domingo, 6 de noviembre de 2011

NOS encanta viajar a escondidas, sin que nadie tenga noticias de ello. Por ejemplo, esta noche estamos en Bérgamo y solo este cuaderno dará testimonio del hecho. No podíamos estar más tiempo sin volver al cielo de Bérgamo en una tarde de otoño para contemplar, desde la claridad que expele la tierra italiana, la ciudad alta que irrumpe en la piedra. El cielo de Bérgamo es un cielo tapices soñados y en él pueden verterse todas las ensoñaciones humanas. Así ha sucedido en esta tarde de sábado, con la compañía de la lluvia y del amor.


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SI el poema comienza a gestarse con anterioridad a su escritura, puede decirse que el poema, por tanto, se alumbra, se da a la luz. Así, puede entenderse que no cualquier palabra puede poseer la categoría de poema, pues la mayoría de las producciones son anécdotas pasajeras que no son alumbradas, sino más bien vomitadas.  



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LAS respuestas a todas las preguntas que pueda generar la poesía están ya escritas. No volveremos jamás a escribir como se hizo hace unos siglos, pues el hombre ha involucionado desde su ego a una atrofia del ser. Por este motivo, cuando me preguntan por esos temas afanosos de la poesía actual, por los derroteros de este o aquel escritor, siempre utilizo unas líneas de San Juan: “Para venir a serlo todo no quieras ser algo en nada”. Que cada cual considere, según su capacidad, qué es ese todo y esa nada. En ello va la suerte de su poesía.

A estas líneas he sumado, igualmente, dos consideraciones capitales que no tienen por qué garantizar nada, pero que resultan fundamentales: silencio y soledad.

La obra debe edificarse en absoluta soledad. Si uno no es capaz de escribir solo, sin más ni más, debe tener consciencia de ello y renunciar. Por otro lado, la soledad conduce al silencio, pero a un silencio nutritivo, incandescente, genésico. Si esto no se termina entendiendo y la poesía prosigue una singladura repleta de grupos y bullicios, terminará en naufragio y derrumbe irremediablemente.


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HE TERMINADO de leer Diario anónimo, de JAV y, definitivamente, es un libro magnífico. Es, realmente, un diario escrito por un poeta con una agudeza como lector maravillosa. No pocas de sus páginas pueden darnos para estar reflexionando unos meses y en no pocas ocasiones se queda uno perplejo por la lectura de un pasaje o por el recuerdo de un verso o una línea que lo alumbra, de pronto, todo. Voy a tener que pensar que la vanidad y la envidia, en el submundo poético, es mayor de lo que pensaba, si es que pensaba en esas causas. Aunque viendo cómo algunos han valorado estas páginas, la cuestión es ya palpitante.

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ACUDO,  de continuo, a los dos diccionarios que más aprecio, Covarrubias y Autoridades. "Almiar", "Almizclera" -(que me cruza con Elio Antonio de Nebrixa)-, "Diaquilón" o "Murria" completan buena parte del tiempo de lectura, de unos momentos en que se traslada a uno, quizás, a cuando la lengua estaba tan ligada a la realidad que parecía revivirla.