jueves, 30 de septiembre de 2010

Qué sentido hay en que esté escribiendo en el sótano de una casa con la música de Beethoven, con la música de cámara, la sublime música final de cámara, la exacta melancolía que se impregna en esa música de cámara de Beethoven. Qué y quién escribe seguirán siendo enigmas constantes que no necesitan ser dilucidados. Escribir a diario, sin falta, con las manos esqueleteadas sobre un teclado que resiente sus años. Escribir sin más, escribir, no por necesidad ni por otra boutades que tanto gustan a los escritores, sino porque la vida se concentra en ello, ello es la vida, ello-vida, ellovida. Escribir en la profundidad de la tierra, metido en tierra, como si estuviera en un inmenso ataúd prematuro donde la vida brota incesante, bajo tierra, en silencio, perdón, en cuerda final de cámara.

***

Esta mañana, al levantarme, he confirmado que he tenido el sueño de otro en mi cabeza. Duró toda la noche, con una persistencia desconocida para mí. Fue un sueño en otro, la invasión onírica de un individuo a otro individuo. Los límites, en ese ejercicio, eran invisibles; no existía la menor sensación de mortalidad. Esa misma sensación es la que manejo cuando comienzo a leer por las tardes: la mortalidad es anécdota ante la memoria continua de los libros. Ese sueño de la noche ocurría en un castillo, en la torre de un castillo cuyo techo estaba totalmente inscrito de sentencias y frases latinas y griegas. Había una notable biblioteca plurilingüe y un olor a humedad casi corrosivo para el organismo. Al leer aquellos apotegmas tallados en la madera con una caligrafía esbelta y erudita, tuve la sensación, como nunca antes había sucedido, de estar más cerca de esos textos. Entendí que la interpretación es apología de la cercanía mental y espiritual, de la catarsis in mente del lector. Justo en ese instante, en que el lector ocupa, por segundos, ínfimamente, el observatorio del escritor, se produjo el sueño, justo ahí, allí, en ese momento. Al despertar, junto a la cama, descansaban los volúmenes con los ensayos del autor francés que tanto había perturbado los sueños. El mismo libro que es materia de él mismo, de mí mismo, de todo ser humano, en definitiva.

***

Deberías estar siempre en contrapunto, siempre en compases ternarios. Como un violonchello, deberías participar de la vida siempre a la retaguardia, en la zaga, observando cómo la melodía que trazan los solistas puede ser reconvertida en los bajos de la humanidad. Estar a la espera para revocar la pronunciación del amanecer, la dicción de la tarde, el bostezo profundo y energúmeno de la noche que es lo sublime.

***

Kant distinguió lo sublime de lo bello. Dijo: “La noche es sublime, el día es bello”. En este paradigma de definiciones, intento consignar una diferencia estética y ética que me permita comprender la sentencia. Para ello, lo escribo en una pared del sótano, con letra de gran dimensión, perceptible desde el fondo. La dejo descansar para luego recurrir a ella.
Sigo leyendo a Kant y subrayo lo siguiente: “Lo sublime ha de ser sencillo”. Bastante tiempo llevo hablando, en distintos foros, de la necesidad de la naturalidad en el arte. La naturalidad como el sustento de lo sublime, la sencillez, como poseen las pirámides de Egipto, para alcanzar lo grande y eterno. Creo que todo apunta al asombro inmóvil, la vida quieta, el movimiento perpetuo en lentitud.

***
<
>, peces en blanco.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Las palabras no provienen de la revelación, sino de la memoria. No proviene el hallazgo del conocimiento nada más que de lo leve, especular y auroral que encierra la palabra.
***
Tal vez convendría adecentar la sintaxis de algunas frases demasiado manidas. Por ejemplo, enfrentarse a los problemas de la vida. Después de observar un rato el efecto semántico de la misma, creo que en puridad queremos decir el problema de la vida.

***
Si alguna vez pudiera comprender quién y qué soy.
***
Decía Sartre que uno habla con su propia voz pero escribe con la de otros. En esa sentencia, tan atinada, cabría añadir que la propia voz es siempre plural, siempre de los otros que nos habitan.

martes, 28 de septiembre de 2010

He afirmado demasiadas veces que desearía ser invisible y no por escribirlo a cada momento el hecho llegará a consumarse materialmente. Sin embargo, me he dado cuenta de que la táctica que más me conviene en estos momentos es mantenerme a escondidas y en celada, ajeno a todo tumulto y soslayando todo encuentro que me desagrade. En efecto, la cercanía a la misantropía es una amenaza, pero no la considero de peor calado que la banalidad y el absurdo. No he de derramar más tiempo en los otros porque no quiero pertenecer a sus coartadas en la vida; no he de desprenderme de más vida si no es para lo esencial que, aun siendo desconocido, brujulea los días y los mundos. El solipsismo siempre fue una añoranza y una necesidad. Hoy más que nunca.

***
Toda la tarde engolado con Fedro, de Platón, mientras invade el sótano el Impromptu Op. 90. N.1, de Schubert.

***

La vida de la voz, eso es la poesía.

***
En cualquier caso, nunca escribo buscando el enfrentamiento con un interlocutor que no sea yo mismo, antes al contrario, las palabras larvan y horadan en las profundidades del individuo y, en esas abisales estancias, el verbo es un desboque del alma.

***

A veces, cuando comienzo a leer un libro de poemas con la intención de escribir sobre él, me sucede. No puedo remediarlo, es un desamparo y una desesperanza que me conducen a la agrafía. Como en arpegio, la sensación de los versos configura un poso liviano que se resguardadas de los días. Permanecen, entonces, algunos versos en el reino blanco de la palabra viva, de la palabra que se aposenta en la memoria que auguran los volúmenes de una biblioteca. A pesar de nuestra incapacidad por entender el mundo el mundo existe y la memoria es prodigio de la multitud. Por eso es tan poderosa y tan pétrea, tan pródiga de luces y de verdades.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Una furia incontenida ausente de palabras, de palabras, una furia incontenida. Una mirada que abarca el aire con el desafío de un dios olímpico, con el desafío de la nada entre las manos, de la húmeda niebla que transita entre los días, que siega lentamente el iris de la conciencia. Un llanto en la tarde con el proteico meditar de la especie; diluido en la especie he llorado como en una cueva antigua en la que la decoración era una desfiguración de mi rostro escrito.

***
Las páginas de miles de libros conviven con nosotros. Toda la realidad nombrada en ellos las pienso como túneles interminables que bifurcan nuestras vidas y las extienden hasta no sabemos dónde. Como una suerte de formas concéntricas he observado la biblioteca. Me he detenido ante ella y he llevado mis manos por los lomos de los libros, como si estuviera rozando un teclado. He imaginado los millones de palabras que jamás leeré; he proyectado a otro lector futuro en ellas, a otro lector en que me inserto, a pesar de la finitud, con estas palabras deseosas. La lectura es un ejercicio de humanidad creada por el hombre para concienciarlo de su ser. Por este motivo, todo lector termina enfrentándose no a un montón de celulosa y de páginas, sino a su propia figura proyectada en esa incapacidad. No hay que rehuir la finitud, sino más bien aprehenderla, para poder integrarla en nuestra conciencia. No hay que huir ni llorar por lo que somos, por nuestras mezquindades, por nuestras vilezas, por las pérdidas de vida que continuamente otorgamos a los días. No somos más que aventuras pasajeras de un sueño proscrito, de un emblema de la voluntad. No somos más que una palabra, ni siquiera aspiramos a convertirnos en un verbo perpetuo e insonoro. En cualquier caso, alguien que haya abierto un libro y haya comprobado que lo humano se encuentra en ellos, en el resguardo de la memoria, deseará encontrarse con la tierra, con las cenizas, avivando la atmósfera de los otros como antes lo hacía en cada momento, en cada estación del estarse fugitivo.

***
Son estos meses de una incertidumbre terrible. Colapsado. Así me encuentro frente a todo, en un maremágnum irresoluble en que se teje la escritura, la lectura, la vida, la conciencia de la muerte. Hay golpes de la muerte en la vida que vienen a dictarnos sentencia. Hay golpes, yo no sé, tan férreos que no tienen procedencia, que aparecen como del alba en la mañana, sin origen ni pretensión. Hoy, por ejemplo, mientras iba al trabajo, vislumbré una loma desierta, sólo poseída por el frescor de la madrugada. Había una quietud de óleo en su contorno, pero sin embargo, en la negrura de sus raíces, en la profundidad de la tierra embarrada, percibí más vida que nunca, más brote que nunca, más muerte que nunca.

***
Alguien me pregunta, de nuevo, qué escribo a parte de este diario. Si poseo proyectos secretos preparados para premios. Rápidamente, como la situación la vivo de vez e cuando, le contesto con alevosía: no sé escribir en tiempo muerto, en borradores, para calentar la muñeca ni para querer aparentar que esto son sólo bagatelas. Frente a la palabra el hombre no tiene elección, el escritor tampoco.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Leo a Emerson congraciado con su defensa del individuo en Confianza en uno mismo. Además, entre medias, voy leyendo El Quijote. En esta lectura de la obra de Cervantes, he visionado en sus páginas un alegato primoroso y rotundo hacia el individuo. Entre Emerson y Cervantes voy conjugando el pensamiento con la ficción, la vida con la literatura. No en vano, este diario debe su nombre a la magna obra de nuestras letras, ese espacio en que confluyen…en que nunca encuentro nada parecido a lo que sucedió, en que todo es abismo y excitación del ser.
Dice Emerson: “Ser grande es ser mal comprendido”. Lo escribe así porque sus páginas derrochan esfuerzos en desarrollar el inconformismo, el vitalismo o la intuición como forma de sabiduría. El hombre es infinito, esa es la consigna de Emerson para alcanzar una ética insobornable, íntegra, individual. Sólo de esta forma, desgajándose de todos los amarres sociales y de la tradición, de todas las liturgias sociales, podrá comenzar a desarrollarse. A ser hombre. A llegar a ser, en conclusión. En algunas páginas repite: “Sólo la vida importa, no el haber vivido” y no puedo entender el haber vivido sin haber leído y escrito.

***

Leo sorprendido que Rilke tuvo etapas de creación, de máxima creación, en Capri. Cuando estuve allí, jamás me imaginé que el poeta hubiera estado paseando por aquellas recoletas estancias. Incluso pensó en un proyecto literario que llevaría por título Cuadernos de Capri. Reviso, debido a estas noticias, mis fotos y recuerdos de la isla. Imágenes, luces, paseos junto a M., la travesía desde Nápoles contemplando toda la costa, y una límpida sensación de pureza. Sí, una límpida sensación de pureza, de no sé qué aire vibrante, qué piedra tallada al viento, qué voz rota en dos mitades como las flautas en Grecia.


***
Y la sensación que se esconde en la lectura de El Quijote. Un autor desvaído, mutilado de vida, sirviente de la ficción en su plenitud individual. Un hombre en carne viva, que ofrece con su literatura los más altos sones de la ficción imbricadas con lo humano.
***
Y, cruceta copulativa, tirachinas del verbo, yuxtaposición del espíritu.
***
€, emblema del suicidio.
***
&, corte de mangas asociado.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Viernes en la ciudad y salida en el tren. Estas semanas –en las que madrugo en exceso y duermo pocas horas- las he comenzado escribiendo y leyendo en el tren.Esta circunstancia me resulta mágica y embelesadora. Podría pasarme sin problemas todo el día en el tren de un lado a otro únicamente leyendo. Si eso fuera así, si las horas de trabajo se concentraran en las que paso en el tren, leyendo, escribiendo, contemplando, la vida, aun encerrada, gozaría de otra consideración. El cuerpo sería un lastre más llevadero y ería difícil entablar una cnversación absurda con nadie.
Todo el día observando cómo unos bajan y otros suben, cómo respiran y cómo duermen; cómo hablan sin cesar sobre esto y aquello; cómo ríen y algunos leen. Sería un ir y venir sin rumbo en el mismo trayecto, una estancia pendular de los días.

***
El señor se montó en el mismo vagón que me correspondía. Llevaba una maleta de cuero muy desgastada y un pelo cano, rotundo, abierto, desaforado. En cuanto pudo, sacó el volumen como si portara un artefacto antiguo, fabricado ex professo. Era la magna obra de Proust en francés. El libro estaba muy trotado y el señor no dejó de escribir en sus páginas durante todo el trayecto. Con un panorama de este tipo no podía dejar pasar la ocasión y decidí que me bajaría en algunas estaciones más adelante ya que contaba con tiempo suficiente. Lo acompañé hasta Utrera. Allí guardó el volumen. Se bajó del tren. Jamás volví a verlo. Inception.

***
En el habítaculo que nos reservan todo es inhóspito, incluidos los seres, los seres incluidos, todo, inhóspito. No hay nada en ese lugar que pueda magnificarse con estas palabras, nada, porque las palabras necesitan de sustancias previas para poder edificar con ellas. No hay nada en ese lugar que pueda magnificarse, nada, nada puede, ni siquiera un acto, un hecho, un acontecimiento, un ejercicio, un vano amanecer. Nada, ni un solo ángulo hallarás. La alegoría, decía, Kafka que lo más importante es entender que todo, al ser escrito y pensado termina siendo alegoría, subyacente realidad. Incluidos estas disquisiciones aritméticas de un yo, un alguien que se descifra en la arena de un mar que lo corroe y que se llama Tierra.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El mundo alrededor y la vida rezumando bemoles. He paseado la mañana con el rostro compungido porque todo era un entierro de banalidades. Expulsión, como diría, Bernhard, expulsión, extinción de todo lo que rodea y afecta al espíritu, dije. Descreo de los diálogos sin causa, descreo de las palabras que surgen sin perseguir un efecto, descreo de todo, de casi todo lo que me rodea y compunge, definitivamente, como un minotauro acorralado. Descreo del mundo y sus párvulos habitantes, del vómito del hombre en la mañana, de la náusea que me provocan sus actuaciones, dije, afirmo.

***
Como dijo Kafka en sus Diarios, todo es alegoría alegórica, es decir, todo puede someterse al principio de la metarealidad a través de las palabras. Esa espiral es interminable, pero existe una constante que participa de todas ellas, que va bombeando la sustancia necesaria y precisa: la conciencia de ser humano.

***
Aborrecerlo todo, retirarlo todo de la memoria como un desgaje plural, deshacerse del pelaje de lo cotidiano, atribuirse propiedades olímpicas. Es la única forma de sobrevivir.

***
El paso del tiempo me conduce a reducir la existencia cada vez a menos amarres. Para ello, hace falta una disciplina militar, que delimite con exactitud lo que nos advierte que estamos viviendo. Hay que tener fuerza emocional y personal para retirarse de los terrenos en los que el ser se deja ir, en los que la masa nos engulle con sus mecanismos. Es la concentración absoluta en uno mismo, es la concentración absoluta en el ser humano.
Este ejercicio, que me gusta practicar a diario, en el diario, nos puede llevar a una misantropía mal entendida, porque en este mundo la misantropía ha ido adquiriendo valor de humanidad. Cuanto más adentro de nosotros mismos, más cercanos al hombre; cuanto más alejado de la masa, más límpida refulgen las propiedades de lo humano. Nunca el mundo avanzó en la aglomeración de los hombres, nunca, sólo un hombre sólo puede crear en el mundo, hacer el mundo, rehacer el mundo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Junto a mí, en la estación, alguien lee mientras el mundo subyace en los ojos gracias a los astros. Está absorta e imbuida en la lectura. Según marca un indicador, está terminando el libro y pienso que eso prende, aún más, su fervor. Agarra un lápiz de cuerpo anaranjado con el que subraya algunas palabras y marca algunas páginas. Cuando escribe, lo hace con letra menuda y enjuta, casi microscópica, sombreando los márgenes. No he logrado ver el título del libro ni su autor, pero ese enigma prefiero dejarlo sin respuesta, ya que por él saco el moleskine y comienzo a escribir, como un detective que observa un caso. Arriba, justo encima del lugar en que los pasajeros esperan el tren, hay un espejo. Al mirarlo, los reflejos aparecen desfigurados e informes debido a la perspectiva, pero a pesar de todo, puedo destacar mi propio reflejo escribiendo en el cuaderno. Como un niño que juega con algo accesorio, escribo sin mirar la página para poder detectar los movimientos en el espejo. Al cabo de un rato, compruebo que en la pequeña sala solo quedo yo, escribiendo, ya que el tren espera en el anden. Sin embargo, durante unos segundos, una muchedumbre desconocida y plural se agolpa en el espejo. Son todos y no son nadie, es el pluralismo del yo.

***
En algún momento, el detective entra en catarsis con el criminal, como, en algún momento, el lector entra en catarsis con el escritor.

***
Sigo, durante esta semana, con el libro de Manguel y a cada página me encuentro con pasajes que me hacen detenerme demasiadas veces para escribir: “Estoy supuesto en las obras de Platón, al igual que en cualquier otro libro, incluso en los que no leeré”. A estas líneas cabría suponerles algunos reparos. Por ejemplo, no todos los lectores están supuestos en la obra de Platón ni en la de Cervantes ni en la de Kafka. Aunque, aparentemente, este aserto es prodigioso y me lo llevo a la memoria para avivar aquellos huecos de la razón que necesitan de las palabras ajenas. El concepto es grandioso y borgeano: estar supuesto en un libro a pesar de nosotros mismos.
El lector es el hilván que despierta la celulosa de las estanterías, el activo elemento de la escritura, el que provoca que la lectura sea un acto de presente eterno al que se refería Kant.

***
Acudo a algunos pasajes de Fedón, de Platón, para glosarlos y ejercitar con ello la escritura en este diario. A veces, siento que decae el ritmo de la literatura y que las letras van aquilatándose sin demasiada consistencia. Las leo con desmayo, sin avisar en ellas ninguna sugerencia atractiva o sugerente, antes al contrario, este repliegue de la vida a la literatura y de la literatura a la vida, ha terminado por emboscarse en tres o cuatro temas que se repiten en un bucle de idénticas sucesiones. Sin embargo, cada día intento pasar de un lado a otro, del latido al papel, atravesando una cuerda floja, destensada, que atraviesa por completo los días. Cruzar esa cuerda, con el abismo debajo de la misma, provoca que tenga que buscar, leer, fijar en este diario algún pasaje que lo mantenga vivo, que rezume literatura. Una de las mejores soluciones es leer a Platón, siempre.
Decía que, en Fedón, casi al comienzo, se afirma que los filósofos trabajan durante la vida para prepararse para la muerte. En este diálogo asistimos a la muerte de Sócrates. Es sin duda, uno de los pasajes que más me motiva como humano, del que más y mejor ejemplo he sacado en no pocas lecturas. Sin embargo, he pasado las páginas hasta llegar a El banquete.
Este diálogo lo tengo demasiado subrayado en el volumen que compré hace años. Hoy, puedo decir que he leído a Platón con los ojos de Shakespeare y no a la inversa. Silencio es todo lo demás, exactamente lo que contesta Platón a la última pregunta que le hacen en vida: nada.
Y les digo a Shakespeare y a Platón que nada es el territorio de la muerte y de la vida, que nada es el título de la memoria cuando fenecemos y que nada es el total de lo que la inteligenca nos depara.
***
Quisiera tener el ánimo envejecido para vislumbrar los templados témpanos de la vida. Quisiera el dominio sobre sí mismo como en un desvelo continuo del espíritu. Trazar en la memoria el valor de la belleza absoluta, de la que no entiende de nombres, de formas concretas y sucede dentro de uno mismo, en silencio y auroral. Quisiera, con Platón, que los ojos del espíritu comiencen a ver con claridad antes de la época en la que el cuerpo se debilite. Quisiera ser música y no palabra, encontrar la belleza y no la forma.

martes, 21 de septiembre de 2010

Qué alejado todo del sosiego y la fascinación, qué tristes miembros tiene el albor de la mañana y qué rotunda indignación me atraviesa cada vez que las horas y los días caen, insalvables, fallecidos, en el fangal de lo absurdo.

***
A cada momento va uno enjuiciando lo que le sucede. Se ve con el beneplácito suficiente como para decir qué fue adecuado y qué no, qué nos fue beneficioso y qué hacen los demás que nos parece irrisorio. Cuando leemos, ejecutamos continuamente un acto de enjuiciamiento y cuando amamos lo hacemos hasta el fondo. Nos enfrenamos al mar y tenemos la osadía de discernir entre el plata y el dorado. Cuando hablamos con un amigo pretendemos trasladarle aquellas punzadas que nos corroen y cuando nos concentramos en nosotros mismos sucede la anulación de los sentidos. Con la anulación de los sentidos, se produce el florecimiento del sujeto. Es decir, nacemos dentro de nosotros, revivimos, revocamos a la naturaleza con la conciencia suplantando al otro que nos perfila.
Me acuerdo, en estos casos, de Kant y su meditación tercera de las Meditaciones metafísicas. Al comienzo de esta parte, Kant expresa que dejará de hacer uso completo de los sentidos y de que borrará todas las reminiscencias corporales de su pensamiento y que las tendrá por vanas y falsas. En ese enclaustramiento del individuo, comprueba que toda la galería de ideas, pensamientos o vibraciones externas no son más que productos dentro de él. Algo parecido me ocurre por las tardes, cuando escribo y leo. Intento ser plural como el universo, pero lo más alejado de mí mismo, quiero decir, de los sentidos que me atosigan, del exterior, de la cáscara.
En esa penetración en el espíritu de uno mismo se confirma la ignorancia interna, la carencia interna, el solsticio interno de la inteligencia.

***
Al término de Kant vuelco la lectura en Wittegnstein. Al azar, abro el Tractatus por la mitad del volumen, en ese espacio me encuentro: “Si por eternidad se entiende no una duración temporal infinita, sino una intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive el presente”. Y estas meditaciones me conducen a Pessoa, sé plural como el universo. Si consigues ser plural conseguirás la eternidad del presente.

***
Con Schubert la tarde se torna rosa Tiepolo, cárdeno Tiziano, espacio Velázquez. Con Schubert, el bálsamo con el que me esculco. La línea perentoria en la blancura. El presente eterno del que hablaba Wittgenstein, la concreción más humana de lo huido.

***
La poesía es el atributo de la luz. Ella roza lo insonoro, pero agudiza el silencio.

***
El escritor dice la literatura es, escribo para, leo con…cuando debiera escribir la literatura soy. No hay más camino que la primera persona para el escritor en cuanto a lo literario. Como en esta música de Schubert, el músico es música. No puede el escritor aspirar a convertirse en un elemento aledaño a su obra.
Alineación al centro
***
Como en estos moentos, que no entiendo cómo no me dediqué a la música por completo. En ella anida lo más sublime y los más bello que pueda urdir un individuo consigo mismo, en sus adentros.

lunes, 20 de septiembre de 2010


Vuelvo al tren para ir al trabajo. En la estación, muy temprano en la mañana, comienzo a releer el libro de A. Manguel sobre la lectura y sus historias. Me pareció, al seleccionar un volumen por la noche, el libro más adecuado y el que mejor resumía el pasaje que me disponía a sortear. Un compendio personal de la lectura y sus secuaces.
Fue, hace unos años, cuando iba diariamente en tren al trabajo, cuando comencé a leer con profundidad a Pessoa. El trayecto parecía estar perfectamente conjurado para que dos o tres textos de Libro del desasosiego desarrollaran todo su potencial. Había, por tanto, una perfecta armonía entre la dimensión espacial y la temporal que, encrucijadas, ofreció días de fervorosa lectura.
Es cierto que leer intensamente antes de comenzar a trabajar termina por perturbarme demasiado, ya que se quedan en la memoria esas frases enigmáticas y que dificultan la concentración requerida para el quehacer cotidiano. A la vuelta, me quedé todo el camino repasando esta turbación de la lectura, esta intrusa postura que ofrece los libros con la vida de los lectores.
La lectura es un ejercicio de desequilibrio, de inestabilidad, de utopías encrespadas, de descatalogados comportamientos que vienen a edificar en la memoria una nueva manera de ser en el lector, dije. Esa edificación de la lectura llega a dislocar al individuo, a poseerlo por un tiempo, dije. El vagón permanecía vacío a pesar de estas voces.

***
La historia de la lectura es un encuentro con la memoria, con los subterfugios del olvido. Nada que no dejara su rostro o huella o sonoridad en el recuerdo pertenece a ella. Por este motivo, cuando leo el libro de Manguel, pienso en las lecturas que no se mencionan, pero que ocuparon el tiempo de libros mejores. Por ejemplo, existe en este libro un pasaje fabuloso. Se remite para ello a Petrarca y a San Agustín, al diálogo imaginario que mantienen en Secretum meum. En este libro se escribe la imaginaria conversación que mantienen los dos ilustres personajes en relación a la lectura. Un diálogo que ahonda en la necesidad del lector como un creador, en la participación de lector para convertir la lectura no en mero soporte de conocimiento, no en continuo fluir de palabras, no en mera memorización de frases prodigiosas, sino en tierra fértil en que las anotaciones del lector lo conviertan en escritor, en que las anotaciones del lector transformen el libro y lo rehagan y lo reescriban.

***
No sé qué mecanismo cerebral se dio en la mollera cuando recordé una anécdota de la vida de Mahler justo antes de bajarme del tren. Justo antes de pisar el suelo, la imagen de Mahler sobrevino sobre los campos y, confundidas con sus enraizadas melodías al vacío, justo antes de todo, de que el día comenzara a brotar con grisura, El concierto, de Tiziano.

***
Una realidad en marcha, pero con declinaciones; una realidad quieta, pero en transformación, eso es lo que cuenta para el poeta.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Quizás escribo con la materia de los sueños, pero con el corazón de un relámpago pétreo.


***

Muerte sin fin, muerte sin fin, vaso que contiene la forma de la vida, vaso que muere con la forma de la vida, con la forma que otorgan los sueños a la vida, la materia de los sueños a la vida.

***
Leyendo El Quijote siente uno el alma más adentro, cóncavo en lo profundo. Al dejar de leerlo, el mundo es más ajeno a todo. Parece desgajado de sí mismo como un decir sublime que dejó de ser bellopara ser perpetuo.



***

Asiento ante las palabras de Pseudo-Longino ante las disquisiciones entre lo bello y lo sublime. Luego, recurro a Kant, para darle forma a lo que intuyo. Tras leer a los dos filósofos, me dispongo a leer un poema para comprobar cómo, todas estas construcciones aledañas, se derrumban ante el acontecer de la lectura en sí misma. Cada vez creo con más convicción que la belleza es la imagen de dios en la palabra.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Definitivamente, aprecio la lectura. Objetivamente, soy un lector por encima de otras circunstancias. Esta mañana, lo primero que hice fue sostener al aire un libro de José Gorostiza, el poeta mejicano de Muerte sin fin. Hacía mucho tiempo que no lo releía, a Gorostiza, al que me dio no pocas claves de una religiosidad con forma de vaso. Con desesperación agarré el libro de las baldas, como un acto vengativo conmigo mismo, manteniendo un enfado rotundo y completamente serio. Comencé a leer al poeta, a releerlo, porque Gorostiza fue de los primeros poetas que hicieron la luz en mi memoria.
No recordaba su rostro y me ayudé de la ilustración que acompaña la edición que siempre he manejado. Un bigote bien medido gobierna su rostro, su rostro enjuto, peinadísimo, con los ojos en la servidumbre al vacío. Dice el poeta juanramonianamnente: “Oh inteligencia, soledad en llamas […] páramo de espejos, helada emanación de rosas pétreas”. A esta fortaleza poética se une una profundidad poco usual en la escritura y una continua meditación que circunda temas como la palabra, Dios o la inteligencia.
Sin embargo, de todos estos versos que voy leyendo, hay uno que siempre ha percutido con insistencia en mi memoria; un verso claro pero rayano en la perplejidad, un verso de poeta, de poeta puro, sin excelencias ni arboladuras, sin excedentes de producción artística.

***
Mas la forma en sí misma no se cumple”, este es el verso de Gorostiza que rescataría de su obra. Es la forma soledad en llamas, páramo de espejos, helada emanación de rosas pétreas, es decir, llama, espejo, piedra; esa es la vida, porque la vida es forma.
Puede uno leer el verso sin más miras que el puro deleite que ofrece el endecasílabo, pero este verso es una clave de bóveda, una poesilogía, una reducción magistral del pensamiento poético. Siglos de estudios quedan reservados en él y aun así, el misterio lo enviste.
No se cumple la forma porque la vida y la escritura suceden en un individuo en soledad y la soledad arde por de dentro en enormes llamaradas. No se cumple la forma porque el individuo, que la resguarda, se convierte en un páramo repetido hasta la infinidad, especularmente sucedido. No se produce, al fin, y una vez por todas, porque si surgiera una rosa, que no debe tocarse ya más, sería pétrea, helada, emanación de una algarabía insostenible.

***
Julien Gracq no tenía en alta estima la obra de Cervantes, pero tampoco dedicó muchos esfuerzos en querer escribir sobre este asunto. Gorostiza me ha conducido hoy a Gracq, a su libro Leyendo escribiendo. En este volumen hay una frase que dice: “Lo que ordena en un escritor la eficacia en el empleo de las palabras no es la capacidad de precisar más en el sentido. […] Para él, casi todo en la palabra es frontera, y casi nada está contenido”. Evidentemente, la forma en sí misma no se cumple ni siquiera en los escritores que se detienen en la forma y en el significado de las palabras con toda su agudeza y erudición. No encandila un escritor por su exactitud y pulcritud, hay un ritmo sintáctico, un spleen, un inherente e intrínseco sentido que lo abarca todo y que hace inexplicable, por qué una obra como El Quijote sostiene todavía las bases de la prosa de ficción.

***
Cuando Pessoa afirmaba que la monotonía de todo es la monotonía de mí cabría pensar en la forma en que está escrito este aserto y en traer a colación las referencias musicales del término. En cualquier caso, Mozart hizo de las notas tenidas una usurpación del raciocinio. Por lo tanto, habría que establecer la polifonía en nuestra yo para apoderarnos de nosotros mismos.
En las palabras lo único que habitan son los abismos, porque las fronteras se derrumban en cuanto ofecemos el ser a la inteligencia y a dios.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Me he levantado más temprano de lo habitual para poder escribir con las constelaciones fulgurantes y con el principio de la luz. Me he asomado a la ventana porque el viento golpeaba en los cristales como un azote farisaico. Y percibo, al fondo, una tormenta que se aproxima. Las luces de los rayos parecen manos cenicientas y, mientras tanto, M. sigue dormida y ensimismada. He bajado al salón y he abierto un diccionario en busca de la palabra que delate mi existencia. Desde hace unos días no puedo dejar de escuchar a Chopin. Después de todo, considero todo esto como un sueño noctámbulo, en que bajo al sótano y me reencuentro con varios hologramas, con poetas de otros tiempos que me hablan sin cesar.
Me encuentro con la palabra testamento y leo las definiciones que ofrece el diccionario. Me quedo pensando cada una de ellas muy sorprendido y atisbando ciertas ínfulas en el término que no me satisfacen. Esa voluntad definitiva del hombre por desear que la última palabra sea la que quede como un rastro, ese deseo del hombre de querer comprenderse cuando está agonizando, no deja de ser ridículo y absurdo. No puede uno entender nada de lo que ha creado o ha escrito o ha teorizado sin haber reflexionado en la plenitud del momento, del ahora quieto. No hay un más allá en la creación más que en la creación misma. No podemos construir un museo aledaño de teorías que aspiran a la certeza, porque no puede extraerse la certeza de la literatura si no es en el tiempo de los lectores. El escritor, al dejar de serlo de inmediato, sólo anhela convertirse él mismo en un lector ajeno de su obra.

***
Mantenerse en el lado del mundo en que todo es probable sólo por ser nominado, mantenerse en el lado en que el curso de la humanidad no arrastra con sus sensiblerías y ritos, mantenerse en pie, firme, como un surco en la tierra mojada. Pessoa entendió esta circunstancia como una necesidad: “Pertenezco a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no ven sólo la multitud de la que son, sino también los grandes espacios que hay al lado”. La memoria es la que hace posible que podamos mantenernos alejados e integrados al mismos tiempo, porque es ella la que circunda lo que somos con lo que fuimos. Sería insoportable ser sólo lo que somos. Sin lo que fuimos e inventamos en el pasado, poco más que un primate desarbolado y un triste figurín de asfalto.

***
Como escribee Emily Dickinson: “The espectre of solidities/whose substances are sand-“. La última sustancia es la arena, la desintegración granulada y la obra de un escritor, cada línea, queda asediada por la desintegración. La prosa es como un desierto en que se proyecta la fuerza proteica de la memoria. Ella levanta espejismos, es cierto, pero también oasis en el recuerdo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La lucha por la vida, ya que uno no vive, sino que pretende no hundirse en la vida. En el lodazal que es la vida, repleto de incómodas cercanías cuyas horas han tocado cerca de nosotros. De un tiempo a esta parte, he restringido los intereses a un puñado de elementos. No puede uno dejarse vivir y adormecerse, dejarse arruinar hasta calcificarse como un títere sin brillo. La voluntad debe modificar la desgracia intrínseca que nos trae la vida, esa manía insonora de ir apagándonos y reduciéndonos al circuito cerrado de nuestras venas.
Debe uno mantenerse alerta ante la desidia, porque en este mundo moderno los mediocres arrastran con sus ignorancias a todos. Hay que estar en alerta y para ello lo mejor es alejarse. Hay quienes se deleitan experimentando los auspicios de lo absurdo y quienes se sienten éticamente llenos porque han elaborado una idea que afecta a los otros. Debemos huir de este magma pegajoso, asilarnos, individualizarnos, radicalizar nuestras posturas como sujeto.
Este verano conseguí entender que las razones de un hombre son las razones de la humanidad, porque la brillantez y la profundidad es cuestión de nivel. Ortega y Gasset, al referirse a la filosofía, respondía diciendo que la filosofía es cuestión de nivel. No añadía ningún matiz porque no era necesario.
Creo, por tanto, en una erradicación de la democracia que se ha instalado en todos los sectores. No somos los mismos, no cuenta lo mismo la palabra de un hombre y la de otro; no pretendemos lo mismo, no degustamos lo mismo. Y en esto, como en todo, con la minoría, siempre.


***

Recupero la música de Miles Davies, Kind of Blue. En el contrapunto del bajo observo un mirar de marimba. La trompeta irrumpe con su decir de luna menguante. Se dilata el parpadeo del espacio y el tiempo, en una versión sucedánea, desespera por ocupar su trono de mimbre, rey de azul condena.

***

En la escena segunda de Hamlet, cuando hablan Osric, Horacio y Hamlet, éste último dice justo antes de morir: “Lo demás es silencio”. Silencio es los demás. Esta fórmula sintáctica para expresar lo que prosigue una vez muertos, una vez desposeídos por la materia, es quizás una de las muestras más exactas que describen cómo debe ser la vida vivida. Shakespeare situó, con esta oración, la vida al filo de lo indecible, porque en ella se condensan la vida y la muerte.
Igualmente, hago uso de ella como acicate literario. Todo libro, toda novela decente, cualquier diario, debería llevar explícitamente un membrete con esta inscripción: silencio es lo demás. La palabra está asediada en sus contornos por el silencio, así como la epifanía del conocimiento. Todo se guarda para ser descubierto en la luz, como predijo Platón, para ser contemplado y acaso vislumbrado. Las verdades, si es que existen y no son solo destellos confusos, aparecerán allí donde el silencio lo indique, donde sucede todo lo demás, lo incomprensible, incognoscible, indescifrable para nuestra condición de demás. El hombre es una yuxtaposición azarosa de lo que hubo, es decir, de lo que menos importa.


***
De vez en cuando, recuerdo los versos de Baudelaire: “Et qui`l faut pour tresser ma couronne mystique/ imposer tous les temps et tous les univers”. Todas las edades y todos los universos para trenzar una corona a un muerto que predica el silencio y el ideal.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Abro el diccionario de Pierre Grimal y me encuentro con Poltis, uno de los supuestos hijos de Posidón. Al leer las líneas que le dedica Grimal, aparece una mención a los troyanos en la que se menciona el envío de varios regalos solicitando ayuda. Poltis estaba deseoso de que Paris le entregara Helena, pero le llevaron dos hermosas muchachas en su lugar.
Después de leer la entrada del diccionario, me quedo examinando los distintos diccionarios que tanto me fascina coleccionar. De distinto pelaje, el diccionario es un laberinto inexplorado que cuenta con una condición que otros libros no poseen por sí mismos: pueden ser abandonados y recuperados sin perder con ello ningún compromiso. El trayecto de lectura de un diccionario no incluye una totalidad, es un objeto para ser comprendido en sus partes. Tan similar al ser humano que en un diccionario es donde mejor se comprende.

***
M.A.G me envía algunas fotos que prefiero dejar para la imaginación del lector. Son fotos preciosas, tomadas gracias a un aguadero que han mantenido él y C. en la sierra de Cádiz. Todos los días han llevado agua para que un grupo de emplumados seres vuelen a expensas de los humanos. Son fotos como del rayo, tomadas en la espontaneidad y la naturalidad. Cuánto me gustaría que fueran estas letras como esas fotos tomadas al aire, sin aspavientos, sólo mostrando los perfiles más virtuosos. Que los versos poseyeran esa luz fulgurante y alicaída de los pájaros en flor, en rama, en silencio de romero.


***

Efectivamente, Huxley es un apasionado de la música clásica y un crítico agudo. Le emociona por encima de todo Brahms, ese músico que alcanza, por momentos, la esférica cnciencia del todo. En sus críticas escribe com un allegado a la disciplina, utilizando algunas anécdotas de los músicos como si fuera esa la primera vez que escuchara una composición. Lo mismo le sucede cn escritores y pintores, visita sus obras cn los ojos del aprendiz embelesado, pero no anulado. Por ejemplo, abarca el probema de la realidad y la ficción de la siguiente manera: " La realidad es más extraña que la ficción. ¿Por qué? Porque la ficción es siempre apropiada." Con estas sintéticas y espontáneas frases voy urdiendo el tejido de esta noche. Textura organica. Morada parasintética.

martes, 14 de septiembre de 2010

Antes de comenzar a escribir, sobre todo por las tardes, cuando el cansancio amenaza con sus llagas, comienzo a repasar algunas páginas del diario con la indiferencia de un curioso impertinente. No hago como Onetti, que afirmaba que no recuperaría ninguna página de las que había escrito, ni como esos que desdeñan de antemano todo lo suyo o como esos que se ofuscan cuando hablan de su obra pasada. Realizo esa tarea como un hortelano que observa sus frutos ya sean estos marros de la conciencia ya sean límpidas vocales. Un hortelano que observa y contempla desde el silencio cómo pudo haberse edificado con mejores formas y con más agudeza aquello que fue apenas en un balbuceo.
Estos acercamientos me llevan igualmente a desgajar de las baldas algunos libros que releo continuamente. Este ejercicio, imprescindible sístole y diástole, debe pertenecer a la mesura. Porque la relectura es la lectura mesurada de la memoria, del desvelo. La relectura es platónicamente plena.


***
El aspecto que más me agradó de Inception, la película de Nolan, fue el continuo trasvase que se produce entre la realidad y los sueños. El tema, por antiguo, ha sido tratado de múltiples formas y en grandiosas obras artísticas. Aún así, la película roza, en ocasiones, con ese prodigioso territorio en que se nubla la razón y el juicio. Ahora, por ejemplo, escucho la Ballade nº 1, de Chopin, interpretada por Zimerman y es mi tótem para salvaguardarme del sueño de la mañana.
Mañana, cuando todo comience a girar en los contornos de lo absurdo, me disfrazaré de Pessoa. Seré el doble oficial de Pessoa en el trabajo. Cada mañana, llegaré disfrazado, con un abrigo negro hasta los tobillos, gafas, bombín y un andar de cíclope asfáltico. No miraré a nadie ni diré palabra alguna, todo el desasosiego lo resguardaré en el calor del abrigo. Echaré la culpa de todo a un puñado de heterónimos e inventaré un nuevo meditar, en solitario, como deben alcanzarse las obras únicas y profundas.

***
Como el personaje de El malogrado, de T. Bernhard, no soporto ya más las descripciones en una obra literaria, menos aún en una novela, son emplastes sin sentido y que además están escritos sin ánimo. Ese es el estado de la literatura, la decadencia de la palabra.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Un amigo me asedia con un asunto que parece que tiene a algunos escritores muy preocupados: las escuelas de escritores. Sus argumentos para convencerme de su utilidad se trasladan a Estados Unidos, ya que allí las escuelas florecen como hongos descontrolados. Ahora, en la provincia, sucede que algunos quieren que las escuelas de escritores principien un auge del número de gente que le apetece escribir, sea por lo que sea. Atónito, incrédulo, le contesto simplemente que no me convencen esos nuevos mecanismos para crear escritores, ya que ese prodigio, que lleva a alguien a la actividad escrituraria, pertenece a otra órbita difícil de enseñar. Y, tras el último achuchón, me defiendo diciéndole que el mercadeo de la letra tiene sus tentáculos y sombras muy alargadas y que, como Ovidio, prefiero escribir mis tristes y pónticas como un desterrado de todo lo nuevo.

***
A.M.M. escribió en Babelia un artículo acerca de los diarios, centrándose en los de Cheever, ya que se ha escrito una biografía recientemente. Uno, que es lector de diarios por encima de otros géneros en prosa, acepta algunas de las líneas que el escritor desgaja en su opinión. Sin embargo, estos escritores de hoy, que tienen la posibilidad de escribir en medios de comunicación de gran alcance, parecen que leen de pasada, soslayando la profundidad de este género. Por ejemplo, cita varias veces a Sándor Márai y cuando esto sucede, se remite a la famosa última anotación que escribió a mano y a su suicidio, justamente los dos índices más exactos de que leyó a Márai de soslayo o que ni siquiera completó la lectura.

***
Nunca pensé que los textos que iba escribiendo terminarían por conformar un conjunto del que poco entiendo y del poco sé. Ahora me encuentro en una encrucijada y en un jardín de senderos que se bifurcan, porque me han incitado a practicar un ejercicio de retrospectiva, una analepsis, sobre mi diario. Quizás la literatura no sea más que un ejercicio continuo de analepsis que se prodiga bajo la tutela de la conciencia de haber sido otro, otro que escribió, que pensó de una determinada manera o que prefería un poeta que, a la postre, resultó ser chusco y penoso. Porque toda proyección o acercamiento hacia lo que uno pretende comprender termina esfumándose o en mero intento.
Comprendí un día, gracias a Valéry, que la escritura no entiende de horas y días, de estados más o menos predispuestos, sino que la prosa debe ser el estímulo que nos empuje y arrastré hacia una dilatación de lo que somos. Esa insistencia debe instalarse perennemente en nuestra voluntad, como un quiste profundo e inextirpable. No cuento nunca con la intención de escribir una novela, de escribir un libro de poemas, de leer el volumen de Virgilio que descansa desde hace años en las baldas. No hay intenciones en la lectura y la escritura, hay actos, acciones de la voluntad que lo relegan todo a la insignificancia. Cuando eso sucede, cuando alguien comienza a leer por ese imperativo espiritual, cuando un escritor comienza a urdir una obra que surge de la conciencia y el ardor literario, sucede la maravilla de la extirpación del tiempo y el espacio, de las proyecciones que producimos de esas entelequias. En ese encuentro diferido entre escritor y lector se produce, a diario, una eclosión y un virtuosismo de lo azaroso que, para el hombre, debe significar algo más que escuelas o saraos.
***
u, o, i, e, a ...

sábado, 11 de septiembre de 2010

La mujer de la cama de al lado tiene un problema de respiración. Toda la noche infectada de profundos suspiros que parecían aleteos de pájaros migratorios. Parece que los signos se confabulan alrededor de la enfermedad y de la estancia. La negrura de los pasillos repletos de cuerpos maltrechos precipita en el ánimo un reducto irreconocible, de rostro pétreo. Es el límite lo que impulsa estas letras, es el abismo emboscado en la respiración artificial lo que enuncia esta reflexión. Durante horas, mientras escuchaba las melodías de Chopin, los pulmones viciaron la noche, diluyeron las horas, dilataron los días.

***
La primera vez que escuché una obra de Liszt coincidió con un descubrimiento: Zimmerman. Al igual que Gould y Bach, a partir de ese momento, todas las audiciones que más me han emocionado de Chopin y Liszt han sido las de Crystian Zimerman. Pude verlo en una grabación cuando tenía doce años. Un señor barbado, impoluto, en medio de un salón interpretando con maestría los nocturnos de Chopin. Imagen fija, persistente, que desprende una serenidad compleja, porque el trabajo que se encierra en ese estilo es mastodóntico siempre ha sido u estímulo. En las manos de un pianista el virtuosismo desprende naturalidad y frescura, cosa contraria a lo que sucede con los escritores quienes, embelesados por la palabra, la vomitan sin conciencia.


***
En estas profundidades de la madrugada, cuando el cuerpo nos confunde y azota y cuando la memoria es un préstamo del olvido, escribo. Lo hago lentamente, para no despertar ni levantar sospechas, como si estuviera adentrándome en un lago enorme. Poco a poco, las aguas van tomando las carnes y éstas dejan su gravedad diluida. Esa gravedad incandescente la he recuperado esta noche, cuando va perfilándose la aurora en el horizonte.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Al recordarme Lisboa, lo primero que hizo R. fue hablar de Pessoa. Eso hizo que con rapidez comenzara a proyectar el último septiembre en Lisboa. Librerías, paseos vespertinos, encrucijadas con gente que deambulaba sin concierto. Había una solemnidad de lo callejero, una proclama muda que procedía de la luz y que se anclaba en los cafés. En ellos recuerdo a M. sofisticada y soñadora, con especial predilección por los designios del futuro.
En las palabras de R. estaba sostenida la emoción de un lector que consigue auspicio entre los libros y los sujetos dominantes del escritor portugués. De Lisboa proceden algunos versos que he escrito en soliloquio. Creo que en el soliloquio anida la encrucijada de la pluralidad.

***

Dudo, cada vez más, de la palabra. La cercanía y la fuerza emotiva con que experimento ciertos hallazgos son mucho más potentes que la nominación de la realidad. La palabra no siempre es causa, sobre todo en niveles en que se penetra profundamente en la realidad. Hay fuentes más enraizadas en el hombre. Por lo tanto, si en algún momento las palabras quieren tener pretensiones de verdad, de ser solapado a la realidad, deben ser silenciadas. Así que es el sujeto, en la intimidad de un sujeto, el que posee el terreno de la epifanía o del aura. Sólo en un hombre puede contenerse la belleza.

***

Dice Leibniz, “¿por qué no hay nada?”. Y eso me lleva a Shakespeare, a un pasaje de Hamlet. Al inicio, Marcelo le pregunta a Bernardo, si ha vuelto a ver algo. Bernardo, en una frase que puede pasar desapercibida en la primera lectura le contesta: “No he visto nada”. Y a partir de ahí comienza una reflexión sobre la fortificación a la que someten los sentidos cuando la fantasía irrumpe sin causas concretas. Leibniz bien pudo preguntar, ¿yo soy el que no ve la nada?
***
Escribo desde el sótano, rropado por un silencio blanco, un blanco nocturno. Puede decirse que la habitación está intacta y que , por primera vez, resuenan en ella la cardiopatía de unos dedos tecleando. Hasta el momento, sólo había escrito en un cuarto de la casa, en Murano, que está en la planat alta, pero hoy hemos decidido que debíamos tener un espacio mejor acomodado para poder escribir o estudiar. De esta forma, en el sótano, totalmente sólo, rodeado de la parte de la biblioteca que recoge la Historia, la Filosfía o la Antroplogía, me dedico a escribir, a escribir bajo tierra. En esta humedad la palabras parecen surgir de unas raíces más verdaderas y diáfanas.
Tengo la costumbre de leer un pequeño texto (elegido al azar entre los libros que arropan la mesa donde escribo) para llevarme, mientras conduzco, algunas líneas en la cabeza, resonancias que irán medrando a lo largo del día y que terminarán incluidas en mis propias letras. Podría decirse que soy un rumiante de la palabra y que no puedo dejar de transformar mi discurso con los elementos orgánicos de los demás.
Esta mañana, y estoy alargando esta nota que no pensaba escribir, he leído un texto de Borges en Discusión (1932) que me ha dejado pintiparado. Borges recupera una definición de música que realizó Shopenahuer y, al leerla, he conocido la imposibilidad de la glosa y la comprensión. Con pocos textos me ha sucedido la inmediata paralización de todo entendimiento, por desbordante y exacto. Hoy he comprendido, con Borges, que la exactitud y la justicia en la palabra y el pensamiento conducen al silencio y la incomprensión racional: “La música es una tan inmediata objetivación de la voluntad, como el universo”.

martes, 7 de septiembre de 2010

El silencio de los hospitales abriga la noche como un esturión de auroras. Lo hace en la medianía de la materia moribunda y en el trayecto que recorre la piel en guarnición. Es un deletreo profundo de la miseria. El hexámetro más exacto de lo humano. En medio de esa noche, enraizado de estrellas, agarré mi libreta con la intención de comenzar a escribir como si la circunstancia fuera otra, en otro lento suceder. Imaginé un mundo tamizado por un atardecer repleto de naturaleza que mostraba algún canto peregrino de un pájaro; soñé con las inclinaciones de la mañana mostrando las enaguas del día, con palabras limpias de poetas, con axiomas revolucionarios de filósofos y con la prosa de Cervantes, concretamente con su prosa. A un lado quedaban Virgilio y Ovidio. Al otro, Homero. Muy cerca, Dante. Callado, en mesnada, san Juan pellizcando a fray Luis. De pronto, aparecí vestido con la ropa de un comandante antiguo y maltrecho. Las heridas habían impregnado el uniforme de no sé qué sangre agriada. Vi fosas tremendas y pálidas, cuerpos descompuestos y la punción de un frío que penetraba hasta el tuétano. Tras el tuétano una sombra que recorría incesante un desierto. Fue la última visión y la recuerdo con nitidez porque, al abrir la mano, no dejó de césar hacia el suelo una arena blanca y húmeda, de desierto soñado. Siempre estuve recordando las palabras de Pessoa:” Actué siempre hacia dentro…Nunca he tocado la vida…Siempre que yo esbozaba un gesto, acaba en un sueño, heoricamente,”, la arena ´continuaba desprendiéndose.

***

Como Galdós, Pessoa tuvo conciencia de la incesante relación que se establece entre la vida y la literatura para un escritor. Para esa conjunción, se mostró condescendiente con aquellos mecanismos de la ficción que se adecuaban a sus propósitos. Como toda vida bien narrada, esta que se declina en el diario, lleva una novela dentro, una diarivela, en términos de Trapiello. Es por ello por lo quiero destacar la capacidad de síntesis que poseía Pessoa para estas conjeturas, porque mientras Galdós teorizaba novelando con maestría, Trapiello deshace los límites que dona la verosimilitud, el portugués escribía en su diario: “Si no soy yo mismo en mi epopeya, habré vivido en vano. Si no hay en cada uno de mis versos un acento de eternidad, habré malgastado el tiempo de los dioses en mí […] Si una contingencia del mundo visible puede aplicar su corrección sobre el manuscrito de m vida en proyecto, no seré más que el vacío de mí mismo, el eco sin nombre de las estrellas que asisten indiferentes”.

***
Nunca un cuerdo tuvo recuerdos más bellos que los locos, escribió Baudelaire. Cervantes, instaurado en la sustancia de la ficción, hizo algo parecido entre verdad y ficción de una vez por todas. Puso la ficción en el sueño de un loco que es, en definitiva, como si hubiera puesto los sueños en la cabeza de un cuerdo. Dejó la disyuntiva sin solución, convirtió todo en un uroboros, en un enigma perpetuo sobre el que siguen girando las letras actualmente, las buenas letras, obviamente.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Repleto de incertidumbres repasaré la bilis de esta tarde inocua. La lanzaré para interpretar, como un oráculo, qué me depararán los dioses y los astros. Y dependiendo del hedor que expulsen, pensaré en volver a comérmelas. Esa es la disposición que le damos al tiempo los humanos. El tiempo es la bilis que nos recorre y atraviesa sin que sepamos de ella; el ácido meditar de los días.

***
Todavía no he decidido qué libros me llevaré al hospital. Seguramente opte por la prosa de Pessoa, porque en un hospital, uno deja de ser en cuanto se instala en él. Quizás me lleve mi libro de Conan Doyle en inglés, con lo que seguiré practicando el idioma. O, en todo caso, y lo más probable, será que me lleve varios volúmenes. Llegaré cargado con una bolsa de tela y con varios libros. La noche en los hospitales son dragones de salitre y amapolas ruborizadas. Sólo en un hospital es posible cruzarse con un minotauro y tener la sensación de que el hilo que sujetábamos era un sueño de Ariadna.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Que contemple mi vida el curso de las aguas como lo hace la noche azucenamente plena, que contemplen mis ojos la espesura del ser aun siendo etéreo; que se rijan mis oídos por el sueño de la tierra que trenza amaneceres y que nazcan de mis manos las raíces del canto, del canto de una recua de exilios; que devuelvan mis huesos su esencia a los árboles, que dicten mis deseos los fuegos clandestinos, que dispare, pétrea, mi figura a los contornos en que se conmueven los hombres que audazmente persiguen la belleza.

***
Antes dije, la palabra es la luz del silencio. Ahora escribo, la palabra es el claroscuro del silencio.

***
¿Quién levantará testimonio de este cuerpo que me impulsa, quién?

***
Varios días leyendo el verso de Kavafis: “no la envilezcas nunca/en contacto excesivo con el mundo […] en el necio vacío de la estupidez humana”. En este poema, Kavafis conmina a un alejamiento de todas aquellas circunstancias que envilecen y hacen inoportuna la vida. El problema es claro: es imposible hacer la vida como uno quiere. De ta forma que en este verbo, querer, se esconden todas las líneas de un punto de fuga que resulta tu vida. Hacer lo que puedas, hacer para desligarte de esas acciones, del tú que sociamente significas, del inividuo que se embosca en discursos prefijados que colocan tu vida en el orden de lo mezquino y de lo vacuo. Lo vacuo sólo lo pueden medir los individuos en sí mismos, sin dar explicaciones ni argumentos. Y en esa imposibilidad del sujeto me encuentro desde que comenzó el verano. Aborrezco todo lo que merodea con la excepción de dos o tres personas y dos o tres acciones. Aborrezco, me aborrezco como ser social, como ente que vive más en los demás que en sí mismo y denuncio que esta vida me provoque el sobresfuerzo de vender y arrimar mis palabras a lo ignoto, desarticulado, clarísimamente innecesario.
deseo no rtener la conciencia del ndividuo que reresenta mi cuerpo, porque el verdadero latido es más profundo, sincronizado en el discurso de la luz limpia y poderosa de la realidad en sí. No necsito a quien soy para ser más que nunca, no me necesito. Entregaré este cadáver que me representa a los caníbales de lo cotidiano, a los que llenan sus hechuras de vivientes a esto y aquello que, en definitiva no dejan de ser nada. Toda la nada.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Hay libros que deben habitar una casa como meros objetos, como presencias vaporosas o fantasmas familiares. Libros que deben contenerse en una balda, mostrando tan solo en el lomo su título y quién los escribió. Como unas catacumbas antiguas, solo estarán ahí para convertir el hogar en una galería de testimonios, como un subterráneo a la vista. Porque es tan solo el testimonio la voz que anidará en el futuro.
Deberán mantenerse en la casa como los frescos antiguos y las monedas imperiales. Su uso deberá restringirse a la mera cita esporádica o al menos a la oxigenación de sus páginas. Su presencia no sólo justifica su elección sino nuestra existencia.

***
Toda la prosa de Ramón Gaya se instala en una disputa interna entre el arte y el producto artístico. Llevo leyendo al magnífico pintor y excelente prosista varios meses y desde el principio no he tenido la capacidad de poder ofrecer una respuesta a esa clarividencia que ofrecen sus letras. No son estas un propósito inicial de esbozar una respuesta más o menos consensuada conmigo mismo. Únicamente me apetecía darle entidad literaria a esa disputa que tanto preocupó a quien admiro: “porque el arte, como se pensó, no es una corporeidad, sino una concavidad”.

***
El artista grande, absoluto, persigue vaciar la realidad de ornamentos, de cosas terrenales, de vanidades, de objetos de paso, de engalanaduras tristes y modernas, de pisadas meramente humanas. Vacía, por el contrario, al arte de todo elo y lo ofrece en plenitud, todo él, sin límites, aprehendiendo los límites por los que nunca nadie imaginó que pudiera uno encauzarse.

***
Cada vez me siento más aislado de todo. No tengo amigos severos y profundos, la literatura sigue remedando mis sombras en un diario. ¿Iré descargando en este diario mis inoportunos reclamos? He aprendido a no exigirle nada a la vida, porque la vida en sí no es nada. Sólo es producto de nuestra conciencia y de nuestra inteligencia. Por supuesto, lo trascendente es lo que aviva.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Tal vez solo tengamos este mapa para reconocernos, este mapa de marcas negras que un texto. Tal vez solo poseamos una palabra que nos completa y que nos lleva hacia dentro en una búsqueda durante toda la vida. Tal vez la escribimos o la hemos soñado o acaso pronunciado sin conciencia, sin advertirla. Quizás haya coexistido con nosotros y nos pertenezca. Siempre nos quedará la incertidumbre de qué palabra fue nuestra sin saberlo al igual que un día, una noche. Como una ceguera, los días sobrevuelan sobre nuestra peil sin dejar marca que lo atestigüen.

***

La palabra articulada debe aspirar a proferir las incógnitas de lo que no es humano, es decir, de lo que no pertenece a la razón. Por tanto, a lo que todavía no se ha nombrado. Esto es, al todo
Me siento dentro de una trama de la que quisiera escaparme.


***

Con ciertas actitudes no soporto demasiado tiempo una charla o una situación siempre y cuando pueda evadirme sin sospechas y sin que se note demasiado el conflicto que hace que me marche. Indudablemente, el comportamiento que más me enfurece es el adocenamiento, la subordinación de un hombre a otro. Porque cada vez hay más gente que piensa que al ser encargado de algo o director de no sé qué su estatus como persona es superior, mejor, óptimo en cualquier caso. Habría que echar mano, sin duda, de la psicología para explicar con detalle muchos de estas actitudes, así como sus patologías. Pero quiero, únicamente, que en este diario, quede clara mi insubordinación en cuanto ser humano.
Esta situación tiene, además, una circunstancia añadida. Hay quienes se sienten atraídos por los que ejercen el poder, sea este del pelaje que sea. Y entonces, motivados por esa presencia, omnubilados, entregan su personalidad, sus aptitudes, sus virtudes como sujeto a los caprichos del otro, del poderoso que hace y deshace.
En más de una ocasión he debido ser más cauto y mostrar menos mis enfados cuando se produce el ejercicio del poder ante mis ojos. En más de una ocasión hubiera conseguido otros logros si yo mismo hubiera cantado las divinidades del sujeto de turno que puede influir en mi vida. Pero siempre, en todas las ocasiones, he salido satisfecho de la postura por la que he optado. Porque me he visto, por minutos, por horas, anulado, totalmente eclipsado por los delirios de otro sujeto que, a la postre, como decía Machado, no tendrá valor más alto que el de ser hombre.


***

Tampoco sabe uno nada nunca sobre lo que otro, un amigo, un compañero, es capaz de hacer cuando se enfrenta a una situación parecida, a una encrucijada en la que piensa uno que el compañero va a optar por aquellas palabras que siempre defendió enfervorizado. Nada más lejos. El mundo se ha infectado con la vanidad y la envidia sumadas a la soberbia. Nadie reconoce nada en el otro porque todos podemos hacer lo mismo. Y el deleite, el gusto en sí, ha quedado arrinconado por la vanagloria. Sucede esto en todos los campos: el trabajo, la literatura o la familia.
También caben el ruido y la furia en lo cotidiano. Mutis en el foro. Cielo abierto. Levitan los pájaros en su vuelo.

***
Esta tarde recitaré un poema de Luis Rosales que se titula "Ciego por Voluntad y por destino" en una jornada de homenaje al poeta en la Fundación Caballero Bonald. Lo cierto es que me siento intranquilo desde que me lo propusieron, no por la lectura en público, sino por la celebración en torno a un poeta que nunca me ha dado claridad, confianza, entusiasmo. Serán versos de La casa encendida. Y lo haré pausadamente pero, al correr de la dicción, no deseo que se me note la desconfianza ante esos versos y ante este poeta. Lo hare casi susurrando, pero sin la plenitud de un poema sin astillas. Algo parecido a lo que acabo de escribir, me siento integrante de una trama de la que quisiera escaparme.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Sangre de culebra.

La fiebre se ha sumado a este estado de calorina continua y me acerca a los límites en que el surrealismo comienza a ofrecerme imágenes fantásticas. Por ejemplo, ha venido a hablarme Balzac mientras leía un pasaje de Las ilusiones perdidas. Olía a alcohol y sus ropajes estaban cubiertos de mugre. Luego ha entrado en el salón Oscar Wilde, con una capa aterciopelada de color negro. Se ha sentado junto a mí y me ha besado la frente. Balzac le pegó un puñetazo y le dejó la cara amoratada. Sus labios, sin embargo, estaban frescos, como retratos inmanentes en los espejos.
Al cabo de un tiempo, la habitación se ha plegado sobre sí misma y ha cambiado de color, ha tomado un color amarillento, de caduca piedra. Han desaparecido todos los libros, libros que revoloteaban mientras los zumbaba un viento enorme de lengua verde. Un grito, un niño, un círculo desvirgado. Toda la tarde encerrado en este reducto, en la recolecta esencia de la fiebre. Por unos momentos he dejado de ser para ser más que nunca.

***

La asfixia, por la insuficiencia de mis pulmones, me está dejando enormes lecciones de estilo.

***
Silbidos, muchos silbidos desacompasados. Como una grillería colérica ese silbido ha penetrado mis tímpanos. Una fatiga continua, el cuerpo aplomado. Las manos apenas sosteniendo el lápiz que, al mirarlo con atención, comenzó a convertirse en una culebra. Es por eso por lo que escribo con sangre de culebra.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

En estos días sin causas, en que el viento latiguea por los muros de la casa, se levanta, moribunda, una conciencia de no sé qué estado primitivo. Me veo recorrido por una suerte de desvelo continuo y de desapego absoluto con el mundo. Todo ha quedado relegado a dos o tres motivos, como una sinfonía inconclusa que se repite ad infinitum. Sin particiones el mundo en sí aspira a otro donde la muerte es el límite de un trino.
No me valen las palabras que pretenden ser deshonestas y mordaces, ni siquiera esa rabia que pretendes con tu verbo maniatado. Son dos o tres las causas que nos mantienen en perfil. Dos o tres, y acaso algún silencio, el rítmico y percuciente sostén para esta vida, para este inexpugnable lugar en que nos condenaron a vivir.
Alguien ensaya toda la tarde una partitura de Bach en el piano. Lo hace durante seis o siete horas. Siempre me agradaron esas horas de repetición, de aislamiento musical. Alguien repite, ensaya, merodea por una partitura perfecta que encierra una totalidad materializada. Y esa pesante intentona por dominarla es la situación que mejor define lo que sucede hoy, una tarde de aislada melodía de Bach como estorninos ahogados.

***
Como los versos de Coleridge, Then all the charm is broken, -all that phantom world- so fair. All that phantom world…todo el vuelo del colibrí que aguanta el grisáceo ser de la tarde, todo el verso que retiene insolente, la tierra que empapa las pieles fósiles. Todo se rompe, resquebraja al concierto de una música indescifrable. Jamás se dirá nada complaciente sobre la música, nada que le pertenezca, que incluya una cualidad, un estado, que la haga de este mundo. Es el misterio del arte más profundo, el inexplicable y dador de únicos momentos.

***

La belleza de la música nunca será contenida en una palabra. Es más que ella porque es más que el ser humano.