AYER, por la tarde, mientras F. terminaba su sueño de tarde y E. jugaba con las figuras de barro, releía el pasaje de El Quijote que tiene a Maese Pedro como eje central. Para la lectura, los niños me permitieron poner la música de Falla que se inspiró en estos pasajes. De Galeote a titiritero, de Ginés de Pssamonte al parche de tafetán en el ojo izquierdo y la prodigiosa presencia del mono adivino.
La hilazón de este personaje en el entramando cervantino me resulta de una propiedad insólita en el autor de adelantarse a su tiempo.
El retablillo funciona a modo de comedia del mundo, de gran comedia, de gran teatro en miniatura que sucede con la doble ironía cervantina. Puede que el mono, como un demiurgo secreto, menor, desvalido, personificando al azaroso devenir en esperpento y caricatura, funcione frente a la defensa de la voluntad que propugna don Quijote. La locura dentro de la locura, rayana en el absurdo que sacude a los hombres.
Mientras, la música de Falla completa la escena de la tarde. El sueño de F., profundo e inquebrantable, las figuras de E. que parecieran extraídas de un libro imaginario, y la música de mi admirado Falla, rítmica, efusiva, propulsora de fantasías cervantinas. Los metales en esta composición se hacen estridencias de la locura y la cuerda, en tránsito ternarios, irrumpe y trasciende en escena deliciosa.