AL POCO de leer los versos de Wordsworth, en la novísima edición de
Siltolá a cargo de Mora Fandos, Poemas escogidos, termina uno congraciándose con la poesía. Tal y
como el poeta inglés propugnaba para las realidades visibles y tangibles
rebosantes de divinidad y profundidad, eso mismo me ha sucedido tras intentar
leer libros que, mal que bien, terminan en ejercicios de vanagloria y en
demostraciones públicas que buscan un determinado lector que los alabe.
A un lado todo esto, la naturalidad y la dicción de Wordsworth:
O joy! That
in our embers
Is something
that dorh live,
That nature
yet remembers
Waht was
so fugitive!
En traducción de marras:
¡Oh, gozo! ¡ese algo
que entre nuestros rescoldos late aún,
que la naturaleza recuerda, sin embargo,
aun siendo tan fugaz!
Muchos términos cuya semántica pudiéramos
estar glosando durante muchas líneas, a saber: “gozo”, “naturaleza”, “recuerda”,
“siendo”, “fugaz”. Sin embargo, quisiera destacar la naturalidad de esta poesía
más allá de sus significados, de sus enmarañados símbolos y de sus posibles
interpretaciones. Cuán difícil la naturalidad en la poesía, la transparencia con
que solo la poesía impregna la palabra. Resulta tan ausente esta condición en
los libros contemporáneos, tan alejada está que todo me resulta manierista,
impostado, escrito ad hoc.
Qué bello leer en un libro de poemas:
There are in our existence spots of time
[...]
Hay en nuestra existencia lugares en el tiempo
[...]
El poema prosigue con una explicación que matiza ese lugar en el tiempo. Sin embargo, estamos ante una expresión que condensa toda una poética deslumbrante: el estado del ser en la poesía. Con ello me resguardo en la lectura de este libro, con la reminiscencia y la candente palabra que reconforta y restituye como lector.