Hay unas páginas en Mito y significado, del difunto Lévi-Strauss, sobre las que vuelvo demasiadas veces. He creído, en más de una ocasión, que en ellas hay una cifra oculta, un enigma, un juego conceptual que todavía no he resuelto. Esa insatisfacción y esa misma errante e irresoluta lectura son las que me conducen, desde la página sesenta y siete hasta la setenta y ocho, a tomar nuevos bríos en mi empeño.
Ese puñado de páginas está dedicado a la música y al mito, a las relaciones que mantienen ambos mundos de abstracción absoluta. La tesis de Lévi-Stauss intenta esclarecer cómo, a partir del siglo XVIII, la música toma el relevo del relato mítico para apoderarse de la función emotiva e intelectual que la narración mítica fue perdiendo desde el Renacimiento y, con demasiada rapidez, en el siglo XVIII.
Si bien esta interpretación me resulta totalizadora y de una profundidad incognoscible para mí, aún me satisface más la relación que estudia entre el lenguaje, la música y el mito en íntima imbricación con el significado. Explica Lévi-Strauss, o más bien, deja sin explicar, la relación entre la música y el lenguaje (entendiendo por lenguaje, lengua). ¿Cuál es el enigma? Evidentemente, la relación entre la lengua y la música. Por añadidura, el mito. La lengua trabaja (desde la perspectiva estructuralista) con unidades, los fonemas, que en sí no significan nada, pero que se unen para formar una unidad de significado, la palabra. Una palabra unida a otras forma una oración y finalmente un texto. El texto culmina como unidad de comunicación y significación. ¿Qué sucede con la música? También ella posee unidades que en sí misma no significan nada, las notas musicales. Esas notas se unen en pequeñas frases musicales y completan una partitura: una sinfonía, un cuarteto, etc. El antropólogo llama a las notas musicales, sonemas, en analogía a los fonemas.
Tomando por presupuesto que la lengua es el axioma, en música no hay palabras; en la mitología, no hay fonemas o sonemas. ¿Qué sucede, entonces? Desde el paradigma del lenguaje: (fonemas, palabras, frases), es imposible establecer una analogía cerrada con el mito y la música, a pesar del empecinado intento de Lévi-Strauss y de su manía estructuralista. Sin embargo, hay un aspecto al que el francés no prestó la debida atención, si puedo permitirme estas palabras.
Como verán, y si han llegado hasta estas líneas, Lévi-Strauss dice que la música se vuelca en el aspecto del sonido (sonemas) y la mitología en el significado (palabras). En la mitología, los significantes están subordinados al poder de la significación. Por lo que su conclusión deja más bien, una escisión de ambas materias.
En mi opinión, y termino con esto, la música ha logrado, desde Bach, aunar ambos aspectos en ella misma. De tal manera que, la música no sólo ha suplido a la mitología, sino que ha terminado siendo un territorio de privilegio entre la palabra ausente y el relato imaginado, el sonido concreto de las notas y las frases y la plurisignificación de la poesía, de la lengua. Por eso la música ya ha alcanzado todo lo que los poetas aspiran.
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En El mundo de ayer, de Steafn Zweig, hay una apología de la memoria. La memoria en la actualidad ha sufrido un declive en su estima y en su percepción social. Este proceso, sin duda, se debe a los grandes avances de la tecnología, capaz de acumular millones de datos, tantos como cerebros humanos sobre la tierra, ocupando un espacio minúsculo. Esa es la obsesión, poco espacio para la memoria.
Zweig recuerda en otro libro, Mendel, el de los libros (El acantilado), como el personaje, Jakob Mendel, le hizo comprender lo que es la concentración y la entrega absoluta a las artes. Mendel no usaba fichas, cartas o cualesquiera de los métodos de clasificación. Tenía la librería de viejo metida en la cabeza de tanto pensarla y ordenarla. En ese ejercicio de concentración suma, vislumbró Zweig el poder de la entrega.
La memoria, entonces, es un trazo que une el talento con un universo oculto que sólo se muestra transparente para los que lo piensan evitando el tiempo. La memoria, bien pensado, es la manera de desgajarnos del tiempo, de aislarnos de su tránsito.
Desde esta perspectiva, Farenhait, 451, de R. Bradbury, es una defensa de la memoria como el mecanismo infalible para que el conocimiento humano penetre de manera insoslayable. ¿Cómo enseñaba Aristóteles a Alejandro Magno?
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¿No será la música la concentración del universo?
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Pessoa, Libro del desasosiego: “eternamente a la luz del sol que no hay, y de la luna que no puede haber”. Estética de la indiferencia, sueño meditado. Estas palabras funcionan como una poética: la poesía es la verídica sentencia de lo inhabitado. Una luz que no proclama sus estancias; la luna, luz en la noche, no pudo haber sido. Piel de la ensoñación, materia de la nada. Este desasosiego que perpetra el portugués es, al mismo tiempo, un tratado de la ciencia del vivir. La aspiración de sus letras consiste en hacer translúcidas sus indiferencias, evidentes, su vida como sueño concretado. Nunca la vida poseyó tanta encarnadura como en los huesos de Pessoa, el escritor poseído por las vidas, por las letras. Pessoa es un heterónimo de un demiurgo que cercenó sus sueños, su poder proteico. Un demiurgo trocado en humano: las palabras de un dios menor que soñó ser hombre.