sábado, 22 de agosto de 2015

DIEGO  DE TORRES VILLARROEL  es uno de mis autores preferidos de la literatura española. Su figura, sus pensamientos y sus obras conjugan una suerte de autor sin época, de individuo sin tiempo, de obra sin clasificación. Sin embargo, cuando uno lee con detenimiento sus sentencias o aforismos o tan solo espiga entre sus obras las perladas palabras que trazan un pensamiento pareciera que Villarroel traspasara más allá incluso su momento de vida. 

Sus opiniones sobre los contemporáneos en libros como Visiones y visitas de Torres con Don Francisco de Quevedo por la Corte son realmente certeras y apropiadas, tanto en lo personal como en el desgaste sustancial de lo literario. Sin embargo, hoy me detengo en una breve reflexión que arroja Villarroel en el libro de marras: "¿Qué importa que el estilo carezca de lo agudo, si a la armonía le sobra lo penetrante?". 

Miguel de Molinos describía, con todo lo que conllevó, en su Guía Espiritual la "adquirida contemplación". La sitúa junto a la meditación como uno de los ejercicios de introspección más determinantes. Sin embargo, frente a lo material de la meditación amparada por el control de lo sensitivo, la contemplación es la estación desnuda hacia  lo puro e interior.  

Tras leer a Miguel de Molinos me digo que quizás la suerte de esa armonización de Villarroel y del estado de contemplación que sugiere Molinos reside en desvincular el alma de todo discurso, desgajar del alma toda narración para apropiarse de un lenguaje interno, sin palabra, comunicación total que nada nos haga decir luego tras ella pues supera el pensamiento humano y su capacidad de razón.