ECONTRAR el linaje de lo oculto
a los ojos tan solo en su figura,
ocupar el espacio del silencio
en su estación azul y transparente,
acallar el rumor de lo pasado
eso es el ser del hombre, de la vida;
mas solo existe quieto en la memoria
una sombra de luz, un pasajero
decir de ritmo pleno y transitorio
al oído profundo de la nada.
[...]
jueves, 31 de marzo de 2016
lunes, 28 de marzo de 2016
Time remembered
[...]
En Rávena las luciérnagas dormitan catedrales
y el cielo rasura la levedad de tus ojos
débiles remansos en la laguna de la tarde.
Respiro lentamente la respiración de la piedra
y recito en la bóveda de mi pecho
mientras la música de Bill Evans desarrolla
ella sola, en sí misma, haciéndose en mí
una teoría del mundo:
"Esa armonía está en las almas inmortales;
pero mientras estas fangosas vestiduras de decadencia
le encierren groseramente, no podemos oírla",
El mercader de Venecia de Shakespeare
[...]
En Rávena las luciérnagas dormitan catedrales
y el cielo rasura la levedad de tus ojos
débiles remansos en la laguna de la tarde.
Respiro lentamente la respiración de la piedra
y recito en la bóveda de mi pecho
mientras la música de Bill Evans desarrolla
ella sola, en sí misma, haciéndose en mí
una teoría del mundo:
"Esa armonía está en las almas inmortales;
pero mientras estas fangosas vestiduras de decadencia
le encierren groseramente, no podemos oírla",
El mercader de Venecia de Shakespeare
[...]
domingo, 27 de marzo de 2016
Es un surco la palabra del hombre en el tiempo II
[...]
"¿Verdad que no podemos amar algo si no es bello?"
clamaba San Agustín en Confesiones como una encina
en los diálogos platónicos de las hablaban en silencio
en la bóveda informe del espíritu;
¿y qué es amar, entonces?, me pregunto, ¿y qué
es lo bello, la belleza, el principio de lo amado
de la transformación del amado en amada? Ay, San Juan
embriagado en la bodega de los labios que frisan
la eternidad para los mortales en la noche profunda
la noche de aromas a rosas y del fulgor a crisálidas.
No es la belleza en el tiempo, no son las figuras
que prenden los ojos hacia la sombras;
sin embargo, se ama el tiempo, las figuras en los ojos
las sombras mas no podemos ser otra cosa
como hombres, sombras y figuraciones del ser.
Y Boecio discriminaba la realidad en "la modulación armónica"
una suerte de cifra de la unidad, de trazado secreto
hacia lo incierto, como Hölderlin;
y San Isidoro, de tanto intimidar el sentido último
de las palabras llegó a vaticinar "se puede decir
que este mundo está cohesionado
según una cierta armonía".
Y en esto la música irrumpe en el entendimiento
supremo de las cosas, en el decir oculto de la realidad;
el propio San Isidoro decía que la música
se extiende a todas las cosas y que nada existiría
sin ella, sin la matemática abisal que es un don
proviente del cielo.
[...]
"¿Verdad que no podemos amar algo si no es bello?"
clamaba San Agustín en Confesiones como una encina
en los diálogos platónicos de las hablaban en silencio
en la bóveda informe del espíritu;
¿y qué es amar, entonces?, me pregunto, ¿y qué
es lo bello, la belleza, el principio de lo amado
de la transformación del amado en amada? Ay, San Juan
embriagado en la bodega de los labios que frisan
la eternidad para los mortales en la noche profunda
la noche de aromas a rosas y del fulgor a crisálidas.
No es la belleza en el tiempo, no son las figuras
que prenden los ojos hacia la sombras;
sin embargo, se ama el tiempo, las figuras en los ojos
las sombras mas no podemos ser otra cosa
como hombres, sombras y figuraciones del ser.
Y Boecio discriminaba la realidad en "la modulación armónica"
una suerte de cifra de la unidad, de trazado secreto
hacia lo incierto, como Hölderlin;
y San Isidoro, de tanto intimidar el sentido último
de las palabras llegó a vaticinar "se puede decir
que este mundo está cohesionado
según una cierta armonía".
Y en esto la música irrumpe en el entendimiento
supremo de las cosas, en el decir oculto de la realidad;
el propio San Isidoro decía que la música
se extiende a todas las cosas y que nada existiría
sin ella, sin la matemática abisal que es un don
proviente del cielo.
[...]
viernes, 25 de marzo de 2016
El lector: lugar de apariciones.
ENCIMA de la mesa se apilan los libros sin más concierto que el de la lectura. El ritmo y el perfil los establecer el lector: el lugar de apariciones de la literatura. El lector traza un hilo secreto entre libros de distintas épocas, autores dispares que, en un proceder extraordinario, comienzan a entablar un diálogo fastuoso, el diálogo de un tiempo sin tiempo, de una polifonía de voces avenida y concitada tan solo por el deseo y la intuición de un individuo. Por ejemplo, hoy están Quevedo, Joseph Conrad, T.S. Eliot, Diego de Torres Villarroel; también asoman los de Godwin y Miguel de Molinos, así como los poemas de San Juan de la Cruz, -perladas auroras en la mañana-, y algunos volúmenes de Marcel Proust que anoche estuve leyendo sin más concierto que la ansiedad por la prosa y la epifanía del verbo.
Como afirma Quevedo en "El mundo por de dentro" la lectura, el conocimiento "al cabo solo les sirve el estudio de conocer cómo toda la verdad le quedan ignorando". Ese abismo que nos achica ante la inmensidad de la lectura es, al tiempo, la que nos aviva para proseguir leyendo sin descanso.
Hay comienzos de libros que reverberan en la memoria una vez que los hemos leídos para siempre. Es el caso del comienzo de Línea de sombra de Conrad. Estamos ante el resplandor de la infancia, epítome del tiempo perdido que solo recuperamos con el conducto memorístico del recuerdo, como si entráramos en un jardín encantado, con las seducciones de lo desconocido aun habiendo sido vivido llenos de ardor y alegría. Escribe Conrad: " Cierra uno tras sí la puerta de la infancia y penetra en un jardín encantado. hasta sus mismas sombras tiene un resplandor de promesas. Cada recodo del sendero posee su seducción. Y no a causa del atractivo que ofrece un país desconocido, pues de sobra sabe uno que por allí ha pasado la corriente de la humanidad entera. Es el encanto de una experiencia universal, de la que esperamos una sensación extraordinaria y personal, la revelación de un algo de nuestro yo".
Y la prodigiosa e incisiva palabra de Diego de Torres Villarroel, así como su enigmática vida me provocan una fascinación lectora. Su Vida es un libro prodigioso, único en nuestra literatura, pero fue igualmente un excelente escritor de aforismos y sentencias con los que, las más de las veces, estoy de acuerdo: " Anda tan perdido el idioma castellano, que ni en la pluma ni en los labios se encuentra".
Quizás todos estos escritos podrían quedar sintetizados en unos versos de T.S. Eliot de Four Quartets:
"El pasado y el futuro
permiten tan solo un poco de consciencia.
Ser conscientes es no estar en el tiempo."
[...]
miércoles, 23 de marzo de 2016
Es un surco la palabra del hombre en el tiempo
ES un surco la palabra de un hombre en el tiempo,
un suceder de la memoria combinada en intervalos
de un sendero ya trazado, de unos pasos
que son tus pasos, de la música concorde
que es tu música en cada latido informe de tu ser:
"illi autem octo cursusn, quibus, eadem vis est Modorum",
el canto II de Homero a Mercurio;
"Oh, Calíope, os lo suplico, sed favorable a mi canto"
de Publio Virgilio Marón con Borges recitando de la mano de Pound;
el libro X de República de Platón con la arquitectura
de las esferas y las sirenas, movimiento y sonido, vida y renovación;
Calíope con Hesíodo, la musa de las musas;
Cicerón en el libro VI de De Republica
"este siete es el quid de la cuestión".
[...]
un suceder de la memoria combinada en intervalos
de un sendero ya trazado, de unos pasos
que son tus pasos, de la música concorde
que es tu música en cada latido informe de tu ser:
"illi autem octo cursusn, quibus, eadem vis est Modorum",
el canto II de Homero a Mercurio;
"Oh, Calíope, os lo suplico, sed favorable a mi canto"
de Publio Virgilio Marón con Borges recitando de la mano de Pound;
el libro X de República de Platón con la arquitectura
de las esferas y las sirenas, movimiento y sonido, vida y renovación;
Calíope con Hesíodo, la musa de las musas;
Cicerón en el libro VI de De Republica
"este siete es el quid de la cuestión".
[...]
lunes, 21 de marzo de 2016
Silabeo y desvelo de la mortalidad.
JACOBO DE LIEJA (Jacobus Leodiensis) fue un lector culto y admirador de Boecio. En este diario no pocas veces he mostrado mi fascinación por Boecio, tanto por su obra poética como por su prosa; antepongo su propuesta ética y su respuesta como autor a todo lo demás.
La música mundana es la confabulación de todas las cosas del cosmos en su materia en contacto con nosotros.
La lección es suprema, diáfana, pero estéril e insonora para este mundo de sombras y posturas yermas ante la antigüedad. Decía que Jacobo de Lieja leyó la obra de Boecio como el doctor Samuel Jhonson gustaba de afirmar , caninamente. Se interesó por todos los temas de la filosofía medieval, pero sin duda legó al corpus de obras capitales su Speculum Musicae, un magno tratado de música que, si no me equivoco, sigue sin ser traducido, o al menos eso indicaba Godwin.
Este autor, Jacobo de Lieja, parte de los tres tipos de música que establecía Boecio, a saber: mundana (de los mundos), humana (del ser humano) e instrumentalis (de los instrumentos incluida la voz). De todas ellas, me interesa para esta mañana, la música mundana.
No hace mucho, cuando pergeñaba versos y El huerto deseado iba configurándose como una primera estación, -que Boecio me enseñó junto a Dante y Shopenhauer y Heidegger,- que existe una "música de la palabra", del idioma y, por otro lado, "una música del ser". Así, con esta dicotomía, trataba de establecer los dos parámetros con que considero que un poeta comienza a trabajar toda vez que ha vislumbrado la consciencia (cósmica, celeste, terrenal, indolente). Su lucha de mortal ,que edifica una palabra desde su condición, recorre continuamente ese circuito que se principia desde el idioma adquirido a su condición. Con el tiempo, cae en la cuenta de que debe sumar no su propia experiencia sino la experiencia de su condición; que su discurso debe evitar el lastre de sus condicionantes (que existen, son muchos, continuos, inevitables) pero que ajustician y empobrecen su discurso. En cualquier caso, apartarse de esta dos condiciones mínimas hace emerger el discurso vano, huero, superficial.
Estamos, en efecto, entre el encuentro entre la lectura (la música del idioma) y de la vida (la música del ser). Dos circunstancias que deben ser trascendidas desde la limpieza y la pulcritud, en la que no caben concesiones, -ni siquiera temporales-, ni justificantes pasajeros. Ante ellas, el silencio fortuito es la solución redonda.
En este sentido, las apreciaciones de Boecio y, por ende, de Jacobo de Lieja, no vienen sino a fortalecer la comprensión de estos hechos: la música mundana no solo es música de las esferas, sino la armonía de la materia propia, de los cuatro elementos y del tiempo.
El ser humano posee una condición extraordinaria que, cuando se adquiere consciencia de la misma, supera nuestro propio entendimiento. Somos quizás los únicos en este planeta que, como la lengua y su función metalingüística, podemos hablar de nosotros mismos. Es más, es lo único que nos importa, definir nuestra condición, tratar de establecer los parámetros que nos han traído hasta este punto y comprenderlo. En esa tarea inexpugnable para nuestra razón el discurso literario es, en la palabra, con la palabra, el único que nos acerca a la ciencia del espíritu, a la ciencia inexacta que detona una conmoción en los individuos cuando leen qué son en los textos literarios.
Esa perplejidad explica, en parte, que nos emocionemos con obras en otros idiomas, de otras culturas, de otras etapas. Siguen tratando de decir lo que nos pertenece como universal, como propio, el silabeo y el desvelo de la mortalidad.
La música humana, como decía Boecio, es la instrumental que revela consonancias musicales sensibles y que unen maravillosamente, en conexión fastuosa, el alma y el cuerpo. En nosotros coexisten las dos condiciones para que esto suceda: el microcosmos de lo corruptible, lo perecedero, con lo incorruptible, lo permanente. Todo discurso allegado a este paradigma y empapado de luz y revelación nos ha mostrado tan solo el comienzo del sendero, del camino al centro del bosque de la mortalidad.
domingo, 20 de marzo de 2016
El invisible idioma de la mortalidad.
No somos más allá de nosotros mismos.
***
LLEVO varios releyendo a Góngora. Estamos ante un poeta excelso de nuestra lengua, magistral, único en su especie. La lectura de algunos versos me han conducido, de nuevo, a ese estadio de relumbrón que todo mortal vive con el ejercicio de la lectura, de la lectura vivida y pulcra de un autor que desprende luz en los versos. Construcciones polifónicas, relaciones semánticas entre vocablos por los que Valle-Inclán hubiera sacado un arma de fuego; neologismos, intertextualidades inauditas...un mundo propio que se despliega, eso sí, desde la palabra y en la palabra dadora.
La crítica ha querido vincular este poeta a la Generación del 27; hoy, después de algunos años sin leer al poeta cordobés con detenimiento, me causa cierta gracia: ningún poeta del 27 se acercó a Góngora en ningún caso. Estamos ante fenómenos distintos, los autores de ese grupo poético son ínsulas individuales, con suerte desigual, que jamás encontraron el hilo portentoso de la palabra gongorina.
El propio poeta lo resuelve con unos hermosos versos:
[...]
"El jüicio, al de todos indeciso,
del consuro ligero"
[...]
T.S. Eliot lo expresó con dominio y contundencia en uno de mis libros de cabecera Four Quartets:
[...]
Porque solo se aprende a dominar las palabras
para decir lo que uno ya no quiere decir
[...]
En efecto, la creación poética es un desvelo de la realidad nombrada que se dirige, precisamente, a su transparencia. La palabra verdadera en poesía no desea decir todo; ser ella latente realidad, sino antes al contrario, el río de la palabra verdadera permite trazar los surcos del invisible idioma de la mortalidad.
El propio Maestro Eckhart, que desarrolló una disciplina ajena y complementaria a la literaria, lo manifestó con mucho tino: "Lo esencial es quietud".
Pero una quietud fructífera, polifónica, dinámica, en espiral y concentración, en infusión, viva, incontenible, como un manantial transparente, un flujo vivificante.
Hoy quizás pensamos que el sujeto creador en la literatura es el elemento vertebral y hemos desustanciado la importancia de la lectura, de una lectura virtuosa y meditada, reelaborada a medida que nosotros mismos somos cambiantes y firmes, dinámicos y perpetuos.
El mismo Plotino manifestaba: "El éxtasis no conviene perseguirlo, sino esperar tranquilamente a que se aparezca, preparándonos a la contemplación como el ojo espera la aparición del Sol".
Claro está que esa espera y equilibrio debe ser abonada por acciones éticas de los individuos: renuncias, decisiones, acciones que no siempre encajan en los hábitos de la vida contemporánea y que merman las capacidades literarias y personales. No tienen cabida la injuria ni la cólera, tampoco convertirse en un francotirador de los poetas o escritores contemporáneos: tan solo el recogimiento, el sendero blanco de Rilke atravesando Duino, Dante, la elegía de Leopardo, el magisterio íntegro de Platón, el acantilado, el corazón latente, el invisible idioma de la mortalidad.
miércoles, 16 de marzo de 2016
martes, 15 de marzo de 2016
lunes, 14 de marzo de 2016
jueves, 10 de marzo de 2016
LO PRIMERO que advierte E. del cuadro es el perro. Ante el silencio de M.C. y el mío propio ella me hace poner la atención en el perro. Sin saberlo, E. me estaba enseñando a observar el cuadro por vez primera, con su mirada prístina, con su retina de azul cristalino. Nunca Las Meninas cobraron tanta fuerza pictórica ante mis ojos.
Tratábamos de atisbar cómo el óleo transmitía una atmósfera, una cadencia rítmica sobrecogida por el instante. E. ,sin embargo, lo resumió todo con el decoro más atinado. El perro, la niña tiene la pierna sobre el perro para que no se mueva porque es travieso, decía.
Nunca antes había tenido la sensación de que el perro, en la escena, cobrara más significado que el de un elemento subordinado, accesorio. Nada más lejos de la realidad, cuando la mirada, como decía Berger, se centra en ese enigmático mastín, envirotado y tan quieto, presiente que el pintor quiso otorgarle, precisamente, un lugar importante en la composición.
Recojo de los estantes libros. Los leo, anoto en ellos, como en una piel secreta, y trato de trazar un hilván inviable entre lo que sucede en sus páginas. Con este ejercicio, este juego, intento mostrar la huella invisible y eventual de loa figura de un lector, ¿yo, acaso, el que siempre dejar de ser?
Libro de Job, "Elogio de la sabiduría": "Explora las fuentes de los ríos y saca a la luz lo oculto".
Tratábamos de atisbar cómo el óleo transmitía una atmósfera, una cadencia rítmica sobrecogida por el instante. E. ,sin embargo, lo resumió todo con el decoro más atinado. El perro, la niña tiene la pierna sobre el perro para que no se mueva porque es travieso, decía.
Nunca antes había tenido la sensación de que el perro, en la escena, cobrara más significado que el de un elemento subordinado, accesorio. Nada más lejos de la realidad, cuando la mirada, como decía Berger, se centra en ese enigmático mastín, envirotado y tan quieto, presiente que el pintor quiso otorgarle, precisamente, un lugar importante en la composición.
Recojo de los estantes libros. Los leo, anoto en ellos, como en una piel secreta, y trato de trazar un hilván inviable entre lo que sucede en sus páginas. Con este ejercicio, este juego, intento mostrar la huella invisible y eventual de loa figura de un lector, ¿yo, acaso, el que siempre dejar de ser?
Libro de Job, "Elogio de la sabiduría": "Explora las fuentes de los ríos y saca a la luz lo oculto".
martes, 8 de marzo de 2016
Prístina estación
AL ESCRITOR le deberían importar tres cuestiones: la inmortalidad
del alma (de Platón), la trascendencia de las artes como forma estética de
expresión ética y la causa prístina de la propia vida como naturaleza desnuda.
Sean estos elementos definibles o no, sean estos elementos mera
fabulación, desvían las letras de la mera vanagloria, -patética y triste-, y la
dirigen hacia lo incierto, como deseaba Hölderlin.
lunes, 7 de marzo de 2016
Glauca melodía
ESTOS días, reconversión. Vuelvo a leer desaforadamente: Petrarca, también a Dante. La claridad de esos textos cada vez es más diáfana, glauca melodía para la consciencia. Además, leer, en estos tiempos, se ha convertido en un ejercicio único de pensamiento. Ahora todos opinan, como decían los filósofos antiguos, fundamentados en la doxa: la cascarilla del tema.
Leer es pensar, articula la emoción en una continuidad, la memoria. Y la memoria literaria conduce a no cometer desvelos ni desvaríos poéticos como los que, en ocasiones, leo. El verbo contiene la esencia de lo nombrado y eso hay que trasladarlo a la realidad poética. Enredado en váteres, periódicos, redes sociales, equipos de fútbol, canciones pop, realidades virtuales, perfiles y selfies...me quedo mudo y atónito ante tanta inmundicia, ante tanta tontuna y palabrería. ¿Ser moderno, actual? No quiero, no deseo esa disarmonía, vade retro, si es eso lo que la poesía actual quiere ser.
Leer es pensar y vivir en solitario, con el texto como parte de nuestra vida, nuestra vida en el texto; en una palabra fecunda, en lo que Platón llamaba la semilla inmortal.
domingo, 6 de marzo de 2016
"UN CERTO gusto...del bello o del brutto", así afirma Aretino, en 1557, en el volumen titulado Dolce. Representa este aserto una síntesis de lo que Peter Burke denomina "El gusto" en la etapa renacentista y que con tanto tino expresa en El Renacimiento italiano (Cultura y sociedad en Italia).
El lector comienza a leer estas páginas para tratar de comprender, con todas las aristas posibles, cómo funcionaba el arte en otras etapas, periodos elogiosos y que terminaron por producir textos y obras artísticas de incuestionable validez. Leo y releo las ideas del Reancimiento, el contexto cultural que englobaba a los artistas, las reflexiones que circundaban a las creaciones, las lecturas que de tiempos pasados hicieron estos autores.
Cae uno en la cuenta de la cultura que se manejaba en el mundo artístico y lo confronta con los referentes actuales. Me fascina sobre todo la interelación de las disciplinas artísticas y la consciencia de los creadores en atender a las diversas manifestaciones como forma estética de entender, complementariamente, el mundo. Esa cosmovisión frente a la decadencia lectora de la actualidad me congratula y acerca más a unas lecturas que a otras. Y me hace escribir, en este diario, que no es poca cosa cuando faltan los estímulos. Como decía Pietro Bembo: Belleza=Naturaleza=Razón=Antigüedad.
sábado, 5 de marzo de 2016
AFIRMABA el músico italiano Francesco Giorgi, franciscano y ciudadano de Venecia, que todo respondía a la armonía de toda la creación y esta, a su vez, y con ayuda de entendimiento de los judíos venecianos, de los sephirot. No queda aquí el caso pues el autor, de gran reputación en su tiempo, añadió las ideas platónicas para conformar toda una teoría como armonista. Para ello se propuso escribir un comentario a , ni más ni menos, que el Timeo de Platón. Fruto de estas tensiones intelectuales surgió el volumen harmonía mundo, publicado en Venecia en 1525.
Tras leer al autor, sus ideas, algunas sentencia brillantes y sugerentes, me quedo toda la tarde pensando y reflexionando sobre un enunciado: " Las notas del heptacordo corresponden al alma".
A las notas del heptacordo sumo las cuatro fuerzas fundamentales que actúan sobre la materia: gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil.
Con todo, arrimado al silencio que proclama este gris y este silbo del viento en la ventana, me quedo en mí, tanteando con la razón y la emoción la materia natural del espíritu.
viernes, 4 de marzo de 2016
LA CONMOCIÓN por el verbo y la reverencia a la esencia de lo nombrado. Cuando el escritor adquiere la posición en el mundo, la realidad toda, y comienza a contemplar la realidad toda sucede la revelación. La palabra dejar de ser el único instrumento de comunicación con la armonía y, paradójicamente, como no puede ser de otra manera, la desorientación, la pulsión con lo inefable va adquiriendo el matiz de realidad. Es el estadio en que el silencio toma la casa del verbo y lo desvanece todo en una conmoción. En esa conmoción el poeta comienza a dejar de ser lo que hasta ese punto creía haber vivido y pensado. El sonido multiforme de la soledad se apodera de él: llega al momento de la renuncia.
En esa hora de la renuncia, de incomprensión total por parte de nadie ajeno a su consciencia, muchos poeta se hacen reticentes a abandonarse; siguen prefiriendo el canto de sirena de los halagos, las coronas de laurel disecado y los elogios de los grillos que cantan a la luna. Existe el poeta que defiende la idea de la esencia, pero que actúa en la acción de la vanagloria. Sus textos reflejan ese sesgo de mediado, bifurcado entre lo que desea y lo que hace.
Escribir poesía es no escribir poesía de ahora, no existe el membrete adjetivar para poesía: poesía es sin tiempo, poesía no acoge los vericuetos de lo eventual para alzarlos a categoría.
El estado general del poeta, por siempre, es la incomprensión y acaso la insatisfacción de su existencia. Cuando un poeta está conforme con lo que nombra es residuo él mismo: no acaba de entender las dimensiones cósmicas en Llads que vive, cree que su palabra es la realidad misma, que lo que nombra es lo capital.
La poesía ha marcado desde su nacimiento una relación del hombre, del poeta, con la realidad. Platón ya acogió este conflicto y él mismo cayó en contradicciones dada la complejidad del asunto. Lo nombrado, la cosa misma, el camino al bosque, los límites del mundo no son los de las palabras; la palabra es nuestra forma, no la única, de conocimiento más humanamente razonado, el que creemos entender mejor; pero la poesía es creación, es revelación, es alethéia, es transformación y permanencia.
miércoles, 2 de marzo de 2016
TODO se compone de actos y delirios: comprar libros en Madrid; leerlos en el parque, en el metro, acaso en el asilo de la noche; anotar en el cuaderno naranja algunas impresiones tumefactas en la consciencia. Leer como acción en los espacios de la ciudad y sostener la cadencia de la lectura resultan ejercicios de artificio individual.
Predomina el desdén en estos tiempos, la rauda estación infeliz que azuza y cercena las contemplaciones. Con E. de la mano escojo libros bajo el sol de la Cuesta de Moyano; el librero se queda mirándome cuando observa que agarro una edición de un novelista de los años 50. me pregunta qué me interesa de él. Le digo que no hace mucho tiempo, en la literatura existía un principio casi inviolable: la conmoción por el verbo, el deseo de la palabra en su esencia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)