martes, 31 de diciembre de 2013

CADA VEZ me cuesta más trabajó escribir sin un libro por delante. Esta determinación sigue siendo la misma que hace siete años, la misma que me ha llevado a escribir más de mil quinientos textos de todo pelaje. La lectura es el elemento axial y a ella entrego mi fidelidad literaria. No existe literatura ex nihilo.

Estos días me han dejado evidencias que uno no terminaba de asimilar. Comportamientos todos que desprenden falta de humildad y de amor. Anheló la humildad y el amor como elementos axiales de mi vida y de la literatura que, con el tiempo, se están haciendo una misma cosa.

lunes, 30 de diciembre de 2013

DE NUEVO, escribo en la mañana y contemplo la luz entre mis ojos. Los objetos, los cuerpos insinuados en sus formas por el contorno de la luz, las figuras del recuerdo, las mismas ansias de leer, de escribir, de abarcarlo todo para no conquistar nada. Nada en todo, ser algo en nada.

domingo, 29 de diciembre de 2013

EN LA CONVERSACIÓN, los amigos se obcecaban por razonar la existencia de dios, por ir desgranando este dato o aquella otra anécdota que validara el razonamiento narrativo de lo que se ha transmitido, 
las evidencias de su huella antropomórfica. Sin estar del todo de acuerdo con las afirmaciones e incluso sin querer entrar en detalles de la filología veterotestamentaria que determinan con precisión muchas de las creencias que se utilizan como argumentario, terminaba uno por mover la cabeza dando a entender que daba por válidos sus razonamientos. Sin embargo, quise comprobar hasta qué punto hasta qué nivel de sujeción se sitúan los que estudian los textos bíblicos como fieles cuando uno le elimina el sustento alegórico. Le propuse al convidado que pusiera su fe a prueba enfrentándose a un pensamiento: la religión es toda ella una idea transmitida. “¿Dejarías de ser creyente?”, le pregunté.   

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Cuando el raciocinio del hombre sigue anclado en los rudimentos del mito, cosa natural y humana, las explicaciones de lo que Simone Weil llamaba lo sobrenatural dejan de ser posibles.


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Me voy dando cuenta de que la vanidad conduce a la envidia, pues en pocas ocasiones los ególatras colman sus egos suficientemente. Uno se dirige con el tiempo hacia el despojo de todo rudimento innecesario, de toda alaraca, de toda orquestación pública de su sombra. Y lo hace por de dentro, sin necesitar nada más que la aprobación de su consciencia. Lo voy entendiendo con la llegada de lo venidero, uno entrega dádivas, materiales y espirituales y los demás lo toman como afrentas, gestos a la contra. Tan solo amor, humildad, verdad en los actos, nada más y nada menos, un poco de limpieza en la mirada y el espíritu.    

sábado, 28 de diciembre de 2013

ES la búsqueda de armonía, es la condición del mortal. El origen que habita en nosotros, pues somos materia cósmica del origen:  He venido al mundo para contemplar el Cosmos“, decía Pitágoras de Samos.
Esa es nuestra causa y a ella debemos dirigirnos. Obviamente, la mortalidad instaura ciclos, idas y venidas, retornos, pero siempre tendrás en la consciencia la existencia de la verdad. Tú mismo eres verdad siempre que la vivas en la belleza verdadera. 
Hablábamos de William Blake, del poeta y el visionario; la voz que anunciaba que el mundo se pude ver en un grano de arena y que el Cielo es perceptible en la dimensiones de una flor silvestre; el hombre que anunciaba en poesía que el infinito se contiene en la palma de tu mano. 
Hablamos de armonía, de otra dimensión del ser que no debe configurarse con los contemporáneos, debe edificarse desde la evidente Belleza naciente en lo antiguo. Los versos de Blake: 

Si las puertas de la percepción se depurasen,
todo aparecería a los hombre como realmente es: infinito.
Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver
todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna.

jueves, 26 de diciembre de 2013

NO son los creadores más laureados ni más preteridos, pero tengo para mí que Corelli y Caravaggio comparten alguna misteriosa relación entre sus creaciones; o, quizás, esa relación entre los dos solo se establece en mi mollera con la figuración de la música en las escenas de vihuela tan carnosas, tan vivas, tan desnudamente musicales.  
Los concerti grossi de Corelli, si bien tuvieron fama y difusión en vida, han quedado como antiguallas musicales a los oídos de algunos que no podemos dejar de escucharlas por dulces, penetrantes y platónicas. El diálogo entre el solista y el resto de la orquesta, que anticipó para la música la forma plena de la sonata a la manera de Beethoven o de Mozart, provoca una catarsis en el que escucha. Me imagino siempre asomado a un balcón de un palacio en Venecia con esa música acordada por el desboque del sol entre as aguas, ante la caída de la luz en la diversidad de la laguna, en esa luminosidad demediada con que Caravaggio impregnaba sus cuadros. Sueño esa lentitud en Venecia, en sus puentes, en sus recovecos solitarios, en la cercanía de las aguas y de las figuraciones del cielo en la tierra.   


La música de Corelli es puro estoicismo: la alegría se difunde con la fragancia de la melancolía, conviviendo ambas en el seno del hombre que contempla. Así, Caravaggio, epicúreo y complementario. Michelangelo Merisi di Caravaggio pintaba escenas religiosas en su mayoría pero con la transgresora presencia de la realidad en los ojos, de la realidad abierta, sensual, simbólica, sanguinolenta, la misma realidad que él percibía y vivía. No hay más que contemplar el retrato que le hizo Ottavio Leoni para caer en la cuenta de la magnitud de su desesperanza, pero, igualmente, al observar sus pinturas, sobre todo, las escenas musicales, de la dulzura convocada, la exquisita y exuberante elegancia en la atmósfera. Los cuerpos blanquecinos, los instrumentos, las frutas, las partituras, los labios entreabiertos casi silabeando la música. Todo ello solo puede provenir de una sensibilidad suprema, vertebrada por la melancolía, pero que cuando se despliega es insuperable en sus formas. Me fascinan sus interpretaciones de San Jerónimo, tanto meditando como leyendo. Todo se reduce a un hombre trascendido, simbólicamente rodeado, pero ejecutando una acción humana de alta moral. hay en el músico y el pintor una naturalidad exasperante y deseada, sobresaliente, que de tan natural artificio trastoca al hombre que las interpreta. Porque el arte, cuando se ejecuta desde la verdad es natural y vivido, es justicia encarnada. Todo lo más alejado al artificio en sí y los ornatos del momento. El poeta debe aspirar a que su discurso penetre en el tuétano desconocido de la sensibilidad para trastocarlo todo como si no hubiera sucedido nada en el artificio. El arte natural y armonioso, el decir sibilante y susurrado de la palabra, sin encrespadas sonoridades, sin devaneos formales para que el coro de grillos que cantana a la luna aplaudan y elogien y afamen.   

No se me ocurren palabras mejores y más ajustadas a las sensaciones que uno y otro me transmiten que las que Gracián escribió en Arte de ingenio, Tratado de Agudeza,  "Discurso III, Variedad de la agudeza": "Una agudeza grave por lo sublime de la materia y sutil por el realçado del artificio es acto digno de un Ángel".   

  

miércoles, 25 de diciembre de 2013

QUISIERA que, una vez leídos todos los textos, este diario fuera como la corriente de agua que menciona Heráclito, panta rei Un cuerpo uniforme, coherente en su sentido, estático y casi inamovible, pero atravesado, en su interior, por diversas corrientes de letras que provoquen que, aunque parezca que estemos leyendo el mismo texto, estemos en otro distinto. Ningún texto idéntico al otro, pero naciente de la misma concepción generadora, de la misma e irrenunciable matriz del centro indudable. Ars vivendi en una conjunción y armonía que convocan una música para el espíritu.   

Hasta este punto, camino de los siete años de escritura en un diario ininterrumpido, con miles de enunciados, palabras, creo que la escritura, y con ella, el pensamiento han sufrido un viraje hacia el íntimo meditar. Una meditación es la última estación que persigo, la idea que vertebra que, cada día o cada semana, comience a escribir. Con ese ejercicio me alejo de mis propias sensaciones y tamizo la lectura en la dimensión de la escritura. Cervantes fue clarividente para la literatura y, dejando a un lado el trópico en que se cruzan vida y literatura, nos dejó a las claras en su novela que el lector debía leer activamente y sin más pretensiones que la de escribir la lectura con ingenio. 
Los antiguos, y así los renacentistas y barrocos, románticos y posromanticos, ejercieron de imitadores de los grandes espíritus. Imitación en el sentido de recreación de los moldes que hacen al mortal. Por ello, las obras de estos periodos son inconmensurables a diferencia de las fugaces y avenidas intenciones sociales de la literatura. En la actualidad, ningún texto quedará en el corpus de obras que nombran lo permanente; mucho menos las que hoy poseen la antigua y falsa fama literaria.        

La meditación de un lector es la pretensión última. Que todo quede acordado por la lectura como el principio genésico, pero una lectura creativa y recreativa, alejada de egoísmos que matizan las obras, que sentencian los predicados. Eso es ser ruin y demediado. Leer, leer y participar en la lectura como un niño que está aprendiendo el sonido, la unión, las relaciones de las palabras con el mundo. Porque esa es la literatura verdadera, la palabra justa y bella y virtuosa, la que detona dentro de uno mismo la sensación de que está, cada vez, está uno conociendo la realidad a través de las palabras.  

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Con el calorcillo humano

Puede huir o pude uno retirarse de lo inconmensurable, pero jamás de la mediocridad. Esta lección la aprendí con la lectura de la "Carta de Lord Chandos" dirigida Francis Bacon. Un texto incisivo, agudo, de preclaras ideas y mejor definición semántica. 
No existe en el abandono el entumecimiento de la mente, sino la perplejidad ante la imposibilidad de concertarse con la dimensión de la Belleza en algunos de sus grados. Esta consciencia, que vertebra el escrito de marras, conduce al escritor a un recogimiento, pero no a una huida. "Toda la existencia se me aparecía, en aquella época, como una gran unidad", afirma el sujeto lírico. Es la demostración de la polifonía vital con la que el mortal encuentra, cuando la razón luminosa lo permite, el vacío, la ínfima presencia de su vida. Eso mismo puede llevarnos a un recogimiento o, quizás, a una perseverancia íntima.     

La sentencia que incardina este texto con otros de la antigüedad y que imprime en su sentido una significación suprema es: "Todo estaba dentro de mí". Lo es porque supone una dilogía. Hay quienes ven en esta afirmación la vanidad encarnada: yo soy todo lo posible y conmigo me basta (la postura más común en el mundo contemporáneo y en el arte contemporáneo). Es la actitud que provoca que al poesía, pongo por caso, haya quedado recluida en camarillas o cenáculos o grupúsculos de profesores o críticos o aficionados que defienden una estética o desdeñan las variantes artísticas por fraudulentas e infames. Por otro lado, los que tañen la soledad sonora en el silencio del aire sin más presencia que su propia voz recogida. 
Pareciera que el poeta hubiera alcanzado otra consciencia que lo conduce a otra articulación de la lengua: "una lengua de cuyas palabra no conozco ni una sola, una lengua en la que me hablan las cosas mudas". 

  

martes, 24 de diciembre de 2013

CUANDO van terminando los calendarios al hombre se le interponen paradas y fondas en el vivir. Pareciera que todos quedaran suspendidos a la espera de otro arranque circular, de otra renovación. El caso es que la circularidad, el eterno retorno, en el tiempo contemporáneo, ha subyugado a la superficialidad más vacua. 
La renovación debe someterse al ser a la evolución circular del propio individuo. Dejar de ser para seguir siendo.
Por causas diversas releo, en estas semanas, muchos de los poemas de Quevedo que abordan este asunto. La relectura de este poeta me está provocando, incluso, un replanteamiento estético sobre la literatura y la creación de la misma. Posee la vida humana una angustia existencial inherente a una condición finita que enfrenta sus ojos a realidades infinitas e incomprensibles. Esa indagación del hombre en lo que rodea su cuerpo y su pensamiento lo conduce a un origen  El poeta:

"Nací desnudo, y solos mis dos ojos
cubiertos los saqué, mas fue de llanto;
volver como nací quiero a la tierra





   

domingo, 22 de diciembre de 2013

NO es el tiempo el que nos atraviesa. La naturaleza de la angustia existencial es puntual en los seres humanos. Algunos tan solo evidencian, con sus carnes, con su decrepitud física, la supuesta acción del antiquísimo tempus irreparabile fugit. Hemos cargado la culpa a un elemento externo que, quizás, es interno. Puede que no sea el tiempo el que nos atraviesa, sino que nosotros mismos somos tiempo atravesado: "soy un fue, y un será, y un es cansado", escribió Quevedo. Versos que aglutinan la consciencia de esa naturaleza vivida del tiempo. El tiempo encarnado, ensimismado con el cuerpo de los hombres pero, sobre todo, con la consciencia de su dimensión.  

En escenas de diario encuentra uno el pensamiento. Ayer, mientas tomaba un café en Sevilla, leía  en un sobre de azúcar, en su envés, unas palabras de Poe: "La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia". Había, en este enunciado, conceptos de una potencia semántica irrefutable: "ciencia, locura, inteligencia". Y eso mismo me llevó a pensar que el trabajo de la inteligencia con el mundo. 
En el Arte de ingenio, Tratado de la agudeza, de Gracián, -obra de inconmensurable valor, obra desconocida en la cultura literaria española-, se diserta de la siguiente forma sobre la perfección del estilo. Me interesan mucho las obras que analizan y reflexionan sobre los cauces de la creación literaria ya que me siento, demasiadas veces, incapaz de nada, torpemente infante en el ejercicio de escribir. Leo, leo, los libros que me ofrecen reflexiones luminosas, análisis que evidencia, a la postre, por dónde han transitado las obras que todavía, más allá del tiempo, siguen actualizando su discurso. Es esta una demostración de que el hombre, en la acción creativa, puede convertirse en un ser subversivo contra el tiempo y su propia naturaleza. Escribe Gracián en la obra de marras, concretamente en el Discurso XLVIII, "De la perfección del estilo común": "Dos cosas hazen perfecto un estilo: lo material de las palabras y lo formal de los pensamientos. Son las vozes lo que las hojas en el árbol, y los conceptos, el fruto".

Hoja de árbol todavía, espero mi fruto acordado, el que quizás nunca llegará. Cultivo, reflexiono, en el huerto deseado de la ficción, la encarnadura de lo que va siendo en mí, de mí mismo, de ese otro yo que parece ordenarlo todo. 
          

viernes, 20 de diciembre de 2013

SUENA la vihuela y el aire se condensa en fibras de sueños. Melancolía arrecia con un fulgor y una fragancia a armonía. Pienso en los instrumentos musicales, en su construcción, en la medida de sus cuerpos, en el olor a madera y a ungüentos y en cómo, desde ellos, se producen las ondas medidas de una abstracción azul cuando una mano los tañe o los agita. Acordado queda el que escucha con la materia y la geometría del alma. 

Los compases van cabalgando la tarde y fundiendo el gris y el viento airado en naufragio del espíritu. Leo, mientras tanto, a Gracián, olvidado letrado del concepto: "preñado ha de ser el verbo, no hinchado; que signifique, no que resuene...". 

jueves, 19 de diciembre de 2013

AL FINAL, en el momento culminante de la literatura. uno siempre está solo. Es connatural al ejercicio de escribir y, creo con el tiempo, a vivir. La única enseñanza relevante de los últimos años y de toda mi vida ha sido el nacimiento de E. Ella descifra, cada día, en cada momento, qué es la vida como antes nunca nada ni nadie me lo había mostrado. Ella contiene todos los enigmas; sus acciones son en plenitud, sus palabras, la mirada quieta de esta mañana, sus manos rozando mi cara, su actitud frente a la naturaleza, los animales, la música, las letras, la lluvia...todo, de una dimensión ya perdida para el hombre adulto. Ella es la suficiencia perdida, el origen encarnado. El resto, el mundo de los lobos y de la vanidad. 

En ella compruebo que nosotros perdimos en el camino gran parte de lo que somos y además, la capacidad de poseer esa consciencia. Por eso la abrazo todos los días, la beso, la adoro, la mimo. Ella es la piel del mundo y el cofre secreto de mi identidad.  

martes, 17 de diciembre de 2013

COMO un temblor, convulsión acaso, como una incipiente llamarada ocurre, a veces, que todo se condensa y unifica a los ojos. Es una mirada polifónica sobre el mundo que se hace mundo mismo, realidad apoltronada en secuencias y artificios. Es así cuando estamos leyendo un poema verdadero o cuando escuchamos los compases de una sonata magistral. El arte es una supuración, en el hombre, de su insuficiencia; una acción subversiva contra su propia naturaleza que, sin embargo, lo concuerda con el todo. 

Leo los poemas de Gutierre de Cetina y vuelvo asombrarme de la naturalidad conseguida en cada verso, en cada palabra, en cada silabeo. Aprendo a leer y escuchar la música del idioma que tanto escasea y que tan rápidamente ha desaparecido de la poesía, incluso de la poesía del latín malicioso. 

domingo, 15 de diciembre de 2013

COMO afirma Dámaso Alonso, la Epístola moral a Fabio es una de esas rarezas que nacen singulares y con una rotundidad inaudita. En muchas ocasiones acudo a la galería de moralidades y acciones humanas que se ensalzan y ,al tiempo, se denuncian en esta interlocución que, si bien está dirigida a Fabio, los receptores se actualizan en cada cual que comienza a leer el texto. Más allá de los temas desarrollados, elogio y aprendo de la cadencia de los tercetos, de la ejecución verbal. Hemos olvidado que la poesía es fenomenología de la palabra y que no es suficiente con la intención del autor, sino con el resultado verbal. 

Poco a poco voy acercándome al manejo de la rima y percibo que cuando esta es utilizada con maestría el texto ahonda y profundiza en el contenido de forma peculiar. Los poemas poseen ritmos de diversa índole, pueden ser verbales o semánticos, de pensamiento,  pero puede que los dos se aglutinen en un fórmula magistral de ejecución. Es eso lo que sucede a este poema, todo en él, todos los recursos son naturales, están perfectamente armonizados como si estas palabras no tuvieran otros desarrollo fonológico, morfosintáctico y léxico que el poema mismo: 

¡Qué muda la virtud por le prudente!
¡Qué redundante y llena de rüido
por el vano, ambicioso y aparente!

Creo que los textos traslucen las vanidades o la humildad de sus ejecutores, también sus insuficiencias. La humildad es la transparencia; la vanidad, lo opaco. Dice el poeta:

Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea.

*** 

Existe una estética de la quietud que uno asimila a la naturalidad del estilo. Valle-Inclán declara en La lámpara maravillosa: "Todas las cosas se mueven por estar quietas". En efecto, en las artes existe una fuerza teleológica que vincula el comportamiento humano y la acción estética ante ese impulso.  Es por ello por lo que rehuyo de aquellos fragmentos encriptados a consciencia y que no ofrecen una carga simbólica (que todo texto magistral posee en última instancia) sino un hermetismo vacuo. Un cerrarse en sí. 

Es esta una de las evidencias de la literatura actual. Al estar ausentes de lecturas, los escritores vuelven en sus escritos esos vacíos. Algunos no hacen sino copiar literalmente y ellos se creen valedores de esas ideas. Si uno lee en un libro, en la prensa, en una bitácora una idea debe dar cuentas de esa fuente y construir su propia palabra dando a la luz el germen, no quedando, solo para sí, porque es ridículo (y así lo he visto en muchas ocasiones). Las ideas se tienen y si hemos echado mano de otros compañeros debemos mencionarlos. Esto sucede tanto en el ámbito de la creación como en el ámbito académico. Los dos los he sufrido y siempre he callado y he dejado que el curso de los acontecimientos fueran despojándose de las impresiones iniciales.  
La literatura siempre ha sido palabra en la palabra, no surge ex nihilo en ningún caso. Siempre hay una lectura o una idea o un diálogo o una visión que la origina. Y, como gratitud a ello, tal y como enseñó Cervantes, debemos darle voz en nosotros mismos, hacer florecer la humilitas con el reconocimiento. Es anecdótico que un escritor, cuando cita o parafrasea a un autor de culto, lo haga con la intención de que su textos posea cierta carga erudita. No sucede lo mismo cuando la fuente es un señor de medio pelo, inadvertido, que poco traerá a su ego y a su vanidad.  

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Me conformo con tener la satisfacción de la consciencia. Como escribe Valle-Inclán: "En las creaciones del arte, las imágenes del mundo son adecuaciones al recuerdo donde se nos representan fuera del tiempo, en una visión inmutable". 
Es la visión inmutable la que edifica la literatura; desde donde Dante o Petrarca construyeron sus textos, el ángulo en el que Rilke y Shakespeare, Cervantes o Goethe, Leopardi o Platón obtuvieron el encanto del tiempo que es un nuevo entrever.  


 

viernes, 13 de diciembre de 2013

TODA la poesía, el género pleno para el verbo, es notate verba, signate misteria.

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El cuadro de Holbein y la música de Bach. Uno y otra emparentados por la simbología de la vanidad del hombre, de la fatalidad a la que conduce el exceso y la pretensión el mortal. aparatos desajustados, música que emana de la fontana prohibida, perspectivas, libros, objetos simbólicos; música toda de celeste geometría y estación de prodigios.   

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Deshumanizada en el término más alejado de lo humano. 

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Un poeta me dijo esta tarde que había decidido encender un fuego esta noche, esta noche de lluvia profética. En ese fuego se revelaban figuras siniestras, volúmenes y volcanes del ego. Las hordas de los que desean apoderarse del pétalo de la rosa y solo llevan en las manos las marcas tintadas del tempus fugit.   

jueves, 12 de diciembre de 2013

SI BIEN el teatro, lo dramático, desde Valle y Lorca, en nuestras letras, sobre todo desde la muerte del primero, ha dejado casi de renovarse y de centellear literariamente para los lectores (pues, otra cosa es el texto como espectáculo y representación), si bien la narrativa actual (con la excepción de dos o tres plumas) es un dechado de impertinencias, leo tan solo poesía y ensayo. Es más, me parecen que son dos géneros que, cuando brotan verdaderos, comparten muchos aspectos de su carta de naturaleza. 
Sucede así con los libros de Ramón Andrés, pero también con el volumen que leo sin cesura intitulado El concepto del alma en la antigua Grecia de Jan n. Bremmer. 

Al socaire de las notas anteriores caigo en la cuenta de que la novela ha caído en un desnorte absoluto porque ha cedido a las convenciones de os géneros audiovisuales como series de televisión o guiones cinematográficos. Incluso los antiguos lectores de novelas prefieren ahora pasar las horas que antes dedicaban a la lectura atentos al desarrollo de una serie televisiva. Tengo para mí que estamos ante una moda más y que la novela, como ocurrió desde su nacimiento y en el resto de etapas de su evolución, queda al servicio de los baremos económicos y sociales. Me entristece todo esto porque, en el camino, hemos perdido lectores notables, sobresalientes. 




lunes, 9 de diciembre de 2013

I

ESTA anchura del mundo, doblegada
a mis manos; el tierno paraíso
de la aurora, con ángeles de albores;
tú, mujer, que te enciendes y te apagas
como una mariposa siempre nueva,
me mostráis, por caminos inocentes,
la unidad de mi alma y de mi cuerpo [...]


Es el poema que comienza  el conjunto  titulado Cántico espiritual (Recital de poesía dado en el grupo Álea el día 6 de marzo de 1942), de Blas de Otero. Tienen estos versos un aire de conversión a la manera de Claudio Rodríguez en Don de la ebriedad. En uno y en otro anida un afán de lirismo inusitado que conlleva una veneración de lo celeste y mezcolanza entre lo físico y lo trascendente. 

El libro anuncia el comienzo de su producción lírica y con ello los temas y la estética que no abandonará a pesar de los desvíos y la diversificación de su voz. Blas de Otero resulta un poeta poliédrico al final de su obra, íntimo y excesivamente social. Sin embargo, en estas composiciones primerizas, en estos tanteos tan cercanos a la literatura de san Juan de la Cruz y de fray Luis hay una verdad que cuelga de su boca. No importan los versos que rubattean explícitamente con los modelos escogidos, pues desprenden, a pesar de ello, el fundamento del misterio en poesía. Sus versos proceden de una verdad que el lector siente en lo íntimo, en el único lugar en que puede ser la palabra poética. En ese vergel del espíritu, estos versos encuentran acomodo a pesar de sus incipientes balbuceos, de sus cantos ligados a lo ya escrito. 

Hasta la llegada de Ángel fieramente humano (1947-1949), en estos primigenios cantos espirituales, podemos leer, en mi caso, con devoción y aprendizaje, unas excelentes liras. Composiciones escritas al albur de la mejor tradición y en la que el poeta va forjando su palabra, su propia dimensión; con la que va dialogando con frutos y redobles de personalidad. Es una lección de aprendizaje para uno y una confirmación. Con versos del poeta:

Cántico espiritual
sobre el barro que asienta mi garganta. 

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Los libros de Ramón Andrés pasan desapercibidos para los lectores actuales españoles pero, con el tiempo, alcanzarán la medida de su naturaleza. Son fascinaciones las páginas del autor, indagaciones cargadas de emoción e inteligencia. El relato de la belleza por parte de un hombre que jamás abandona el centro indudable de la poesía. Centrado, al comienzo,  en la figura del pintor  Fabritius y en la conformación de la pintura en que asoma el perfil de un luthier en una esquina titulado Vista de Delft, el volumen ahonda en las figuras de Vermeer y Spinoza, siempre a través de la mirada convulsa y polifónica de las artes y de la ciencia. En un pasaje de El luthier de Delft, último título de Andrés, puede uno hallar una síntesis fastuosa de la mentalidad del hombre del siglo XVII, a saber:

"Pensar los fenómenos luminosos, comprobar el aumento o de la deformación de los objetos a través de un cristal o de un juego de coordenadas, fue una tentación del pasado, modificar la realidad y crear dimensiones que cuestionaran la lógica, una atracción. Razón e ilusión. Fascinaba a los maestros del Norte observar que, distintamente a la muerte, el mundo es flexibilidad y cambio, todo él paradójico, compuesto de superficies irracionales pero igualmente posibles y habitables. Como si la lógica aristotélica y la geometría euclidiana no tuvieran aplicación en un pensamiento que vive únicamente para modificar y, sobre todo, cuestionar".

Este fenómeno se entiende como la anamorfosis, es decir, la tentación al abismo de la extrañeza inicial para el que contempla. La realidad sigue en su totalidad, pero velada a la mirada común y general. Únicamente, dice Andrés, "permite ver la realidad desde un lugar determinado". 

No debe conducir estas premisas a un mero trampantojo, pues estamos ante la deconstrucción de la razón empírica que se alza como verdad y método de conocimiento. Frente a esta, debemos acudir, en el arte, a las razones luminosos, del espíritu. Esto mismo lo resume Ramón Andrés de forma excelsa: "La razón nos burla, y a veces miente deliberadamente. Cuando afirmamos convencidos, estamos bajo sospecha. El mismo efecto que produce la curvatura de un cristal en los ojos lo causan las creencias en nuestra mente, las ideas, la política, el arte". 

En efecto, el arte nos muestra la lucha entre las leyes de la geometría y del espíritu. Encontrar el aurea mediocritas  de esa confrontación ha estado al alcance de pocas mentalidades a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, hay testimonios de esas iluminaciones, de esos tanteos. 

Es una geometría de la alucinación que culmina en una forma artística, impregnada de la vivencia del individuo. Pareciera que el creador asiste, a escondidas, a la batalla que se produce en su sesera entre la razón que lo determina y confunde y la pulsión, el voltaje, con Pound, que lo enciende.  De la trascendencia de esa realidad surge el arte. Las certidumbres terminan sometidas a otras leyes que, al deformarlas y tensionarlas, las conduce a una nada aparente. Así, para el espíritu anclado en la inmediatez de la realidad, la poesía, el arte tañido desde el barro de la garganta primigenia dirá muy poco, acaso nada. Prefieren los bardos seguir en sus primeros relampagueos de lo que creen la realidad. 







sábado, 7 de diciembre de 2013

ESTOY con Jünger en que las bibliotecas son zonas idóneas para crear un microclima para el espíritu. Espacios del saber y espacios del ser a un tiempo, armonizados en la disposición y en el recogimiento, pues las bibliotecas conforman un territorio individual. Las bibliotecas colectivas son una entelequia, el bibliófilo posee su biblioteca, única,  pues esta se configura como una extensión y expansión de sí mismo.

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Quien desconoce la tradición desconoce la originalidad. A diferencia del la comunicación verbal y paraverbal que resulta innata en el hombre, la comunicación y, con ello, la creación literaria es artificial. Se aprende a escribir literatura a través de la lectura ejemplar de textos literarios. Al menos, esto fue así en la antigüedad grecolatina, en la época en que se veneraban aún los textos modélicos y ejemplares que no solo debían ser leídos, sino copiados y comprendidos en toda su complejidad. Asimilar esos textos, en su sentido y forma, era un ejercicio básico en el mundo de las artes liberales. 
Estos ejercicios, en la actualidad, han desaparecido. La posmodernidad presupone de soslayo que el escritor, si ha comenzado a entregarse a la palabra, cual vitae iter, es porque ha leído lo suficiente. Parece, sin embargo, que tenemos que tener todas las dudas posibles sobre este hecho. 

Una de las épocas magistrales en este sentido, que supo trenzar lo culto con lo popular, lo ilustrado con lo vivencial, lo sagrado con lo profano fue el Renacimiento. Cada vez más, la tengo como la época matriz de la cultura occidental. Así lo entiendo, ya que si durante la Edad Media, como describe con excelencia Curtius, es cierto que no se interrumpió la traducción de textos latinos ni tampoco la transmisión de saberes y conocimientos, fue, en la época renacentista, cuando ese saber se asimiló plenamente. En esta acción favorece, tal y como advirtió Dante, la evolución de las lenguas romances, De vulgari eloquentiae
El latín, los textos escritos en lenguas clásicas comienzan a ser vertidos a las lenguas romances y, con ello, los textos comienzan a ser pensados, escritos e interpretados. Con una lengua nueva, una nueva cosmovisión estética del mundo.  Es excepcional, entre otros avatares, la relación de las propias lenguas romances, sobre todo, las que se trenzan entre el italiano y el español. Garcilaso importa la música de Petrarca a la lengua española, giros, secuencias, tópicos, vocablos, imágenes, estrofas... pero inaugura una propia cadencia, singular, personal, insólita en las letras hispánicas hasta el momento. "Imitación" desde la creación, lectura creativa, escribir la lectura creando literatura.            

Y tal es el caso de un poeta al que admiro profundamente y al que, con el tiempo, mis días se proyectan en su estoico y sosegado verbo. Fray Luis de León supo convertirse en un poeta neolatino en romance. El agustino tenía para él que la incorporación de las fuentes italianas había sido decisiva para la evolución de la lengua romance; él mismo, con De los nombres de Cristo, acciona un revulsivo en el devenir de la lengua española. Sin embargo, su indagación en las fuentes clásicas directamente se sobrepuso a estas cuestiones. La fontana original de las nuevas letras, la música del cauce originario de la palabra poética es lo que el fraile deseaba en su lírica. Si bien Petrarca había tamizado a través de su palabra y su composición gran parte de las fuentes latinas y griegas, es cierto que no dejaba de ser un filtro de esa cultura. En efecto, una propuesta personal, grande, pero de un individuo. Fray Luis anhelaba la lectura directa de los textos y no solo eso, sino la incorporación, en sus creaciones, de esos modelos como la horma formal y temática de su poesía.             
Así las cosas, me sorprende cuando los poetas actuales hablan de fray Luis o de Garcilaso o de cualesquiera de los poetas renacentistas sin haberlos leídos, en principio, y sin conocer cuáles eran las exigencias estéticas de los mismos. Es más, en estos ejercicios comprende uno mejor el alcance de posteriores generaciones o grupos de poetas como, por ejemplo, los del 27, pues si hacemos la comparativa entre los poetas que desarrollan la renovación de la lírica renacentista y los de la llamada generación del 27, probablemente comenzaríamos a sonreír por la disparidad en el alcance, la indagación, la propuesta, la formulación, la complejidad de unos poemas y otros. Tengo para mí que la enseñanza ética y estética de Fray Luis aún sigo sin entenderla con profundidad a pesar de mi incesante admiración. Qué maestría en sus liras y al tiempo que capacidad de traer, en su ritmo y en su música, la música de los otros. 

La música de los otros, la originalidad naciente desde la tradición, pues el poeta se inserta en un género, en unas convenciones que deben ser exploradas más allá de épocas y modas, de poetas que se alzan en una fama momentánea y  a los que todos quieren imitar sin más. Habrá que leer como quien busca la vida misma en esas letras, como quien posee la inmediata necesidad de encontrar una bóveda amplia, anchurosa, inabarcable, exigente y universal en la que incardinar el leve canto de la vida leve.   
 

jueves, 5 de diciembre de 2013

martes, 3 de diciembre de 2013

SÍMBOLO y número en comunión armónica. Destreza de la memoria del hombre en aprehender un sucedido que aún no ha tomado cuerpo, esto es, geometría. El arte reside y está en la geometría del espíritu; es número y gracia del espíritu. Es el instante mismo de la creación, el estado abisal en que tan solo los privilegiados escogen y seleccionan la materia y el cauce. Sea consciente o inconscientemente, poco importa el estado embrionario de ejecución.    

Recuerda Ramón Andrés, en Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros, un pasaje fabuloso de Juan Bermudo, a saber: "La música, en su idea de totalidad, reside en la capacidad de pensarla en silencio". 
Así la poesía posee una música que debe poseerse en la consciencia antes de su epifanía. El poeta tañe y memoriza el decir sonoro y tántrico de la palabra antes de escribirla. Existe, por tanto, unos instantes, unos estados que encauzan la conformación en la memoria, -entendida esta como la confluencia de tiempos y estados-, de un futuro decir. Estamos ante una proyección de la geometría universal e infinita en la proporción mortal y mínima del hombre. La poesía que se levanta contra este estado original es pasajeramente inconsútil en su idea, irrisoria, caduca manifestación de la vanidad.Pues, ¿qué esta nombrando esa manifestación alejada de la naturaleza verbal? No creo en la contrapoesía, ni en lo que busque a la contra el origen, pues evidencia una clara presencia de vanidad. Existe una fuerza teleológica de la poesía que, si no es comprendida en su música, provoca precisamente afanes contrarios. En poesía no puede escribirse más que a favor de la armonía.       

Pascal planteaba una pregunta capital para tratar de comprender la dimensión de la poesía: "¿Dónde está la eternidad de mi tiempo? ¿Qué es el hombre en el infinito?". Bien pudiera responderse estas preguntas con una secuencia musical del propio Bach, pues, cualquiera de las composiciones ilustres de este u otro compositor rinde, en buena medida, respuesta a esa pregunta como ninguna otra disciplina. Si hay un arte del hombre en el infinito es la música y la música, en el raciocinio secuencial y monódico del hombre, es la palabra.  

La poesía, por contra, alienta el raciocinio de lo minúsculo; explora e indaga quizás con más incisiva presencia la fenomenología del hombre. Una multitud en la unidad o la unidad en la polifonía del universo como ya planteó Lucrecio siglos atrás o quizás como quiso comprenderlo Boecio en La consolación de la filosofía. En estas actitudes reside la diferencia entre el arte y el sucedáneo artístico que tan común es en la actualidad. Quizás, las miras de los que buscan ese concierto que explica al hombre como un elemento ornamental en el universo desembocan de forma connatural en su consciencia. 

De un tiempo a esta parte, he defendido la idea de la naturalidad en el arte. Una idea confundida y mal interpretada por los que desean la claridad en la expresión asimilada esta a un acto comunicativo entendido por cualquier hombre. No es esa, claro está, la idea de naturalidad entendida desde la propia esencia del universo. Lo natural es lo que condensa lo plural, lo natural es lo que brota como resultado del encuentro entre lo infinito y lo finito, de la coincidencia y génesis del sentido del génesis. Un génesis que explica el génesis de la consciencia. 

La dialéctica, como explica Ramón Andrés, entre lo irracional del daimon y lo racional de la técnica. Cuando eso se produce, el artista ofrece un cumplimiento de esa confrontación: la obra de arte. Con ella, la naturalidad queda orbitada en los términos que nos han percutido en la consciencia desde antiguo: Verdad, Belleza y Bien. Esta es la naturalidad de la obra artística; una producción surgida desde el centro indudable de la verdad poética, que solo se percibe en la misma dimensión en que fue gestada, es decir, en el espíritu sensible y mental del lector; una Verdad que se armoniza en proporciones de Belleza y de armonías conjeturales que desprenden, siempre y en cada lectura, el estado del Bien originario.   

      


domingo, 1 de diciembre de 2013

EL cuaderno permanece abierto encima de la mesa. Hay en él notas, borradores, poemas incipientes de cuerpos desfigurados. Algunas entradas de museo del periodo en que vivimos en Italia; boletos de tren, servilletas de papel de restaurantes con nombres de postín, la foto del mejor spritz tomado en Trieste.    
A su lado, una pila de libros nuevos que acaban de asomar sus hocicos en la biblioteca. Las poesías completas de Blas de Otero, los libros proféticos de William Blake, el magnífico libro de mi admirado Ramón Andrés, la nueva novela de Ricardo Piglia, entre otros volúmenes de ensayos variados sobre el alma en Grecia o los animales-instrumentos en la escultura antigua. temas diversos, variados títulos que establecen una rayuela por la que desprenderse y dejarse. 
Libros, cuadernos que contienen formas del espíritu y manifestaciones demediadas del hombre. Pues el hombre, en su mortalidad, deja de batirse en lo circundante para desprenderse en lo permanente. El libro es el formato de la permanencia; negro sobre blanco, luz en la oscuridad, moldes descifrados, connotativas letras de una experiencia individual que flamea en lo universal.