TIZNADO de gris, a todo Turner, este cielo fue en Londres una capilla. Este mismo gris, este delirio de la mañana que me acoge en la lectura. Solo pero viviendo en lo plural; en silencio, con el bullicio de la palabra.
lunes, 31 de agosto de 2015
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domingo, 30 de agosto de 2015
EN CADA línea de Octavio Paz encuentra el lector la luminaria de la reflexión, de la reflexión creativa. Pocos como el mejicano convertían la creación en acto reflexivo, en acontecimiento que deje al lector desgajado de sí como un cuadro cubista que necesita recomponerse a los ojos del otro. Es precisamente la "otredad" una de las obsesiones temáticas del poeta de "Piedra de Sol", saberse pluralidad lo conduce a atravesar las estancias del tiempo, desde la cultura precolombina hasta su actualidad: "El poema, sin dejar de ser palabra e historia, trasciende la historia".
En este sentido, Octavio Paz entiende la expresión artística, en El arco y la lira, como una expresión total, sin limitaciones entre las disciplinas y las materias de estas disciplinas. "El artistas no se sirve de sus instrumentos -[...]- como el artesano, sino que los sirve para que recobren su naturaleza original". En efecto, uno entiende que la poesía, en concreto, es un ejercicio de reconciliación con el estado originario, con la naturaleza primitiva que nos posee desde dentro y que apenas reconocemos. La poesía es vuelta y renovación de esos elementos que nos habitan y que necesitan una transformación en el individuo para que puedan volver a resonar en nosotros mismos. El propio autor de Cuadrivio así lo afirma: "Ser `otra cosa´quiere decir ser `la misma cosa´: la cosa misma, aquello que real y primitivamente son.".
Nombrar es existir y ninguna disciplina artística está tan íntimamente ligada a la palabra como la poesía. Si nombrar es existir, la poesía trasciende el mero hecho de nombrar para trasladarse al campo de la revelación, de la reflexión de lo que llamamos las razones luminosas que no nos explican qué somos, sino que muestran los senderos de lo que podemos ser. Nombrar es existir, la palabra poética es revelación del origen y de la naturaleza prístina, sin tiempos, sin individuos, sin egos que la achiquen, sin lectores implícitos que halaguen con sus expectativas creadas. Creación que llega pura y desnuda y transparente al mundo sin ser de nadie, tan solo del lector que, a cada página, vibre y sintonice con ese magma sonoro y trascendental que fueron, en el poeta, una soledad inmensa y silenciosa que acabó con su presencia.
En este sentido, Octavio Paz entiende la expresión artística, en El arco y la lira, como una expresión total, sin limitaciones entre las disciplinas y las materias de estas disciplinas. "El artistas no se sirve de sus instrumentos -[...]- como el artesano, sino que los sirve para que recobren su naturaleza original". En efecto, uno entiende que la poesía, en concreto, es un ejercicio de reconciliación con el estado originario, con la naturaleza primitiva que nos posee desde dentro y que apenas reconocemos. La poesía es vuelta y renovación de esos elementos que nos habitan y que necesitan una transformación en el individuo para que puedan volver a resonar en nosotros mismos. El propio autor de Cuadrivio así lo afirma: "Ser `otra cosa´quiere decir ser `la misma cosa´: la cosa misma, aquello que real y primitivamente son.".
Nombrar es existir y ninguna disciplina artística está tan íntimamente ligada a la palabra como la poesía. Si nombrar es existir, la poesía trasciende el mero hecho de nombrar para trasladarse al campo de la revelación, de la reflexión de lo que llamamos las razones luminosas que no nos explican qué somos, sino que muestran los senderos de lo que podemos ser. Nombrar es existir, la palabra poética es revelación del origen y de la naturaleza prístina, sin tiempos, sin individuos, sin egos que la achiquen, sin lectores implícitos que halaguen con sus expectativas creadas. Creación que llega pura y desnuda y transparente al mundo sin ser de nadie, tan solo del lector que, a cada página, vibre y sintonice con ese magma sonoro y trascendental que fueron, en el poeta, una soledad inmensa y silenciosa que acabó con su presencia.
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viernes, 28 de agosto de 2015
SON pequeños saltos, remontadas, repechos épicos en la vida de uno. Una épica de alcoba, claro está. Observo a E. con delicadeza cuando estamos en la playa viviendo las carreras de caballos en Sanlúcar de Barrameda, alineados con la dirección del sol que baña las arenas cuando sucede esa puesta de sol única y permanente ya en nuestra memoria.
Esas arenas, esas playas, mencionadas por Cervantes en El Quijote, fueron el lugar de mi infancia. Entre ellas crecí y junto a ellas estudié en el colegio, allí se produjo el inicio de la educación sentimental. .Mi escuela estaba a pocos metros de la desembocadura del río Guadalquivir, desde las ventanas de las aulas veíamos el coto de Doñana diariamente, el paso de los barcos, la blancura de la arena; realizábamos Educación Física corriendo por la arena como cabritillos enloquecidos y el profesor de Biología nos llevaba por la playa para explicarnos la flora del lugar. Todo aquel paraje está envuelto del halo de la antigüedad, del tiempo mítico y circular como quería Mircea Eliade, del tiempo de un heroísmo personal que, gracias a E., recupero ahora como un crisol reluciente que me emociona y congracia con ella. Quisiera compartir con ella ese espacio de emociones permanentemente, desearía que siempre que volviéramos a ese lugar no tengamos que hablar nada ni describir nada, tan solo sentir y armonizar las claves relucientes de nuestra existencia.
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miércoles, 26 de agosto de 2015
ESCRIBIR y soñar, sucesiones en la memoria:
somos siendo escurridizas sombras en una línea que es círculo;
la noche es siempre joven en los ojos desnudos;
sin fin el mar provoca un afán y una nostalgia profundos.
Escribir y morir en ello, soñar acaso:
destejer el universo olvidando al universo;
ser palabra o alguien al final del sueño de la vida;
trazar con las palabras el círculo del suceso continuo.
Escribir y soñar y ser uno mismo
en todo, en cada peregrinaje del viento,
en cada suceso del mar, en cada pupila del fuego
en el estallido de la tierra al paso de nuestro cuerpo.
Todas las cosas en su nada eterna.
somos siendo escurridizas sombras en una línea que es círculo;
la noche es siempre joven en los ojos desnudos;
sin fin el mar provoca un afán y una nostalgia profundos.
Escribir y morir en ello, soñar acaso:
destejer el universo olvidando al universo;
ser palabra o alguien al final del sueño de la vida;
trazar con las palabras el círculo del suceso continuo.
Escribir y soñar y ser uno mismo
en todo, en cada peregrinaje del viento,
en cada suceso del mar, en cada pupila del fuego
en el estallido de la tierra al paso de nuestro cuerpo.
Todas las cosas en su nada eterna.
martes, 25 de agosto de 2015
CASI todas las apreciaciones de Borges sobre la narrativa parecen, en puridad, referidas a la poesía. Borges entiende que el material graso, sobrante, innecesario de las novelas devienen de otras convenciones que se exceden de lo meramente literario. Borges persigue el momento de condensación de todo, Borges cree que existe un aleph en la escritura, un momento que lo culmina todo al completo en su brevedad. Borges concibe el hecho literario como esa aglomeración semántica que se expande como materia cósmica en un solo momento que se acerca a la visión.
En este sentido, el escritor argentino afirma en Siete noches cuando se refiere a Dante: "Una novela contemporánea requiere quinientas o seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien, si es que lo conocemos. A Dante le basta un solo momento. En ese momento el personaje quiera definido para siempre. Dante busca ese momento central inconscientemente.[...] En Dante tenemos esos personajes, cuya vida puede ser la de algunos tercetos y sin embargo esa vida es eterna. Viven en una palabra, en un acto, no se precisa más; son parte de un canto, pero esa parte es eterna".
Con todo, sigo penando que la grandeza y la pervivencia de la literatura reside en este tipo de creaciones, las que superan el momento de vida hasta el momento de la humanidad. Ayer leía a Emilio Castelar y me sorprendió la excelsa prosa con que trenzaba sus enunciados y sensaciones viajeras, pero me sobrecogía su consciencia diáfana sobre Italia. Tal que Borges con Dante, el lector ciego vislumbra en los tercetos del italiano la esencia viva de lo que somos en el tiempo y seguimos siendo.
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lunes, 24 de agosto de 2015
ESCRIBE Emilio Castelar: "En esta nación, más que se vive, se recuerda". Lo hizo en un libro que leo estos días y que ha supuesto el descubrimiento de una prosa de prodigio, de un reencuentro con un libro escrito con el fuego de la lucidez. Recuerdos de Italia comienza con ese párrafo luminoso que sitúa al lector, al lector aletargado y carcomido por las convenciones, en un privilegiado mirador edificado en la literatura. Hay más literatura en esa sentencia de Castelar, más profundidad e ingenio, más conocimiento que en la mayoría de novelas dedicadas a vender tan solo porque sitúan la acción en una ciudad o país determinado. Tanto es así que exige la llamada conciencia social y la denuncia, pues concebir la importancia de una ciudad a través de su memoria es la forma más esencial de presentar a los ciudadanos el lugar en que vive.
En efecto, el viaje a Italia, para el que lo haya experimentado, no es un viaje de días, de visitas, como otro cualquiera. Permanece indeleble, por siempre, en el recuerdo. Y se transforma, y se prodiga en diversas sucesiones de infantas esencias. Cuando uno está en Italia sucede la maravilla de la reconciliación. Como escribe el propio Castelar: "Es necesario, delante de cada paisaje o de cada ruina, evocar las sombras augustas que lo realzan y recorrer las ideas vivas que de su fecundo seno destilan".
Así, si de este enunciado del escritor procuramos una selección de términos con los que se refiere al viaje en Italia, obtendremos los dos siguiente sintagmas que vertebran la composición: " evocar las sombras augustas; recorrer las ideas vivas". En una extraordinaria paradoja semántica es, precisamente, con la que el viajero obtiene esa sensación: sombras vivas, recuerdos nacientes, lo latente de la historia en la ruina del presente. Además, el escritor se vale de dos estupendos adjetivos que demuestran su habilidad creativa: augustas y vivas. No hace falta mencionar la capacidad expresiva de "augustas" referidas a las ruinas italianas provenientes del antiguo Imperio; y mucho menos la contraposición entre "sombras" y "vivas" que tan claro me ha llevado al pasaje que comentaba de Dante.
El otro día se ensalzaba la figura de un escritor (incluidos en esos elogios los políticos, cosa que ya merece una estampa) que acaba de morir y cuyo mérito reside en la descripción y denuncia de las tretas de políticos, constructores, mafiosos que han conducido al país a esta decadencia y a esta crisis.
Existe en Castelar la consciencia de las crisis, pero la eleva a categoría a través de la anécdota. La transforma de su particular suceso al tiempo de la memoria perpetua. Escuchemos su voz: "En su historia hay crisis que no son crisis nacionales, sino crisis humanas". ¿No es esto mismo lo que sucede, más allá de las corruptelas?
No puedo dejar de escribir las palabras con las que termina el pequeño texto titulado "Al que leyere". En él escribe lo siguiente: "[...] un escrito sobre Italia, más que una descripción, de be ser, en mi concepto resurrección".
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sábado, 22 de agosto de 2015
DIEGO DE TORRES VILLARROEL es uno de mis autores preferidos de la literatura española. Su figura, sus pensamientos y sus obras conjugan una suerte de autor sin época, de individuo sin tiempo, de obra sin clasificación. Sin embargo, cuando uno lee con detenimiento sus sentencias o aforismos o tan solo espiga entre sus obras las perladas palabras que trazan un pensamiento pareciera que Villarroel traspasara más allá incluso su momento de vida.
Sus opiniones sobre los contemporáneos en libros como Visiones y visitas de Torres con Don Francisco de Quevedo por la Corte son realmente certeras y apropiadas, tanto en lo personal como en el desgaste sustancial de lo literario. Sin embargo, hoy me detengo en una breve reflexión que arroja Villarroel en el libro de marras: "¿Qué importa que el estilo carezca de lo agudo, si a la armonía le sobra lo penetrante?".
Miguel de Molinos describía, con todo lo que conllevó, en su Guía Espiritual la "adquirida contemplación". La sitúa junto a la meditación como uno de los ejercicios de introspección más determinantes. Sin embargo, frente a lo material de la meditación amparada por el control de lo sensitivo, la contemplación es la estación desnuda hacia lo puro e interior.
Tras leer a Miguel de Molinos me digo que quizás la suerte de esa armonización de Villarroel y del estado de contemplación que sugiere Molinos reside en desvincular el alma de todo discurso, desgajar del alma toda narración para apropiarse de un lenguaje interno, sin palabra, comunicación total que nada nos haga decir luego tras ella pues supera el pensamiento humano y su capacidad de razón.
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jueves, 20 de agosto de 2015
PUDEDE afirmarse que casi todo el libro De lo sublime de Longino está dedicado a lo que el autor denomina "la habilidad de la invención". Excelente forma de denominar una manera de enfrentarse a lo sublime, pues, es evidente que no solo la palabra puede emboscarse en los vericuetos de estos conceptos, sino que, otras disciplinas, otras formas de la naturaleza son, igualmente, partícipes de esta idea. Así, "la habilidad de la invención" me resulta una tabulación idónea, ajustada a lo que se nombra e incluso como membrete para este ejercicio oculto y solitario de escribir notas sueltas, apreciaciones, lecturas y demás. La habilidad de la invención, como el regate de un deportista o la destreza de un cazador o de un púgil para mantenerse en el ring y no caer a pesar de tener débiles las pinedas, sus músculos, tendones. la habilidad de ser humano, bien pudiera afirmares, qué si no es escribir a diario y tratar de crear más allá de los días y sus materias y sucesos.
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martes, 18 de agosto de 2015
COMO en los sueños premonitorios parece estar todo predispuesto por el destino: las veces que vayamos a oler una rosa, los finitos latidos del corazón hasta la muerte, el tacto de los cuerpos con un ruido de estrellas y amapolas. Aquí parece haber perdido toda referencia para volverse allí, que no es nada tampoco. Ahora viene siendo un superlativo esfuerzo de la consciencia por atrapar un siempre irresoluto. Quizás la trampa de la lengua reside en los sentidos que cada cual otorga a los términos. Más aún, arrojar tu vida en el agasajo dudoso de esos significados. las ideas provocan fallas éticas en los humanos que creen estar tomando la verdad de los nombres. ¿Hay otra forma de acercarse a la verdad que no sea lingüística? A poco que el hombre contemple, lo entiende así, la lengua cercena el entendimiento de la realidad. El signo lingüístico es arbitrario en tanto que existen y se ordenan según las lenguas diversas y los hablantes de las mismas.
Desde los primeros pensadores, las palabras han servido para que los mortales puedan reflexionar sobre sus posibles sentidos y significaciones. Ellas mismas, en sí, en su forma sonora, no son nada, en absoluto. Son únicamente los hombres los que han querido volcar en ellas los posibles sentidos, bien atendiendo a su ético bien a sus distintos usos. Pero este intento es ínfimo en el devenir de los hombres, sea cual sea el significado de las palabras. De este modo, entiendo que en la creación poética debe haber una armonización entre todos los elementos para tratar, al menos, de vislumbrar, sugerir, evocar lo nombrado. La rosa es la rosa y el mar es el mar en cada matiz, en cada silabeo oculto del escritor y el lector. Cosa distinta es el mar en sí, la cosa en sí.
El poeta es el que se sitúa en el límite entre el discurso vacuo y el discurso reformulado, entre el arabesco errabundo y la pulsión en el seno de la palabra para lustrarla como nunca. Aun así, los intentos de los escritores y poetas serán destellos en la realidad por siempre.
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domingo, 16 de agosto de 2015
SIGO leyendo la poesía de Borges, releyendo, más bien. Aunque releer y leer parece que se reformulan en la transformación que sufre el lector. El lector es el lugar de apariciones del texto, es el territorio fantasmagórico en que suceden las conexiones, las intertextualidades, la bóveda en que resuenan las tonalidades del texto. Por este motivo, cada texto, en distintos lectores, puede ser un texto diferente aun poseyendo la misma imagen sintáctica y léxica.
Una de las cajas de resonancia de la literatura es Borges; tanto es así que incluso tañe, con sus obras, una nueva cadencia en las obras literarias de las que parte. Leer a Borges detona en el lector una transformación doble, por un lado, su propia obra es el primer nivel de ficción con la que se encuentra el lector; por otra, nunca podremos leer de nuevo igual los textos de referencia. Borges es, quizás, el ejemplo supremo de la literatura nutrida de literatura no de experiencias exoliterarias que tan vivamente se ensalza en la crítica actual.
Esta circunstancia conduce a la obra de Borges mucho más allá que la Chesterton, por ejemplo y la hace desembocar en ese paraje natural de la literatura en que el tiempo es una cábala y una entelequia. Dante, Virgilio, Cervantes, Shakespeare o los presocráticos hacinan una obra posterior, la del propio Borges con la que el lector se halla ante un laberinto inmenso, gozoso, de plena literatura.
Afirma Borges que "Todo poema, con el tiempo, es una elegía". Esta afirmación aparece en el poema "posesión del ayer", una reflexión estilística de la potencia de la literatura en relación con la memoria y la pertenencia de los individuos. puede que Borges no esté aleccionando como un griego antiguo: nada de lo que es presente nos pertenece, el presente no existe: "No hay otros paraísos que los paraísos perdidos". Es la concepción cervantina de la libertad como algo inexistente más que en el camino y la búsqueda de la libertad.
Todo sigue permaneciendo, quizás como nunca, quizás como en ningún espacio, en la literatura poseída por la memoria del autor. En esa memoria se concitan lo que ocurrió, lo que pudo haber ocurrido y lo que deseosamente quiso que ocurriera: mujeres, ideas, estados, palabras, etc. todo es y puede ser en ese estado ético que proyecta una literatura permanente. Esa misma que tan solo puedo leer y con la que pervivo, más allá de mí mismo, los días del tiempo.
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sábado, 15 de agosto de 2015
YA es de madrugada y la noche va adquiriendo el cariz de la claridad. ha pasado el umbral del sueño y comienza Un silencio destemplado irrumpe en los oídos. Me pregunto abiertamente por la literatura, sobre todo, por la creación literaria. En este caso, no quiero escudriñar lo que otros escritores creyeron que era el impulso literario para escribir: en esta ocasión me pregunto a mí. Nunca antes lo había hecho con tanta incredulidad en mí mismo. Es más, es la vez en que percibo que el afán último es convencerme para no escribir más y tan solo leer.
Creo que me encuentro en un laberinto y que ya, como decía el griego, todas las aguas me resultan distintas y únicas. Para escribir uno den estar orientado en el mundo, hacia la cadencia que provoque esa falla con la palabra. Me encuentro lejos de esa circunstancia y cuando quizás he creído estar en ella, nunca he logrado crear 8en el sentido de poeisis) nada destacable. Antes al contrario.
Llevo muchos años pensando que si no estoy en lo que vivamente deseo estar mis días se están yendo. Eso me provoca una tremenda asfixia personal que trato de adormecer para que mi familia no lo llegue a notar, para que mis amigos no tengan que hacerse cuenta de que me encuentro desubicado en la mayoría de las situaciones y de las charlas.
Todo debería conducir a una catarsis intrínseca de la que resulte una reformulación estética o un silencio ágrafo.
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martes, 11 de agosto de 2015
TODO va siendo ya como un preludio. Como escribió Mallarmè, "la sombra miro en que te deshaces". Son los versos finales de La siesta de un fauno, el poema que inspiró al músico Debussy, al que, en estas mañanas de verano, escucho con absoluto deleite. Este compositor me parece uno de los que mejor supo interpretar el paso de un siglo a otro, de un tiempo a otro en el arte sin caer en el malabarismo vacuo del resto.
La música convierte el momento de la lectura en un fascinante pasaje sin tiempo. Deambulo cerca de la biblioteca, toco el lomo de los libros como si fuera un teclado inmenso, repaso los títulos, observo los colores, pero, finalmente, agarro un libro de Hölderlin y otro de Borges. Este juego me enloquece, escoger dos libros al azar y tratar de establecer vínculos, conexiones entre uno y otro que nunca antes se habían dado si no hubiera sido por la figura del lector, de cualquier lector que se inicie en este juego.
Hoy Hölderlin me resulta clarísimo, su lectura es gratificante. Me quedo reflexionando sobre dos poemas, "El espíritu del tiempo" y "La visión". Los recito en voz susurrada, sostenida por un leve hilo de voz que no quiere descomponer la armonía de Debussy. Fauno, siesta, espíritu del tiempo, la visión.
El otro autor que había escogido era Borges. Abro al azar Los conjurados. En el primer poema que leo, "Son los ríos", ya percibo en sus aguas el reflejo de Hölderlin en Tubinga. Hermosos versos los de Borges: "Somos el tiempo", dice el argentino; "En el paso de los años se alcanza la permanencia", escribió Hölderlin. Qué diálogo más hermso el poético cuando el lector los empareja, cuando provoca el encuentro de dos textos que nunca quisieron estar juntos, pero que, gracias al paso de los días, puede uno confrontar para caer en la cuenta de que la poesía es una y es infomre, es transformación y permanencia; para confirmar que, cuando uno se encuentra delante de un texto verdadero no hace falta más que la claridad en el lector para que reluzca.
Todo sucede sin ser comprendido, pero no importa que lo comprendamos para que exista independientemente de los mortales.
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lunes, 10 de agosto de 2015
EN Ladbroke Grove pude dar el paseo en que me desprendí de todo. Los pasos allí no hacían más que volver a pisar las huellas del camino, del camino de Dante. La única forma de conocimiento sucede cuando no es de día ni de noche. La caminata fue tomando el rumbo de lo incierto hacia la plenitud. También aprendí que existe una estancia en la indolencia de confusión: la indolescencia. Todo es confuso, turbio, doloroso y conduce a la ceguera brutal.
En Londres había dejado de ser para ser plenamente: sin tácitas limitaciones, sin sometimientos, sin quedar subordinado a los sentidos. Una otredad inmensa me recogía de las sombras, justo el territorio en que todo conforma una armonía que percibimos extrañamente nuestra.
Fue como en Barcelona, ¿lo recuerdas?, pero en solitario. El primer encuentro de Dante con Virgilio es todo un tratado de indolencia, pues le espeta si es sombra u hombre vivo; más tarde, el propio Virgilio le confirma: "Hombre no soy, mas hombre fui". El resto de la obra tendremos que leerla sin perder de vista este pasaje que está colocado al comienzo. ¿Realismo mágico de los años 60, surrealismo en la Vanguardia? Todo queda en anécdota si uno lee a Dante, incluido Don Quijote. Con el tiempo creo que la historia del arte que se ha ido transmitiendo es falsa e ignorante. Lo pude constatar cuando entré en la Tate Modern que, quitando a Picasso y a Rothko, es una falacia estricta de qué es el arte.
Termino de leer la segunda entrega de El libro de los indolentes, 2. Saúl, el ángel negro. Parece que lo hubiera leído hace tiempo, no sé cuánto, pero ha sido una relectura más que una lectura, una lectura al estilo de Platón, una remembranza. "Hay que seguir creyendo en la verdad" nos dice Javier Sánchez Menéndez quien, en síntesis, nos está conjuntando tres términos indispensables para la verdad del arte: creencia y verdad. La verdad en el arte es una fidelidad ardua y fortuita para el creador: le sobreviene y no sabe qué hacer con ella pues nadie la comprende. Y esa incomprensión lo lleva a desprenderse de la verdad y a edificar una obra que tan solo le interese al corifeo de siniestros que la alaba. Un ejemplo es Warhol. Seguir en el camino, permanecer en transformación y búsqueda, sin límites de vida o muerte. La mortalidad inicia el descenso hacia otra luz.
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lunes, 3 de agosto de 2015
AL LEVANTARME DE LA SILLA, justo cuando había terminado de escribir este texto, no pude salvar la otra silla que había utilizado M.C., la de color marrón, y me di un golpe duro, seco y fortuito en el dedo pequeño del pie. No supe aguantar el dolor y tuve que tirarme al suelo, fresco y entarimado, para soportar la cornada. ¡Minúsculo espacio que proyecta un dolor punzante y eléctrico por todo el cuerpo! Pareciera que me había alcanzando una descarga eléctrica que me zarandeó por completo. Desde el primer momento, supe que el dolor era consecuencia de alguna fractura o rotura; aguanté como un estoico, no en balde, siempre está Séneca en la mesa, junto a mí, hasta que llegaron E. y M.C. Al comprobar que tenía la cara blanca y el rictus desencajado, M.C. me inquirió que debíamos ir al hospital. Todo esto sucede dos días antes de viajar a Londres; M.C. me pregunta cómo lo vamos a hacer. Y yo había comenzado a escribir sobre nuestro primer viaje a Londres en familia, con E. Obvio es decir que el texto preparado ha quedado en entonación y quimera, pero me pregunto si este azar, estos vericuetos de la música del azar, no son sino procedimientos que instigan nuestra razón, nuestros temores, nuestra insignificancia.
En efecto, tengo una leve fisura en una falange del dedo pequeño del pie izquierdo. Así escrito, parece poca cosa, pero si pusiera un diapasón encima del dedo creo que alcanzaría notas aguas. Ahora solo pienso que estaré en Londres sentado, merodeando por los parques, observando, contemplando, quieto en una silla del British con todo el misterio de la antigüedad ante mí.
Lo que iba a ser un viaje de paseos ahora será un viaje de estancias. Quizás, lo que iba a convertirse en la premura y el desasosiego del turismo para nosotros, ahora quiera transformarse en albergar el tranquilo rumor de los ciudadanos como sombras tal que nosotros.
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sábado, 1 de agosto de 2015
PUEDE que hoy sea tan solo otro paso más hacia la finitud de un tiempo, pero que las contemplaciones procuren otra estación distinta y sosegada de nuestra vida. Es cierto que cada vez me siento más ajeno a todo lo circundante, como raíz hacia dentro que no encuentra tierra firme y nutritiva donde anclarse y expandirse.
Como decía Quevedo, un puñado de "doctos libros", contemplar sin ver en los ojos, E., la música, como ahora de Corelli, son algunos satélites de la vida que fuerzan su movimiento. Poco más me conmueve, ni siquiera el afán de escribir. Escribir es ya un testimonio que, en cuanto es fortuito, lo considero alejado de la verdad. La mentira de la literatura apresurada, actual, es evidente, pues tiene el fin de la publicación inmediata y el deseo de persistir en otros medios, en la boca de los demás. Es un producto perecedero, no una obra que adquiera sentido en el Tiempo.
Eso aleja al escritor del origen en que estaba encaminado; lo aleja y lo perturba, restándole verosimilitud a su obra, genio, talento, cualquier fisura por la que entrara su yo en conexión unipersonal con la realidad.
Afirma Cioran en El libro de las quimeras: "Éxtasis musical. Siento como que pierdo la materia, que cae mi resistencia física y que me fundo en armonías y ascensiones de melodías interiores". Cuando pienso en estas líneas esbozo el pensamiento hacia lo irreal como algo que debemos saber disfrutar sin concesiones. Me pregunto si algún lector ha temblado como Cioran con un libro últimamente; con un libro que no sea de Dante, de Virgilio, de Rilke o de Cervantes, por poner solo algunos ejemplos.
No estamos, por tanto, en el arte, con el debate entre lo contemporáneo y lo clásico, sino en el diálogo en el tiempo que debe producirse, el suceder de la obra literaria en el territorio abonado de la creación como forma de comunicación inaudita.
Escuchar música es establecer un diálogo sin palabras con un mundo que se presenta sin ambages ante nuestro cuerpo. Cuando la música es verdadera dejamos de ser, necesitamos dejar el cuerpo, dejarlo todo para ser música misma. Así con la palabra poética, así con la poesía que acontece y nos hace a nosotros ser de nuevo, en cada instante de su lectura y silabeo.
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