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"¿Verdad que no podemos amar algo si no es bello?"
clamaba San Agustín en Confesiones como una encina
en los diálogos platónicos de las hablaban en silencio
en la bóveda informe del espíritu;
¿y qué es amar, entonces?, me pregunto, ¿y qué
es lo bello, la belleza, el principio de lo amado
de la transformación del amado en amada? Ay, San Juan
embriagado en la bodega de los labios que frisan
la eternidad para los mortales en la noche profunda
la noche de aromas a rosas y del fulgor a crisálidas.
No es la belleza en el tiempo, no son las figuras
que prenden los ojos hacia la sombras;
sin embargo, se ama el tiempo, las figuras en los ojos
las sombras mas no podemos ser otra cosa
como hombres, sombras y figuraciones del ser.
Y Boecio discriminaba la realidad en "la modulación armónica"
una suerte de cifra de la unidad, de trazado secreto
hacia lo incierto, como Hölderlin;
y San Isidoro, de tanto intimidar el sentido último
de las palabras llegó a vaticinar "se puede decir
que este mundo está cohesionado
según una cierta armonía".
Y en esto la música irrumpe en el entendimiento
supremo de las cosas, en el decir oculto de la realidad;
el propio San Isidoro decía que la música
se extiende a todas las cosas y que nada existiría
sin ella, sin la matemática abisal que es un don
proviente del cielo.
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