jueves, 28 de agosto de 2008

LA RESISTENCIA SILENCIOSA

Estaba en la playa leyendo un ensayo escrito por Jordi Gracia sobre fascismo y cultura en España que se titula La resistencia silenciosa cuando, a un metro de nuestra silla, un niño le dijo al padre que se estaba haciendo caca. El padre, que se había tomado varias cervezas, le dijo en tono mayor: “Dale ahí fuerte y suelta el piñonate”. Efectivamente, el zagal soltó un piñonate más rotundo que una sombrilla. Rezagado detrás de la madre, se llevó un buen rato apretando. Tanto apretó que se le salieron los mocos varias veces. Para entonces, y así fue, dejé de leer y me limité a observar la maravillosa escena veraniega que tenía ante mis ojos. Aunque para decir toda la verdad, por varios minutos, buena parte de los que rodeaban al niño cagón mantuvieron un silencio verde, como el Coto. Una verdadera resistencia silenciosa la que se produjo mientras el niño expulsaba el mojón y lo enterraba en la arena.
Acto seguido, la madre cogió un pañuelo y lo envolvió como si fuese una delicadeza de gourmet. Lo metió en una bolsa de plástico y lo tiró al cubo de la basura. Antes lo paseó por todos los ojos de los que observamos el delito menor de jiñar en la playa. El tufo que expelía la pieza era considerable, así que el aroma se mantuvo constante varios minutos hasta que los olores marinos engulleron el hedor vespertino.
Una vez que la escena parecía llegar a su fin, intenté reanudar la lectura. Las páginas que leía estaban centradas en la figura de Juan Ramón Jiménez. Después de interpretaciones muy lúcidas sobre su obra y sobre su postura en la guerra civil y la posguerra, Jordi Gracia dejó caer una anécdota que me hizo de nuevo levantar la cabeza del libro. Hablaba de unas afirmaciones sobre “la influencia letal del mito moscovita” sobre la República y sobre el miedo que atesoraba el poeta simplemente al pasear por la calle. Sin ir más lejos, un día que paseaba por el centro de Madrid, un grupo de milicianos obligó a Juan Ramón Jiménez a sonreír porque estaban buscando a uno que tenía un diente de oro. El hiperestésico y sensible poeta quedó aterrorizado hasta el resto de su vida. Me imagino a J.R.J sonriendo en medio de la calle, quién sabe si a punta de pistola, para enseñar su dentadura. Una escena surreal. Ni los milicianos sabían quién era J.R.J, ni tenían reparo en parar a cualquiera por la calle para requerirles cualquier cosa, como por ejemplo que les enseñase la dentadura. Si por casualidad el creador de “Espacio” hubiera tenido un diente de oro, no sé qué desgracia hubiera ocurrido.
Al término de esas páginas esbocé una sonrisa. Me levanté, recogí y dejé al niño corriendo por la playa. Otro día les contaré qué me ocurrió.

sábado, 16 de agosto de 2008

MUDANZAS

Me encuentro con una postal que me envió un amigo desde Bruselas. La foto recoge el magnífico aspecto de la Grand Place con una alfombra de flores. Era el año de 2005. La he encontrado resguardada entre unos papeles y he comenzado a leerla con la emoción que me invadió hace tres años: “Queridos, aquí seguimos…”. Ese “aquí” me ha recordado un poema de Ángel González: “Aquí, Madrid, mil novecientos/cincuenta y cuatro: un hombre solo”. Las diferencias son notorias, la posguerra por un lado, la experiencia próxima, por otro. Sin embargo, me interesa rescatar ese adverbio ya que escribe siempre uno intentando dejar bien atado el aquí y el ahora, el espacio y el tiempo concretos, a sabiendas de que la mudanza de lo cotidiano llegará a trastocarlo. Ahora me doy cuenta de que he escrito una estulticia, el aquí y el ahora nunca pueden ser concretados más que en la memoria, es decir, cuando supuestamente han pasado. Por eso mudo mi discurso y lo enredo con lo que venía diciendo.
Las mudanzas dan náuseas porque son abismales. Es una recolecta de papeles, libros o artilugios con los que uno ha vivido de un tiempo a esta parte. Ahora que me enfrento con una, después de tres años, he comprobado que siempre está uno acompañado casi de los mismos elementos. Las mismas compras, idénticas manías, procedimientos mensuales íntegramente repetidos. Una espiral, esta vida, que nos envuelve en la arácnida tesela de lo ingrávido.
Esta semana, un hombre negro, africano, de los que se colocan en Sevilla a más de cuarenta grados en los semáforos para vender pañuelos, se ha encontrado con una cartera cargada de dinero. Dos mil setecientos euros y un cheque de ochocientos cuarenta euros. Lo he imaginado emocionado al soñar cuántas situaciones nuevas surgieron con los billetes en la mano: comidas, ropas, familia. Lo vi sentado en un banco, emocionado por el hallazgo mientras sostenía con el puño cerrado su rostro tizón y ébano. Comenzó a surgir, forzosamente, alguna lágrima. Con ese dinero pudo haber vivido durante meses alejado del exultante calor y de la mediocre situación de pedir dinero a conductores que cierran la ventanilla porque piensan con el maniqueísmo católico de los occidentales. En esos momentos apareció un coche oficial de la policía y este señor le entregó la cartera con todo lo que esta soportaba en su billetera.
Llegó la mudanza con su guante transparente. Lo devolvió a su lugar de trabajo, junto a un semáforo que se enciende una y otra vez en rojo, ámbar y verde. Una plaza en Bruselas, una postal, el sueño de una vida. Mudanza constante, perpetua distancia a la nada. Rojo, ámbar, verde.

martes, 12 de agosto de 2008

SASTRERÍAS

No voy a sobrepasar las cinco líneas para escribir algo que pretenda situar en la órbita de la verdad. Si tú, lector, ves que sobrepaso la quinta línea y que sigo sin remiendos, sin ninguna señal de vuelta atrás, debes pensar en ese momento si merece la pena seguir leyendo y mantenerte envuelto en un traje que se cosió y zurció con las medidas mal tomadas. Renard: “En cuanto una verdad pasa de las cinco líneas es novela”. De la misma forma que no nos colocamos un traje que no esté cosido a nuestra hechura, ¿por qué no debemos darle al pensamiento su traje a medida, rigurosamente a medida?

domingo, 10 de agosto de 2008

HAY SITIOS Y HORAS

Un joven contempla la tarde y el mar. Está solo, aparentemente solo, y medita sobre los granos del tiempo. Coge un puñado en la mano y lo desplaza suavemente, con la melancólica cadencia de los vientos marinos. Entonces comienzan a trenzarse en su cabeza los recuerdos y las fantasías. Imagina el paisaje repleto de escenas que desafían los límites de su imaginación. Para ese momento ha encendido otro cigarro.
Una de las escenas que se solapan a su imaginación viene motivada por unas palabras que había leído hace poco en un diario, el diario del francés Jules Renard: “Hay sitios y horas en que uno está tan solo que ve el mundo entero”. El mundo entero ante él: todas las palabras, todos los gestos, los números, acaso una suerte de museo del hombre de la eterna. Cuando apagó el cigarro llegó la noche. El joven siguió en la arena, sonriente: había encontrado la soledad rodeado del mundo entero.
Los que lo encontraron muerto, tendido y mojado sobre la arena, lo describieron como un antiguo marino venido de tierras remotas, con la piel labrada por la continuidad de la luz. Llevaba un papel en el bolsillo. Había escrito la cita de Renard seguida de unas palabras: “…entonces el mundo no merece la pena”.

sábado, 9 de agosto de 2008

CAMBALACHE

Cuentan que la señora que cayó en el lodazal salió cantando un tango de Gardel, “Cambalache”: “Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos”. Dijeron que su compás era único y que no dejó de cantar el tango completo hasta que no abandonó la playa. Ah, ¿no sabes que una señora se hundió hasta la cintura en un lodazal y que tuvo que ir la policía y los bomberos a rescatarla? También recuerdan que la afinación era un prodigio y que a pesar de estar llena toda de lodo y otros compuestos,
incluso quiso arrancar un baile que quedó en un amago, como las pequeñas olas que arrecian contra la orilla de nuestro río. Después de ser casi engullida por los lodos, nadie se explica todavía cómo pudo suceder, ya que todos los habitantes de esta ciudad están al día de lo que ocurre en estas aguas que, a pesar de su turbidez esporádica y de sus zonas de hundimiento, han sido siempre ejemplo de claridad y de limpieza.
Recordé a Julio Sosa, el uruguayo, el Varón del Tango, acodado en la barra de un bar ficticio a la vez que iniciaba una comparsa con un camarero postizo. Todo eran quejas, reproches que se lanzaban al mundo; el camarero asentía dulcemente al tiempo que le ofrecía un trago, un cóctel bien seco que se titulaba Cambalache. Era el momento en que arrancaba la orquesta; el fornido cantante se adelantaba para deleitar al público con su apuesto traje y su rotunda voz. La interpretación era cosa de ángeles, viste. Todo un coloso entregando su voz para denunciar las miserias que ocupan este mundo. Por eso el caso de esta señora es una buena metáfora de lo que nos ocurre: estamos en el lodo sin saberlo. Sólo cuando nos veamos con el lodo a la altura del pecho comenzaremos a pensar que deberíamos haber hecho algo. Ya es tarde. Nos movemos cuando nos toca de cerca. No sé que más puede ocurrir en una playa para que los ciudadanos no salgan, al menos, a exigir unas condiciones mínimas. No hay policía, en muchas ocasiones no hay vigilantes, hay perros paseándose libremente y defecando por doquier, hay sustancias en el río que no conocemos, las papeleras escasean, etc.
“El mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el quinientos seis
y en el dos mil también”, con estas palabras comienza el reseñado tango de Gardel. Este trueque con jactancia que les hacemos a los políticos, la del voto por los compromisos, viene cargado de defectos. Uno de ellos es el enigma del poder, la estancia en el olvido. Porque pienso que el político es un ciudadano respetable como cualquier otro, pero un ente desustanciado, que ha perdido, como tal, su estatus y que no le queda más remedio que dar explicaciones. Si no las da, tenemos que pedírselas.

viernes, 8 de agosto de 2008

CARÁCTER Y DESTINO

Al contemplar la pequeña biblioteca me pregunto si los libros no son las formas complejas de las vidas humanas. Me pregunto, igualmente, si cada uno de ellos no representa una modulación del tiempo, un temple, un auspicio, un conglomerado de almas que han buscado la manera de salirse de la circular manía de estar aquí. Porque estamos en un círculo que es recto. Un avance en retroceso.
Cuando termino de pensar en ello –cuya conclusión ni me satisface ni me congratula- lo hago a la inversa. La forma de perpetuarse en la finita recta es otorgándole la voz a la sensibilidad. Dejarla anclada en el frontispicio que perdura más allá del porcentaje celular de mi cuerpo. Abandonarnos completamente y entregar –sin liturgias, sin conmemoraciones- nuestra vida a la literatura es una conspiración contra los límites que nos sustentan. Siempre me agradó conspirar contra el tiempo, aunque si somos el tiempo, estoy conspirando contra mí.

*
A lo mejor ahora comprendo la cita de Pessoa que acabo de leer: “Mi arte soy yo”. En cualquier caso también existe la aspiración de querer que nuestro arte sea un yo que no controlamos, el que vamos configurando –como Prometeo, Frankestein, Adán- y que a la larga no llegamos a dirigir. Hasta ahora nadie nos ha asegurado que hemos nacido para vivir; tampoco para otra cosa. Vivir, digo vivir, vivir a pulso.
Renard: “El hombre nace con sus vicios; las virtudes las adquiere”. El hombre es un compuesto de vicios que se liman con las virtudes que se van adquiriendo a fuerza de reproches y manías. En la manía hay virtud a borbotones, pero todo el vicio del mundo. Así que no creo que la virtud y el vicio vayan por separado, querido Jules, antes al contrario, pienso más bien que la virtud es la noble forma del vicio. La vida es un vicio que puede terminar rebotando en la nada o convertida en virtud. Esta última manera la llaman los hombres arte.

*
Así lo advierte Montaigne: “Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano”. Así lector, he convertido mi vida en virtud, pero una virtud que nadie merece leer, por viciosa. Cuestión de pareceres, diferencias de los hombres. A este respecto me voy al capítulo XLII de sus Ensayos, “De la desigualdad que existe entre nosotros”. Montaigne abre la entrada con unas palabras que roba a Plutarco y que vienen a decirnos que no hay distancia tan grande de animal a animal como la que existe de hombre a hombre. Al final de la misma, recupero la sentencia latina que usaba el filósofo para coronar sus ensayos: “Mores cuique sui fingunt fortunam” (“Cada uno según su carácter se hace su destino”. Cornelio Nepote, Vida de Ático, II). Cernuda recogió la enseñanza en Historial de un libro y lo hizo sentencia: “Carácter es destino”. El destino, por lo tanto, es una disposición del carácter, a él se sujeta, por él se determina.
*Ilustración, Michel de Montaigne.

jueves, 7 de agosto de 2008

ESTO Y LO OTRO.

La lección de la filosofía es la siguiente: no debes decir nada que no contenga algo. Que eso se consiga es harina de otro costal. Sin embargo, la literatura debe decir algo y decirlo bien. Añado ahora que debe decir algo, decirlo bien (en el sentido lato del término) y con sustancia: un pensamiento, una cosmovisión, una reflexión sobre los días.... En palabras de Renard: “La forma no puede ir por un lado y el fondo por otro. Un mal estilo es un pensamiento imperfecto.
Un pensamiento imperfecto está larvado por la consecución de un mal estilo; la literatura imperfecta es aquella que aúna un mal estilo con un pensamiento romo. Haz y envés de un mismo soliloquio vacuo.

*
Puede haber elementos literarios en textos que no sean literarios, pero esa presencia no justifica que nos encontremos ante la literatura. Esos retales aspiran a ser unos compases de una sinfonía. Por eso en esta búsqueda de la literatura debemos nutrirnos de las formas literarias y de los pensamientos humanos.

*
La literatura se consigue cuando se termina de escribir la última corchea de un pensamiento que no acaba cuando lo hace ella, pero que existe gracias a ella. La literatura es un estar en ella, jamás la poseemos hasta siempre. Quizás esta circunstancia, ese desvelamiento se asimile a lo que llamamos iluminación, inspiración. No existe, sólo parece que se percibe.

ACRÓBATA DE MÍ MISMO.

En un antiguo cafetín veo de lejos a un señor que abre un cuaderno. Acto seguido, saca de su chaqueta una estilográfica que presenta la vetusta actividad de los años. Se nota que no es la primera vez que este señor realiza este acto. De cualquier forma, sus movimientos son lentos, cadenciosamente lentos. Anota en su cuaderno negro una oración. Yo ya estoy sentado a su lado, justamente en la mesa de enfrente. Anoto en mi cuaderno, con disimulo, todo lo que estoy atestiguando. Llaman al señor desde la barra del bar; parece que es conocido en el lugar y que mantiene buena relación con los camareros. “Monsieur Renard, s´il vous plait”. Entonces el hombre se levanta decidido y acude a la llamada entre sonrisas y aspavientos.
Desde este lugar se ve la terraza de otra manera, ahora que ocupo el mismo asiento que ocupaba el señor Renard –lo he hecho cuando estaba de espaldas. La mesa está llena de inscripciones, una de ellas reza: “Tengo gustos de acróbata solitario. Me gusta darme la espalda a mí mismo”. Cuando me doy cuenta, a lo lejos, desde la esquina en la que observé al señor, allí mismo, está Renard mirándome fijamente con sus ojos de acróbata. Lleva en la mano la misma libreta. Comenzó a escribir en ella. Es 1898. Aún no he nacido.

miércoles, 6 de agosto de 2008

LA CONTINUIDAD, LOS PARQUES.

Se ha hablado mucho de las virtudes del magnífico cuento de Cortázar titulado “Continuidad de los parques” (Final del juego, 1956). Hoy quiero ver de solapa, en un poema de Borges, las exultantes virtudes de este cuento: el lector que lee su vida, lo que le ocurre. Escribe Borges “Elegía a un parque” para decirnos que nosotros, al terminar de leer el poema, somos parte de esa ruina, de ese olvido, de la misma conmemoración de esos versos:
Se perdió el laberinto. Se perdieron
todos los eucaliptos ordenados,
los toldos del verano y la vigilia
del incesante espejo, repitiendo
cada expresión de cada rostro humano,
cada fugacidad. El detenido
reloj, la entretejida madreselva,
la glorieta, las frívolas estatuas,
el otro lado de la tarde, el trino,
el mirador y el ocio de la fuente
son cosas del pasado. ¿Del pasado?
Si no hubo un principio ni habrá un término,
si nos aguarda una infinita suma
de blancos días y de negras noches,
ya somos el pasado que seremos.
Somos el tiempo, el río indivisible,
somos Uxmal, Cartago y la borrada
muralla del romano y el perdido
parque que conmemoran estos versos.
Al igual que la tarde, el trino, el mirador, el ocio de la fuente, en fin, en esa enumeración de elementos que configuraban el parque y que se han perdido estaba la mirada que los reconstruía, acaso la mirada del lector que ahora lo sueña y reconstruye con los artificios de la literatura.

*
En un intento de leer las poesías de Unamuno, cuya edición de sus poesías completas es de difícil catadura por inencontrables, he ido a parar a un libro desconocido para mí hasta entonces, Diario íntimo. Este diario unamuniano está compuesto por cinco “cuadernillos” anotados a mano. El primero, según nos hace saber el editor, consta de 100 páginas, el segundo de 96 y el resto de cuatro páginas cada uno. Ya he concluido la lectura del primer cuaderno y la sorpresa ha sido enorme y grata. La escritura de este Diario coincide con la crisis acuciante que abordó a Unamuno a finales del siglo XIX; así que las dudas, las esperanzas maltrechas y las cavilaciones religiosas acaparan buena parte de estas notas breves y concisas. El primer cuadernillo es una buena muestra de las veces que tuvo Unamuno que discernir, según su criterio, entre lo que ofrece la fe y la razón. Las anotaciones son continuas: “Padezco una descomposición espiritual, una verdadera pulverización bajo la cual palpita la voluntad de mi mente, su fuerte deseo de creer, de creer en sí, en que no se aniquila”. Aunque de vez en cuando el viejo profesor se ve sometido a las tornas del existencialismo: “Yo quiero ser nada, ni que nadie se acuerde de mí. Trabajar, ¿para qué? Me encierro aquí, entre cuatro viejos y a vivir. Mis aspiraciones están ya satisfechas. Un nihilista.” Si uno lee estas afirmaciones, ¿llega a convertirse en nihilista por momentos; si leemos la nada la alcanzamos, si leemos la eternidad llegamos a poseerla?

*
Así vista, la vida se cierne sobre los vacuos resortes de la tarde. Veo a un anciano rodeado de viejos sentado en parque que poco a poco va desapareciendo, desfigurándose en el horizonte. Entonces escribo un verso, comienzo un poema: “Se perdió el laberinto”. Trato, a escondidas, de otorgarle la continuidad al parque, de atender a las aspiraciones de un señor para quien la vida, vivir, fue una batalla, la de saberse finito hasta entonces. Después de eso, nada.
*
En 1897 se suicida el padre de mi admirado Jules Renard. Las entradas acerca del padre son muy abundantes en este tramo del Diario. A pesar de ello, jamás pierde la ironía el escritor francés: "Estoy hecho como todo el mundo, y si consig verme en mi espejo sólidamente colgado , veré a la humanidad casi entera". Al asomarme al espejo, no he visto mi rostro; por unos momentos me he sentido alejado de la humanidad, tal vez sin ella. ¿Era otro el que asomaba perplejo?
Me preguntan mis amigos qué me parece tal o cual escritor, escritores todos que publican casi anualmente. Renard: "Uno siempre se equivoca sobre sus contemporáneos. Así que no los leamos". Dejar de leer a algunos escritores es dejar de leer buena literatura y me parece excesivo. A pesar de todo, no sé qué contestar. Callo. A lo mejor en ese silencio alguno interpretan que no merece leerlos, o que estoy totalmente equivocado. Los mecanismos del silencio poseen sus estaciones. Una de ellas es someterlo a juicio público.

lunes, 4 de agosto de 2008

SOPLOS Y SUEÑOS

Cuando los días se acoplan a una rutina parece que no los vivimos. Sin embargo, quiero resistirme a esa sensación opaca de vivir sin que resulte nada de ello. Vivir lleva atribuidas unas pocas de acciones que pertenecen a la mente de cada individuo. Por eso al escribir “vivir” deberíamos sobrentender las atribuciones que acompañan a esa faceta capital. Incluso si pretendemos argumentar que vivir es la nada, un soplo del atardecer. Unamuno desperdiga por todas sus obras esa sentencia: “vivir, vivir…”, y deberíamos interpretarla como toda una novela. La vida es literatura si uno lee, escribe y piensa de forma literaria; ella ocupa la vida, la vida se predica a través de ella. Renard: “Si has perdido el día, piénsalo, y no lo habrás perdido”. Ahora digo: “vivir”, y tengo en la conciencia que digo más, mucho más, que una ilusión finita.

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Desde el centro de un sueño quiero contemplar la vida para llevarla a la diversión. Debo salirme de mi vida para vivirla, para imbricarme en todas sus aristas. Entonces me conmuevo por lo que nunca aprecié, lloro con la caída del sol, escribo cuando no tengo nada que decir, cuento historias delante de los amigos que jamás me importaron. Me di cuenta de que lo que pensaba lejano y extraño para mis días, no son más que los márgenes oblicuos de una diversión, la de sentirme evasivo de mí mismo. Renard escribió el 27 de noviembre de 1896: “No vivo, pero aún vivo demasiado. Habría que contemplar siempre la propia vida como desde el centro de un sueño. Todo sería divertido”. Nada más literario, entonces, que escribir los sueños de otros, tal y como lo hizo Tabucchi en Sueños de sueños.

*
Si pudiera dedicarme a cualquier cosa – un ideal, un canario, un perro, una investigación histórica, la imposible solución de un inútil problema gramatical…- entonces, sí, tal vez, sería feliz. Pero nada es una cosa para mí excepto las ficciones de mis sueños, y esas son cosas por derecho propio. Incluso cuando tengo el placer de soñarlos, siento la amargura de saber que los estoy soñando”. Si el sueño es una amargura, la vida es la tremenda sensación amarga de degustar los sueños. Fíjate, nada es algo para Pessoa excepto las ficciones de sus sueños, nada es la vida. Vivía desde el centro de un sueño, el de saberse soñando sus ficciones. El resto pertenecía a esa oscura vaguedad de los días que se encostra y nos carcome de continuo. Contra eso levanto mi voz, levanto la palabra, para desvencijar las inercias a las que nos conduce la vida.

*Ilustración, R. Magritte, La interpretación de los sueños, Óleo, 1930.

domingo, 3 de agosto de 2008

MIEDOS Y OTROS FERVORES

En este tiempo de calor y sofocos, de alegrías y desencuentros, mis lecturas se dispersan en una convención que no me agrada. No soy capaz de controlar ese efecto, ese movimiento de péndulo que me lleva de un libro a otro y que no me deja estar en ninguna lectura. Después de pensarlo, a lo mejor no es tan grave como parece, a pesar de que el agobio y la incertidumbre arrecian con descaro. Leer a tramos. ¿Qué es la vida si no un tramo discontinuo que nos lleva de una cosa a otra, de un estado a otro casi sin percibirlos?
A todo esto abro el Diario de Pessoa y leo: “Me arrebatan ansias que rechazo. Me siento múltiple. Soy como un cuarto con innúmeros espejos fantásticos que deforma, convirtiendo e reflexiones falsas, una realidad que no está en nadie y está en todos. Siento que vivo vidas ajenas, en mí, incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres, incompletamente, individualizado en una suma de no-yoes que se sintetizan en un yo simulado”. Incompletamente participo de esas inconstancias del espíritu y me siento todos los lectores, me creo todos los lectores cuando quiero leerlo todo y entonces opera la dispersión. Me siento tan a gusto siendo el lector de Pessoa como de Renard, de Borges como de Cervantes. ¿Existe el lector, el lector arquetípico que los aglutina a todos, como existen la noche y sus ornamentos?

*
La rosa profunda es un poemario que Borges escribió en 1975 y que posee un prólogo cuya lectura es muy recomendable, como todos los prólogos de Borges. El libro comienza con un poema titulado "Yo". Es un magnífico poema, pero los dos últimos versos son mágicos: “Más raro es ser el hombre que entrelaza/ palabras en un cuarto de una casa”. Aquí, en el cuarto de una casa, pretendo entrelazar palabras y palabras que, en una suerte de colofón, no me llevarán más que a ser un hombre raro. En la cadencia del poema de Borges he atisbado al otro que me posee y que escribe y termina estas letras. Acaso el que es yo.

*
Sigo la aventura diaria de Renard, quien habita en estos ejercicios con pertinaz presencia, debo decir que el año de 1895 es un año de una cosecha literaria insoslayable. En realidad, el que escribe consigue alcanzar una situación en la que nadie es capaz de interrumpirlo. Sólo se interrumpe el mismo escritor, cuando cree que lo escrito no merece la pena ser escrito de esa forma o no alcanza la altura deseada o no ha logrado las pretensiones que en un principio se proyectaron. La idea entonces vuelve a ser restituida bajo otras palabras. Renard: “Escribir es una forma de hablar sin que te interrumpan”. Aunque esa prudencia que se lleva al límite no es más que la consecuencia de alguna duda interior que lo oprime. Renard: “La prudencia no es más que un eufemismo del miedo”. El miedo es malo para la literatura, un compuesto que perjudica más que beneficia. Hay que dejar el miedo para escribir, el miedo profundo, como se deja un abrigo en verano. Ya llegará la necesidad de volver a cogerlo con fuerza; su presencia es necesaria sólo cuando se requiera. Mientras tanto y ante todo, aparta el miedo y escribe.
Un ser raro escribe unas palabras sin miedo en un cuarto, sólo rodeado de otros que pretenden ser el mismo que escribe.

viernes, 1 de agosto de 2008

MALA GENTE QUE CAMINA

No tengo más remedio que servirme del estilo que tanto huyo, el periodístico, para decirles que el pasado martes, día 29 de julio, asistí a un encuentro con un escritor que se llama Benjamín Prado a la luz de las páginas de una novela que publicó hace unos años y que se titula Mala gente que camina. Nos congregó en las Bodegas Pedro Romero el Club de Lectura Cabo Noval. El acto comenzó pasadas las nueve de la noche.
Cuando hubo terminado el encuentro, que se dilató más de los esperado, salí de la bodega atónito, no por los buches de manzanilla que paladeamos al concluirlo, sino por la confusión enorme a la que me sometieron; no sabía si había salido de la presentación de un libro o de un mitin político. Les intentaré explicar por qué.
El autor, Benjamín Prado, no gastó ni una sola palabra para hablar de la novela como elemento literario, como ente ficcional, como artefacto estético; se limitó a hacer un juego de palabras, entre otras cosas que iré enumerando, para decirnos que ciertos personajes de la historia de este país debían haber advertido a las claras el paso del “cinismo” al “civismo”. En resumidas cuentas, el novelista utilizó todo el tiempo del que dispuso para proponer un modelo ético, cuando por mi parte esperaba un modelo estético, en el sentido amplio del término, en que se ofreciera, por qué no, conductas éticas. El resto del discurso fue una enumeración de las megalomanías sabidas de Franco, de las muertes en manos de Falange, de las chaladuras que Vallejo-Nágera propuso a Franco y que se desarrollaron, tales como la reeducación de prisioneros, etc. Se centró en un tema que se ha tratado desde el punto de vista histórico, la pérdida y el robo de los hijos de los republicanos por parte de los nacionalistas. Una cuestión espinosa y ciertamente interesante a la que no reprocho nada en absoluto.
Después de casi dos horas escuchando argumentos a favor de la República (llegó a decir el autor que la Generación del 27 fue posible sólo gracias a la política de entonces, una exageración a todas luces) uno esperaba que al menos se dijese algo de la literatura sin etiquetas, de la literatura que se aleja del panfleto político y de las soflamas ateas o religiosas. No fue así en ningún momento, es más, en algunos tramos me sentí incomodado por el efervescente alegato que realizó Benjamín contra todo aquello que no fuera de su ideología. Llegó a realizar algunas generalizaciones que bien merecen una replica. Pongo por caso a la figura de Dioniso Ridruejo. Implicarlo en los miles de asesinatos de Falange es como decir que los miles de asesinatos de los comunistas pertenecen a Alberti.