miércoles, 29 de junio de 2011

Termino de escribir un texto. Al momento, lo borro todo. Vuelvo a intentarlo y ni siquiera comienzo. Al cabo de unas horas, después de enlazar varios párrafos, dejo las notas encima de la mesa: nunca más vuelvo a encontrarlas. Como Bécquer, sé un himno gigante y extraño, pero que no anuncia ninguna aurora en el alba de la noche. Durante ese tiempo, albergaba la esperanza de alcanzar la armonía, de contemplar al menos la posición del verbo en el astro adecuado.


***

El hombre para comenzar a ser debe encontrar a qué entrega su voluntad. Para ello la conditio sine quae non es la renuncia.

martes, 28 de junio de 2011

Conozco a muy pocos escritores que alguna vez hayan indagado en cuestiones filológicas o en estudios literarios. Se me viene a la cabeza Juan Goytisolo, pero también Umberto Eco o Sergio Pitol, todo eso sin contar con escritores de la la envergadura intelectual de Herrera o de Octavio Paz. Existe esa creencia en los escritores de que el escritor no necesita del conocimiento de esos rudimentos y conocimientos de arqueología verbal para que una obra pueda alcanzar la altura de la genialidad. No lo creo así últimamente.

En este sentido, no conozco una forma mejor de conocer esa morfología de la literatura que el estudio y la lectura de los estudios literarios desde la antigüedad hasta bien entrado el siglo XX y ,por ende, de los estudios lingüísticos que tanta luz arrojaron y siguen arrojando sobre escritores y obras imprescindibles. No me estoy refiriendo tan solo a obras de culto que cambiaron la recepción de ciertas obras, como ocurrió con Góngora y Dámaso.

Todo esto ha sobrevenido porque no concibo que un pintor o un crítico de arte no conozca las cualidades de este o aquel material; que un músico o un crítico no conozca las técnicas y los procedimientos con que se compone en música. Así como tampoco entendería que un filósofo obviara todo lo que se ha escrito sobre los conceptos fundamentales o que un científico comenzara su investigación sin tener en cuenta el punto último de los estudios.

Por tanto, creo necesaria la formación del escritor en la teoría de la literatura y, consideraría fundamental, la formación del escritor en los estudios lingüísticos.

***

Una obra de arte muestra una lucha, una contienda. El que la contempla, si es sensible, deberá actuar en ella.

***

Hoy me he sentido muy alejado de todo, de todo lo que me resulta fundamental. Ha sido como si otro universo hubiera ocurrido en el lugar de mi vida. Por unos momentos, he tenido conciencia de esa circunstancia, pero no pude escapar como es costumbre. He percibido lo vacuo y he comprobado cómo hay quien vuelca su vida en insignificancias.

M. C. me dice siempre que lo que para mí es una banalidad para otro puede ser realmente importante. Me lo dice porque sabe que temo la cercanía de ese tipo de vida acomodada en lo epidérmico, en lo efímero. La brevedad, que es consustancial a nosotros y a lo que entendemos, no puede permitirse esos resquicios.

Ese afán por extraer de lo cotidiano lo permanente, lo sustancial, es una lección de la poesía y de las artes. Ellas proponen, desde la materia finita, la ponderación de lo que permanecerá hasta más allá de lo que entendamos por tiempo. Y ahora que reflexiono escribiendo, creo que la filología –que es el arte de leer despacio, como decía Alfonso Reyes- es justamente la mejor forma de la lectura que me contenta y el mejor reflejo de que la vida se lee y de que la literatura se vive.

***

En la mesa: Nietzsche, Menéndez Pidal, Virgilio, JRJ, Octavio Paz, Antonio Colinas, Galdós, Trovadores medievales, Unamuno. Al fondo, el resto de los libros que ocupan el salón; en el sótano, otros tantos volúmenes de disciplinas distintas. ¿Qué los ha aunado, que trabazón del destino ha ido tejiendo esta trama, urdiendo esta clasificación de la realidad?

lunes, 27 de junio de 2011

La música promueve la unión simbólica de sensibilidad e inteligencia, de idea y materia, sin necesidad de palabras. Convierte la materia no en significación, sino en sentido pleno y renovado. Aspiración del poeta.


***

En uno de los puestos de libros, -una maltrecha bouqiniste- en la rivera del Sena, compré la traducción que realizó Valèry de Geórgicas y Bucólicas, de Virgilio. Guardo el volumen con recelo y con el recuerdo del cielo que nos acogía aquella tarde de puentes y piedras.

He querido recordar cómo mi admirado Valèry comenzó la traducción, tan elogiada por otros lectores, y cómo se obsesionó por encontrar en los versos de Virgilio la noche de la noche.

Esta tarde, al leer ciertos pasajes de sus Cahiers he intuido que algunas páginas están repletas de guiños, glosas encubiertas y diálogos intertextuales con la obra virgiliana. Nunca antes había leído a Valéry teniendo tan presente esta circunstancia. Puedo decir que he leído a otro Valèry y que estoy en condiciones de afirmar, en este diario arrinconado, que esos cuadernos son tan insondables e interminables como una enciclopedia de lo humano.he leído a Valèry con la partitura por delante.


***

La palabra siempre será verdadera en el límite. La poesía ocupa los límites del límite para la palabra.


***

Quisiera escribir este texto que lees en re menor, como la novena de Bruckner, con la cadencia de un apocalíptico nacimiento. En sus sinfonías existe un arrebato de conciencia en que se conjuga lo sensorial con una carga conceptual prodigiosa. Cuando una sinfonía de Bruckner comienza, no sabemos si estamos asistiendo a su final adelantado o si Bruckner compuso la sinfonía toda vez que la había terminado en su cabeza. Es uno de esos casos en que la composición ha sido manejada desde su comienzo con las propiedades de un demiurgo que puede observar, desde una perspectiva lo suficientemente amplia, para reconocer en el final de su obra el principio del arte.

domingo, 26 de junio de 2011

Estuve recordando por unos minutos cómo y cuándo conocí a Rudolf Grajalevsky en Sevilla. Ocurrió en la exposición –brillante, singular- de los impresionistas rusos. Hasta ese momento, no tuve noticias del poderío que tal movimiento había conferido a aquellos pintores rusos. Tal fue el impacto que, por aquellos días, estuve escribiendo en el diario no pocos poemas que ya han sido destruidos. Un cuadro en que se atisbaba un señor que atravesaba un bosque, la espesura de un bosque en otoño fue el que más veces me convoco a la sala. La figura del hombre estaba trazada con una pincelada negra, una sola pincelada negra que cruzaba la escena con la potencia de un golpe solo de muñeca. Fue, en ese momento en que imaginaba la destreza del pintor, cuando surgió, como una fantasmagoría, Rudolf.

Rudolf me avisó de que el pintor de marras era un antepasado que conoció en los últimos días de su vida. Para ser más exactos, era su abuelo, un tal Alexander Puntasecack. Según Rudolf, su abuelo estuvo toda la vida obsesionado con esa pintura a pesar de que las dimensiones eran pequeñas y de que el cuadro no entrañaba una dificultad técnica extraordinaria. No importaba, aquella escena había estado percutiendo en la mente de su abuelo desde el mismo día en que conoció a Tólstoi.”Es Tólstoi”, afirmaba Rudolf convencido de que ni él mismo sabía descifrar lo que había llevado a su abuelo a esa obcecación.

Con Rudolf solo pude hablar en dos tres ocasiones. En todas, el personaje siempre tomaba una tónica con ginebra londinense que servían en un local céntrico. su verbo era mordaz y se limitaba,únicamente, a glosar todo lo que su abuelo le había contado de su relación con Tólstoi. Su mirada se perdía en el firmamento cada vez que me hablaba de la escena en que Tólstoi se echó a llorar en los brazos de su abuelo, sin duda, era una escena cargada de épica doméstica con la que parecía justificar su propia vida.

En este año en que he leído a Tólstoi con fruición no he dejado de traer a la memoria aquellos días en Sevilla. jornadas en que un cuadro, una pintura minúscula, se convirtió en el centro de mi vida por unos días, quizás los días que mejor me enseñaron qué es el arte sin que nunca hablásemos de arte como es norma.


***

Después de varios días sin anotar nada, sin escribir nada, me resulta difícil encontrarme en estas letras. Es conveniente que el escritor tome distancia de sus obsesiones, pero también es cierto que uno corre el riesgo, demasiado riesgo, de perder el concepto, la armonía con que estaba trabajando.

El escultor comienza a cincelar sobre una enorme mole de mármol sin haber visto todavía el rostro y la figura de lo que resultará toda vez que el trabajo haya concluido. Cincela, golpea, martillea a tientas, luego perfila, hasta que necesita de golpes exactos y precisos que contengan lo que el mármol ha ido adquiriendo: una verdad desnuda.

El diario debe tener esa hechura y el escritor de diarios no debe perder esa destreza. El continuo trasiego de notas, el diario trabajo de pensar en el mundo, en la realidad, con la forma lingüística y filosófica de un diario son obligatorios para mantenerse con la musculatura necesaria. Porque si esto no se convierte en una corriente continua, sucede como ahora, que golpea uno con palo de ciego, sin saber qué ni cómo, solo por el vicio, -como en Sevilla-, de observar su figura en medio de un bosque silencioso, en otoño, con el silbo de un pájaro componiendo la luz.

jueves, 23 de junio de 2011

Escribir es pensar qué se escribiría si se escribiese. Al igual que vivir: ser siendo lo que se es. Como ese personaje de Hemingway en Las nieves del Kilimanjaro que reconoce tener en la cabeza más de veinte historias, pero no haber escrito ninguna de ellas. Esa es la condición de la vida y de la lectura y de la escritura cohabitar en una mediana estancia donde se entrecruzan las certezas con la dinámica de las especulaciones.

***

Escribió Geoffrey Hartman: “Reading a poem is like walking on silence-on volcanic silence. We fell the historical ground; the buried life of words”. Ese silencio me ha sobrecogido esta mañana. Al llegar del trabajo, donde cada vez hay más ruido (ruido es un término polisémico en mi vida que engloba todo aquello que no se debe a una armonía), más dislates y menos cordura en lo que se dice. Ha sucedido con lentitud hasta que pude habitar en un profundo silencio, un silencio volcánico, como si la tierra estuviera en permanente ebullición o en constante sucesión de vapores. La llama, la llama de la palabra silenciosa hasta la alameda verde de J.R.J.

***

Esta mañana, al abrir el correo, me he llevado una satisfacción enorme. Nunca antes había tenido esa certeza, esa inexpugnable sensación de haber edificado un puñado de palabras como antes. Tendré que leer lo que he escrito, pero lo haré desde lo ajeno, como se debe leer siempre.

miércoles, 22 de junio de 2011

Por ejemplo, una melodía peregrina de una obra de Liszt. Los girasoles ya muestran su derrota pues sus cuerpos van desarmándose y van dejando de estar envirotados. Su color, la color de su tallo y su amarillo de bóveda han dejado de clarear en la mañana. Como ellos, uno va desgastándose en tantas cosas inútiles, en tantas palabras que no conducen más que a la zozobra.

Si tuviéramos un recuento de las insensateces que decimos a lo largo de la vida, si tuviésemos la virtud de callar, callar siempre y rotundo, la vida transcurriría entre los girasoles plenos en todas las mañanas del mundo.

Pero sucede lo contrario. Hablamos y pronunciamos y opinamos aun sin entender ni saber la ciencia que nos ocupa. Ante esta incontinencia, el poeta, apoltronado en la música del silencio, deberá orquestar los versos que desgarren lo que la mayoría niega, lo que mayoría será incapaz de comprender nunca.

***

El recuerdo más persistente de aquellos años repletos de música son los ensayos. La trompeta repetía en solitario el solo que debía interpretar; el oboe recitaba en la tarde los cuerpos de la efigie; el clarinete jugueteaba melodioso con las ínfulas de Mozart y la flauta era un dolmen de terciopelo. Cada uno por su lado interpretaba la melodía en suerte y el resto, esperando el fraseo, esperaba que la armonía los completara. Así era. Cuando tocábamos al unísono alguna pieza, nos traspasaba hasta el tuétano y nos insuflaba una maravillosa sensación inefable de la que solo cabe mencionarla, como ahora, que suena Donizetti.

***

Piensa el memo que su palabra vale más porque se piensa superior. Y el bobalicón que su opinión está por encima de toda duda. Eso, -esa postura de zote-, es molesto y además insufrible. Y cada vez más los personajes grotescos y deformados pululan por doquier, deformados por la corrupción de la ignorancia y la vanidad.

Así que toca aguantar el envite y sacudirse del estiércol que nos salpica y poco más. Porque aunque uno quiera explicar que existen otros cauces, el iluminado continúa y continúa con persistencia. Claro está que todas sus palabras van percutiendo, como roca dura, en los tímpanos, y no sabe uno si levantarse en el acto o comenzar una plegaria.

Me gustaría poseer la capacidad de Valle-Inclán o de Quevedo para mandarlos a hacer puñetas sin que se note, pero carezco de la virtud del insulto refinado, del improperio. Solo estos casos me sacan de quicio, sobre todo porque el mundo de la tecnología ha convertido al hombre contemporáneo en un sabiondo mediocre, en un individuo que teclea y busca solo por el goce de sentirse por encima de la media. Aquí queda anotado, en el diario, porque también uno es hombre de la calle, pues.


***

Intento leer algunas novelas: las dejo todas. Comienzo con un libro de poesía de un autor joven, premiado: valdrá para aguantar la pata de la mesa. Tendría que haberme dado cuenta antes, solo cabe la relectura. Dante es el verano.

martes, 21 de junio de 2011

Esta tarde, cuando he abierto el cuaderno para comenzar a escribir, M. C. me había dejado unas anotaciones en italiano. En cuanto las he leído, he pensado que este cuaderno se va haciendo plural, como la vida de Fernando Pessoa, y también he querido ensoñar con la posibilidad de que como resultado de esta vida, terminemos los dos escribiendo anotaciones a contrapunto: « Sono posseduto da una passione inesauribile che finora non ho potuto né voluto frenare. Non riesco a saziarmi di libri. », la cita pertenece a Francesco Petrarca y resume con acierto la vicisitudes que acoge al escritor de diarios.

Al parecer, M.C., cuando la ha leído, ha creído verme reflejado en esas palabras. Eso me ha llevado a una reflexión, pues sí esto es así, mi vida ha sufrido un verdadero giro. Ella me vislumbra en las páginas de este diario y me observa apasionado, poseído por una manía de la que no puedo escapar, como los ojos vivarachos del doctor Samuel Johnson. Sin duda, todo esto me ha trastocado y, a pesar de que siga escribiendo y leyendo, hoy, precisamente, lo he hecho todo como si fuera más yo que nunca, es decir, como si fuera más tú que nunca.

lunes, 20 de junio de 2011

Exacto, Boccherini. Las melodías predilectas de staccato, los punzantes violines arrodillados ante la voz sochantre del violonchello. Y todo como un girasol reptante con sus pétalos de sal de sílice.

***

Día aciago. Los campos poblados de esmeraldas y amarillos. Todo el campo parece tomado en junio por las partituras de Bach.


***

Hoy es uno de esos días en que no me apetece escribir y en las que escribo. Lo hago porque desde hace unos años me turba la sensación de no arrimarme al diario diariamente; pienso que alguna palabra atrapada, algún pensamiento agazapado o alguna frase sin suerte necesita de la fluidez y de la ayuda de escribir aunque sea como grafómano de paso.

Esa necesidad se va edificando lentamente hasta tal punto que uno vierte en estas páginas incluso lo que nunca pensó que escribiría. Es por eso por lo que un diario es siempre poliédrico, más dinámico y plural que una novela, porque mientras el novelista trata de aguantar unas señas y unas características que se les presupone a los personajes y a sus acciones, en el diario puede uno trocar cuando quiera, en este o en ese otro, más bien en el que no siendo nunca es siendo. Y en esa confederación de almas, como escribe Tabucchi, es una de ellas la que se impone momentáneamente. Cuando eso sucede, el diario facilita el desarrollo de su voz, de su pensamiento, desnuda lo que de puro hay, si hubiere, en él. Es la democracia de los heterónimos, salvo que aqúi figura siempre el nombre de una voz, aunque sea esta múltiple.

Qué alejada queda la novela de esta virtud, qué vertebrada y predecible se conciben sus páginas con esta interpretación. Fíjense, hoy no pensaba escribir nada para este caso de nostalgia por la escritura y, de pronto, me veo urdiendo unas líneas sobre otro que quiere convertirme en diarista.


***


El diario es la acción de la elipsis.

domingo, 19 de junio de 2011

Esta madrugada, como no podía dormir, rescaté las poesías de Unamuno para que me acompañaran. Así, la noche, transida de silencio y cárdena de luz, comenzó a hacerse una, toda, plena.

Después de leer el poema titulado “Credo poético”,- del que recordaba su lectura cuando estudiaba en la Faculta de Filología, en Sevilla-, una paz desconocida me sobrecogió. Porque, al leer el poema y memorizarlo durante unos minutos, parece que encontré unas palabras que brotaban con una pureza pocas veces sentida. Verso a verso, la noche iba apoderándose del discurso, pues lo sentido y lo escrito participan de la misma sustancia y son la misma encarnadura de la poesía: “no el que forma da a la idea es el poeta”, sino el que media, participa, desentraña la profundidad del desnudo: “sino que es el que alma encuentra tras la carne/ tras la forma encuentra la idea”. Estos versos apoyan lo que de un tiempo a esta parte defiendo cuando hablo de poesía: el concepto es la eternidad de la poesía, no su forma.

Y, en un paralelismo con otras disciplinas, -parecido al que escribió J.R.J. y después el pintor R.G-. Unamuno soluciona la teoría con unos versos que aun resuenan en la cúpula de esta mañana de la mañana: “de escultor y no de sastre es tu tarea”. Esto es, el poeta desnuda, despoja, elimina lo sobrante guiado por el silencio, porque él pretende establecer lo sentido como lo verdadero: “Lo pensado es, no lo dudes, lo sentido”. Y todo, para él, la palabra poética: “algo que no es música es la poesía”; por lo tanto, la música desnuda el sentimiento per se y la poesía necesita de lo sentido asimilado al pensamiento para producirse. Por eso es clave menor de la belleza, pero clave mayor para el ser humano.

sábado, 18 de junio de 2011

Estoy convencido de que vivimos apenas viviendo y de que todas las acciones pueden recogerse en un momento de luz, en un haz luminoso de centinelas invisibles. Porque en esa ceguedad contenida veremos como nunca antes habíamos contemplado. Hoy he sentido profundamente ese recogimiento, mas no puedo quedar en silencio como quisiera. He sentido, he sentido, donde nunca antes lo había hecho, la geometría del deseo deseante. En mí. Plenamente. Su sintaxis, a pesar de haberla reconocido, nunca antes había tenido esa claridad tan indiscutible. Probablemente haya sido el discurso que me espera en la muerte, tras los días de pasaje.

Es la consciencia momentánea fruto de una vida de ensoñaciones, de plenitud arraigada que solo nos disponemos a reconocer. Porque el reconocimiento es la luz habitada, porque apenas si podemos decir quién somos. En ese trance continuo, que no conoce ni espacios ni tiempos como pretendemos, siempre poseemos una compañía necesaria, pues sin ella o sin él no podríamos atisbar esos fogones de la plenitud adquirida. Esas personas son las que siempre son y por ese motivo escasean y son minoría. Algunos llamamos amor a esa existencia conjunta, llama de amor viva.

Existen los compañeros de paso, los que fueron útiles y sucedáneos en un tramo de esa escala, los que ofrecieron las ceremonias de lo eterno en sus vidas para compartirlas. Son esos seres apreciados y ante ellos mostramos una preferencia a la que no deberíamos renunciar nunca.

Puede que algunos padres sean dadores de algo más que la vida celular. Puede que algunos padres insuflen en la consciencia las partículas de esta celebración de la vida inadvertida. Pero no siempre coinciden estas circunstancias y los padres se limitan a ofrecernos lo que de humano los atraviesa.

Y luego está el arte: el axioma figurativo y solemne de esa consciencia humana con lo inhumano.

Quedaremos boquiabiertos y se cerrarán nuestros ojos en la noche con dos piras a nuestro alcance. Y quizás naveguemos o ascendamos una geografía del alma que está aún en construcción o tañamos una lira aun sin conocer los rudimentos de la música. Acaso ofreceremos a lo invisible lo que de invisible hubo en nosotros. Aunque, en cualquier caso, nos veremos abstraídos y partícipes en este mundo visible por esencia invisible. Será una noche más oscura que la noche; en la luz una luz de luz; en la armonía una armonía.

La palabra poética no excede la memoria

porque su tiempo eterno no cumple los olvidos.

viernes, 17 de junio de 2011

De las expresiones que poseen una semántica improbable solo nos queda un eco, una reminiscencia. Expresiones del tipo “por siempre jamás” o “seré siempre todavía” o “seremos siendo”. Las pronunciamos absortos y casi sin consciencia, solo paladeando el deseo, insinuando el anhelo. Aun así, cuando menos lo teníamos previsto, las llegamos a pronunciar como un abracadabra enigmático que, quizás sin conocerlo, nos abre alguna secuencia de la realidad que aún desconocemos.

El problema del ser humano es que él mismo es incomprensión por naturaleza.

***

Si la música ha sido siempre una mágica combinación de teología y álgebra, la palabra es solo pentagrama.

***

En la música no hay voces secundarias, son todas al unísono. Sin embargo, en el poema solo son dos o tres palabras enclavadas en el pensamiento. El resto, sobrantes chirridos inservibles.

***

Hoy, junto a R.G., hemos hablado como dos personajes de Flaubert. Uno de nosotros podría haber pronunciado aquello que tanto repetía Thomas Mann: “la técnica y el confort permiten hablar de la cultura sin tenerla”; el otro, mientras tanto, bien podría sostener abierto el libro de Bayard. Por supuesto, los dos llevaríamos colocado en la cabeza un baciyelmo y nuestras mangas mostrarían unas lujosas puñetas, bien cosidas, con las que los gestos ganarían envergadura en el aire.

Ha sido una escena fabulosa, porque me he visto formando parte de un capítulo de una novela que carnavaliza la realidad. Dos personajes, los dos más solemnes y extraños personajes de un cuadro patético, hablando, observando y analizando desde la parodia y la comedia y la extenuación. Por eso, cuando nos hemos cosido las puñetas y nos hemos colocado la toga y el baciyelmo y hubimos seleccionado la paleta y los pinceles, hemos roto en carcajadas. Todo lo que nos rodeaba nos ha llegado manoseado por la parodia y solo éramos capaces de pronunciar con ironía. Presos, como granos de arroz, por unos minutos, hemos pertenecido a la Lisboa de Pessoa, hemos habitado Tarquinia y Argel y, por supuesto, todo ello con parada en Velázquez. Por unos minutos la realidad estaba al servicio de la palabra.

miércoles, 15 de junio de 2011

Debería existir un juicio ético que operara en lo interno del hombre sobre lo indigno. Un juicio que lo inhabilitara por siempre para aquello en lo que uno ha caído en falta; que lo inhabilitara aun sin saber las razones ni el origen de esa incapacidad. Y debería ser esa tortura, esa conciencia de no saber qué hacer con lo que no se sabe, un pájaro que viniera a comernos a diario el hígado.

***

Una de las escasas diferencias que existe entre escribir en un ordenador y en un cuaderno (el cuaderno siempre) es la tachadura, el borrón, la corrección que en uno existe de continuo y en otro no se deja notar. En ese sentido, un cuaderno es más favorable para escribir un diario, pues que son estas palabras si no tachaduras y borrones, vueltas a lo pronunciado, párrafos que terminan por desboronarse en el discurso de la vida. Por este motivo, en más de una ocasión, he querido escribir en este diario algunos borrones, algunas líneas que surgieron demasiado inexactas. Pero me es imposible, porque la blancura que se palpa en el cuaderno en papel permite desvirgar y pronunciarse sobre las erratas. Aquí solo cabe presentarse como un hacedor desbocado que parece certero cuando es errante.


***

Me pasó con el poeta L.R. y también con el poeta A.C. Leí sus primeros versos y los últimos: la poesía en un crisol. No hay más que abrir un libro, cualquiera, de L.R. y leer el primer verso; y continuar leyendo solo los primeros y los últimos versos de todos los poemas. O quizás ir al índice de la poesía completa de A.C. y leerlo todo de continuo, porque es continua la estancia de la poesía en estos autores. Jamás la abandonaron ni arrojaron sus dones a famas ni prebendas de suicidas.

Con uno, se puede penetrar en Garcilaso, Diego de Silva o Unamuno como nunca antes se había producido; con otro, hasta Bach, la noche y los pájaros vuelan alrededor del silencio. Es un mundo contemplativo en lo dinámico, estática mudez de lo vivido.


***

Las más de las veces la virtud está en la renuncia.


***

...los girasoles en los montes, esa era la imagen, esa luz vespertina que arraiga entre los trigales de las lomas. La música, los ensoñados paseos por el parque. A pesar de ese recuerdo, noté su presencia. Escuché cómo escribía sobre el cuaderno abierto, sin errores inoportunos, siempre un cuaderno abierto sobre la mesa. Me había visitado en mi memoria sola, los dos; escribía con meditada pausa, mas no pude contemplar su rostro. Ahora tengo una línea, un mensaje ilegible, un principio hacia no sé qué abismo de mí que prenderá todo lo que soy.

martes, 14 de junio de 2011

Hoy me he sentado en el centro del bosque a respirar, a tragar la luz como un erial cerca del mar. Entretanto, ha ocurrido la noche plena y la clarividencia. Las palabras continuaban a las que habíamos dejado hace unos días, ya que la poética consiste en modular el pensamiento en posturas verbales. En esa inclinación del alma, Platón nos aleccionó con varios pasajes de El banquete, nos habló allí, pudimos escucharlo: “el amante de un alma bella permanece fiel toda la vida porque ama lo que es duradero”.

El interlocutor, absorto desde las sombras y por los cantos de los pájaros, imbuido por un desconcierto que se aproxima a un sepulcro, a unos dones, a unas alianzas, dividía el mundo desde el parque. Era mediodía en Londres.

Ocurrió que mudó la tarde de color las cosas, como un río de vida a su destino. Era tarde de reencarnación, porque debemos ser uno mismo siempre y múltiple.

Mientras el otro amigo pronunciaba la clave de la poesía, pude comprobar cómo el mundo seguía pendiente de sus miserias. Esa es la carnavalización que escribió Cervantes. La poesía, -ya lo estableció J.R.J.-, ha estado siempre en los ojos de unos pocos, sean estos creadores o lectores. Y no se dan cuenta, no son capaces de percibir el trance ni la música armónica del silencio los que no conocen los silencios de fuego, los contornos de la belleza, la figura envirotada de la luz que ciega, la noche más allá de la noche.


***

Unos llegan a creerse que el trabajo es un sustento verdadero de la vida. E incluso pretenden alzar esa falacia a la categoría de irrefutable. Pero no debemos el resto prestar más atención, por pasajero, por frugal, por inservible. Pues esas vidas son, en efecto, las más viciadas y furibundas y las que, al final de su trayectoria, ofrecen menos sustancia.

Pretenderé no alterarme con esas argucias que los mediocres perpetran a escondidas. Los observaré sin más, sin perplejidad, acostumbrando la mirada a la decadencia de lo humano. Solo intentaré sonreír y andar con la zancada de Pessoa. Eso sí es una clave. Andar con la profundidad de Pessoa arropado por un abrigo negro y un hongo y un bigote sin canas. Esa será la imagen que escoja cuando alguien pretenda arrimarse a uno con la visión de los vanidosos. Hoy puede decirse que sobran, sobre todo, vanidosos en el mundo.

Un antropólogo como Zap Oivàtco apunta a que la vanidad es fruto de la falta de cultura, pues la cultura aminora la talla del ego y engrandece, por el contrario, el principio de imitación y modelo. La cultura, dada su extensión, es un imposible para el hombre y se convierte, con ello, en una práctica de la imposibilidad de aprehenderlo todo. En ese concepto el ser humano acepta sus limitaciones, es decir, se limita a ser.

No puedo estar más de acuerdo con él, pues existen quienes se creen capaces de esto y lo otro sea cual sea el asunto de marras. Y esa desgracia, ese sentirse absoluto y pleno sin serlo, es la desgracia del mundo moderno. La mayor desgracia para la especie.


***

Nunca jamás debería escribir así en este diario, más soy menos yo cuanto más escribo. Es cierto que todas las páginas hasta el momento son especulaciones de un ser transitorio. Un ser que pertenece al siendo. Por tanto, estos trances, estos trancos diarísticos, bien valen una renuncia.

***

Los límites de la palabra y de su sintaxis son sorteables mediante la profundización en el concepto. Este conduce a la idea y acerca la palabra a la música y la filosofía (entendida esta como conocimiento total). Si el poeta indaga en él -que es el terreno del huerto deseado- habrá tenido el silencio en su idea. El concepto es una abismo para el poeta, la palabra pensada, la palabra no explicada mediante otra palabra sino mediante la música. El día que alguien explique un poema mediante la música se acabará el mundo. No cabe explicaciones para la música, pues ella es símbolo que recupera y cercena a un tiempo. La palabra está edificando continuamente y el poeta es el que la acerca a las profundidades de la semántica musical. Donde reside Bach o Platón o Rilke.

domingo, 12 de junio de 2011

Me lo he pasado tan bien releyendo a Berceo, he pasado tan buenos momentos que incluso he llegado a la carcajada cuando le he ido estableciendo a M. paralelismos entre estas letras remozadas en una nueva edición y la poesía de 2011.

Me he dado cuenta de que la poesía de la experiencia era ya muy antigua cuando algunos creyeron descubrirla. Es así como he interpretado la “Introducción a los milagros”, escrita por el maestro Gonzalo. Cuántas veces no hemos visto el nombre propio del poeta de turno y el de sus amigos entre los versos (triste, tristes) de los poemas y cuántas veces no hemos leído como novedosa y romántica la incursión de un yo desmelenado (Yo, maestro Gonçalvo de Verceo nomnado). Quizás la única actualización consiste en que el poeta peregrino iba en una metafórica romería y quedó acaecido en un verde prado poblado de flores (esto es, un lugar cobdiciaduero) y los poetastros modernos van a bares, manifestaciones, aglomeraciones de cosmopoetas o capillas ceremoniales de poca enjundia.

Puestos a escoger, me quedo con lo antiguo que, como ya he escrito aquí, es más moderno que otras cosas. A partir de ahora, cuando algún colega se pronuncie a favor de los contemporáneos como una necesidad de la formación, podré decirle sin empacho que son más antiguos que Gonzalo de Berceo. Y aunque no entiendan por qué, tendré para mí la satisfacción de haber encontrado en la relectura respuestas que antes no poseía.


***

Me dijo, hace unos días, que la vida era una renuncia, una trayectoria alrededor. No pude estar más de acuerdo con aquellas palabras. Sobre todo una renuncia al yo, como dice Pessoa: “Envidio a todo el mundo no ser yo”.

La conversación fue desarrollándose hacia distintos derroteros, mas todos fueron puros y llenos de sinceridad. El entendimiento llegaba solo con un cruce miradas: eso me emociona más que cualquier otra cosa. La conversación perfecta es en la que se habla poco, en la que se habla intermitentemente, solo con apuntes, sin estructuras narrativas.

En esas situaciones, cuando la conversación la realizo con amigos que pueden aportar más que uno, por su experiencia, por su inteligencia, siento que debo estar más callado, silencioso total. Porque siempre están a la altura deseada y yo vuelo más raso que otra cosa. Es un trance, un modo de vivirse que cada vez deseo con más vehemencia.

En una conversación sobre libros, poetas y escritores es inevitable que reluzca la vida, pero la vida intacta, alrededor, con un desconcierto al que nos aproximamos. Silencio y pausa en el decir es lo que nos deja leer poesía. Una maravilla de la vida a plazos, como lo es la luz en los poemas y el oculto discurso de la poesía.


***

En la India reza escrito: “Este planeta es el manicomonio de otros planetas”. Esa inscripción milenaria la identifico con la nave estultífera, la nave de los locos. Y cada día creo más que esta babel de sinrazones que observo con evidencia, me lleva a pensar que todo está en una fase putrescible.

Realmente este planeta parece el reducto de otro o, como quería Borges, el producto del sueño de un demiurgo fallido. En este libro de arena que habitamos, deberíamos ir escarbando dentro de uno mismo para, quizás con las manos desgastadas, rozar lo ínfimo que nos conduce a la armonía.


***

Stravisnki era un hombre a una nariz pegado y con unas orejas enormes, como las de mi abuelo Cristóbal. Su boca estaba coronada por un bigote laminado y repleto de canas que se entreveraban en su piel sostenida.

Recuerda el músico dos conceptos fundamentales en Poética musical. El primero aclara que el Aeropagita pretende que, en la jerarquía divina, asimilada a la armonía, la posición más cercana de los ángeles, ellos solo puedan articular una sílaba. Lo segundo es el prodigio: la monotonía nace de la falta de variedad; la unidad es armonía de variedades, una medida de lo múltiple.


***

Escribir un poema es la recuperación de la naturaleza original. Es lo que percibimos en la obra de Bach, en los poemas de Rilke, en las esculturas de Miguel Ángel o en las pinturas de Velázquez. Lo que Octavio Paz describió con exactitud flamenca: “El artista no se sirve de sus instrumentos –piedras, sonido, color o palabras- como el artesano, sino que los sivre para que recobren su naturaleza original”.


***

El punto más oscuro es el que está más cerca del amanecer. Debemos encontrar nuestra naturaleza original, la que reside en nosotros sin que tengamos consciencia de ello. La poesía es la fuente, una de las fuentes más próximas a encontrar la luz que nos invade y a la que, si nos acercamos, solo nos cabe decir una sílaba, como los ángeles de Rilke.

jueves, 9 de junio de 2011

Hay similitudes entre el alfabeto y la vida. Con un número limitado de letras y sonidos somos capaces de manifestarnos en la infancia, la madurez y la vejez sobre temas tan livianos y tan profundos. Incluso la humanidad, desde sus inicios, solo ha tenido un limitado numero de sonidos con que expresarse. las lenguas, por tanto, son prodigiosas en tanto que no se agotan en sí mismas. No importa que exista un límite de signos, que de antemano conozcamos la materia con que nos vamos a expresar: sus normas, sus funcionamientos, sus exactas representaciones.

Es esa la vida también, una materia dada, consabida, de la que conocemos sus tendencias, sus representaciones y su final igualatorio, pero de la que esperamos algo distinto en su término, de la que mantenemos cierta esperanza de permanecer en ella a pesar de sabernos finitos, como esos discursos que uno puede escribir en páginas arrinconadas y que serán los que mantengan erecta una presencia fugitiva.

He estado pensando todo esto esta mañana, mientras me retiraba de una situación forzosa, absurda. En esos cuadros, trato de actuar como los personajes que se mantienen al borde la de la acción, de un acontecimiento en que se ven envueltos, pero del que nunca quisieron ser partícipe. Me imagino como un personaje en un pintura que pertenece a un plano secundario. Eso es, exactamente lo que espero de todo, un sesgo, permanecer en un ángulo secundario que no atraiga atención alguna, que solo sea perceptible para el que busque otras cualidades que no sean la mostración directa.

¿No es acaso eso la vida, pertenecer a una estampa en la que nunca hubiéramos querido constar? ¿Y no es la literatura, el arte todo, la lucha estética y ética por la que tratamos de sortear esa forzosa presencia, la asfixia de respirar el aire de los otros?

No sé bien cómo he llegado a esta renuncia de lo público y lo social. En ocasiones, me pregunto si no seré demasiado huraño, misántropo, lobo estepario, Raskolnikov pleno. Pero sin duda existe una atracción que me empuja al estado de la soledad. Y la atracción es tan potente, tan perturbadora, que provoca que uno termine por escoger a sus allegados con demasiado celo.Decía que existe una atracción que no cesa. Y esa atracción es la conciencia absoluta de que el arte y la vida y el alfabeto poseen similitudes, pero que cada una debe forjarse con una voluntad individual sin concesiones.


***

Y qué hay de la vida en estas Cantatas de Bach o en aquella clarividente geometría de Velázquez. Como en el alfabeto, los sonidos y sus representaciones necesitan de la intervención del hombre. Así ocurre con el arte. Por eso, todo lo que sucede en el arte posee una dimensión simbólica, es más, todo lo que sucede en la vida pose una dimensión simbólica que es connatural al entendimiento humano. Podría decirse que el arte, -como por ejemplo este minuetto que invade la tarde-, es el territorio del símbolo y que el símbolo es la naturaleza del arte.

No pueden interpretarse estas palabras cercenando todas sus posibilidades de significación. Entiéndase símbolo como lo es la música, símbolo todo, pleno, profundo. Platón estableció esta teoría de la ética y Shopenhauer la remató para el arte. Para uno y para otro, la música era la facultad máxima del hombre por saberse consciente de lo que puede poseer una dimensión científica (es decir, real, matemática, numérica, exacta) y otra simbólica, que apunta a lo incognoscible (la idea, el absoluto, la verdad). Entre estas dos vertientes del símbolo, y como realidad que aúna las dos dimensiones, la música es la capacidad humana más próxima a su formulación, si es que es posible formular el universo por unos minutos.

Ante este concepto, la palabra es miseria y así lo entendió Wittgenstein. Límite, inteligencia cercenada. Solo la poesía, que se aproxima a la música, puede recoger alguna reminiscencia del símbolo. Ella conduce a la pureza de la palabra, que es la casa del ser, según Heidegger. Este filósofo entendió igualmente que la poesía era el artefacto verbal que se asemejaba a la música y que proponía una disposición simbólica muy apegada a la naturaleza del hombre. La música siempre nos parece una interpretación del espíritu apenas interpretable, pero la poesía está realizada con palabras y la palabra es la esencia del hombre, su reducto. En este sentido, se ajusta el problema a la vida y, por lo tanto, la vida puede resumirse en una combinación de letras, el alfabeto, dispuestas a lo largo de su finitud, tantas veces como hemos pensado durante la infancia, la madurez y la vejez.


***

Parto de la anécdota para elevarla a categoría. Quizás sea la única forma de interpretar la sinrazón y el absurdo de la vida de los hombres. Una acción, así dada, de repente, puede encerrar más de una conducta permanente. Por eso, de vez en cuando, escribo en el diario lo que de anécdota puede uno encontrarse en los días. Ellas, así amontonadas, bien pudieran tomarse como una galería de la estulticia humana o una visión de la comedia al estilo de Balzac.

tampoco estoy seguro de que en el texto anterior haya quedado expresado el deseo de lo simbólico que me tiene preocupado de un tiempo a esta parte.

martes, 7 de junio de 2011

Solo quisiste ser y eso fue todo.



***


No confundamos la eternidad con agotar el mundo de lo posible.



***


Asistimos a la vida para algo más que a la muerte.




***



Schubert dejó más de ciento veinte obras inacabadas. La mayoría de sus lieders jamás fueron editados ni interpretados. No consiguió estrenar ninguna de sus obras operísticas ni orquestales. Vio a Beethoven en un café de Viena y su timidez hizo que no se acercara aquella tarde a su maestro.
A los pocos años, era uno de los que portaba su féretro por las calles de la ciudad. Al año siguiente, murió. Tenía treintaiún años.



***



R.G. me dice que la poesía de A.C. es una fascinación. Lo hace después de haberse embriagado con sus versos, un prodigio, añade. Me lo dice desde la pureza, desde la sinceridad. A mí me alegra que alguien siga emocionándose con la poesía que se puede escribir en estos tiempos. Como cuando él me alumbra el día con la mención de un pintor, un cuadro, una música o un libro, al que acudo raudo y sin miramientos, me agrada contribuir con estas pequeñas y recatadas observaciones que hacen, en la vida de alguien, dirigirse a un horizonte común.
Las obras de arte pertenecen a un espacio en que es necesaria la orientación. En esa vastedad, en esa inabarcable conmoción de arte, la figura de un compañero afín, con sensibilidades diversas y comunes, es fundamental. Por este motivo, cuando alguien me llama por teléfono y me avisa de este u otro libro, cuando alguien me refiere un bibliografía que no conocía, me siento feliz, agraciado, por estar en medio de esa minoría multitudinaria que alumbra en el centro de la noche.



***


Toda la tarde con Vivaldi. Del libro de Dante va amontonándose una serie de ideas. De momento, las dejo en la cabeza, reposando, ni siquiera pretendo dejarlas registradas en el diario.
Hay autores que incitan a la escritura. Uno de ellos es Pitol. Los escritores que emanan fervor por la literatura, aquellos que no se compadecen del lector, que no los trata como si estuvieran mostrándole el hielo en Macondo: con desprecio, como bobos, como privilegiados que dominan la literatura. Antes al contrario, los escritores que se sienten, antes que nada, lectores, los que parecen que están leyendo sus obras al mismo tiempo que tú, lector, y que se fascinan por la palabra enjuagada de ficción.

lunes, 6 de junio de 2011

Al leer el pasaje de Sergio Pitol, mientras estaba en Cádiz, me he acordado de un lector, R.G., de un escritor, Pessoa, y de un yo que no soy yo y que nunca fui aunque desea serlo: “Persistentemente me convierto en otro […] una fantasía que viene de la infancia: un deseo perdurable de ser invisible. Ese sueño de invisibilidad me acompaña desde que tengo memoria y subiste hasta ahora; anhelo ser invisible y moverme entre otros seres invisibles”. Yo es otro.



***


En Cádiz. Este lugar pertenece a la fábula, al menos, a ese espacio de la memoria que conduce a unas conexiones irracionales del imaginario. Bien pensado, el imaginario siempre es irracional para el hombre, pues elimina las fronteras del tiempo y el espacio.
He paseado por algunas calles acompañado de un viento percuciente, de piedra y sol. Sentado en un café, con el libro de Pitol abierto y con el bicolor en la mano, la página vino a recogerse en una luz que, solo aquí, proviene de una profundidad oculta, inmarcesible. Un señor lee en voz alta los titulares del diario que sostiene con interés de náufrago. Los lee y los repite, algunas veces sonríe y me mira buscando una complicidad, un asentimiento, acaso la benevolencia de sentirse en una tribu fracasada del que alguien más es adicto.
Aquí los agrupamientos son bien distintos. Se produce un calor, un fervor repentino de corte dramático entre quienes se entrecruzan. Así ocurrió con el señor del diario, a quien se le acercó un compañero con aire jovial que lo comenzó a saludar desde la esquina. La escena fue una ficción y solo hubiera faltado que el señor que iba a incorporarse a la mesa vecina dije, dejando el bastón a un lado y el hongo sobre la mesa, "¿Qué tal, Bouvard?”, con tono jocoso, a lo que irremediablemente, el señor del diario, de la mirada cómplice, del asentimiento y la tribu, respondió, ”Hola, Pècuchet”, con tono agrio, pero desafiante.
Es obvio que no sucedió tal cosa, pero sí aconteció en mi mirada, en la que utiliza la ficción como el cedazo por el que percibo la realidad, la terca y simple realidad que, cada día, se hace literatura. Sí sucedió porque o hace ahora como es yo que nunca fue y que aquí quiere serlo por momentos. Hoy puede decir que estuve con Bouvard, con Pècuchet, en una ciudad portuaria cualquiera, de horizontes marinos, de aires sofocantes, de libres ilusiones en la tierra que pertenece, desde que se sueña, a la fábula.

Cuenta James Boswell en Vida de Samuel Johnson el caso siguiente. Volvían los dos de la iglesia de St. Clement plácidamente dialogando junto al doctor Wetherell, rector de University College, en Oxford. Toda vez que habían llegado a casa y tomado el té, decidieron, nuestro personaje y su biógrafo, recluirse en el estudio de la planta alta de la casa. Allí habían pasado varios minutos sin decirse nada el uno al otro. Es lo que entiendo un estado de complacencia, de afinidad mutua, de relajación del ser y fluctuación del espíritu.

Después de este pasaje, repito, el doctor Samuel Johnson decidió intervenir: “Todo conocimiento tiene en sí mismo algún valor”. A estas palabras de profundidad y calado conceptual vino a añadirle el doctor un consejo a su querido Boswell: “Volvió a aconsejarme que llevase un diario extenso y minucioso, pero que no se limitara a consignar nimiedades”. Una de las descripciones más perfectas de la literatura y uno de los consejos que seguiré con más vehemencia.

***

El pasaje es bien conocido y fue a través de él como me introduje en la figura de Ovidio. Desde el momento en que comprendí que el sol de los desterrados es la más valiosa de las posiciones de alma, he querido trasladar ese efecto a la literatura. En ella, la única luz posible que puede prenderse es el del destierro puro, que nada tiene que ver con el territorio externo y los cronopios. El destierro es de uno mismo. Hay que levantarse la tapa de los sesos, rasgarse las tripas y ponerlas encima de la mesa, como los samuráis, esto es, desvanecerse de uno mismo. Toda vez que uno haya podido realizar dichas acciones, podrá comenzara a escribir sin titubeos, sin concesiones.

Borges, por ejemplo, quiso hacerlo mediante la cábala y la formulación de las bibliotecas. Homero se diluyó en sus héroes y Dante produjo un infierno, un purgatorio y un paraíso de raíces húmedas. Cervantes se desfiguró en la expresión más contenida de la realidad y Shakespeare desplegó las simetrías de lo divino humano. Así las cosas, podría decirse que la literatura es esta expresión o aquella, que concierta con el silencio un tácito pacto de eternidades, pero nunca deberá uno traicionarla, porque en su movimiento perpetuo, quien sale escaldado es el estafador.

***

La extensión de estas palabras sortean su territorio porque en ellas nada de lo pronunciado puede limitarse, nada de lo que se sugiere pertenece a límite alguno. Es el instinto de la humanidad y la finitud lo que late tras ellas; la imitación del cosmos, por ejemplo, ese ejercicio onírico de Dios; o la serenidad aparecida hoy sobre los campos, con los girasoles rotando como un corifeo griego al son de la danza de la noche en la noche. O la simple nota armónica de la noche desnuda, del bosque y el hallazgo desnudos, como erratas de un libro.

domingo, 5 de junio de 2011

Porque gracias a las elucubraciones de dos señores excéntricos, como Bouvard y Pècuchet, la novela ofrece una confrontación en cuanto la estulticia y a ignorancia humana. Esta obra es una réplica de la incapacidad del hombre por conocer con exactitud y verdad lo que le rodea y alcanza a su mente y, además, un reproche ceremonial a los intentos vanos del hombre por conseguirlo. A todo esto se suma una denuncia atroz de los hombres que entregan su vida a la tontuna. Es la consciencia de esa imposibilidad que, como le ocurre a la ciencia, es un método finito en un espacio infinito y sus méritos irán siempre diluyéndose en un abismo del que tendrán que partir de cero una y otra vez.

***

La palabra poética excede la memoria porque su tiempo eterno no cumple olvidos.

sábado, 4 de junio de 2011

Dejó escrito Borges que, de todos los inventos del hombre (el microscopio, el telescopio, el teléfono, etc.) el libro había sido el más asombroso. Todos los inventos han sido una extensión del cuerpo y de sus sentidos, pero el libro, en palabras de Borges, es otra cosa: es una extensión de la memoria y la imaginación.
A estas apreciaciones añado la ilimitada capacidad de renovación que posee el libro. La relectura es posiblemente la única lectura verdadera, porque ella propicia un libro nuevo donde creíamos haber leído uno antiguo. Ya Heráclito nos aviso de esa condición esencial. La relectura, pues, es evidencia de lo que nunca atisbamos y al mismo tiempo aviso de que estamos obviando, en el momento, cualidades de la obra. Pero esa es la finitud que no acoge y leer es un ejercicio, cada vez más, indiscutiblemente más, de selección. Es esa la trayectoria de un lector que aspira a dar de leer a su espíritu un puñado de libros: una selección idónea.
A todo esto, si añadimos que el lector es escritor, deberá tener en cuenta el principio de la imitación que tanto gustaba a Stevenson. Y es cierto que la imitación es un ejercicio necesario al comienzo, sobre todo para solaparse a un tono, a una cosmovisión. Sergio Pitol, el mejicano polaco, el mejicano de lecturas cruzadas, dice que el escritor deberá salirse del tren por el que se encauzó en cuanto caiga en la cuenta de que puede sobrevivir en el desierto. Arrojarse fuera de la trayectoria que lo mantenía guiado es una decisión. Pero deberá hacerlo con su propio lenguaje, con todo eso que al final llamamos estilo.
De tal forma que un libro leído en repetidas ocasiones se convierte al fin en varios libros. Al igual que la vida, una vida es la contención de varias vidas, muchas, múltiples, heterónimas, como quería Pessoa. Puede, incluso, que ninguna de esas lecturas ni de esas vidas se asemejen a las anteriores ni compartan un ápice de similitud en nada que siempre tendrá uno la sensación de poder haber aprovechado la suya de otra manera, sobre todo si sabe que jamás podremos revivir como releemos.


***

Si estas páginas fuesen leídas dentro de unas décadas o de un lustro o de varios de ellos, me gustaría que hubiese quedado claro que soy autor de mi tiempo. Y como tal, afirmo lo siguiente: todo lo que se escribe ahora, en 2011, es un anacronismo.


***

Es obvio que un diario se presta a ser un palimpsesto continuado, una tablilla en que se graban los retazos de un ser pasajero. Esa idea feliz me sobrecoge, porque de la misma forma que uno debe establecer una lista de obras predilectas para poder leerlas antes que otras, la transcripción de las palabras ajenas son la más perfecta composición de elogio. Por eso, voy a transcribir unas palabras que Pitol tradujo del diario argentino del escritor Gombrowicz. Las dejaré aquí, sin más, solo con la envoltura de su sintaxis y con la potencia conceptual que advierto que despierta en quien las relee con detenimiento: “Todo lo que sabemos del mundo es incompleto, es inexacto. Cada día se nos presentan mayores datos que anulan un conocimiento previo, lo mutilan o lo ensanchan. Al ser incompleto ese conocimiento es como si no supiéramos nada”.

***

En la proximidades del verano. Tiempo de fertilidad literaria. Acudo a los recuerdos de las etapas anteriores y todo son ciudades y paseos junto a M. Las ruinas de algunos lugares han quedado como rescoldos imaginarios que prenden un discurso ahora rememorado. Otras veces, solo parece el símbolo de un sentir ajeno como propio. Voy sintiendo la necesidad de viajar a los mismos sitios porque entiendo que, en el espíritu del viajero, del profundo personaje que nos habita, visitar es, como la relectura, revivir lo que fue como si estuviese siendo en ese instante.

viernes, 3 de junio de 2011

Leo Una autobiografía soterrada, de Sergio Pitol. Sin meditarlo, acudí a las baldas donde se amontonan los tomos de literatura hispanoamericana, aquí, en este salón, para rescatar El mago de Viena, el mismo libro del mismo autor salvo que en el primero de los citados se ha adelgazado lo que se repite.

Considero que el título es una magnífica excusa para empezar a darle pábulo al diario, porque un diario es siempre una autobiografía soterrada. Lo he confirmado después de hablar con el amigo y poeta J.G. quien me preguntó por qué había quitado los comentarios de esta bitácora. La respuesta fue simple. He eliminado todo lo que caracteriza al formato digital. No hay imágenes, ni vídeos ni enlaces en los textos, por lo que el resultado solo es la palabra. Además, le dije, no me imagino a Tólstoi o a Chateaubriand o a John Cheever escribiendo en su diario con alguien que le enviaba comentarios a lo escrito tan absurdos y vacuos como los que suelen leerse en público. Así, con el arte de la fuga de Pitol, el mago provoca una mezcolanza de géneros y tonos que merecen un elogio. Y ni un solo comentario por remiendo.

***

También compré hace poco Caminos de bosque, de M. Heidegger: “cuándo habrá un canto que cante esencialmente”. Después de leer varias páginas del libro, llego a afirmar que la poesía habita al hombre y lo descifra. Más allá, la lucha por la belleza es el orden y el sentido de la vida del hombre.

***

Creo que Borges decidió escribir una biblioteca personal o una biblioteca de autor porque deseaba explorarse a sí mismo, horadrase a través de una propuesta estética, como Pessoa. La indagación en la lectura es un sometimiento a nosotros mismos, un expurgo por de dentro que no cesa en continuos giros, pues las lecturas son tan cambiantes como lo somos de continuo. Así, Borges nos aleccionó de esa forma porque, como dice Foucault, las palabras y las cosas pueden provenir únicamente del deseo.

miércoles, 1 de junio de 2011

Apunto en el cuaderno una serie de palabras sin motivo aparente: estulticia, vanidad, irreverencia, el resplandor, la inocencia. Las escribo entre comas porque no les encuentro vínculo alguno ni ligazón posible.

El día ha sido una entrega al desasosiego, una real e impronunciable jornada en que se han agavillado distintas situaciones sin que ninguna de ellas de mi placidez. En medio de una multitud, agarro mi moleskine y ,de pronto, sin que nada hubiera estado previsto, un buen número de asistentes comienzan a fijarse en la menuda caligrafía que imprimo a estas letras transcritas. La invasión se produce progresivamente, hasta que lo cierro. Por unos instantes, he sentido que estaba en una de esas pinturas, como La lección de anatomía, en que todos los que intervienen dejan sus asuntos a un lado para atender a lo extraordinario, para centrarse de momento en un silencio que lo fuga todo. Como un crisol, como una luz que penetrara ininterrumpida, los ojos de los presentes fijaron su atención en el cuaderno. Todo enmudeció como la cadencia de la encina, todo menos el latido raudo y violento de mi corazón que, al dejar de ser humano, continuó el pulso de la muerte. Nunca hubiera querido no ser yo como en ese instante, hubiera preferido ser una letra o una hoja del cuaderno, a lo mejor la tinta finita que componen las poesías.


***

Siempre he imaginado que Cervantes llevaba consigo un diario. Sé que es una hipótesis difícil en aquella época por diversas cuestiones, pero me gusta imaginar que Cervantes tenía en la mente una personalidad que lo sobrepasaba y que quedaba figurada en las páginas, secretas y candentes, de un diario. Cuánto daría uno por leerlas, aunque tan solo con imaginarlas ya nos dio Cervantes alimento por unos días. Una autobiografía soterrada.


***

Hay que confiar en los escritores que desconfían de su propia labor, de los que menoscaban su tarea de continuo. Ellos son los que van peregrinando por la senda más oportuna o quizás los que nutren de forma mineral sus obras. Por favor, si alguna leen estas páginas secretas, desconfíen del todo en ellas y en el sujeto que las escribió.