A MERCED de los acontecimientos, rehuye uno a su cobijo, a los pasillos sinuosos de un palacio interno que parece estar vertebrado por un hilo invisible del que solo se siente su fuego. Hay un ruido externo que me provoca desequilibrio; un estar en lo externo que detona las zonas grises de lo siniestro. Me alerto y eso me hace replegar velas y volver a escarbar en la tierra húmeda, a colmarme las manos de raíces profundas y verdaderas. ¿Que somos fugitivos y eso apenas nos salva? Y qué más hay en este paso pendenciero que ser verdadero y unitario a los ojos de los demás. La fortaleza del ser está en ser sin ser no en querer ser algo en nada.
Se me ocurre espigar entre los libros de poesía aquellos versos que pertenecen a lo que llamamos "Oído musical de la lírica". Al menos, si algún sordimudo lírico llegase a leerlos podrá encontrar en su garganta un ritmo, una palabra, un decir puramente lírico y poético. Un aleteo leve en su vida.
No estamos ya para gargajadas en la garganta de la poesía ni, mucho menos, para tener encima que soportar su defensa. La idea hay que mantenerla desde que uno atiende al sueño de la poesía en su vida, no me valen los giros y regates inesperados hacia otra sensibilidad. Un poema que nos construyó no puede negarse al paso de los años pues si eso sucede tú, como lector, no retes virtuoso, no has sabido contemplar el seno esencial del texto. Un texto que nos hace ser se mantiene perpetuo en nuestra memoria y jamás termina de decirnos lo que pensábamos que iba a decirnos.
Porque el oído para la lírica en nuestra lengua se ha ido vituperando hasta llevarnos a un estrepitoso mejunje de ruidazos impresos en forma de versos. Y, además, hay quien escribe todavía copiando de los demás sin decir que sus versos no son más que afluentes de otros versos. El caso es que la copia es demasiado clara y podría uno extraer citas literales de sus poemas para ponerlos en evidencia del juzgado público. Pero prefiero callar y que sepa que estoy al liquindoi de sus fechorías. La falta de ingenio le lleva al robo del fuego ajeno.
Tal y como escucho a Bach para restituirme en la música, leo a Quevedo para entender el quid de nuestra lengua en la lírica; tal y como penetro en las aguas de Wagner me arropo en los versos de san Juan de la Cruz, para no perderme en escalas que conducen al infierno cuando señalaban el cielo.