sábado, 31 de mayo de 2008

RITUALES

Habíamos quedado en la Cuesta de Belén, donde vive el compañero. Hacía tiempo que los compromisos nos tenían alejados y quisimos darnos una oportunidad como una pareja de enamorados que recuperan el tiempo perdido.
Regresé a Sanlúcar el viernes por la tarde, como viene siendo costumbre cada dos o tres semanas, y no falté a mis rituales. Di un paseo por las callejuelas del centro, subí por la Cava del Castillo, contemplé el aroma de Luis de Eguílaz y bajé hasta la Parroquia. Ese recorrido lo tengo ya trazado en las entendederas como una marca de agua en un folio, como una aguja de reloj que no puede salirse de su trayectoria.
Mientras daba ese paseo, el cielo fue adquiriendo el color del mar. Se entristeció, se tornó grisáceo y denso, como el humo de un cigarrillo, y con él vino el aire fresco. Todo lo contrario al espectáculo de luz que nos acompañó en la mañana siguiente, en la mañana del sábado.
M.A. Gallego y el que escribe estas líneas siempre hemos soñado con tener una de esas casas del Barrio Alto próximas a la calle Caballeros. En más de una ocasión, mi amigo pintor me ha levantado la sesera con sus sueños de mago incandescente proponiendo lo imposible: una casa sosegada, una luz única, una vida plena. Después de pensar en todo esto, me decidí cumplir con la segunda de mis manías, comprar libros.
La vida tiene esas vueltas de la lógica y del devenir que se hacen incomprensibles, pero que debemos terminar por aceptar sin más. Digo esto porque mi librero en Sanlúcar es también un antiguo conocido de la época del colegio. Miguel y su padre, Manolo, me conocen desde que era un mocoso extrovertido y socarrón que compartía las peras de la infancia. Ahora voy a comprarle libros, a encargarles otros tantos como si su librería fuese un sitio sacro y verdadero por donde no puedo dejar de pasar. En la Librería Elcano desemboco todas las semanas como lo hace el río en los senos del Océano.
Retomo para terminar la cita con el compañero M. Hablamos de los trasiegos académicos, de las incomprensiones de los maestros, de las injusticias que se ejecutan diariamente, de la vida y sus porqueras. Unas cervezas, unas patatas cocidas aliñadas sobre la mesa y las palabras de dos individuos que compartieron un tiempo de dichas y rotundas sensaciones. Habla uno con él como si la vida consistiera en comentar la vida, habla uno sin el remedo de las evidencias, como si todo al nombrarlo terminara por convertirse en sueños, recuerdos inventados, lirismos de la finitud. Siempre me marcho mirando al mar, la lucha de las olas a pesar de su derrota, el verde del Coto a pesar de las inclemencias humanas.

jueves, 29 de mayo de 2008

CONVERSACIÓN EN UN ANIVERSARIO INESPERADO

-Debes leer un libro, un magnífico libro, En España con Federico García Lorca, y Madrid sufre (Diarios de guerra en el Madrid republicano), de Carlos Morla Lycnh, el embajador chileno. Encontrarás en él referencias interesantísimas sobre Alberti, Lorca, Neruda y García Lorca. La casa de Morla Lynch fue toda una poética del espacio.
-Es cierto, Fernando, llevo leídas unas doscientas páginas y me están mostrando más que cualquier manual al uso. Las páginas están escritas desde dentro, es la vida, no lo que se cuenta de ella.
- ¿Qué llevas en la bolsa? ¿Qué has comprado?
- De todo un poco, he comprado Elementos de lingüística general, de Martinet, no lo tenía en casa y, ya sabes, esas inclinaciones filológicas...; La poesía épica del siglo de Oro, de Frank Pierce; Hispanismo y falange, de Pérez Monfort y El Modernismo, apuntes de un curso (1953), de J.R.J.
Tras estas palabras se quedó mirándome el amigo peruano a los ojos y me dijo dos cosas. La primera fue: "¿Sobre qué versa el libro de Pérez Monfort? La segunda: "¿Has comprado un libro de Juan Ramón porque hoy se cumplen 50 años de su muerte? Me quedé atónito, le dije: "no, quiero decir, el libro de Pérez Monfort se centra en la relación que tuvo la derecha española y mejicana en la revolución en Méjico". Tras esto utilicé un largo silencio para templarme. No me acordaba de la fecha de J.R.J., eso me provocó cierto sonrojo. Entonces abrí el libro y le leí lo que los apuntes intentan reconstruir, la voz afilada, infante y sobredotada de un poeta vivo,vivo, porque viven sus versos.

martes, 27 de mayo de 2008

HOY FUE NADA

IBA leyendo las últimas páginas del diario de Trapiello, camino de la estación de tren, cuando de repente empezó a desaparecer el mundo. Digo bien cuando escribo desaparecer: las calles, los coches, los primeros transeúntes de la mañana, el ruido, los semáforos… Me vi paseando por una alameda infinita, rodeado de reflejos que me suscitaban lo más remoto de mis pensamientos. El olor, recuerdo el olor a nada; los colores, los colores, deshechos en ambientes conjuntados como un cuarteto de cuerda. Mostré una mesura cervantina en todo esa confusión y continué con mi camino tradicional, el de todas las mañanas. No sabía hasta dónde me llevaría aquella anulación de la materia; desemboqué en unas ruinas antiguas que contenían la cifra del mundo y la arqueología de la vida. La mañana se había convertido en un haiku primoroso, en una deliciosa consecución de palabras y palabras.
Mantuve el libro en mis manos, abierto, como si en él estuviesen escondidas las palabras mágicas para deshacer el hechizo. Entonces arrojé la mirada sobre una de ellas, enfoqué mis retinas a los últimos renglones y leí en silencio, en un silencio que jamás volveré a escuchar, las palabras que dieron fin a aquel bucle finito en que comprendí que la literatura posee momentos mágicos, tantos como libros, tantos como vidas.
Tengo la imagen de mí mismo sentado en un banco gris, en el andén, mirando con una sonrisa a un lector que sostenía un libro de J.R.J. Su mirada perdida, sus andares pausados me indicaban que ahora era él quien estaba en la alameda.

domingo, 25 de mayo de 2008

UN PÁJARO A RAS DE TIERRA, MOVIDO POR EL VIENTO.

HACE unos días mantuve un encuentro con dos antiguos compañeros de la académica-filológica fábrica de tabacos y otros asuntos sevillana. Me entusiasmó verlos de otro tiempo, forjados con otras letras, disimulados y efervescentes como las virtudes de un pájaro solitario. Uno de ellos, Diego Vaya, me regaló dos libros de poesía que le han publicado al calor de sendos premios literarios. El tema de los premios es realmente una sílaba sorda en mi vida, una grafía desgajada de todo el alfabeto poético que me interesa; un reducto, una anécdota anacrónica que poco me interesa. También es cierto que sin esos premios ni Diego hubiera publicado estos libros (aunque de inmediato me desdigo de esta afirmación y estoy seguro de que sí lo hubiera hecho), ni yo los hubiera leído y, por ende, escrito sobre ellos, que es lo quiero hacer si no termino por enredarme más.
Leí primero Un canto a ras de tierra, (I Premio de Poesía Joven La Garúa, 2006). Una cita de Vallejo y otra de Shakespeare alumbran los versos que a continuación se deslizan. El libro me gustó por la propuesta estética, por la ejecución versicular, por cesarvallejear con la libertad y la conmoción de un infante de la poesía. Luego Ovidio viene a aclarar varias betas temáticas y regustos sintácticos que, por acumulación, me distrajeron de la sorpresa iniciática. Quiero decir que cuando uno alumbra una metáfora magnífica, una comparación de escalofrío, una forma de entender la poesía singular, debe tener cuidado, porque la repetición puede convertir la genialidad en sonido hueco. Le ocurre a Juan Manuel de Prada, en especial, y a otros virgueros de la palabra.
Sin embargo, a pesar del uso singular de la sintaxis, ora latinizante ora inclinada a la inconexión, de la ausencia de puntuación, de las destacadas aspiraciones rítmicas, son dos los elementos con los que me quedo de ese libro.
Por un lado, es uno de los pocos libros que me ha llevado a recordar una novela, Las virtudes del pájaro solitario, de Juan Goytisolo; tanto en la concepción formal como en la temática, de espirales místicas, especialmente centrados en la figura de San Juan de la Cruz.
Por otro lado, los versos que cierran los poemas. Creo que el poemario de Diego Vaya puede resumirse en los versos, casi sentencias o aforismos, que los culmina. Esto no es poco para un libro de poemas.
Poco más tarde leí el Accésit del Premio Adonáis del 2007, El Libro del viento. Si antes Diego era un hombre con un canto a ras de tierra, ahora es el canto. Antes iba acompañado por la poesía, vislumbró qué era y qué le quedaba, ahora es la poesía; antes era un fugitivo de la vida que se dejó arrastar por el silbo mefistofélico de los versos, ahora es Mefistófeles. Antes jugaba con ella, ahora la crea.
Aunque es cierto que, a priori, Un canto a ras de tierra es más vivo, celular, polimórfico y seductor, me quedo, sin dudarlo, sin entrar en más apreciaciones y con esperanza y convencimiento, con la templanza del viento, con el canto proteico y mineral de estos versos, los de El Libro del Viento. Y no digo más, sólo que lean estos libros, si pueden, y que se dejen acariciar por un poeta que lleva el viento a lomos de un ciervo que cabalga con el vuelo de un pájaro.

sábado, 24 de mayo de 2008

CUENTE, DÉ VIDA.

Una vida jamás puede ser aburrida, en todo caso está mal contada. Por eso, las vidas que no se cuentan se dejan relatar en la boca o en la pluma de los otros. Pero deviene un problema, más bien una incapacidad en todo esto de relatar vidas ajenas, ausentes, de los otros. Y es que en la vida uno termina siendo la vida de muchos, la danza solitaria de los días se entremezclan en el baile multitudinario de los hombres. Pessoa lo descubrió pronto, supo intuir las posibilidades de transmutación que poseemos los que pensamos que la vida y la literatura pueden fusionarse en una estirpe escrituraria que las desvirtúa.
De un tiempo a esta parte, me acompaña mi cuaderno de notas, mi moleskine maltrecho. He decidido que voy a apuntar en él las actitudes, los comportamientos o las palabras de otros que más llamen mi atención. De esta forma, si la vida del individuo que observo – la Plaza del Cabildo, el periódico local desplegado, la cerveza descansando sobre la madera- es aburrida eso no me importa, ni lo sé ciertamente. Me apresuro a escribir esto que ahora leéis y que no es más que un intento de salvar del aburrimiento los minutos que dedica a permanecer sentado en esta mañana de sábado. Entonces imagino que trabaja de esto y de lo otro, que tiene una familia, una hija que estudia en el Instituto. Sus ademanes son comedidos, propios de una persona educada, que mide su comportamiento en el sentido común. Y todo lo escribo, lo registro en el cuaderno que completo a mano y con ello mi vida también se escurre del aburrimiento, y por eso mi vida
, al entrar en otra vida, se confunde.
Cuando he levantado la cabeza para confirmar su permanencia, para intentar inventar sus hipotecas con los sentimientos, he comprobado que se acaba de marchar. Al poco tiempo confirmo mis sospechas cuando veo su figura a lo lejos, abocetada y difuminada en el gentío de la calle Ancha.
Ahora ya no me queda nada, solo el recuerdo. Su vida no seguirá el curso de estas letras, ni saldrá al fin del aburrimiento, ni podré continuar con esta tarea. Sin embargo, creo que es ahora cuando debiera empezar a escribir de verdad, quiero decir, es este el momento en que sólo cuento con la literatura para enlazar el recuerdo del porvenir que se anida en mi mollera, acaso las aguas preclaras del futuro.
Miro a mi alrededor y observo que me observan. Siento la extrañeza de que alguien se ha percatado de que estoy usurpándole la vida a otro para hacer de la mía, de mi tiempo y mis costumbres, literatura. Y siento, además, en un punto fugitivo donde todo se eterniza, que alguien escribe sobre lo que escribo, que apunta en su cuaderno que alguien, yo, escribe sobre otro porque su vida es aburrida, quizás porque nadie la cuenta bien, o nadie la relata.
(Ilustración, San Jerónimo escribiendo, Caravaggio)

jueves, 22 de mayo de 2008

DULCE, MARÍA.

SUELO escuchar el programa de radio -Las afueras, en Uniradio- que unos amigos mantienen, de un tiempo a esta parte, todos los miércoles. En él hablan de literatura, de actos culturales, realizan entrevistas jugosas, leen poemas bajo efectos etílicos y lírico-musicales, ahondan en las vidas literarias de filósofos y personajes de la cultura, en fin, un programa agradable para los que gustamos de escuchar la radio, máxime cuando lo realizan compañeros de guerras perdidas.
En la página web de Uniradio puede uno tanto escuchar la programación en directo como descargarse los últimos programas; y es eso lo que hago habitualmente, escucharlos los jueves.
Sin embargo, hoy todo ha transcurrido por otros cauces que no son los habituales. Acabo de despertarme, porque sumo varios días abandonado por el sueño, atascado con el trabajo y leyendo páginas como salones. Me he despertado y he soñado que estos amigos leían un poema
-si puede llamarse así a los artefactos pseudorítmicos que reuní creyendo que era poesía- con un fondo musical la-la-la. De repente, también recordé la casa de los hermanos Loynaz, en Pinar del Río (Cuba) cuando el silabeo de los versículos comenzó a sonar. Soñé con un canasto azul, una furgoneta pinchada, una mujer ciega que hablaba hasta el infinito de Alejo Carpentier, una camiseta del Recreativo de Huelva, unos calzoncillos de Epi (el de barrio sésamo) y con los refrescos de Juan Montero. Todo terminaba en la Heladería Copelia, rodeado de libros viejos, revistas ilustres y carcajadas sonoras, tan sonoras y medidas como una oda interminable que aún resuena bajo el velo de la amistad.

miércoles, 21 de mayo de 2008

LA MANÍA (Salón de pasos perdidos), A.T

"No deberíamos decir jamás de una vida que es aburrida porque, en todo caso, si eso ocurre es porque ha sido mal contada"
SUCEDE con La Manía, de Andrés Trapiello, lo que en el poema de Cernuda, termina uno por convertirse tras su lectura en un naipe extraviado de su baraja, que es la vida. Se siente uno azotado por todas partes, como una barca anclada en la orilla de una playa. Por momentos, la barca sobrevive a los vaivenes de los cautos oleajes, en otras ocasiones viene el río revuelto y enturbiado y la barca comienza a oscilar de un lado a otro con la violencia neptúnica de las algas.
Un naipe desbarajado, al margen de sus días, con la sensación de fundirse en la vida de otro, de A.T; o mejor, en su capacidad para dotar a lo cotidiano de las ascuas literarias. De esta forma, partiendo de la conciencia de que la manía es la vida misma, comienza uno su andadura por el relieve de una escritura que se desliza ágil y sentenciosa, con ritmo propio, sin dejos sintácticos ni aspiraciones espurias, en una prosa larvada por la pasión de escribir y bien trenzada.
En ocasiones, como agua enfangada, se tropieza uno con la travesía de cierta exaltación del yo, de A.T, de sus cuitas y manías (no la literaria); estas zonas de asueto resultan, a veces, sin desmerecerlo, crestas de pedantería, muestras cercanas a un “con esas a mí” que desconcierta entre tanta mesura. Sin embargo, el curso extraordinario por el que te mueven estas páginas consiente estas desviaciones como añadidos necesarios.
"Una novela en marcha" que se transfigura en el formato del diario tiene, por lo demás, permiso para adentrarse por cuantas interpretaciones crea necesarias su autor. Por este motivo cuesta mucho trabajo abandonar, -a pesar de las 815 páginas-, su lectura, ya que nos lleva Trapiello por los acueductos de la vida y los rastros de la literatura. Esta es una buena aproximación, ahora que la escribo, el Rastro, una de las manías de A.T.
Cuando uno pasea por los rastros se detiene aquí y allí, contempla objetos de otro tiempo, que pertenecieron a otras manos y ya sólo al menudeo de la anécdota. Así este salón de pasos perdidos. Pasea uno por ellos: por aquí, acullá, por una página repleta de rifirrafes, se distrae uno en una anécdota, en una ocurrencia, un suceso destacado por la vibratoria mirada del escritor y prosigue, aun sin escuchar sus pasos, hasta que termina el paseo. De continuo aparece la necesidad de leer más. De la misma manera que en el Rastro, de donde nos llevamos un libro descatalogado, inencontrable, curioso, príncipe en su edición, se lleva uno de La Manía en el recuerdo o en un cuaderno el espíritu visionario de los diarios, algunas páginas magistrales, una prosa alejada de impurezas y no pocas frases felices, fragmentos imborrables.
Como un esturión literario que desprende las huevas del caviar, conviene destacar esta obra para aclarar, en el panorama de críticos y mindundis metidos a literatos, que fragmentar el discurso, incorporar otros lenguajes e inmovilizar la acción en estampas mal escritas y peor concebidas, es como decir en pintura que el collage es un invento de hace pocos días. Esta marcha de una novela de salón demuestra que aún la literatura pervive en los escritores y a pesar de ellos. Espero, ya con anhelo, la próxima entrega, Troppo vero.

martes, 20 de mayo de 2008

LAS BRASAS DEL RECUERDO

Recuerdo que aquel encuentro entre poetas italianos y españoles contemporáneos se celebró en la Facultad de Filología, en Sevilla, y que acudí movido por las dádivas del acto. En un pequeño cartel en que se anunciaban los nombres de los poetas participantes, también se indicaba que a los veinte primeros que realizaran la inscripción se les regalaría un libro. El encuentro era gratuito, y por lo tanto entendí que el libro se sumaba a esa gratuidad. Así fue finalmente. Acudí raudo a las oficinas donde Rosi atiende con efectividad espartana y pude elegir entre los libros que se regalaban porque había sido el primero en inscribirme.
Julia Uceda (rescatada ahora del exilio y del olvido, de la poesía y la narrativa), Ungaretti, algún que otro profesor con aspiraciones líricas que se coló como se cuela la morralla en la pesca de arrastre, y Francisco Brines. En la estantería había varios volúmenes de cada uno de estos escritores. A Julia Uceda aún no la conocía, a pesar de que en la lectura poética sobresalieron muchos de sus versos. A los profesores egotistas y pretenciosos no pensaba darles más tiempo que el de sus clases (aburridas y tristes, pardas y frías, como el recuerdo de Machado), así que opté por el libro de Francisco Brines, un desconocido por aquellos tiempos. Es cierto, igualmente, que de Brines sólo existía un volumen ya que era un libro voluminoso, su Poesía Completa (1960-1997), Barcelona, Tusquets, 1997.
Siempre he pensado que aquel encuentro sólo pude tenerlo yo, ya que el volumen era único. De la misma manera que estaba obligado moralmente a asistir a su lectura poética. Estaba prevista por la tarde de un jueves que se hacía agua a fuerza de las lluvias de entonces. Brines jamás apareció por la Facultad, no vino a leer algunos de sus poemas por los motivos personales que, albricias, nunca sabré.
Aquella ausencia contenía, sin embargo, una poética, la del silencio y el encuentro en soledad. Desde entonces entendí aquel refugio del destino como dádiva de un buen poeta con un lector pretencioso. Desde entonces he guardado el libro con un cuidado especial, dejándolo reposar como si lo que me tuviera que decir todavía no hubiera llegado, no hubiera sido escrito.
Ahora que tengo el volumen abierto sobre la mesa en la que escribo y leo y me precipito en estos recuerdos, abro una página al azar y la emoción es muy parecida a la entonces, a la de aquel jueves lluvioso y caótico en que descubrí que la poesía ofrece lo evidente de las almas bajo el tamiz de lo infinito y eterno.
"El olvido es el más grande de los misterios,
pues estando hecho de realidad su naturaleza es carecer de ella;
alcanza en su contradicción
aquello que unifica a su origen, y él en vano desea.
Mas el olvido no es la nada. Perdura su significación:
es Inocencia, también Serenidad;
lo que una vez tuvimos, el Bien mayor y más perecedero,
y aquello que tras su pérdida anhelamos
y es la compensación de los vencidos.
Hay una misma relación que se refleja en un espejo turbio:
cuando deseamos la nada, estamos inventando el olvido.
Mas esto no es dable contemplar
en el borroso espejo de la vida.
Y hablo desde la carne de la carne.
“Identificación en un espejo”, Francisco Brines.

domingo, 18 de mayo de 2008

LA ALAMEDA VERDE

Hoy quiero hablarte con calma -necesito esa calma-, con la sensación de ir paseando contigo por una alameda verde, repleta de armoniosas figuras e inquietantes palabras. Quiero hablarte al oído, tú lo sabes, y desplegar en tus vellos el infinito de tu rostro. Tomarte de la mano y desgranar en las caricias la melancolía que se acumula con los años. Respirar tu aire, medir tus soledades.
Una vez que hayamos paseado, podríamos sentarnos a contemplar el desfallecimiento del día y la providencia de la noche. Y entonces jurarnos amor eterno; procurar el encuentro insistente de los cuerpos y amotinarnos en un cuarto para que compruebes que, a pesar de los pasos andados, guardo en mi piel la confidencia de tus besos. Para volcarnos los dos en una tira estrófica de deliciosas miradas, de ocultamientos suntuosos. Ya ves, quiero hablarte con calma, con la sensación de ir paseando por una alameda verde.
Solitaria, caminando entre tomillos y laureles, dejo estos cantos de inocencia, estos tanteos de lo indecible. Arrojo de mi frente la caminata acendrada en la armonía de las estrellas. ¿Quién colocó las estrellas en esa sucesión aritmética tan húmeda? ¿Para quiénes serán nuestras palabras, para quiénes los lamentos olvidados, las alegrías máximas de la vida? ¿Qué sentido volver a decir lo que se vio, intentar infringir las leyes del pasado vertiendo polimorfos cantos?
Con la caligrafía del olvido vengo a escribirte estas palabras, a dejarte desnuda como una vocal solitaria, a inculparme de las travesías del egoísmo, a proferirte una poesía repleta de fatuas incidencias, de relamidas verdades que se deslizan entre la sintaxis de este hervidero.
Ya respiro como los montes, seco; ya respiro como las aguas enturbiadas de mi melancolía, sin concierto más que la rabia; ya me respiran los almendros como un fruto que espera su caída. Buscábamos un camino a lo largo del día, sin saber que el camino no existe, simplemente estaba entre nosotros.
Porque recuerdo tu presencia y la gravidez de tus manos, porque retomo de los cigarrillos el escandido humo de mi boca, necesitaba hablarte de esta forma tan opaca y perentoria para nosotros. Porque el nuestro es un lenguaje de la naturaleza, es el lenguaje de los ciervos en la noche, de los silbos encontrándose en la oscuridad de los valles y los montes, las arenas y los ríos.

jueves, 15 de mayo de 2008

UN DIBUJO, UNA FOTOGRAFÍA, UN AMIGO.

"Una vez sobre un tejado
vi a un gato con cuatro patas,
una vez sobre un tejado,
un gato con una gata".

Me envía Manuel Ángel Gallego de Prada, hermano y pintor, unas fotografías y un dibujo. En alguna ocasión me he referido a su obra en este trópico. Sé que su empeño se acrecienta con los días, que su trabajo se consolida con los años. Compruebo con satisfacción que sobre un tejado me ha lanzado sus verdades, sobre un tejado, donde el viento arrecia por las tardes con la fuerza de la amistad. Compruebo que en sus trazos está la incorregible manía del dibujo por recuperar las ilusiones humanas. Estos tejados decubiertos al socaire de un lapiz confirman que los hombres buscan incesantes las verdades a pesar de las apariencias, que increpan al orden de la naturaleza para ofrecerles su secreto. Gracias, compañero.



* A
veces me entristezco demasiado sin motivos, me apeno sin argumentos. En esos casos, sólo me falta que algún amigo me envíe una fotografía para evidenciar que no puedo con la levedad, con la insoportable levedad del ser. Y entonces gesticulo con la memoria y tramito para mis ilusiones lo perdido de lo futuro. En todo caso, cuando aparece París, se agudiza la semblanza de ingravidez y me atoro en los pensamientos. Contemplo. Los colores, la luz, las calles, la literatura en ellas.
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamas como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

César Vallejo

miércoles, 14 de mayo de 2008

SIGO EN EL CENTRO, ALLÍ TE ESPERO CON PARMÉNIDES

En la entrada anterior hizo Kalia una referencia fundamental a un autor que aunó Poesía y Filosofía hace muchos siglos. Parménides (vamos a dejarlo entre el 520 a.C-540a.C), compuso unos versos capitales que sirvieron, a la postre, para que Heidegger escribiera ese libro delicioso que es Parmenides. Ese desocultamiento de lo que es y no es, viene arropado en la metáfora del día y de la noche, del viaje hasta las puertas mismas situadas en el éter, custodiadas por la Justicia. El caso es que después de que comience el poema:
"Las lleguas que me llevan, tan lejos como alcance mi ánimo...", prosigue más adelante: "Fr. Pues bien, cuando ya todo denominado luz y noche quedó, según sus capacidades, en esto y en aquello, todo está a un tiempo lleno de luz y noche invisibles; de ambas por igual, puesto que nada hay que no sea parte de una o de la otra". En ese desocultamiento llevados por la fuerza anímica de dos yeguas, en esa transición continua de la noche al día y del día a la noche, está la búsqueda del centro. Pero el centro no existe en sí mismo, no es más que su búsqueda.

lunes, 12 de mayo de 2008

YO TE ESPERO EN EL CENTRO CON KAFKA

Un amigo muy querido, Iván, escribió hace poco unas hermosas palabras acerca de la búsqueda y la exploración de la verdad que, según él, engendramos en nuestros adentros aun sin saberlo a lo largo de nuestra vida. Es cierto, quizás nos morimos sin conocer nunca ese ángulo indefinido que nos sustancia completamente; sin explorar los abismos que contenemos a pesar de la sensación de plenitud que nos recorre con apariencias y espejismos inciertos. A lo mejor esta vida solo especula encanallada sobre aquello que debiéramos ser; solo tanteamos lo que debiéramos ser. Sin embargo, a pesar de nuestra incapacidad y sordomudez para descifrarnos, existe a nuestro alrededor varias vías que se pueden incorporar como unas anteojeras que desvelen, al menos, por dónde se sitúan todos estos distritos del ser, a saber: la poesía y la filosofía. Estoy contigo, compañero, y me has movido a escribir estas palabras, que no es poco, a pensar por un momento que si tú has conocido y tocado y saboreado por instantes la verdad de los hombres que tú acumulas, debo decirte que yo también lo he hecho justo en el momento en que he creído lo que escribías. Para que no sea todo un balbuceo inadecuado, escuchemos al poeta, en una poema que se aproxima a todo esto que traemos entre manos:
Una vez más viajando desde un continente
hasta otro continente, desde un mar
a otro mar, de Occidente
a Oriente, de Oriente
a Occidente, sumidos
en la negra noche del planeta,
sonámbulos, esclavos
de eterna dualidad.

Viajamos por la vida (y por nuestro interior)
hasta que, liberados para siempre,
renazcamos al fin a nueva luz.
Es nuestra obligación continuar siempre
el viaje hacia el centro de los centros,
viajar entre océanos (o por un mar de dudas)
llevando en nuestras dos manos abiertas
-como ofrenda, como paloma ardiente-
sólo unas pocas brasas:
estas de las palabras del poema.
Brasas de las palabras del poema,
en las manos abiertas, que desean un día
ser llama, o ser hoguera, o fuego blanco
de la más pura luz frente al negror del mundo.
Y ser al fin la fuente de la que irá manando
una luz que ilumina por dentro,
la luz que se saciará
para siempre
nuestra sed de infinito.
La sed de quien desea eterna plenitud.
("TRES ESTAMPAS DE ORIENTE", Desiertos de la Luz, ANTONIO COLINAS)

domingo, 11 de mayo de 2008

LA CORONA HECHA TRIZAS, JOSÉ CARLOS MAINER

La corona hecha trizas (1930-1960) Una literatura en crisis, Barcelona, Crítica, 2008, viene a sumarse a la prolija bibliografía que José-Carlos Mainer ha ido libando en torno a una época de la literatura española bautizada como “Edad de Plata”. Si bien es cierto que en este volumen se sobrepasa la fecha que pone límite al argenteo periodo, las cuestiones principales que en él trata versan sobre la literatura de principios de siglo.
Con un prólogo esclarecedor y necesario para entender las páginas siguientes, Mainer toma por presupuesto la perspectiva de Hobsbawn en Años interesantes. Una vida en el siglo XX, trad. Juan Rabasseda-Gascón, Barcelona, 2002, para descorchar las apreciaciones que de escritores falangistas, revistas liberales o episodios de la vida literaria de la época, se suceden en los diversos artículos. El autor aclara que éste libro es una reedición ampliada de la publicación de 1989, aunque ahora se le han añadido nuevas sugerencias y lecturas, y por ende, la experiencia después de casi veinte años.
El título evoca unas palabras del escritor Serrano Plaja bastante significativas para los acontecimientos que bullían por entonces: “En España había caído en 1931 la monarquía alfonsina, pero también la monarquía artística que aquel poeta de barba recortada, admirable y maniático, encarnaba desde 1900”.
A partir de aquí son nueve los capítulos que articulan el libro de marras. Comienza haciendo un retrato sobre una de las figuras más singulares que ululó por cafés, periódicos y partidos políticos, esto es, Giménez Caballero; la importancia de La Gaceta Literaria (1927-1932) como aglutinadora de escritores e intelectuales de todas las tendencias y la experiencia única de publicar en solitario los seis números de El Robinsón Literario de España (o la República de las Letras).
Toda vez que abandona la figura insurgente de Jiménez Caballero, atiende Mainer a las distintas novelas de corte faccioso que abordaron la época que les tocó vivir. En ese corpus restringido están Madrid, de corte a cheka, de Foxá; Sueños de grandeza, de Sánchez Barbudo; Eugenio o la llegada de la primavera, de García Serrano; Leoncio Pancorbo, de José María Alfaro o Camisa azul (retrato de un falangista), de Ximénez de Sandoval. Una atención preferente le suscita al profesor Mainer la figura de Guillén Salaya y su obra Bajo la luna nueva.
Completan el libro algunos ensayos como “De Madrid a madridgrado (1936-1939)”; “La segunda guerra mundial y la literatura española: algunos libros de 1940-1955” y lo cierra un episodio dedicado por completo a las obras de Gironella Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz, bajo el epígrafe “Histología y Patología de un “best seller”: la trilogía de José María Gironella”.
Sigue las referencias de antiguos trabajos en la profundidad, el estilo y la mesura con que analiza una época repleta de autores poco atendidos y obras desleídas. Mainer pone los puntos sobre las íes en no pocas cuestiones que tiene que ver con el proceso cultural y el desarrollo de un país en una “España invertebrada”, con Ortega, negando la mayor de que España frenó al completo su proceso de enculturación. Gracias a los trabajos de este profesor y de otros, como Manuel Aznar Soler o Jordi Gracia, -sin olvidarnos de la editorial Renacimiento y su serie España en Armas y su Biblioteca de Rescate- está entrando en la órbita que desde hace décadas debiera estar circulando esta época desvestida de prejuicios y de mejunjes republicanos y facciosos. Es este un libro capital, uno más de Mainer, para hacerse con las referencias necesarias y utilísimas que la filología brinda a los lectores y profesores que pretendan aprehender de forma significativa la literatura y la intelectualidad de un siglo tan convulso pero tan genial como el siglo XX español.

viernes, 9 de mayo de 2008

DESIERTOS DE LA LUZ

¿QUÉ es la vida sino la luz? ¿Conocéis el lugar donde van a morir los versos? Algo así viene a decirnos el poeta Antonio Colinas en su nuevo libro, Desiertos de la Luz. ¿Qué es la vida, sino un desierto que nos incita siempre al deseo del agua? ¿Un salón de pasos perdidos en que resuenan las llamadas al infinito?
La vida bien puede compararse con un cuaderno, un cuaderno de hojas blancas, infinitas o bien hojas cuadriculadas, rectilíneas. Para las vidas de hojas blancas, la luz se esparce entre las espigas que la cruzan, las arias que desvelan la suntuosidad de la muerte. Una hoja en blanco es un atardecer sin nubes, sin sol, un alejarse de lo inmediato. Por otra parte, las hojas cuadriculadas establecen esos vínculos trazados que engarzan la mañana con la tarde y con la noche. Los astros lo son todo, el tiempo un mezquino reflejo.
Dice el poeta que para apartar la muerte toda la primavera ha apartado la lluvia de la ilusión del hombre. El hombre es agua y así siente, con la humedad incierta de su curso en meandros, en la continua tensión de lo que renace y muere a nuestro alrededor. Un viaje sin movimiento es la poesía, un viaje sin movimiento. Y cuando la errata de nuestras vidas la acecha, más vale que la abandonemos y nos dejemos llevar por sus ritos.
¿Qué buscamos cada día sino el ansia de eternidad, sino el iluso sentimiento de permanencia en estos días? No creo que seamos un salón de pasos perdidos, somos los pasos perdidos; no creo que atravesemos un desierto en busca de la luz, somos el desierto; la luz, quizás la poesía.
La luz es también conocimiento insurgente, proyección de los deseos, desvelo de la conciencia. Por eso dice Colinas que por nuestra fidelidad a las palabras, por nuestra pertenencia al reino pobre que habita en los labios, deberían premiarnos algún día con otra vida, con otro inicio en el desierto.
¿Qué es la vida sino la luz? ¿Conocéis el lugar donde van a morir los versos? Quiero que me remansen en el hospedaje del silencio, en la plenitud del camino recorrido. Quiero estar sentado en el centro del salón de mis pasos y volverlos a escuchar y a ver y a transitar, como un infante que nace al mundo y todas las palabras le esperan impacientes para crearlo. Suena una música que extraño en los oídos, un rumor oculto de otro tiempo. Suenan mis pasos, mis desdichas, la hueca percusión de los relojes. He de levantarme de estas cenizas e iniciar el camino porque un golpe en tierra es completamente serio y a pesar de los avisos, de las llamadas de luz, la vida es incomprensible y eso me basta para querer diluirme en ella.

miércoles, 7 de mayo de 2008

ANOTACIONES EN UNA PARADA DE TREN.

AGARRÉ el moleskine, en medio del ruido que los trenes lanzan a los que esperan su llegada como un pájaro, y escribí las siguientes notas como si al final valieran para algo, como si necesitara resguardarlas, entre tanto alboroto, con la templanza de la literatura.
García Márquez publicará una novela el próximo verano titulada En agosto nos vemos. Escuché a la “mamá blanca”, Carmen Balcells, confirmarlo. ¿Con que triste memoria nos sorprenderá ahora el genio de Aracataca? ¿Por qué el amor, siempre una virtud y una constante en su obra, se vuelve a retomar al final de su vida con dos novelas seguidas abordándolo?
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No siempre los premios me parecen dádivas políticas más o menos consensuadas por las siglas de turno. Celebré la publicación de la Poesía Completa (1940-2008), (Madrid, Visor, 2008) de García Baena y hoy mismo le han concedido el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Menos mal, por fin un premio merecedor de llamarse poético.
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Un compañero de trabajo me ha regalado un libro. Si no fuera por su título y por lo que en él se escribe no lo destacaría. Sin embargo, ¿Qué es la vida? (Barcelona, Cuadernos ínfimos-Tusquets editores, 1983), de Edwin Schrödinger, no ha dejado de sorprenderme desde las primeras líneas; fíjense que incitación: “¿Cómo pueden la Física y la Química dar cuenta de los fenómenos espacio-temporales que tienen lugar dentro de los límites espaciales de un organismo vivo? La respuesta preliminar que este librito intentará exponer y asentar puede resumirse así: “La evidente incapacidad de la Física y la Química actuales para tratar tales fenómenos no significa en absoluto que ello sea imposible”. Cada uno de los capítulos está alumbrado por citas de Descartes, Goethe o Spinoza. Leemos de Goethe: “ Und was in shwankender Erscheinung schwebt, Befestiget mit dauernden Gedanker. (Y lo que oscila en apariencia fluctuante fijadlo con ideas perdurables”). ¿Qué otra cosa si no postulaba Machado sobre la poesía como palabra en el tiempo?
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Hablando de palabra en el tiempo, la de Antonio Colinas es de indiscutible valor, al menos para que el suscribe esta referencia. Por este motivo, debemos alegrarnos siempre que Colinas publique un libro, ya sea de ensayo, como El sentido primero de la palabra poética (Madrid, Siruela, 2007)-una introspección por los poetas que lo han formado e influenciado-, como por su último poemario, Desiertos de la Luz (Barcelona, Tusquets, 2008).
Un libro de poesía magnífico con el que el autor de Sepulcro en Tarquinia penetra, precisamente, en el sentido primero de la palabra poética acompañado del instinto órfico de la musicalidad. Se divide el libro en dos partes, "Cuaderno de la vida" y "Cuaderno de la luz"; la confirmación de la evanescencia de la sustancia poética a lo largo de su búsqueda: “¿Conocéis el lugar donde van a morir/ las arias de Häendel?". Todo para concluir clamando a la luz, al negro de sus verdades: “En el instante de las ruinas,/ en el instante de las dudas, / la luz fermenta en el limo negro./ Esa luz que aún respira y nos respira".

lunes, 5 de mayo de 2008

FUNDACIÓN, HERMANDAD Y DESTINO, SÁNCHEZ MAZAS

GRACIAS a ciertas lecturas se le va afinando a uno el instinto en las librerías de lance, en los rastros y baratillos que, cada vez menos, se muestran al público. En una de esas andaba cuando recogí, entre papeles humedecidos, cartas y postales de principio de siglos (“Querida Pepi: pronto volveré…) un libro harto significativo para la configuración de lo que Trapiello llamó "las armas y las letras". El libro en cuestión es Fundación, Hermandad y Destino, del escritor Rafael Sánchez Mazas, inmortalizado por Javier Cercas en Soldados de Salamina. Es un libro de ensayo e iniciador del ideario falangista con el que Sánchez Mazas se colgó el sambenito ad infinitud de escritor y prócer falangista, merecidamente, a pesar de la calidad de su prosa en Rosa Krüger y de algunos de los versos que se alejan de lo panfletario.
Es la primera edición, en 1957, y está publicado por Ediciones del Movimiento.
Abre el libro una carta, muy citada por lo demás, en que José Antonio escribe a Sánchez Mazas a modo de salutación: “Querido Rafael: Voy a escribir muy pocas cartas, pero una ha de ser para ti”. Tras esta carta aparece un Pórtico escrito por el compañero de Falange, Eugenio Montes, en un tono épico, desbordante, de tendencia a enaltecer desmesuradamente la figura del autor de marras. Está escrito en Burgos, un 14 de febrero de 1939, cuando la guerra estaba claramente finiquitada.
El prólogo está compuesto de unas palabras escritas a mano, que supuestamente reproducen su caligrafía: “Ni me arrepiento ni me olvido”; sentencia que, leída ahora, exhala, cuando menos, el hedor de lo que sucedió por entonces.
Sin embargo, espigando entre sus páginas, he dado con un párrafo con el que se podría establecer un juego pragmático si se quiere, lingüístico en todo caso, trastocando la situación comunicativa. Fíjense en las palabras que siguen: “Para afirmar la unidad de España no se debe negar la diversidad. Castellanos, vascos, catalanes, gallegos, andaluces, deben estar unidos precisamente porque son diversos. Es un argumento cerril el que alega la diversidad para la desunión. Nosotros alegamos, respetamos, amamos profundamente la diversidad como fundamento de una unión perfecta (pp.23-24)”.
Seguiré escudriñando esta porción de la historia de España que ahora se me cruza en mis lecturas, rebuscando entre cajones, libros moteados con moho y otras sustancias olvidadas, indescifrables. Tanto como las palabras que los componen y los autores que las suscriben.

sábado, 3 de mayo de 2008

ODA

QUERIDA:
Palabras, palabras, palabras…ya sé que juegan contigo, que a veces se olvidan de sus obligaciones e intentan utilizarte para sus bienes. Que a ti todo esto ya te suena desde hace siglos, que nunca se han interesado por tu salud a no ser que hubieran necesitado abusar de ti, ¡oh querida!, en beneficio propio, del poder, de las leyes. Y fíjate, ni en la educación caen en concierto, estos mequetrefes, estos fabricantes de trampantojos que se arrojan a tu yugular para extraer de ti, cada cierto tiempo, lo necesario para calmar a los ciudadanos con malabarismos semánticos.
¡Hacen contigo lo que quieren aun sin conocerte, oh amada! Creo que lo sabes, pero los sistemas para regular la educación en este país están al servicio de las siglas políticas, no les importa un ápice la formación de los conciudadanos, de los que formarán la mayor del país cuando pasen unos años. Muy poco, les importa, muy poco. Imagina que la solución para templar en la sociedad el comportamiento desmesurado y autárquico de los jóvenes no se hace mediante condenas, multas o cualquier otro tipo de sanción; ahora quieren, y así lo han hecho, que una asignatura en el Instituto les enseñe a ser ciudadanos, ¿quién nos enseñó al resto de mortales a ser ciudadanos?
Van a utilizarte, pensé, oh querida, en cuanto me enteré de tales pretensiones. Hace unos días, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía le ha puesto ciertos reparos a la redacción de algunos conceptos que se manejan en los Decretos, a saber: “de género”, “opciones vitales”, “perspectiva compleja y crítica” para la supuesta construcción de las personalidades. Dicen los jueces que expresiones de este tipo no tienen cabida en un ordenamiento jurídico. ¡Cuántas veces has sentido que te extirpan, a ti, ni más ni menos, tus derechos, tus reglas, tus preferencias, sin consultarte jamás!
Ya ves, así se construyen aquí los conceptos y las ideas, a base de denuncias, tribunales y demás trifulcas de cualquier calaña. Estos navajeros son capaces de destruirte, de dejar que desfallezcas, que te lleves mal con tus parientes más cercanos, que romancees en solitario como una perseguida sin saber de qué huyes. Es triste que siempre terminen enredados entre tus telas y que usen el filo de sus cuchillas para desligarse de ti, aun sin conocerte, sin apreciarte, sin saber que eres tú la que creas la vida. Sabes bien que lo que tocas adquiere existencia, que lo que nombras con tus nombres se hace realidad. Por eso vuelvo a avisarte, oh amada, oh querida, de que te están utilizando y de que te utilizarán cuando menos te lo esperes. Palabras, palabras, palabras…ese rumor que configuras, ¡oh lengua nuestra, española mía, qué tesoro!

jueves, 1 de mayo de 2008

FERIA DEL LIBRO

AHORA QUE se celebra la Feria del Libro en Sevilla, hasta el once de mayo, aprovecho para lanzar al aire algunas inquietudes y dudas que me surgen a la sombra de sus carpas. Vaya por delante que lo mejor de ella son el descuento, los bares y los conocidos con los que uno se encuentra. Los compradores de libros son siempre los mismos y forman una microsociedad en la que todos nos conocemos, aunque sea de vista.
¿De verdad en las ferias de libros se realiza una celebración de los libros, en sí, en ellos mismos? ¿No será que el mercado editorial ha copiado el modelo de otras ferias -qué sé yo- del turismo, del ganado, de coches, de la agricultura y quiere hacer lo mismo, es decir, vender productos y crear un mercado de consumidores fieles a esos productos? ¿Realmente una feria del libro celebra algo que conforme a la literatura? ¿Por qué son siempre los mismos poetas, los mismos narradores y los mismos "jóvenes escritores" los que fecundan con su verbo las actividades de las ferias, los encargados de instruir a la masa anhelante de discursos pseudointelectuales? ¿Qué hace una poetisa de mal verso y de peor condición oratoria junto a poetas del tamaño de García Baena? ¿Qué hace un cantante instruyéndonos sobre la poesía de Ángel González? ¿Por qué no se reeditan obras agotadas que forman parte de la historia de un país y se promocionan en estas ferias, cosa que tampoco ocurre en las de libro antiguo o de ocasión? ¿Hablan de literatura, de libros, quienes vienen a llamarse escritores? ¡Qué cosas, qué delirio, que fiesta!