domingo, 16 de agosto de 2015

SIGO leyendo la poesía de Borges, releyendo, más bien. Aunque releer y leer parece que se  reformulan en la transformación que sufre el lector. El lector es el lugar de apariciones del texto, es el territorio fantasmagórico en que suceden las conexiones, las intertextualidades, la bóveda en que resuenan las tonalidades del texto. Por este motivo, cada texto, en distintos lectores, puede ser un texto diferente aun poseyendo la misma imagen sintáctica y léxica. 

Una de las cajas de resonancia de la literatura es Borges; tanto es así que incluso tañe, con sus obras, una nueva cadencia en las obras literarias de las que parte. Leer a Borges detona en el lector una transformación doble, por un lado, su propia obra es el primer nivel de ficción con la que se encuentra el lector; por otra, nunca podremos leer de nuevo igual los textos de referencia. Borges es, quizás, el ejemplo supremo de la literatura nutrida de literatura no de experiencias exoliterarias que tan vivamente se ensalza en la crítica actual. 

Esta circunstancia conduce a la obra de Borges mucho más allá que la Chesterton, por ejemplo y la hace desembocar en ese paraje natural de la literatura en que el tiempo es una cábala y una entelequia. Dante, Virgilio,  Cervantes, Shakespeare o los presocráticos hacinan una obra posterior, la del propio Borges con la que el lector se halla ante un laberinto inmenso, gozoso, de plena literatura.  

Afirma Borges que "Todo poema, con el tiempo, es una elegía". Esta afirmación aparece en el poema "posesión del ayer", una reflexión estilística de la potencia de la literatura en relación con la memoria y la pertenencia de los individuos. puede que Borges no esté aleccionando como un griego antiguo: nada de lo que es presente nos pertenece, el presente no existe: "No hay otros paraísos que los paraísos perdidos". Es la concepción cervantina de la libertad como algo inexistente más que en el camino y la búsqueda de la libertad. 

Todo sigue permaneciendo, quizás como nunca, quizás como en ningún espacio, en la literatura poseída por la memoria del autor. En esa memoria se concitan lo que ocurrió, lo que pudo haber ocurrido y lo que deseosamente quiso que ocurriera: mujeres, ideas, estados, palabras, etc. todo es y puede ser en ese estado ético que proyecta una literatura permanente. Esa misma que tan solo puedo leer y con la que pervivo, más allá de mí mismo, los días del tiempo.