lunes, 3 de agosto de 2015

AL LEVANTARME DE LA SILLA, justo cuando había terminado de escribir este texto, no pude salvar la otra silla que había utilizado M.C., la de color marrón, y me di un golpe duro, seco y fortuito en el dedo pequeño del pie. No supe aguantar el dolor y tuve que tirarme al suelo, fresco y entarimado, para soportar la cornada. ¡Minúsculo espacio que proyecta un dolor punzante y eléctrico por todo el cuerpo! Pareciera que me había alcanzando una descarga eléctrica que me zarandeó por completo. Desde el primer momento, supe que el dolor era consecuencia de alguna fractura o rotura; aguanté como un estoico, no en balde, siempre está Séneca en la mesa, junto a mí, hasta que llegaron E. y M.C. Al comprobar que tenía la cara blanca y el rictus desencajado, M.C. me inquirió que debíamos ir al hospital. Todo esto sucede dos días antes de viajar a Londres; M.C. me pregunta cómo lo vamos a hacer. Y yo había comenzado a escribir sobre nuestro primer viaje a Londres en familia, con E. Obvio es decir que el texto preparado ha quedado en entonación y quimera, pero me pregunto si este azar, estos vericuetos de la música del azar, no son sino procedimientos que instigan nuestra razón, nuestros temores, nuestra insignificancia.  

En efecto, tengo una leve fisura en una falange del dedo pequeño del pie izquierdo. Así escrito, parece poca cosa, pero si pusiera un diapasón encima del dedo creo que alcanzaría notas aguas. Ahora solo pienso que estaré en Londres sentado, merodeando por los parques, observando, contemplando, quieto en una silla del British con todo el misterio de la antigüedad ante mí.  
Lo que iba a ser un viaje de paseos ahora será un viaje de estancias. Quizás, lo que iba a convertirse en la premura y el desasosiego del turismo para nosotros, ahora quiera transformarse en albergar el tranquilo rumor de los ciudadanos como sombras tal que nosotros.