sábado, 7 de diciembre de 2013

ESTOY con Jünger en que las bibliotecas son zonas idóneas para crear un microclima para el espíritu. Espacios del saber y espacios del ser a un tiempo, armonizados en la disposición y en el recogimiento, pues las bibliotecas conforman un territorio individual. Las bibliotecas colectivas son una entelequia, el bibliófilo posee su biblioteca, única,  pues esta se configura como una extensión y expansión de sí mismo.

***

Quien desconoce la tradición desconoce la originalidad. A diferencia del la comunicación verbal y paraverbal que resulta innata en el hombre, la comunicación y, con ello, la creación literaria es artificial. Se aprende a escribir literatura a través de la lectura ejemplar de textos literarios. Al menos, esto fue así en la antigüedad grecolatina, en la época en que se veneraban aún los textos modélicos y ejemplares que no solo debían ser leídos, sino copiados y comprendidos en toda su complejidad. Asimilar esos textos, en su sentido y forma, era un ejercicio básico en el mundo de las artes liberales. 
Estos ejercicios, en la actualidad, han desaparecido. La posmodernidad presupone de soslayo que el escritor, si ha comenzado a entregarse a la palabra, cual vitae iter, es porque ha leído lo suficiente. Parece, sin embargo, que tenemos que tener todas las dudas posibles sobre este hecho. 

Una de las épocas magistrales en este sentido, que supo trenzar lo culto con lo popular, lo ilustrado con lo vivencial, lo sagrado con lo profano fue el Renacimiento. Cada vez más, la tengo como la época matriz de la cultura occidental. Así lo entiendo, ya que si durante la Edad Media, como describe con excelencia Curtius, es cierto que no se interrumpió la traducción de textos latinos ni tampoco la transmisión de saberes y conocimientos, fue, en la época renacentista, cuando ese saber se asimiló plenamente. En esta acción favorece, tal y como advirtió Dante, la evolución de las lenguas romances, De vulgari eloquentiae
El latín, los textos escritos en lenguas clásicas comienzan a ser vertidos a las lenguas romances y, con ello, los textos comienzan a ser pensados, escritos e interpretados. Con una lengua nueva, una nueva cosmovisión estética del mundo.  Es excepcional, entre otros avatares, la relación de las propias lenguas romances, sobre todo, las que se trenzan entre el italiano y el español. Garcilaso importa la música de Petrarca a la lengua española, giros, secuencias, tópicos, vocablos, imágenes, estrofas... pero inaugura una propia cadencia, singular, personal, insólita en las letras hispánicas hasta el momento. "Imitación" desde la creación, lectura creativa, escribir la lectura creando literatura.            

Y tal es el caso de un poeta al que admiro profundamente y al que, con el tiempo, mis días se proyectan en su estoico y sosegado verbo. Fray Luis de León supo convertirse en un poeta neolatino en romance. El agustino tenía para él que la incorporación de las fuentes italianas había sido decisiva para la evolución de la lengua romance; él mismo, con De los nombres de Cristo, acciona un revulsivo en el devenir de la lengua española. Sin embargo, su indagación en las fuentes clásicas directamente se sobrepuso a estas cuestiones. La fontana original de las nuevas letras, la música del cauce originario de la palabra poética es lo que el fraile deseaba en su lírica. Si bien Petrarca había tamizado a través de su palabra y su composición gran parte de las fuentes latinas y griegas, es cierto que no dejaba de ser un filtro de esa cultura. En efecto, una propuesta personal, grande, pero de un individuo. Fray Luis anhelaba la lectura directa de los textos y no solo eso, sino la incorporación, en sus creaciones, de esos modelos como la horma formal y temática de su poesía.             
Así las cosas, me sorprende cuando los poetas actuales hablan de fray Luis o de Garcilaso o de cualesquiera de los poetas renacentistas sin haberlos leídos, en principio, y sin conocer cuáles eran las exigencias estéticas de los mismos. Es más, en estos ejercicios comprende uno mejor el alcance de posteriores generaciones o grupos de poetas como, por ejemplo, los del 27, pues si hacemos la comparativa entre los poetas que desarrollan la renovación de la lírica renacentista y los de la llamada generación del 27, probablemente comenzaríamos a sonreír por la disparidad en el alcance, la indagación, la propuesta, la formulación, la complejidad de unos poemas y otros. Tengo para mí que la enseñanza ética y estética de Fray Luis aún sigo sin entenderla con profundidad a pesar de mi incesante admiración. Qué maestría en sus liras y al tiempo que capacidad de traer, en su ritmo y en su música, la música de los otros. 

La música de los otros, la originalidad naciente desde la tradición, pues el poeta se inserta en un género, en unas convenciones que deben ser exploradas más allá de épocas y modas, de poetas que se alzan en una fama momentánea y  a los que todos quieren imitar sin más. Habrá que leer como quien busca la vida misma en esas letras, como quien posee la inmediata necesidad de encontrar una bóveda amplia, anchurosa, inabarcable, exigente y universal en la que incardinar el leve canto de la vida leve.