Últimamente escribo demasiado en mi cuaderno de notas, en mi moleskine. Todas las mañanas salgo con ella en la maleta para el trabajo y cuando, por alguna razón, se me olvida, siento un inconexo desasosiego y todas las ganas de escribir que hasta entonces no poseía. Por eso viene conmigo siempre, porque la escritura es repentina y caprichosa y porque las ideas surgen cuando menos parece que deben surgir.
Cuando regreso a casa, cambio el formato de la libreta por el de la bitácora que lees ahora; en ella vuelco la resaca literaria que resulta de las lecturas, los subrayados, las frases que han auspiciado algún pensamiento fugitivo y nómada.
Hoy quiero que ambas, la libreta y la bitácora, convivan en una suerte de palimpsesto.
26 de septiembre de 2008
“Como un personaje de novela (cada vez creo más en ello, en que nuestros actos poseen rasgos de la literatura y que es por ello por lo que siempre surgirá al rescoldo de la vida) he dirigido mis pasos a la biblioteca del centro en que trabajo. Está sola, cargada de libros abandonados, jamás leídos. De repente pienso en un cementerio, en la soledad que se agolpa en los lugares en que el hombre no invade con su sonido. El hombre es sonido en esencia. En ese lugar sólo acontece el mundo y eso me despierta un sentimiento de intrusión ante un espectáculo al que no pertenezco. Un espectáculo, el del mundo, que Hölderlin descifró en Tubinga. A eso lo llamaron locura.
Viene conmigo el moleskine y un libro de Vila-Matas. Escribo en él como si con ello desvencijara el orden natural del edificio, como si un conspirador intentara adentrarse en las entrañas del abismo. Entonces comienzo a leer: “Voy caminando por Piere-Lachaise hacia un cementerio laico”. Me sorprende que Vila-Matas comience el 2008 en París a la busca del cementerio de Nerval. En esos momentos entendí la imagen. Buscaba esa extraña forma de vida que consiste en apartarse del todo para descubrir que nuestro sonido es el silencio”.
Cuando regreso a casa, cambio el formato de la libreta por el de la bitácora que lees ahora; en ella vuelco la resaca literaria que resulta de las lecturas, los subrayados, las frases que han auspiciado algún pensamiento fugitivo y nómada.
Hoy quiero que ambas, la libreta y la bitácora, convivan en una suerte de palimpsesto.
26 de septiembre de 2008
“Como un personaje de novela (cada vez creo más en ello, en que nuestros actos poseen rasgos de la literatura y que es por ello por lo que siempre surgirá al rescoldo de la vida) he dirigido mis pasos a la biblioteca del centro en que trabajo. Está sola, cargada de libros abandonados, jamás leídos. De repente pienso en un cementerio, en la soledad que se agolpa en los lugares en que el hombre no invade con su sonido. El hombre es sonido en esencia. En ese lugar sólo acontece el mundo y eso me despierta un sentimiento de intrusión ante un espectáculo al que no pertenezco. Un espectáculo, el del mundo, que Hölderlin descifró en Tubinga. A eso lo llamaron locura.
Viene conmigo el moleskine y un libro de Vila-Matas. Escribo en él como si con ello desvencijara el orden natural del edificio, como si un conspirador intentara adentrarse en las entrañas del abismo. Entonces comienzo a leer: “Voy caminando por Piere-Lachaise hacia un cementerio laico”. Me sorprende que Vila-Matas comience el 2008 en París a la busca del cementerio de Nerval. En esos momentos entendí la imagen. Buscaba esa extraña forma de vida que consiste en apartarse del todo para descubrir que nuestro sonido es el silencio”.