martes, 11 de agosto de 2015

TODO va siendo ya como un preludio. Como escribió Mallarmè, "la sombra miro en que te deshaces". Son los versos finales de La siesta de un fauno, el poema que inspiró al músico Debussy, al que, en estas mañanas de verano, escucho con absoluto deleite. Este compositor me parece uno de los que mejor supo interpretar el paso de un siglo a otro, de un tiempo a otro en el arte sin caer en el malabarismo vacuo del resto.
La música convierte el momento de la lectura en un fascinante pasaje sin tiempo. Deambulo cerca de la biblioteca, toco el lomo de los libros como si fuera un teclado inmenso, repaso los títulos, observo los colores, pero, finalmente, agarro un libro de Hölderlin y otro de Borges. Este juego me enloquece, escoger dos libros al azar y tratar de establecer vínculos, conexiones entre uno y otro que nunca antes se habían dado si no hubiera sido por la figura del lector, de cualquier lector que se inicie en este juego. 
Hoy Hölderlin me resulta clarísimo, su lectura es gratificante. Me quedo reflexionando sobre dos poemas, "El espíritu del tiempo" y "La visión". Los recito en voz susurrada, sostenida por un leve hilo de voz que no quiere descomponer la armonía de Debussy. Fauno, siesta, espíritu del tiempo, la visión. 

El otro autor que había escogido era Borges. Abro al azar Los conjurados. En el primer poema que leo, "Son los ríos", ya percibo en sus aguas el reflejo de Hölderlin en Tubinga. Hermosos versos los de Borges: "Somos el tiempo", dice el argentino; "En el paso de los años se alcanza la permanencia", escribió Hölderlin. Qué diálogo más hermso el poético cuando el lector los empareja, cuando provoca el encuentro de dos textos que nunca quisieron estar juntos, pero que, gracias al paso de los días, puede uno confrontar para caer en la cuenta de que la poesía es una y es infomre, es transformación y permanencia; para confirmar que, cuando uno se encuentra delante de un texto verdadero no hace falta más que la claridad en el lector para que reluzca.

"Que la naturaleza termine la imagen de los tiempos", decía Hölderlin. Borges recupera las teorías de Plotino para escribir sobre la tarde, un símbolo predilecto. Mas Borges lo eleva a cadencia poética, dirá, "Las tardes que serán y las que han sido/ son una sola, inconcebiblemente". Esta imagen puede ser el resultado de esa turbia imagen de los tiempos de Hölderlin. Pocas veces un adverbio, en un poema, es tan importante: "inconcebiblemente". Su significado trastoca la potencia semántica, poderosa ya de por sí, del resto del verso.

Todo sucede sin ser comprendido, pero no importa que lo comprendamos para que exista independientemente de los mortales.