lunes, 25 de enero de 2016

IMAGINO a los escritores en el convexo muro del tiempo; pensativos, tratando de restablecer el orden primitivo con sus palabras; recogidos de sí, en el desnudo anular de la armonía. 

Mortales, siguen la senda  del decir oculto; pero un itinerario que en el rectángulo de un solo hombre no es nada, mas, cuando brota pura y esencial la palabra, despierta un corifeo sin tiempos, con alas blancas más allá de la noche, con el silencio absoluto del decir todo. 

viernes, 22 de enero de 2016

CALÍMACO supo exponer los dones de las Musas con una clarividencia inaudita. Polimnia, me quedo pensando en ella: dio armonía a todos los cantos, afirma el poeta. 
En la poesía hay una música aritmética, de la palabra, el silabeo, la construcción. Esta música queda establecida en el Timeo de Platón como una música superada por la "música del intelecto". Hace años afirmé que me motivaba  dos motivos siempre para hablar de poesía: la música del idioma y la música del ser. Ya Platón había consignado esta dicotomía muchos siglos antes. 
La música entendida por el intelecto de los números y no por el sentido del oído; la música precipita la armonía interna que precipita los contrarios; la música entendida como una escalinata en la que Polimnia establece la distancia circular de la vida y la muerte. 

miércoles, 20 de enero de 2016

UNO de los casos más sorprendentes de la historia de los escritores de nuestra cultura es el de Gaius Plinius Secundus, Plinio El Viejo. Tras sus años aguerridos, de participación activa y constante en el servicio militar, se retiró a ni más ni menos que a tratar de edificar una recopilación del conocimiento universal. La obra resultante de este empeño fue Historia natural. Azarosamente, Plinio El Viejo murió precisamente observando el Vesubio en erupción. 
Plinio estaba interesado, claro está, en la medida del hombre en el cosmos, en la entraña misma del misterio que nos asuela cada paso, cada día que un mortal trata de penetrar en lo que se conoce como "el silencio de Pitágoras". Ese silencio es un misterio, quizás el misterio. 

Las distancias entre las cosas, entre una realidad y otra; la sostenida armonía oculta que nos posiciona por encima de nuestra consciencia; la posición exacta que adquirimos a pesar de la palabra, del deseo, de la voluntad. Una equidistancia que se aviva, se prende cuando existe una armonía, la del centro indudable, la de la pureza sensitiva y que ennegrece la visión a los ojos cuando llegan las vibraciones de resistencia, las mismas que me hacen, cada vez. recluirme y tan solo observar, perdón, contemplar con desamparo. 

jueves, 14 de enero de 2016

CUANDO percibo desventura y desequilibrio me pongo a leer caninamente como el doctor Samuel Johnson. "Con pocos, pero doctos libros juntos", como decía Quevedo, precisamente con los versos de este excelso poeta paso las horas de la noche, las horas solitarias y esteparias.
Soledad inmensa de corifeo de celesta, detenido en los renglones de un músico llanto en lágrimas sonoras. Observo todo, las contemplaciones. Ese es el ejercicio supremo al que me enfrento. Y lo hago desnudo, pues todo, al fin y al cabo, sea cual sea la naturaleza del acometido, es cuestión de desnudez: verdad, belleza intacta.
Me quedo meditabundo con las siguientes palabras de Valle-Inclán en La lámpara maravillosa: "El alma, cuando, desnuda de sí, trueca su deseo egoísta en el universal deseo, se hace extática y se hace centro. Entonces el goce de nosotros mismos se aniquila en el goce de las divinas ideas. [...] El centro es la unidad y la unidad es la sagrada simiente de Todo". Conmocionado por descubrir estas palabras de Valle en este libro, pues el itinerario del centro, tal que Juan Ramón Jiménez, ha sido una propuesta ética y estética que no he dejado de macerar en los rincones de este diario arrinconado.

Llaman poesía hoy a un sucedáneo de la expresión social. Esta tendencia me provocaba cierta repulsa y mayor turbación. Ahora tan solo observo, contemplo, y lo hago desnudo, pues todo, del hilo al pabilo, es pura cuestión de desnudez: Belleza y Verdad.

PUEDE que La lámpara maravillosa de Valle-Inclán sea uno de los textos más desorbitantes e inteligentes de las letras hispánicas del pasado siglo y de buena parte de las etapas de la literatura española; es, desde luego, junto a Dios deseado y deseante de J.R.J., un libro nutricio, himno omnímodo de totalidad:
"No olvides que la última y suprema razón de todas las cosas atesoran para ser amadas, es ser bellas".  

martes, 12 de enero de 2016


NICANOR PARRA es quevediano, tanto como T.S.Eliot y el propio Claudio Rodríguez. En el fondo todos son notas a pie de página de Platón, el indolente sumo, el maestro de la invisibilidad más visible, del humo blanquecino, de la verdad copada de las encinas. En estos versos de Parra se recrudece una verdad, ¿la entiendes? En el sí y en el no están tu condición. 

[...]
Lo queramos o no
sólo tenemos tres alternativas:
El ayer, el presente y el mañanay ni siquiera tres
porque como dice el filósofoel ayer es ayer
nos pertenece sólo en el recuerdo: 
a la rosa que ya se deshojó
no se le puede sacar otro pétalo
[...]

Heráclito, Petrarca, el Eclesiastés, también Borges, no lo olvidemos; incluso Juan Ramón Jiménez escribieron los mismos textos, idénticos en el sentido global y último. Poetas todos que pertenecen a una estación cronológica distinta, pero que supieron incardinar su palabra en el río de oro, en la fontana clara y diáfana de lo permanente. ¿Lo entiendes? En el sí y en el no están tu condición.  

jueves, 7 de enero de 2016

PUEDE que Timeo de Platón, como indica Godwin en Armonía de las esferas, debiera ser incluido entre aquellas palabras, letras "reveladas", que convocan una suerte de reflector universal que todo lo proyecta y todo lo recoge. Me quedo leyendo, releyendo, anotando las impresiones tras la lectura del pasaje en que el filósofa pitagórico de Locros diserta sobre la creación del alma del mundo y, con ello, de la formación de la estructura de los elementos todos y el mecanismo del cuerpo humano. 
En este punto, me encuentro con un pasaje que describe diáfanamente la categoría de indolencia suma: "El cuerpo del universo fue generado visible; pero el almas invisible, participando de una energía y armonía racionales, subsistiendo como la mejor de las naturalezas generadas, puesto que su artífice es el mejor de los seres inteligibles y perpetuos".

Día a día, con el paso de las lecturas, hay un poeta que va alcanzado mi admiración más profunda: Quevedo. 






martes, 5 de enero de 2016

EXISTE en el Nacimiento de la tragedia de Nietzsche una idea germinal que me fascina: la verdadera actividad metafísica del hombre no es la moral, es el arte. Esta cuestión irá perdiendo presencia y fortaleza en los escritos posteriores del filósofo bigotudo, sobre todo porque, en la redacción de estas líneas primeras en su obra, el propio Nietzsche quedaba embobado con la música del coloso Wagner. La música de Wagner venía a redimir cualquier tipo de reflexión filosófica; un solo pentagrama de metales equivalía a la manifestación profunda de la metafísica. El músico era el axioma de sus meditaciones tan cercanas al mundo heleno y a la filosofía griega. 

Después de traer a colación a Lucrecio y las trascendentales obras áticas en las que repara para principiar su libro, Nietzsche termina en el mundo del sueño toda vez que ha dirimido entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Para ofrecer un eslabón entre el mundo onírico y el abismo apolíneo recurre a Schopenhauer, a las reflexiones que conducían a este filósofo a afirmar que la aptitud filosófica radica en la capacidad de presenciar en ocasiones los hombres y las cosas como si fueran meras fantasmagorías o imágenes oníricas. Tras estos tanteos que hilvana referencias de distintas épocas, autores, obras, apreciaciones diversas en el tiempo, afirma: "El hombre artísticamente sensible reacciona frente a la realidad del sueño de la misma manera que el filósofo ante la realidad de la existencia; se delira en examinarlas con todo detalle, pues a la luz de estas imágenes interpreta su vida; con ayuda de esos ejemplos, se entrena para vivir". 

No es de extrañar que ahora, mientras escucho en la noche Parsifal de Wagner y leo estos párrafos me atraviese un temblor único, fortuito, que me atraviesa el cuerpo hasta cimbrearlo inequívocamente en una sensibilidad que sea o no fantasmagoría me acerca al apolíneo sacro coro de la existencia. Lo apolíneo, con Nietzsche, sobrepasa la luz de la apariencia, ofrece la honda conciencia de la naturaleza reparadora y terapéutica propias del mundo onírico, del sueño. En este mundo todo son símbolos, imágenes para nosotros, alejadas de nuestro razonamiento, rasgando el velo de Maya ancestral. 

domingo, 3 de enero de 2016

Reconversión del verso.

NO hay asunto más esquivo y resbaladizo que el de las preferencias personales en poesía. Siempre he creído, con George Steiner, que la inclinación de un autor por otro se desarrolla en la obra misma y que es la obra la lectura crítica más fructífera y notable para ese ejercicio del enjuiciamiento. 
Claro está que ante ciertas preguntas formuladas con desacierto tan solo caben respuesta demediadas y despelucadas, todo lo más impresiones a medias tintas que nunca me han dejado satisfecho. 
Sin embargo, en las respuestas de los demás, incluso en el planteamiento de las cuestiones,  puede uno apreciar ciertos gustos contemporáneos y ciertas capacidades de lectura que se me antojan insólitas. ¿Es certero afirmar que Garcilaso escribía para que Herrera lo comentara  posteriormente?

Ni lo uno ni lo otro me provocan reacción alguna más que la de volver a leer la música ensoñada del poeta, el latigazo melódico a una lengua postrada en artes menores y relegada a temas de alcoba y regustos populares, expresados mejor con la gracia popular que con la firmeza culta. 

El propio Boscán afirmaba sobre el encuentro en Granada, en 1526 con Navagero, cuando no solo el endecasílabo sino la forma y el sentido de la poesía italiana penetraba en nuestra lírica: "Así comencé a tentar este género de verso, en el cual hallé alguna dificultad por ser muy artificioso y tener muchas particularidades diferentes del nuestro", cuenta Juan Boscán al respecto. 

El artificio y la originalidad en el siglo XVI merecen la atención de un estudio por lo menudo, pero no es este el espacio para desarrollar tal asunto, tan atractivo para uno, dado el caso; más bien, quisiera señalar que el lector debe aprender a transformarse en lector, que el lector debe atender a la guerra del tiempo en poesía y desnudarse de todos sus ropajes, prejuicios y creencias a priori
¿Nadie recuerda que Garcilaso estuvo en Nápoles, como Velázquez, y que se trajo de allí el oído musical del Renacimiento? ¿Nadie recuerda que no solo "imitó" a Petrarca (ahí es nada), sino que dialogó con Sannazaro, contemporáneo de entonces? ¿No se escucha a Virgilio, Ovidio, Horacio en los versos del poeta? 

La poesía de Garcilaso, como la de otro cualquier poeta de una época pretérita, traslada no solo el manifiesto individual de un poeta, sino la cosmovisión de un momento, en diacronía lírica, de la historia de la poesía. Sucede con Leopardi, con J.R.J., Rilke, con Dante, con los propio Virgilio, Ovidio y Horacio. Así leídos, a los ojos de la actualidad, sus obras no permean en el sentido inmediato que posee actualmente la poesía; son autores de otro calado, que pronuncian las sílabas encendida de la belleza y la verdad trasladada a la lengua de hierro y mezquina de la poesía. Escucharlas es abrir el corazón; percibirlas necesita de la pureza  ética en el individuo para principiar el diálogo perpetuo de su propia condición.