jueves, 10 de marzo de 2016

LO PRIMERO que advierte E. del cuadro es el perro. Ante el silencio de M.C. y el mío propio ella me hace poner la atención en el perro. Sin saberlo, E. me estaba enseñando a observar el cuadro por vez primera, con su mirada prístina, con su retina de azul cristalino. Nunca Las Meninas cobraron tanta fuerza pictórica ante mis ojos.
Tratábamos de atisbar cómo el óleo transmitía una atmósfera, una cadencia rítmica sobrecogida por el instante. E. ,sin embargo, lo resumió todo con el decoro más atinado. El perro, la niña tiene la pierna sobre el perro para que no se mueva porque es travieso, decía.
Nunca antes había tenido la sensación de que el perro, en la escena, cobrara más significado que el de un elemento subordinado, accesorio. Nada más lejos de la realidad, cuando la mirada, como decía Berger, se centra en ese enigmático mastín, envirotado y tan quieto, presiente que el pintor quiso otorgarle, precisamente, un lugar importante en la composición.

Recojo de los estantes libros. Los leo, anoto en ellos, como en una piel secreta, y trato de trazar un hilván inviable entre lo que sucede en sus páginas. Con este ejercicio, este juego, intento mostrar la huella invisible y eventual de loa figura de un lector, ¿yo, acaso, el que siempre dejar de ser?

Libro de Job, "Elogio de la sabiduría": "Explora las fuentes de los ríos y saca a la luz lo oculto".