Yo soy un espía, lo digo en serio. Un verdadero espía. Así que tened cuidado cuando estéis sentados en la terraza de un bar en cualquier plaza de Sanlúcar: vuestro discurso será engullido y registrado en mi memoria. He dicho que soy un espía porque la política ha demostrado que los espías son los funcionarios que mejor se lo pasan en su trabajo, hasta que son pillados. Son usureros de las menudencias personales como los ladrones que destripan hasta el último euro de una caja. Así que si ser espía consiste en anotar lo que dice la gente para luego utilizarlo, me declaro un espía con la máscara levantada.
Aquí en Sanlúcar dicen que hay un Greco, eso dijeron. Pero el Greco no vive aquí, al menos, eso aseguró el ministro del ramo. Yo pienso que el Greco va todos los días a la Plaza del Cabildo a tomarse un buen gorrión de manzanilla y a zamparse un buen pescado frito. Así que si desde este momento ven a alguien pendiente de lo que uno dice, no pueden ser más que el Greco o yo. Yo no es que sea un Greco para vigilar la mafia y el narcotráfico. Repito, no soy un Greco. Mi empresa es otra, yo cuido las cuestiones internas de los seres humanos, una especie de guardián del espíritu.
¿Por qué me considero un espía? Vila-Matas, el escritor de los “bartlebys” y los “shandys”, escribió un libro titulado Extraña forma de vida. Esa extraña forma de vida es la que yo llevo y a lo mejor por eso es extraña. Bien, la extrañeza no es otra que sentirse un espía de lo que hace, de lo que dice y de lo que piensa la gente. Algo parecido a un Greco, pero con la finalidad de escribir una novela, un poema o un libro cualquiera. El Greco lleva micrófonos, cámaras y chismes para atestiguar su trabajo. El escritor desvirtúa todo el material y lo transmuta en literatura. Yo, mal que bien, me andaría con mucho cuidado a partir de ahora, no vaya a ser que por decir un verso de Machado: “ahí mi barca…”, algunos piensen que estoy hablando en clave. Le envío saludos al Greco, de parte de este espía.
Aquí en Sanlúcar dicen que hay un Greco, eso dijeron. Pero el Greco no vive aquí, al menos, eso aseguró el ministro del ramo. Yo pienso que el Greco va todos los días a la Plaza del Cabildo a tomarse un buen gorrión de manzanilla y a zamparse un buen pescado frito. Así que si desde este momento ven a alguien pendiente de lo que uno dice, no pueden ser más que el Greco o yo. Yo no es que sea un Greco para vigilar la mafia y el narcotráfico. Repito, no soy un Greco. Mi empresa es otra, yo cuido las cuestiones internas de los seres humanos, una especie de guardián del espíritu.
¿Por qué me considero un espía? Vila-Matas, el escritor de los “bartlebys” y los “shandys”, escribió un libro titulado Extraña forma de vida. Esa extraña forma de vida es la que yo llevo y a lo mejor por eso es extraña. Bien, la extrañeza no es otra que sentirse un espía de lo que hace, de lo que dice y de lo que piensa la gente. Algo parecido a un Greco, pero con la finalidad de escribir una novela, un poema o un libro cualquiera. El Greco lleva micrófonos, cámaras y chismes para atestiguar su trabajo. El escritor desvirtúa todo el material y lo transmuta en literatura. Yo, mal que bien, me andaría con mucho cuidado a partir de ahora, no vaya a ser que por decir un verso de Machado: “ahí mi barca…”, algunos piensen que estoy hablando en clave. Le envío saludos al Greco, de parte de este espía.
*GRECO, "Grupo de Respuesta Especial al Crimen Organizado".