TODO se compone de actos y delirios: comprar libros en Madrid; leerlos en el parque, en el metro, acaso en el asilo de la noche; anotar en el cuaderno naranja algunas impresiones tumefactas en la consciencia. Leer como acción en los espacios de la ciudad y sostener la cadencia de la lectura resultan ejercicios de artificio individual.
Predomina el desdén en estos tiempos, la rauda estación infeliz que azuza y cercena las contemplaciones. Con E. de la mano escojo libros bajo el sol de la Cuesta de Moyano; el librero se queda mirándome cuando observa que agarro una edición de un novelista de los años 50. me pregunta qué me interesa de él. Le digo que no hace mucho tiempo, en la literatura existía un principio casi inviolable: la conmoción por el verbo, el deseo de la palabra en su esencia.