martes, 25 de agosto de 2020

Como sarmiento hacia la luz interna.

ESTÁN sirviendo estos días para retornar a los lugares de reflexión y regocijo de los que no debiera apartarme por más que el corifeo externo de la sociedad nos confunda e imparta sus propias dinámicas y pensamientos. En este suceder social, -como una suerte de coro, de discurso huero y banal-, asiste uno al derrumbe de las identidades personales en favor de las corrientes sociales que lo arrastran todo. Algunos indican que ya nos hemos extinguido y, desde luego, estamos en el proceso de la extinción cultural al menos de Occidente tal y como la entendíamos.   

Así, llevo semanas haciendo un ejercicio de convicción moral y personal, creo que no hay que doblegarse al vertiginoso suceder de los días en el ámbito social, tampoco a las opiniones diversas y poco fundamentadas y, de la misma, forma, a veces hay que levantar la voz e indicar el fraude.  Antes me costaba mucho hacer este ejercicio de defensa sin embargo ahora lo hago con mayor convicción. 

La sociedad actual iguala su discurso al hablar de la música de Bach o la tendencia de moda; su opinión se convierte en un vertedero de lecturas digitales que hacen creer a cualquiera en un experto y un erudito de la materia más peregrina. Falta la lentitud de la lectura, la construcción de la sabiduría; y eso se alcanza con tiempo, pausa, reflexión, lecturas, diálogo. Nada nuevo desde hace milenios.    

Creo que el cambio en uno mismo, el retorno intimista es un movimiento natural que deviene de la propia vida y del desarrollo personal de cada individuo. Y es un retorno como el del Orfeo, una vuelta con un saber nuevo que nos alcanza para transformarnos en la vida antigua. 



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