Decía que el título de Huxley parece que se escribió después de un mal sueño, pero realmente su biblioteca ardió. Con estas llamas recuerdo un episodio que siempre me ha parecido emocionante, un capítulo del anecdotario en que participan Vicente Aleixandre y Miguel Hernández que cuenta Miguel Ferris en su excelente biografía sobre el poeta de Orihuela, Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (2002).
Velintonia 3 fue destruida por el bombardeo de los nacionales, que ya estaban sitiando Alcorcón, Getafe, Leganés y Cuatro Vientos. La casa de Aleixandre quedó derruida y, con ella, todos sus libros descansaban bajo los escombros. No encuentro una imagen más terrorífica que la destrucción de una biblioteca. En esos días, lo visitó el joven Miguel Hernández. Ambos llegaron a la maltrecha casa de Aleixandre y comenzaron a recoger todos los utensilios y libros recuperables de aquella demolición. Hernández participó con premura y con la vitalidad de su juventud; cargó en un carro con todos los libros y enseres del Nobel. La anécdota más curiosa es que montó incluso al propio Aleixandre encima del carro. Un carro que costaba mucho trabajo mover por el empedrado del suelo. A pesar de todo, el bueno de Hernández desplazó todos esos trastos y a Aeixandre hasta un lugar de resguardo. Según Miguel Ferris, Miguel Hernandez, con toda la gracia andaluza, acompañó la caminata con voces en alto, como si fuera un vendedor ambulante.
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Quemar un libro es quemar a un hombre. Y como digo, la destrucción de bibliotecas en épocas bélicas ha sido uno de los mayores desastres de la Historia. Porque con una biblioteca muere el conocimiento humano, el logro del hombre como tal, la perenne situación del hombre en el mundo. Y una sola página lúcida y pensada es como una vida que no deja de brotar.
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