UNOS hablan y otros actúan. Unos calientan los labios con ideas que acaban de apropiarse de otros; otros, silencio y soledad. Unos dicen que leen; otros no dicen, solo leen. Unos debieran aprender la dicción de la lengua materna y la música del decir en la palabra literaria; otros permanecen, de continuo, con el diapasón en las manos tratando de que no chirríen sus palabras; unos ni siquiera conocen los rudimentos básicos de la literatura, por mucho que conozcan, publiquen, escriban en periódicos, presenten a escritores, organicen ferias o saraos literarios. Otros terminan muriendo silabeando un decir, un decir oculto a los ojos de los primeros, de los que creyeron ver, pero estaban cegatos.
Por una u otra razón, vuelvo a Emerson cada vez que necesito claridad y nutrición lectora. Dice Ralph que la naturaleza que escribió es la misma naturaleza de quien lee. Quizás, en este aserto general, Emerson dejó sin explicar qué naturaleza es esa misma que escribe y lee, pues un lector puede llegar a leer a otros autores pero nunca haber compartido esa naturaleza. Considero que esa naturaleza señalada por Emerson debiera indicar un matiz: la naturaleza compartida de la escritura y la lectura se evidencia cuando el lector escribe.
Escribir la lectura es el ejercicio que consiente la manifestación de la naturaleza creadora y receptora en una misma cosa.