegados que se cuentan por miles, por el mero hecho de no levantar otro escándalo a esta comunidad andaluza de trasiegos socialistas. Y comienza uno a cansarse de tanto beneficio personal en las alcaldías. No sé dónde reside la solución, pero desde luego la política local se ha convertido en un erial de seguidores acérrimos a un partido que consigue su puesto de trabajo sin demostrar nada nunca a nadie. Sólo que sigue, con anteojeras, el dictado unidireccional del partido de turno.
He comenzado hablando del problema del río porque llevo varias semanas resistiéndome a abordar la chocolatería que desemboca en el Guadalquivir. No en vano, no es la primera catástrofe que sufre el río de las conquistas americanas. Si mantuviésemos y se les diera el espacio que se merecen a los ecologistas, estos nos explicarían con pelos y señales las miles de tretas e irregularidades que se proyectan en él. Pero la desinformación es absoluta, tal y como acostumbran cuando no conviene que el problema salga a flote y se convierta en “vox populi”.
Sólo hacen referencia a los análisis que se realizan en el río y de la salubridad del agua. Pero el hábito hace al monje, valiéndome de un refrán manipulado, y las aguas no se muestran con la claridad que cualquier bañanista requiere. Esta circunstancia hace que muchos veraneantes, ya atosigados por la maldita subida del petróleo, hayan decidido cambiar de lugar de vacaciones. Esto para el sector de la hostelería y del comercio es una catástrofe que deviene de otra. No me imagino, miren por dónde, que estas cosas ocurran en otras comunidades, y pongo por caso a Cataluña. Sería impensable que el río mayor de esa comunidad sufriera los desmanes y los vertidos y el maltrato que aquí recibe el Guadalquivir. Si eso llegara a ocurrir, en el Congreso ya estarían buscando una partida de presupuestos.
El río es un bien natural que convive con el hombre y debe éste saber respetarlo y aprovecharse de sus cualidades. Sin embargo, se está convirtiendo en un fiel reflejo del devenir de las políticas locales de este país, esto es, un curso repleto de fangos que viene de no se sabe dónde, aunque todos lo imaginemos.

viernes, 20 de junio de 2008

DIME LO TUYO, SERÉ YO.

Tenía preparadas unas líneas sobre Camino de perfección, de Pío Baroja. Sin embargo, a pesar de que me está alegrando la lectura de esta "pasión mística", -así se subtitula con ironía barojiana en efervescencia-, tras algunos pasajes, me he detenido en dos preguntas que me traen distraído: "¿Qué es un hombre sin el concepto de humanidad? ¿Qué es un libro (novela, poesía, teatro...) sin el concepto de literatura? ¿Existiría la literatura si solo hubiera un libro literario, uno solo; o ni siquiera haría falta éste para crear el concepto? Me ocurre lo mismo con los hombres, ¿haría un solo hombre a la humanidad o necesitan esos arquetipos de la experiencia para convertirse en eternos?
Mientras tanto sigo con Baroja, con Fernando Ossorio y con Schultze, que conduce a Ossorio por los caminos nietzschenianos de la perfección.

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En muchas ocasiones he pensado en ese Libro de la risa que supuestamente escribió Aristóteles, según Umberto Eco en El nombre de la rosa; ahora bien, ¿puede llevar la invención puramente ficcional ha crearnos realidades que pasen por reales? Creo, sinceramente, que ése es el camino único de la literatura que mejor frutos ha dado y que, al menos, se mezcla con la experiencia empírica. ¿No tiene en los sueños lo que pasó, lo que nunca pasó y lo que inventamos la misma naturaleza para la memoria? ¿Qué somos sin ella?

jueves, 19 de junio de 2008

ESTA NOCHE, LA NOCHE.

No siempre está conforme uno con lo que escribe o reflexiona. La mayoría de las veces, cuando vuelvo sobre un tema ya recorrido o apenas tanteado, se me vienen a la cabeza miles de enmiendas, retoques, cambios. Es el caso de unas anotaciones que había escrito el 17 de junio de 2008. Creo que iba en el tren leyendo a Hölderlin y de repente escribí: “Si escribo `noche´, ¿recojo con esa palabra las cualidades de la`noche´ o sólo las de la noche concreta que miro aterido? Pero, ¿no posee, en efecto, la noche, esta noche, la misma que la noche? ¿Qué registro entonces con esa palabra?”. Al leerlo ahora, me digo que la verdad puede decirse de formas distintas y que por eso la noche es siempre la misma noche, al igual que nosotros somos los mismos y otros al tiempo de un yo. ¿Quién era Pessoa y quién Bernardo Soares o quién Ricardo Reis, etc.?

lunes, 16 de junio de 2008

TRES NOTAS EN LA NOCHE

Al final del día conviene un repaso, parada y fonda. Por eso hace unos momentos me he decidido por los Diarios, de Kafka. En ellos leo lo siguiente: “Una de las ventajas de llevar un diario consiste en que uno cobra consciencia, con una claridad tranquilizadora, de las transformaciones a que está sometido incisamente, en la que uno, en general, cree, por supuesto, y que intuye y admite, pero que niega de forma inconsciente cada vez que lo que importa es obtener, al admitirlas esperanza o tranquilidad. […] Uno encuentra en su diario pruebas de haber vivido, de haber mirado a su alrededor y de haber anotado observaciones […]”. Esto lo escribe Kafka el sábado 23 de diciembre de 1911. ¡Qué enseñanza!, el diario como constatación de haber vivido, como registro perenne de la filtración de la realidad en los sentidos y el alma. Entonces, Franz, ¿es tu diario el único testimonio de tu vida?¿Se cifra en él lo que elegiste de lo que circundaba tu realidad? Si es así, cuando te leo siento que soy otro, un tal Franz Kafka que escribe en su diario para escoger, entre el movimiento perpetuo, las palabras quietas como soles disecados, con luz, pero muertas; con brillo, a pesar de su suicidio.

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Tal es la tarea, interminable. Por eso Heidegger aviva a pensar: “El hombre puede pensar en tanto en cuanto tiene la posibilidad de ello. Ahora bien, esta posibilidad aún no nos garantiza que seamos capaces de tal cosa". Qué prudencia poseen estas palabras, qué clemencia para con el hombre. Aun esperanzado, Heidegger tiene una fe enorme puesta en el hombre. Llega a decir: “Porque el hombre es el ser viviente racional. Pero la razón, la ratio, se despliega en el pensar. Como ser viviente racional, el hombre tiene que poder pensar cuando quiera. Pero tal vez el hombre quiere pensar y no puede. En última instancia, con este quieres pensar el hombre quiere demasiado y por ello puede demasiado poco”.
Está en lo cierto Heidegger si apuesta por la insuficiencia del pensar del hombre como el único instrumento capaz de escudriñar la realidad, pero también es cierto que para el hombre es lo único posible. Así que si queremos demasiado, si sólo poseemos la capacidad de intuir que somos incapaces, gocemos de esa incapacidad, de esa imposibilidad. En ella reside la naturaleza racional del hombre, con ella debemos morirnos después de haberla usado hasta límites nunca imaginados. ¿No es un diario una impresión cuarteada de todo lo que nos determinó por entonces?¿No lo gozamos acaso? En la consciencia de la insuficiencia está la virtud de los hombres. Por eso la literatura debe perseguir siempre la tangente de los entes infinitos, precisamente los que nos configura como hombres y nos acerca a esa sensación de insensatos. Hermosura no usada es el pensamiento.
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Entonces la escritura es una huella en el tiempo que traza el espacio de una verdad personal, el encuentro fortuito con lo indecible.

sábado, 14 de junio de 2008

NADIE NOS NECESITA

Va y me dice, ¿ves cómo se posa el sol sobre las nubes, cómo enarbolan los pájaros sus alas al viento?, con eso me conformaría en la vida. Veníamos de hablar horas y horas sobre las catástrofes que azotan a este mundo hipermoderno. Contesté diciendo que la modernidad consistía en estar delante de una televisión la mitad de una vida, oyendo -escuchar es un prodigio- palabrerías hueras y comiendo una comida que remeda la misma basura que se inocula; que ahora los escritores se dedicaban a ganar premios y enseñarlos por las radios y los suplementos culturales; que los padres de familia regalaban a sus hijos un teléfono y un ordenador y que con ello decían haberle otorgado el fuego de los dioses; que la carrera política era una carrera de conveniencia personal en que jamás se atiende a los intereses de los conciudadanos del Estado; que los periodistas vivían de las historias amorosas de los ricos, que se habían convertido en carroñeros; que las huelgas terminaban incendiando a los compañeros y sus camiones; que los miembros se habían transformado en “miembras” y que la lengua era cosa de ministras púberes e incultas más preocupadas del maquillaje que de la cosa en sí, etc. Es decir, si el hombre moderno ha terminado por consumir el humo de los coches, la basura norteamericana triturada e hipnotizado por la chabacanería que se despliega en la televisión, es que estamos en vías del suicidio colectivo; si el hombre moderno ha terminado por rodearse de mierda por todos los lados, es que no ha sabido conducir los logros, si los ha habido, que alguna mente que otra ha sido capaz de regalarnos.
El compañero, F. Ossorio, seguía ensimismado con el vuelo de los pájaros y con la cadencia del sol sobre las aguas. Yo preferí quedarme en silencio y dejar hablar al viento, como decía Onetti. Por un momento, el vuelo de una gaviota nos rozó la frente y no tuvimos más remedio que agachar el cuerpo, flexionar las rodillas. Quizás es esto lo que nos queda, flexionar el espíritu. ¿No es libre el espíritu?, pregunté cargando la situación de enigmas. ¿Libre? ¿Es libre el vuelo de esa gaviota?, me respondió seriamente. Creo que la gaviota vuela a su merced siempre que el viento no se lo impida, el viento para nosotros es la masa, compañero, la mole humana rodeada de excremento. No supe si asentar con la cabeza aquella afirmación o si seguir rebatiéndole aquellas bagatelas de domingo.
Preferí el silencio, de nuevo, aunque en mi cabeza seguía buscando y arañando alguna otra virtud para el hombre, al fin al cabo, no nos queda más que eso.
Fíjate aquí en Sanlúcar nos queda un río embarrado al que no se le presta atención alguna. ¿Piensas tú que le importa a alguien, a quién debiera importarle? Entonces fui quien miro de nuevo a los pájaros; la nube ya se había marchado enroscada con mis ilusiones.

jueves, 12 de junio de 2008

UNA CONVERSACIÓN PENDIENTE CON FOUCAULT

Es difícil deshacerse de las reflexiones cuando estas son importantes para uno. Persisten por unos días, traban conexiones insospechadas, por nuevas, y al final lo renueva a uno, dotándonos de cierta euforia pasajera y endeble.
Algunas veces aparecen por la memoria algunas frases cristalinas, de autores recurrentes para uno. Es el caso de Foucault y su Las palabras y las cosas. En el inicio de ese libro hay dos cosas que de antiguo percuten, de vez en cuando, mis divagaciones más inmediatas. La primera es que el libro nació, según Foucault, tras la lectura de un cuento de Borges que le provocó una risa fecunda, tanto que creó un libro. La segunda se deposita en la siguiente interrogación: “¿Qué es imposible pensar y de qué imposibilidad se trata?”. En muchas ocasiones he querido formar una respuesta sólida, de la que no me arrepienta de inmediato. Hoy me atrevo a decir que esta pregunta es clave para entender el fenómeno literario, porque quizás la literatura es esa forma de la imposibilidad.

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El mismo autor dice unas páginas más allá: “Los códigos fundamentales de una cultura fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá”. Y digo al calor de esta aseveración, ¿no son los géneros literarios ese lugar, ese topos que de antemano les viene dado a los escritores, el mecanismo que le reconoce como tal a él y para nosotros, los lectores?

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El mundo o, mejor, la Realidad, seguiría a pesar de la inexistencia de los hombres, no los necesitaría. El orden del universo sería el mismo, sus factores idénticos, su devenir quedaría intacto. Entonces, ¿qué aporta nuestra presencia sobre la realidad: mera palabrería poética, insustanciales acercamientos razonados, mediocres y caducas pretensiones de infinitud en qué?

martes, 10 de junio de 2008

DETERMINACIÓN Y LENGUAJE

El tema es demasiado amplio, pero no me resisto a esbozarlo al menos. Hace poco me entregaba un compañero unos folios que versaban sobre el Determinismo. En la introducción ya planteaba una de las cuestiones capitales que atraviesa la problemática tal y como él la expone: el lenguaje en referencia a los conceptos, los objetos, la realidad. Es cierto que la Filosofía se ha encontrado desde sus inicios con este problema y no lo ha solucionado nunca. Hermosas son las palabras de Platón en el Crátilo sobre el lenguaje en relación a las ideas o, en mejor decir, a la posibilidad de la orthótês (“exactitud”, “corrección”…). No despliega Platón una reflexión sobre el lenguaje en sí, como han querido ver algunos filólogos de refrito bibliográfico, sino la relación de éste con la realidad, esto es, si mediante del lenguaje se puede llegar al conocimiento filosófico. Ya dedicaremos una entrada que aborde estas tribulaciones que se traen las palabras y las cosas. Sólo quería comentar en voz alta y compartir con vosotros estas ideas, deslavazadas y mal planteadas, a lo sumo.
Precisamente, esa es la tesis de Deleuze y Guatari en ¿Qué es filosofía? (Barcelona, Anagrama): “La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos”. En este sentido, vienen al pelo las palabras de Nietzsche en “Sobre el arte de la desconfianza” y que viene a cerrar las conclusiones que el compañero de marras desgajó de sus argumentaciones: “Los filósofos ya no deben darse por satisfechos con aceptar los conceptos que se les dan para limitarse a limpiarlos y a darles muestre, sino que tienen que empezar por fabricarlos, crearlos, plantearlos y convencer a los hombres de que recurran a ellos”. Sigamos pues estas recomendaciones y no nos sintamos satisfechos cuando nos presentan las cosas envueltas en esa perfección de tabula que tanto nos gusta a los pobres de entendederas y a los sofistas de cátedra.

domingo, 8 de junio de 2008

CUADERNOS, ANOTACIONES.

Si en la actuación práctica hay dos grados de compromiso, según Aristóteles en su Ética a Nicómaco, en su Política y con Quintiliano, puedo entender ahora muchas cosas a las que no sabía otorgarles un ángulo de interpretación. Por un lado, está el juego (ludus, otium, schola) y por otro, la ocupación seria (negotium). Confundirlas es lo habitual, a no ser que el escritor conciba, desde el principio, el asunto como negotium.
Esto casa perfectamente con lo que vengo defendiendo de un tiempo a esta parte: el poeta (el escritor) comienza jugando con la nueva manera de entender el mundo, ya que reconocer en uno mismo que aprehende la realidad, en un sentido lato, bajo otros parámetros, en este caso, lingüísticos, supone un enturbamiento inicial. Luego viene la calma, el temple, la meditación, y se hace uno poeta. No es que al principio no surjan buenos tanteos, buenos acercamientos, lo que ocurre es que luego se produce el acercamiento en sí y la cosa se pone tan difícil que queremos que la palabra sea la cosa misma.

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El verdadero escritor es un hombre que no encuentra sus palabras. Así que las busca. Y buscándolas, encuentra las mejores”. (1902. Sin título, II, 669).P. Valéry, Cuadernos.

Esa disciplina hercúlea de Valéry es un trabajo imposible. Escribir a lo largo de cincuenta años, como apunta Sánchez Robayna, diariamente, desde las cuatro o las cinco de la mañana y durante tres o cuatro horas es una tarea de dilución absoluta en la letra que se convierte en el síntoma de la grafomanía más transparente que pocas veces podemos constatar. Estos Cuadernos (1894-1945), de Paul Valéry (Barcelona, 2007, Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores) son una compilación en quinientas cincuenta páginas de las más de veintiséis mil seiscientas que componen los Cahiers. En ellas caben de todo. Una vida. Tanto es así que la Pléiade francesa intentó una especie de tabulación por temas, trabajo quimérico. ¿Cuál es el tema de una vida?
Luego el libro se escribió bajo el influjo indeterminado de los días, no había plan trazado por el escritor. El resultado es una verdadera miscelánea, una fragmentación absoluta, per natura, de la escritura en libertad. “Escribir -para conocerse- y eso es todo”. (1907-1908. Sin título). Todavía algunos se sienten novísimos porque fragmentan sus novelas con un puñado de mensajes de móviles, correos electrónicos y recetas del médico. “Pero no hay que creer que esto sea una novedad. Esto es sólo hacer de manera consciente lo que está necesariamente hecho de manera inconsciente en todos los casos en que interviene el lenguaje. Etc. (1933. Sin título, XVI, 645).

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Tan sólo hay que espigar un poco por las Anotaciones a la poesía de Garcilaso (Madrid, Cátedra, 2001), de Fernando de Herrera, para caer en la cuenta de que si bien es verdad que la tradición antiquísima de los comentaristas y glosadores ha ido en declive, en la actualidad es de espanto. Una cosa es tomar conciencia de que desaparece un modo de acercamiento a la obra literaria, por motivos diversos, y otra creerse en la capacidad para enjuiciar obras literarias. Creo que los modernos se creen en la poltrona juiciosa de los elegidos, cuando no son más que erratas en el devenir de la literatura que, como tales, serán corregidas, por infecciosas.

sábado, 7 de junio de 2008

LA GRACIA DEL PRIVILEGIO

Alguna vez me han dicho, ¿qué interés tiene eso que escribes en el periódico, a quién le interesa esos paseos por el Barrio Alto, ese lenguaje remilgado y suntuoso con el que rellenas columnas y columnas sin sentido? Ante estas posturas suelo contestar con un largo silencio, un silencio que enjuague las palabras del compañero. Es cierto, pienso para mis adentros, a quién puede interesarle esto que uno escribe todas las semanas, son ejercicios de conciencia que surgen por el compromiso de la rutina. Sin embargo, para atentar contra la solidez del compañero, le contesto con seriedad: “Yo creo que esto no le lee nadie, sinceramente, por eso me siento más desinhibido. A lo mejor algún amigo, por curiosidad, algún familiar, por vergüenza, algún curioso, por despistado. Tengo clarísimo que estas letras no van a herir a nadie, porque mueren en el mismo acto de su publicación. Nadie las lee, no existen”.
“Yo las leo”, me dice con premura. “Lo que ocurre es que en una columna de opinión debe existir una opinión, y en las tuyas no aparece ninguna”. Evidentemente, el interlocutor estaba buscándome las cosquillas y sabía que en más de una ocasión este mismo tema había sufrido el análisis entre cervezas. Sin querer, porque no quería hacerlo, le dije que la opinión, la mía, valía menos que las letras que escribía, “y por eso vacío de opinión la columna y dejo que sea la palabra la que traduzca esa ausencia”. “No”, contestó de nuevo como un arcabuzazo. “No tienes opinión sobre nada, eso es lo que te pasa, hay temas de los que no tienes ni idea…”. “Tienes toda la razón, de la gran mayoría de temas que ocupan un periódico no tengo una idea formada. Sólo escribo de lo que tanteo, de lo que me parece que no va a aparecer en un periódico, y menos en un semanario local”. “Claro, tú vienes a decirnos al pueblo que siempre hablamos de lo mismo”, continuó con sus imprecaciones. “No estoy diciendo eso, quiero referirme al hecho de que los provincianismos son dogmáticos”. Esta respuesta que di no era mía, se la leí en una ocasión a Ortega y Gasset y desde entonces, en estas situaciones, la suelto como quien deja correr una liebre por el campo, con la esperanza de que una sentencia tan bien expuesta con tan pocas palabras zanjase de forma definitiva el diálogo que manteníamos. “No sé, no todos lo provinciano es dogmático…”, siguió inconforme el amigo.
Tras la charla durante horas, llegaba la tarde en la que suelo escribir la columna. De nuevo no tenía tema, de nuevo no sabía cómo aterrizar en el trópico. Pensé en los lectores, y sólo se me vino a la cabeza el amigo de marras. Ese es el tema, la opinión: la belleza de ese pueblo al que vuelvo con la gracia de los privilegiados.

jueves, 5 de junio de 2008

110 LORCAS

Hace ciento diez años, en Fuente Vaqueros (Granada), nació un extraordinario poeta y dramaturgo, Federico García Lorca. A pesar de que los números que establecen las conmemoraciones suelen atender a no sé que criterios, en este trópico se producen al azar. Ahora que leo parte de la vida de García Lorca a través de los ojos de Morla Lynch, dejo unos versos:
La cariátide es la esfinge
del mar,
y el mar la cariátide
del cielo.
(Suites, II)

martes, 3 de junio de 2008

QUINTILIANOS DE HUMO

De vez en cuando, conviene revisar lo que se hacía en otros tiempos, sobre todo para no volver a caer en los mismos errores o, si se quiere, para repetirlos, pero de otra forma. Los griegos no dejarán nunca de sorprendernos por más que algunos eruditos de claustro profesoral, culturillas de salón o lectorzuelos de medio pelo, se quejen cada vez que alguien saca a la luz algún alcance de estos ciudadanos de la antigüedad. Sí, me pasó el otro día. Estaba revisando el Manual de retórica literaria, de H. Lausberg, cuando me asedió un compañero, leyó el título del libro e inmediatamente me recriminó en público que ya estaba bien eso de tener la mente en otros tiempos, “que estamos en el siglo XXI, hombre, en el siglo XXI”, fueron justamente sus palabras. Atónito y desconcertado, lo negué con la cabeza hasta tres veces, como Pedro. Cerré el libro, cambié de lugar de lectura y proseguí ensimismado con la clasificación de las artes liberales. Este es un vocero político que defiende todas las propuestas que vengan de la Consejería, sea cual sea su orientación y trato. Puede uno estar más o menos de acuerdo, encontrar desajustes entre lo que propone y lo que sucede en las aulas, pero jamás creer como impositivo ley, competencia o diversidad alguna. Subrayé unas líneas del Manual: “[…] el aprendizaje de las ars (esto es, el aprender de memoria las regulae que nos proporciona la doctrina y que aprendemos de memoria mediante la disciplina) conduce a la scientia “saber”. La scientia se transforma en facultas “poder” cuando el aprendiz posee la disposición natural y actúa en una ocupación práctica el saber aprendido”. No se me ocurrió decirle que todas las competencias pueden resumirse en este párrafo y que si no lo convencía, le leería el siguiente: “comienza la enseñanza de la lectura y escritura a base de oraciones de reconocido valor y a base también de frases y dichos célebres. […]Surge la necesidad de seleccionar la materia de la lectura, selección que se ha de hacer con criterios gramaticales, estilísticos, literarios y éticos. Lo decisivo es que esta lectura ofrezca exempla para la imitatio estilística y literaria.[…]La finalidad del discurso queda circunscrita al determinarse que el discurso tiene como fin el convencimiento, la persuasión del oyente”. No voy a establecer conexiones, por obvias, entre estas disposiciones de la enseñanza antigua y las nuestras. Otra vez el eterno debate entre antiguos y modernos, cuando más bien deberíamos ver la modernidad de los antiguos en la antigüedad de los modernos.
No se me ocurrió leer estas líneas al vocero de turno, eso jamás, sería trabajo imposible y suicida. Pero sí las dejo por aquí, con la intención de reflexionar sobre ellas a fin de que las nuevas teorías y teóricos se den cuenta de que muchas de las propuestas que arrojan de forma mesiánica fueron ya escritas y practicadas mucho mejor de lo que lo hacemos nosotros.

domingo, 1 de junio de 2008

EL MODERNISMO: APUNTES, CARTAS, PLUMAS.

Entre tanto, sigo leyendo los apuntes que Zenobia tomó del curso que Juan Ramón Jiménez dictó sobre el Modernismo en la Universidad de San Juan, campus de Río Piedras, en Puerto Rico. Para ello imito el mecanismo que aprendí de un ilustre amigo, Galbarro, que se dedicó a copiar La metamorfosis, de Kafka, o El Polifemo, de Góngora, para entenderlos mejor.
Una vez que se suceden las introducciones sinfónicas del poeta-profesor, me detengo en un dato del lunes, 26 de enero de 1953: “Unamuno [dijo] de Rubén Darío [que lo suyo] estaba escrito con “plumas de indio”. Rubén Darío [respondió]: “Quitándome una pluma de mi cabeza”. Estos fragmentos en forma de apuntes de clase se matizan con las magníficas notas a pie de página que el editor, Jorge Urrutia, introduce con maestría, conocimiento y buen tino. Para aclarar esta historia de la pluma y de los encantamientos indígenas, trae el editor unas cartas que muestran cómo se desarrolló el episodio. Son esas cartas las que me han empujado a escribir hoy, y por ello las reproduzco aquí en parte. Dice la nota: “En 1907, Unamuno comentó en algún lugar que a Darío se le veían las plumas del indio debajo del sombrero. El 5 de septiembre, Darío le escribe una carta que se iniciaba así: “Mi querido amigo: Ante todo para una alusión. Es con una pluma que me quito de debajo del sombrero con la que le escribo. Y lo primero que hago es quejarme de no haber recibido su último libro”.
La carta de Darío es más extensa, pero lo vamos a dejar aquí, hasta donde nos interesa para el caso. Sorprende el tono que utiliza el nicaragüense para responder a una boutade unamoniana; esto, en otras manos, hubiera dado pie a toda una discusión epistolar que hubiera terminado en acusaciones desvirtuadas. Imaginemos, por ejemplo, a Cernuda en el lugar de Darío, “carácter es destino”.
Es cierto que si todo quedara reducido a estas notas, la figura de Unamuno se vería truncada y sesgada por la falta de información. Por ello, debo decir también, y así lo hace el editor de estas notas, que Unamuno responde a esta carta de Darío con igual tono y templanza, en ella dice: “ Sr. D. Rubén Darío. La de siempre, mi querido amigo: ya le han ido a usted con el cuento de lo que yo haya podido decir de desagradable para usted y en cambio no le habrían contado lo demás". Cómo no estaría Unamuno para hacer referencia a ese “la de siempre”, hasta dónde no se habrán desvirtuado confesiones, afirmaciones o referencias del salmantino. Concluye Unamuno de la siguiente manera: “Si yo fuese otro me pondría a explicar eso de las plumas y a justificarlo como relativo elogio recordando algo muy exacto que de usted escribió el amigo Rodó. Sí le diré que en usted prefiero lo nativo, lo de abolengo, lo que de un modo o de otro puede ahijarse con viejos orígenes a lo que haya podido tomar de esa Francia que me es tan poco simpática y aun de esta mi querida España”.
Acierta Unamuno al describir el espíritu español como aquel que dice sin decir, esto es, somos especialistas en afirmar y sentenciar sobre los demás con la ligereza con la que vuela una pluma. ¿Qué son si no nuestros políticos? Habladores arrepentidos, acusadores que se sienten acusados. Saca a relucir Unamuno el nombre de José Enrique Rodó e indirectamente su obra Ariel (1900), panorama imprescindible de las discusiones que se vertieron en torno al Modernismo y al concepto de americanismo en particular.
Toda vez que la polémica parece resuelta sin llegar a ningún otro rifirrafe, apunta Zenobia lo siguiente en su cuaderno: “Luego amistad de los dos. Los poetas empiezan buscándose”. J.R.J, a sabiendas de las inclinaciones dispares que mantenían Unamuno y Darío, hace la siguiente afirmación: “Unamuno: espiritual, místico, vida interior; versos bien elaborados, poco arquitectónicos. Era la forma muy difícil para él”. ¡"La forma era muy difícil para él"! Cuánto me hubiera gustado una carta de Unamuno matizándole a Juan Ramón eso de que la forma era muy difícil para él; cuánta discusión nos hemos perdido, cuántas divagaciones acerca de la forma, de la vida interior. Para colmo, seguidamente, anota Zenobia: “Rubén Darío domina la forma”.
Claro está que lo más interesante de estas letras está en las referencias (miles, innumerables) que hace el poeta de Moguer a poetas contemporáneos, en su capacidad omnímoda de relacionar conceptos, autores y obras y, por sobre todos, la endiablada sensación de que hablaba de las aguas en las que él se baño y en las que él mismo se ahogó. Debe leerse este curso con reparos. Es de entender que estamos ante anotaciones de un curso que fue difícil publicar, ya que la edición de Ricardo Gullón publicada en Méjico en 1962 incluía las anotaciones de otra alumna, Gloria Arjona de Muñoz. El editor por el que leo estos apuntes, J. Urrutia, no ha podido contar con todo el material, pero, sin embargo, ha orientado la lectura en las notas a pie de página con solvencia.