martes, 29 de noviembre de 2011


A VECES, la literatura es tan irónica. Hoy, por ejemplo, leo el prólogo de La Celestina y me encuentro con dos referencias que, en mi juicio, son fundamentales. Una, referida a Heráclito; la otra, una palabras de  Petrarca, en el prefacio de De remediis, que venían a corroborar, según el juicio del escriba de este prólogo, la idea heraclitiana. ¡Cómo pude olvidar estas palabras!  De Heráclito recoge aquel pensamiento que dicta así: “Omnia secundum litem fiunt”, esto es,  nacen las cosas en contienda, en batalla; son creadas de la fuerza de los contrarios. 
Después de este ejercicio de reconciliación y de puesta a la luz de la ignorancia y la desmemoria, sí recuerdo las páginas que he estado leyendo del poeta Antonio Colinas en que, precisamente, escribe sobre este asunto: la creación supone un concierto de materiales y esencias diversas que, al unísono, debe tañer el escritor o poeta con verdadero arte, con el sueño de Orfeo. Qué difícil que esa concordancia termine armonizada, perfectamente integrada en Todo que es Uno, en un Uno que es un Todo. 
La técnica no es, como afirman algunos, la capacidad de construir, sino de armonizar los contrarios que fecundan cada creación. Por eso, cuando escucho que este o aquel poeta es un excelente constructor, ya sé que es un excelente creador de nada.

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REVISO las páginas del diario y compruebo que, de un tiempo a esta parte, solo escribo sobre poesía. Pero, ¿habrá otro tema con más calado que este, que sea más omnímodo que la palabra poética?

lunes, 28 de noviembre de 2011

LA creación y la reflexión son vasos comunicantes en la poesía. La palabra poética es el encuentro de una revelación que, de profunda y misteriosa, solo es intuída, íntimamente sugerida. Participar de ella es gracia de la inteligencia, pero de la inteligencia de la poesía, no del poeta. Por eso el poeta es transparente, limpio, brota de la claridad.  El aspirante a poeta es un ser todavía ahumado por el cimbreo de la palabra pura que aún lo sopesa. 

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domingo, 27 de noviembre de 2011

HOY la tarde es bella. Cielo grisáceo, la mirada volcada sobre el frío de los ramajes, un libro, otro, la música que invade los sentidos, el fuego meditado del hogar, la palabra consejera de algún amigo que habla limpiamente, el atardecer concediendo la gracia última de la luz y la noche husmeando ya entre los cipreses.
EN uno de los breves poemas que escribió Hölderlin, titulado “A los poetas jóvenes”, hay dos versos que me han acompañado, desde antiguo,  en este ejercicio de la escritura poética, dicen así:



“no dejéis la virtud, imitad a los griegos.

A los dioses amad, pensad en los mortales.

[…]

pedid solo consejo a la naturaleza”



Los vuelvo a convocar en el diario, a escondidas, porque con el tiempo van agrandando su influencia y su verdad. En este silencio, su relectura ensancha la existencia. Qué lábil fue la lectura hace unos años, pero qué reconciliación tener consciencia de que estas palabras, entre otras tantas, van configurando la presencia de la poesía. Qué belleza tan efímera esta de la palabra, pero que eco más continuo y eterno si es verdadera y pura.



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ESCRIBO, escribo estas palabras mientras escucho a Schubert, El pastor en la roca, cuyo recuerdo permanece desde que lo interpreté con el clarinete junto a una amiga soprano y otro compañero pianista. Música, palabra, naturaleza.

La música es el símbolo que mejor nos acerca a la naturaleza, a su claridad. La palabra siempre aspira a espejarse en la música, a participar de su sacro entendimiento. La penetración en la naturaleza y su claridad depende, para el poeta, de la poesía. Ella calla y otorga, expone y desestima, sugiere o invalida. Toda claridad es belleza, pero la poesía somete al poeta a discernir entre los espejismos antes de alcanzarla, si es que eso ocurre, pues no se fía de él ni de su fuego, la palabra.   

NOS llegó la edición de Un año en el sur (para una educación estética), de Antonio Colinas, publicada en Trieste, en 1985. La edición es una delicia y el olor de sus páginas, ya entintadas de humedad y décadas, aroman la lectura con un regusto arcaico y verdadero. Advierte uno, desde el comienzo, que el libro está escrito del alma, que sus palabras siguen fijadas a la poesía, al pensamiento y al arte verdaderos, que de ellos brotan. Esa circunstancia me congratula, pues confirma uno que el verdadero poeta lo es desde sus comienzos, sin renuncias, sin prebendas.  
Ya había leído unas treinta páginas, cuando no pude resistirme y leer algunas páginas posteriores, espigando por aquí y por allí. En este ejercicio, fui a dar con unas líneas subrayadas, marcadas con mi nombre. Las había escrito M.C, con su caligrafía inigualable.   
Me había dejado señaladas unas palabras que Jano, el protagonista, había señalado en un libro de Novalis: “la poesía es lo real absoluto. El verdadero poeta es omnisciente; es un universo en pequeño. La poesía es la representación del alma, del mundo interior en su totalidad. El sentido poético tiene muchos puntos en común con el sentido místico. Representa l irrepresentable. Ve lo invisible, siente lo invisible. Es, al pie de la letra, sujeto y objeto a la vez, alma y universo. De ahí el carácter infinito, eterno, de un buen poema…”
He leído muchas veces este fragmento del libro, tanto en silencio como en voz alta, este fragmento que conduce a otro libro y a otro poeta que he vuelto a releer. Como un microcosmos que concierta con un macrocosmos, he contemplado la infinitud del conocimiento que revela la poesía desde la finitud y el corto alcance de la palabra naciente que voy sustanciando.
   
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LA poesía pertenece al estadio en que la humanidad se inicia y desvela en otro conocimiento de sí mismo. Es una topografía del ser al que desembocan los que alcanzan el conocimiento y de él se impregnan. Ese conocimiento conduce al poeta (y al lector capaz de comenzar esa cadena iniciática) al encuentro con lo que concilia a la humanidad desde sus orígenes, al estado en que la palabra se trasciende y trasciende la realidad de sus sonidos. 
Ya lo leí en Goethe hace unos días, y así lo he vuelto a leer en los presocráticos, en Platón, en los místicos, en el propio Novalis. Son los fundamentos primitivos los que se convocan en la poesía y el conocimiento, en la poesía que se hace ser y reflexión sobre el ser, la que nos elimina los límites y nos armoniza el uno con el todo.  La poesía es la música de la palabra.      

sábado, 26 de noviembre de 2011


LEO, con detenimiento, El sentido primero de la palabra poética, de Antonio Colinas. Mucho Colinas, mucho.
Lo hago conmovido porque, en pocos autores, la palabra y el ser, el pensamiento y la poesía van convocándose en un estado de gracia sublime, en un desvelo que trasciende la realidad nombrada. Una palabra detrás de otra, una oración que completa a la siguiente, armado todo en un resorte semántico impecable, bello, armonioso.
Decía Ortega y Gasset que el principio de la filosofía debía ser la claridad. Y ese requisito se resuelve en las páginas, creativas y ensayísticas, de Colinas. Una claridad que no es simple, sino armoniosa, una claridad que no es vacua, sino compleja. El uno es un todo y el todo al que aspira un informe.
Hay una claridad tan meridiana, tan certeramente silabeada que, ante la música y el ritmo de su palabra y de su pensamiento, se queda uno aturdido y bellamente asediado por  el río puro del sentir poético.
La palabra de Colinas nos concilia con la vida y es justo volver a ella para remojarse en sus aguas calmas, en esa dimensión a la que ni siquiera algunos llegarán a reflejarse.    

viernes, 25 de noviembre de 2011

LA poesía llega, sale al  encuentro, habita, se transfigura en el poeta; no es el poeta quien decide, no es el poeta la voluntad que desea, es la poesía la que nos desea, la que nos aparta o redime para siempre, la que nos insufla su esencia y nos otorga la claridad que debemos salvar en ella, con ella.   

VENÍA conduciendo, por la carretera, sin que ningún otro coche interfiriese en mi camino. Había  una oscuridad profunda, repleta de silencio. Venía pensando en tantas cosas… todas me conducían a la misma desembocadura: con el tiempo me voy dando cuenta de mis pocas destrezas sociales. Tendré que aceptarlo, que aceptarme.  
Uno va haciéndose y transformándose, pero hay una entereza, una unidad que permanece intacta, que permanece incluso en contra de nuestra propia voluntad. Normalmente, a esa entereza la llamamos humildad y honradez. 
La humildad y la honradez terminan acompasándose para completar, dentro de nosotros, una ética: nosotros mismos. Sobre todo la humildad, ese conocimiento de las propias limitaciones y el obrar en la vida de acuerdo a ellas, en la medianía exacta de ese que va a nuestro lado y en quien nos reconocemos. Si ella es verdadera será irreprimible y deberíamos ir tomando conciencia de que siempre será así y de que su lugar en nuestro ánimo obedece a su mandato. La humildad, que había sido en el Medievo una de las grandes cualidades, ha ido laminándose en el mundo contemporáneo.
Así que, aunque la humildad nos sitúe en una encrucijada, que puede parecer confusa e impertinente, no debemos abandonarla nunca. Obrar en la medida de nuestras virtudes, escribir sin el eco que no alcanzamos, hablar con la mesurada tibieza de lo efímero, ver, sentir, escuchar fingiendo lo que somos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

RECOGE Kemplerer, en Literatura universal y literatura europea, unas palabras de  Goethe a Eckermann que deberían estar grabadas o esculpidas en cada libro que se precie de querer orbitar por donde la literatura lo ha hecho siempre: “Cada vez más me doy cuenta de que la poesía es un bien común de la humanidad, que se  manifiesta en todos los lugares y épocas […]”. Hasta aquí subrayo estas declaraciones y comienzo a pensar, de continuo, en esos parámetros que han hecho de cualquier hombre todos los hombres.
Si la poesía sustancia la existencia de todas las épocas, sucede porque la poesía es connatural a los sentimientos más puros, primitivos  y perennes del hombre y no a las extravagancias modernas o los accidentes sucedáneos, que tanto gustan ahora a los que parecen centinelas sin luz. La poesía será, por tanto, si lo es verdadera, discurso del ser.

martes, 22 de noviembre de 2011

HA DENSADO la niebla el paisanaje, por las lomas y trigales. Una transparencia, respirada lentamente, ha marcado los goznes del sueño. Son glaucos ya para siempre mis pulmones.  

lunes, 21 de noviembre de 2011


EL cuaderno, como la vida.  Siempre abierto, siempre dispuesto, siempre la mente en constante percepción, como una corriente incesante, como cuando la bora sacude las calles de Trieste en la Plaza de la Unidad de Italia donde el Adriático es mar compungido y sueño de fauno; como esa bora repentina que salta de las montañas al asfalto, como el voltaje de Pound, como el cuerpo sacudido desde el puente Mirabeau, de Celan, como la vida sentenciada de Montaigne a las palabras, como el gozne antiguo de los versos nuevos, como el paso insoslayable del cantar de los pájaros, como un arché  que fecunda la soledad con el agua el aire el fuego la tierra, como el ungüento llameante de rosas difuntas, como un encabalgamiento sonoro, perpetuo y galopante.   

domingo, 20 de noviembre de 2011

PUEDE recoger un diario la exposición total de la prosa de un hombre, de su pensamiento, sus creencias, acaso la inquietud que azuza su consciencia. Gracias a este credo, leemos, hoy, gozosos, a Valéry o a Renard, incluso a Tólstoi. Hay escritores que se valen del diario para principiar o adelantar los motivos que, en la intimidad, desarrollan en otras composiciones. Así pues habrá quien diga que la escritura posee un estado embrionario en un diario y que, a la postre, se vierte más plena en otra composición. También habrá quien piense que la escritura es siempre reverencia y fervor, un continuo hacimiento.

Soy de los últimos, pues no entiendo la creación que amaga, que apunta, que no quede sostenida en sí misma, que cuando brota se sabe inconclusa, que se reserva sin saber para qué y si ello es posible. Como una alameda verde, -sin que falte, apenas, un color, un aire, un sonido de pájaro en la rama-, escribir es vivir sin consecuencias inmediatas. En esa órbita resguardada en la noche, recogida en la música interna que no entiende de tiempos, solo de orígenes. Escribir es, siempre, comienzo irrenunciable que encierra otros comienzos, origen que acoge los orígenes todos en la fuga de la mortalidad.

Un diario no tiene cúpula ni eco, resuena por de dentro. Ni tiene en su arquitectura el afán de lo público, de elevar la voz por encima de lo interno. Está muy cerca de la poesía y, si el diario es verdadero, puro y lo atraviesa el misterio, encontrará las galerías profundas y los aires altivos en el silencio nutritivo de la noche.


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CUÁNTO me gustaría poder escribir aquí con la caligrafía de las rosas y las violetas, de los sepulcros solemnes de la piedra; cuánto, verter los aromas del "Cuaderno de Leonardo", cuánto...mas soy consciente de la eficiencia de la caligrafía sobre el papel, de su silencio de prodigio. Cuánto, poder escribir con el ritmo soñoliento de la tarde o reflejar, si se pudiera, el resplandor del alma cuando rompe con oro y se desgrana en el centro indudable.

sábado, 19 de noviembre de 2011

SEGUIRÉ escribiendo, sea cual sea, la condición que me abrigue. Como en el “Cuaderno de Leonardo”, que ya está casi finiquitado. Será en silencio, en la casa de tiempo y silencio recluido, en la casa que es bosque. En el sol del serrallo en que los miembros se hacen tristes ritmos y lenguas de fuego. Allí, seré allí todo lo deseante, lo que verdea incandescente y me hace, al fin, en la palabra.


TODO me lleva, cada vez más, a la afirmación, al centro. Los senderos se hacen con el tiempo más claros y más difíciles de abandonar. Enormes infinitos, desmedidos horizontes en que anegarse.  Como le sucedía a Glenn Gould con el Steinway, no quiere el poeta valerse de la palabra, quiere ser la palabra misma.


¿SERÁN la sinceridad y la reverencia  dos condiciones  inexcusables para poeta?


TOMARÉ sus palabras como evidentes rostros que no advierto. Soy consciente de las torpezas y de mis debilidades, mas sigo siendo en el azul de los cielos que la música habita, en el ritmo profundo del color de la noche, en el fuego con su aire en lucha permanente, en la gracia que no admite corona, en unas ascuas de deseo vivo.   



PORQUE la literatura es ensanchamiento del ser.

jueves, 17 de noviembre de 2011


QUÉ difícil reconocerse en lo escrito y qué difícil reconocerse alguna vez en lo que fuimos. Ni en la palabra ni en la memoria somos con la consciencia cotidiana, pues tanto una como otra trasvasan, de un tiempo a otro, lo que nos sustancia. Son proyecciones, espejismos; somos silogismos puros de pura finitud. 
La memoria recoge, con la mecánica del recuerdo, lo que quisimos ser, porque el presente siempre quiere rectificar al pasado. 

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Y la palabra es ese estado de apariciones, esa confabulación de un yo polivalente.  Entre una y otra, como esclusas inevitables, queremos transitar por los canales reducidos de la existencia. 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

XX


NO toda la verdad, pero todo lo escrito será, únicamente, verdad.


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DECÍA Wittgenstein que los hechos del mundo no son, ni nunca serán  todo lo que hay.  



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AL FINAL de Biographia literaria, escribe Coleridge: “ ¡Es la noche, la sagrada noche! […] concentrada en su puro acto de adoración interior al gran Yo soy y a la palabra filial que lo reafirma por toda la eternidad y cuyo eco coral es el universo”.


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HÖlderlin: “En el paso de los años se alcanza la permanencia”.

martes, 15 de noviembre de 2011

X


ESTA mañana han llegado varios sobres con libros. El cartero me ha preguntado, por primera vez, si en esta casa tenemos una notaría o una oficina o un negocio no declarado. Lo ha dicho con sorna, como librándose de una pregunta que, seguramente, quería hacernos desde hace semanas. Ante sus cuestiones, le dije que aquí se decide, en secreto, buena parte del futuro de una gran “empresa” y que me envían esos paquetes, a escondidas, semanalmente, para que yo diga sí o no, únicamente, sí o no. Él entiende con rapidez que le sigo en el tono irónico con el que me acababa de abordar. Sin embargo, siempre que acontecen situaciones de este pelaje, recuerdo el pasaje de Vila-Matas en el taxi y, con ese recuerdo, todo se impregna de una voluntariosa gratitud que me es muy satisfactoria, de un aire cervantino.
En el sobre venía la edición facsímil del Lazarillo de Tormes, editado en Medina del Campo, en 1554. Editado en pasta dura,- muy parecida a la edición facsímil de la obra de San Juan de la Cruz-, supone un festín para todo el que ame, valga la redundancia, la Filología. Imaginar ese libro emparedado junto a otros volúmenes prohibidos en la época y encontrarlo en 1992, de forma azarosa, suman adversidades y fortunas al imaginario colectivo que acompaña a la obra desde su aparición. Así que, ¿cómo podía haberle manifestado al cartero lo del Lazarillo?
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CONCLUÍ, anoche, las páginas de Cúpulas y capiteles (La isla de Siltolá, 2011), de mi querido José María Jurado. Con JMJ tengo todavía conversaciones pendientes, pues siempre que hemos coincidido en una mesa, se han truncado todos los intentos por dialogar en plenitud, siempre hemos hablado en anacrusis. Así que, puedo afirmar, sin miedo a equívocos, que nuestras conversaciones se alimentan de elipsis, como muchos de sus versos, por cierto.   
Gracias a estas elípticas conversaciones, he leído el libro desposeído de cualquier referente previo y de cualquier compromiso de amistad.  A pesar de no compartir algunas proclamas de su “Prologuillo” y algunos asertos en referencia a las bitácoras, huelga decir que siempre que uno lee los textos de este autor, tiene por seguro que la literatura está y es presente. 
La palabra de estas cúpulas, -enredadas por los sones de la música, el arte, la Historia palpitantes-, se edifica como potente construcción, vasta, imperiosa, ensoñada. Me han agradado sobremanera “Divagaciones” y “Las mil y una noches”, ya que en estos trancos de su prosa, he hallado la solemnidad de lo perpetuo desde la gracia humilde de la persona. Resuenan, por tanto, los sones de su palabra en el auspicio de la piedra en la cúpula y el capitel de la memoria.  
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...en El mal de Montano, Vila-Matas puso en boca de su yo narrativo la siguiente afirmación: “Me pregunto también por qué debo pedir disculpas por ser tan literario si a fin de cuentas es lo único que podría llegar a salvar el espíritu en una época tan deplorable como la nuestra. Mi vida debería ser, ya de una vez por todas, total y únicamente literaria”.
Tengo muy presentes estas líneas siempre que me encuentro en una situación como la reseñada, en la que debe uno dar explicaciones falsas, derivadas, eufemísticas de lo literario. Incluso, si presiento que no es suficiente, comienzo a decir para mis adentros lo que el mismo autor asevera páginas después: “Perderlo todo menos la soledad”.
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NO he escrito lo suficiente sobre John Cheever, concretamente, sobre sus Diarios, sobre todo lo que el autor escribe acerca de lo que él considera  los peligros naturales de la vida.   

lunes, 14 de noviembre de 2011

LEO algunos pasajes de Las ninfas de Fiésole, de Boccaccio. Parece que Boccaccio poseía una finca por Fiésole y que desde allí proyectó y escribió estos versos que ahora, siglos después, evocan en mi memoria no pocos recuerdos emotivos.
Cualquiera que haya andado por aquellos parajes tendrá en el recuerdo la estampa inigualable de Florencia desde aquellas lomas. Desde allí, la ciudad toscana se muestra distinta, con un perfil de luces y de auroras. La exploré, por vez primera, gracias al poeta y profesor Jaime Galbarro quien, con su zancada de fauno, hizo de guía y de magnífico conversador. Por entre las piedras, las rocas, los lugares en que Leonardo había experimentado con sus inventos, desde los montículos que recuerdan los polvorines de antaño y, sobre todo, desde la paz lírica y vetusta de aquellas tierras, pudimos pasear en la tarde como si un canto de ninfa estuviera acompañándonos. Pudiera decirse que la tarde fue toda Ninfale del Fiésole, aunque recordé emocionado, los pasajes en que Dante hace referencia, igualmente, a esas tierras italianas. Dante, Boccaccio y las higueras asomadas en su cuerpo por los caminos y azotadas por de dentro por el ferragosto.   
Lo he recordado muchas veces, tanto que, en algunos de los nuevos poemas, no he podido más que escribir sobre y con este asunto. Los orígenes mitológicos e inventados de Ménsola, de Fiésole, de la estirpe toscana y de la fundición de aquella región tan prodigiosa. En esos pasos que ya pertenecen a la memoria y que han perdido la exactitud de su huella en la tierra, todavía reconozco el gozo de la literatura. Porque las ciudades y las gentes, los cielos y los páramos, los desiertos y los árboles, todo, la realidad toda aprehendida, cuando se concibe por el cedazo de la literatura, del arte, es siempre, y siempre será haber sido.

domingo, 13 de noviembre de 2011


SÍ, es el distanciamiento. La otredad, lo ajeno, la corriente alterna, sí, pero sobre todo, de lo escrito. El distanciamiento con el que fui hace años y en el que encuentro muy poco de lo que soy ahora. Es lo que suelo denominar la transformación y permanencia de la literatura. La transformación es el lector, el que escribe, el que lee; la permanencia es la tierra inabarcable de los autores que hicieron y hacen el ser de la literatura.  
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ESTAS inquietudes me han llevado, de nuevo, a Pessoa: “Envidio a todo el mundo no ser yo”.

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TODO es inútil y yo lo siento como tal, preveo que todos los esfuerzos serán angostos y lábiles en esta tarea. Así siento lo vivido ya como un alejamiento y lo que viviré como una enorme distracción. Eso es, distracción de lo fundamental, a pesar de que en estos meses sienta uno un apego a la vida extraordinario, jamás presentido: la vida de otro que soy yo.

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EL “Cuaderno de Leonardo”, comprado en Roma hace ya año y medio, está casi completo. Todo en él son fórmulas esbozadas, abocetados versos que apenas si ensayan una música extraña. Los leo con compasión, pero a sabiendas de sus precariedades. Probablemente, lo tengo ya decidido, cuando complete el cuaderno, que ya cuenta unos treinta poemas, lo dejaré resguardado Y, quizás, al paso de unas décadas, volveré sobre él. Veremos, entonces, hasta dónde era errante.

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POR unos momentos, esta mañana, me he sentido en el Rastro, en Madrid. Sin embargo, ha sido en la Alameda Vieja, en Jerez. M.C. me había avisado de que, arropados por los muros del Alcázar, se expone todos los domingos, en la mañana, un rastro. En cuanto me lo dijo, quise conocerlo.

Efectivamente, encontré algunos volúmenes curiosos, como, por ejemplo, dos ediciones de un autor al que le tengo cariño por diversas cuestiones, Manuel Fernández y González, del XIX. Los chamarileros tienen aquí otro talante bien distinto a los de Madrid, aunque, puestos a regatear, son en el fondo muy parecidos. Por ejemplo, había encontrado una cámara de fotos antigua, que se perfilaba perfecta para nuestro salón y el señor, de bigote pronunciado, comenzó con un discurso chusco que terminó deshaciendo la posible disputa dialéctica. Allí se quedó, como tantas otras cosas, incluido el recuerdo, como aquella máquina de escribir que se replegaba y que se usaba durante la Guerra Civil española y de la que mi abuelo Juan hablaba con nostalgia. Eso es un rastro, un carrusel de presentes perpetuados y a lo mejor, por ese motivo, me siento tan cómplice con su dinámica fugaz y encarnada, real y ensoñada.

sábado, 12 de noviembre de 2011



PASADOS unos días, revisa uno los versos del “Cuaderno de Leonardo” esperando encontrar en ellos algunas reminiscencias  que le recuerden la efusión y la entrega del momento justo de escritura, del sentir con que fueron concebidos.  
Relee los esbozos, los versos que apenas asoman sus miembros por entre el ritmo -como una metamorfosis de Ovidio- y es cuando comienza la realidad de la palabra, cuando la medida de la creación toca la realidad. En esta consciencia de la propia mediocridad, es cuando la criba es absolutamente necesaria: hay quien piensa que lo que ha creado es de altura; otros no se conforman hasta que la música sea evidente. En este segundo grupo pretendo asentarme.  
En esos repasos y en esas relecturas, cae uno en la cuenta de que apenas pudo decir lo que quiso y que apenas la palabra nos deja decir qué somos, quién somos. Es, además, el periodo en que me pregunto si aprendiendo de las otras artes podré mejorar la palabra y es, por supuesto, cuando tengo más evidencia de lo  poco que he leído y de lo mucho que me queda por leer.   
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TIENE uno conocidos de hace unas décadas, -de los años universitarios, de la infancia-, de los que, de vez en cuando, me llegan noticas.   Al cabo de unos meses o de unos años, obtiene uno noticias de estos susodichos conocidos y cae en la cuenta de que la mayoría sigue siendo la misma, de la misma catadura moral y personal. Muy pocos sufren un distanciamiento de lo que fueron, muy pocos adquieren con los años un distanciamiento de la persona que fueron, de sus vicios y adversidades. Y, cuando le comento estas ideas a M.C., que siempre es más benévola que uno, me dice que nosotros también seguiremos siendo los mismos a pesar de todos los cambios y de todo lo que pensemos. No lo creo, repito, ¿cómo puede un hombre seguir siendo el mismo después de leer a Dante o a Virgilio, de fusionarse con Rilke o de leer a Platón? Hablamos de literatura, le digo demasiado serio. Ella, para colmo, me lee unas páginas del Tao Te Ching en voz alta: " Las cosas del mundo nacen del ser y nacen del no-ser. Retornar al principio, he ahí el movimiento del Tao". 
Obviamente, estas reflexiones conducen a un estado mayor de la conciencia, que necesita de más profundidad para su análisis; incluso no faltan los ejemplos que se contraponen a este aserto que acabo de escribir.
Sin embargo, a pesar de esta cortedad de ideas, sigo pensando que el que concibió la Literatura desde sus inicios como tal, sin ambages, teniendo claros la sacralidad, la música, el ritmo, los autores que la habían reverenciado con su obra, son y serán incapaces de caer en falta ante ella. Por otro lado, existen los carroñeros, los que nunca entendieron la Literatura sino la literatura ,-no tienen la inteligencia  ni la sensibilidad-, a pesar de constar como literatos o de querer ser literatos a costa de envidias, vanidades y camorreo de alcoba. La diferencia entre unos y otros reside en que los primeros anteponen la literatura a sus vidas y a ella la entrega; los segundos colocan sus vidas por encima de todo, incluso de la Literatura, a la que consideran una ramera.
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ME persigue, desde hace unos días, una sensación muy extraña con Escribir la lectura, el libro que la editorial La Isla de Siltolá me ha publicado con algunas entradas, que poseen cierta unidad, de este diario. Sentimientos encontrados, incredulidad, descreimiento e insatisfacción ante la prosa que se ofrece. Releo algunos pasajes y me son tan ajenos, estoy tan distanciado ya de esos días con Renard, con Kertész, con Márai. Bien pensado, fueron años, sobre todo el 2008 y el 2009, muy fructíferos en lecturas y en escritores de otras lenguas que fui descubriendo y acomodando en mi memoria.
Pienso en la influencia de los escritores de otras culturas y que escriben en otras lenguas que no son la nuestra. La música del idioma, la que entiendo que anidaba hace unos siglos en la creación lírica de forma permanente, y muy rara vez en escritores contemporáneos,  no puede conseguirse en este tipo de textos, a pesar de las magníficas traducciones. El italiano, el polaco o el inglés funcionan musicalmente con sus virtudes. Sin embargo, en la lectura de otras lenguas puede ensancharse el ser de la realidad, las dimensiones morales de la realidad y el perímetro de la comprensión de la realidad.             

jueves, 10 de noviembre de 2011

CUANDO muere un poeta importante, todos los escritores tratan de manifestar un responso que es, más bien, una proclama de su vanidad, a saber:  “Lo conocí…”, “guardo en la memoria aquella tarde…”. Con estas proclamas, tratan de mostrar la singularidad de trato que tuvo el poeta con ellos por entonces. Puedo decir, ahora, que conocí a Tomás Segovia junto a Gonzalo Rojas, Fernández Retamar o Pedro Lastra y que, en la tarde que recitó, tuvo el detalle de sentarse con un compañero y conmigo para decirnos, a escondidas, unos versos que estaba a punto de publicar y que no le parecía correcto sacar a la luz en aquel recital de viejas glorias. Fue, en esos minutos, cuando le dije que me comunicara una opinión, que me construyera una semblanza de alguien a quien admiraba y sigo admirando y que se llama Octavio Paz. Lo único que me dijo fue: “Siga leyéndolo”, pero nada sobre su vida, nada sobre esta o aquella anécdota, más bien contrariedad en el rostro del poeta mejicano que, con un español cadencioso, arrimaba unos versos de arte menor al soporífero verano en Sevilla.     ¿Y qué todo esto, qué se hizo?
El poeta puro, verdadero, como dije ayer seguirá vivo siempre será en su poesía y dejará de haber sido en cuanto el comité de grillos, al que me he sumado desde la ironía, deje sus cantes huecos en la luna. Leamos al poeta, “sigamos leyéndolo”.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

PIENSO que el hombre moderno ha caído en una espiral irresoluble de vanidad. Esta actitud lo inunda todo en nuestras vidas en una suerte de pandemia. Tal es así que una de las mayores aspiraciones de los ciudadanos es ascender en su trabajo y mostrar ante todos sus logros, sea cual sea el trabajo de marras.
Da la casualidad, una casualidad causal, que los mediocres van tomando el poder y, desde la mediocridad, es imposible que uno vaya tomando notas y aprendiendo nada. Antes al contrario, termina sometido a un absurdo que no le pertenece y que tendrá que exorcizar en algún momento de su vida, o a diario, con su voluntad e inteligencia. Miren, miren, bájense del carrusel,  observen a su alrededor y podrán comprobar lo que escribo.