jueves, 14 de enero de 2016

CUANDO percibo desventura y desequilibrio me pongo a leer caninamente como el doctor Samuel Johnson. "Con pocos, pero doctos libros juntos", como decía Quevedo, precisamente con los versos de este excelso poeta paso las horas de la noche, las horas solitarias y esteparias.
Soledad inmensa de corifeo de celesta, detenido en los renglones de un músico llanto en lágrimas sonoras. Observo todo, las contemplaciones. Ese es el ejercicio supremo al que me enfrento. Y lo hago desnudo, pues todo, al fin y al cabo, sea cual sea la naturaleza del acometido, es cuestión de desnudez: verdad, belleza intacta.
Me quedo meditabundo con las siguientes palabras de Valle-Inclán en La lámpara maravillosa: "El alma, cuando, desnuda de sí, trueca su deseo egoísta en el universal deseo, se hace extática y se hace centro. Entonces el goce de nosotros mismos se aniquila en el goce de las divinas ideas. [...] El centro es la unidad y la unidad es la sagrada simiente de Todo". Conmocionado por descubrir estas palabras de Valle en este libro, pues el itinerario del centro, tal que Juan Ramón Jiménez, ha sido una propuesta ética y estética que no he dejado de macerar en los rincones de este diario arrinconado.

Llaman poesía hoy a un sucedáneo de la expresión social. Esta tendencia me provocaba cierta repulsa y mayor turbación. Ahora tan solo observo, contemplo, y lo hago desnudo, pues todo, del hilo al pabilo, es pura cuestión de desnudez: Belleza y Verdad.