CON el verano llegaban las tardes interminables: los niños no salíamos a jugar a la calle hasta que el sol dejara de implantar su justicia con ferocidad; uno, por aquellos tiempos, podía entretenerse, jugar o divertirse con cualquier elemento. Leer, escuchar música, construir, jugar con un vecino, ir a la playa...ya de mayor, estudiar. Recuerdo, por esa época, escuchar en un formato innovador, -CD-, las sinfonías de Mozart o los conciertos de Bach mientras otros amigos acudían a "Héroes del silencio" o a "Nirvana". Uno convivía con ellos, no había discriminación alguna en las preferencias de cada cual con la música o la actividades que cada uno realizaba; ni palabras que depreciaran las preferencias de uno ni nada parecido. Tampoco al contrario. El respeto venía de suyo, no había que alabarlo ni invocarlo. Es más, a veces, debatíamos, como juegos de infantes, sobre los gustos personales.
Y hoy se me ha venido a la mollera una de esas tardes en que iba y venía al cuarto y agarraba un libro de los que mis padres, aun sin ser lectores ni con formación académica, me iban comprando con una dedicación flamenca. Aquí está uno, con su volumen de Niebla, de Unamuno, del año 95, con el nombre escrito con la caligrafía de entonces; y lo abro y aparece aquella luz blanca del sol en los edificios, aquella brisa marina que penetraba por las ventanas de la vivienda, aquella quietud y dilatada sensación de que todo seguiría eternamente en esa tarde, en esa escena, en aquel individuo del que solo voy teniendo ya recuerdos y añoranzas.
***
Termino el libro de Han, La desaparición de los rituales (Herder, 2020). Me han gustado algunos pasajes, ciertos capítulos en los que ofrece una visión punzante y certera de la realidad actual. En otros, se deja llevar por su excesiva visión contraria a la confabulación neoliberal que tanto señala a cada párrafo. Me quedo, sobre todo, con el estilo de escritura y con la bibliografía, en general, que ha utilizado para escribir el libro, pues no pocos autores y volúmenes que nombra los tiene uno en sus estantes y forman parte de la biblioteca desde hace tiempo. Libro menudo pero sagaz, que ofrece reflexiones sobre los rituales en la época moderna que bien pudieran llevarse a otras esferas de lo individual.
***
Y ahora acudo a Simenon...trataré de terminar La nieve estaba sucia (Acantilado), un libro excepcional, con el que se aprende a escribir, en el que la carpintería de la escritura deja muchas virutas para poder usarlas en los escritos de uno.
***
Un descubrimiento reciente, Ocean Vuong, En la Tierra somos fugazmente grandiosos (Anagrama, 2020). He leído, tan solo, el primer párrafo del libro: la forma epistolar, el estilo, el tono, los temas me han levantado una emoción y una atención inusuales. En cuanto termine con Simenon trataré de leerlo.