jueves, 27 de marzo de 2008

HOY ERES TÚ

A LO MEJOR, lector, cuando estés leyendo estas letras te encuentras sentado en el sillón de tu casa intentando descansar después de una semana dura de trabajo. O a lo mejor estás en la barra de un bar pidiendo un vaso de vino o una cerveza mientras hojeas las primeras palabras que se dirigen a ti, como ahora, lector. No tienes por qué estar en la barra, es un decir, a lo mejor te gusta desayunar temprano, sentado al fresco, en la calle, mientras un viento tropiquero golpea tus retinas, dirigiéndose a ti. Puede que ya sea domingo, que el fin de semana esté terminando y que, debido a otros asuntos, no hayas podido leer el periódico hasta ahora, tu ahora, lector, ese que te persigue y protege del resto, el mismo que se hace tuyo, infinitamente tuyo y personal y te ahoga. O, en todo caso, guardas la costumbre de ir al quiosco a comprar la prensa del día en cuanto te levantas, llevártela contigo y ocupar con ella tu espacio en la Plaza del Cabildo, y dejarte levar por la inmensidad de suplementos que completan la catástrofe de lo cotidiano.
A lo mejor, lector, nunca has entrado al socaire de esta columna y te encuentras cómodo; o justo al contrario, esperabas una opinión formada y sólida sobre la actualidad, como es costumbre en los artículos de opinión de cualquier periódico. A lo mejor estoy equivocado y tú mismo, desde hace poco, has cambiado de tu opinión, esa que se mostrabas sólida e inamovible frente a los demás. Se me ocurre que cuando viste en casa Sostiene Pereira, con Mastroianni, o la leíste, sí, la novela de Tabucchi, empezaste a comprender que el periodismo es una suerte de dictado ideológico que duerme en las garras del poder, y que eso te provoca un rechazo inmediato. Sostienes, desde entonces, que escribir a la luz pública es una tarea expuesta a la crueldad y la incomprensión. Por eso empiezas a comprender que en este trópico la opinión siempre vaya disuelta y en afinidad con mis días, lector, como ahora que sigues leyendo la columna a pesar de no encontrarte con una denuncia abierta ni con un nombre de político ni con las siglas del partido que votaste no hace mucho.
A lo mejor, lector, en tu confederación de almas la que se impone ahora es otra, otra distinta que te lleva a mal decir la postura hierática y cretina de los políticos. Y eso mismo lo llevas a la lectura, y dejas de leer a los que escriben siempre la misma canción o simplemente lo lees con una sonrisa, la de ver un ridículo sin querer dejar de mirarlo. A lo mejor, lector, estás sentado en el sillón de tu casa, en un bar o en casa de unos amigos. No olvides que cuando acabes de leer debes lanzarles una sonrisa, la que nos sostiene como humanos.

VARIACIONES SINTÁCTICAS

Los autores de cuento han estado sometidos al olvido sistemático. Esta afirmación contiene en sí una paradoja, siempre y cuando el olvido sea en algún momento y posea la capacidad de ser sistemático. De todas formas, y pasado el tiempo, son menos los novelistas que admiro y más los cuentistas.
"Cuento de horror:
La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones".

J.J. ARREOLA, "Doxografías", VARIACIONES SINTÁCTICAS

martes, 25 de marzo de 2008

EL VIENTO LIGERO EN PARMA

PARA los que nos sentimos lectores shandy los libros de Vila-Matas son un bálsamo cervantino que nos consuela y mejora. Y digo mejora, porque no hay un escritor actual que realice una exploración de la literatura con literatura en los fondos de la literatura como lo realiza el autor de Bartleby y compañía.
El libro que acabo de leer (releer será su futuro), El viento ligero en Parma, es una reedición de la misma obra, ya que estaba agotada. Desde el 2004 no pude hacerme con el volumen porque desapareció de las librerías de inmediato. Debido a su carácter híbrido y mestizo, en ocasiones se pudo encontrar en la sección de crítica literaria; en otras, entre las obras narrativas de su autor. No es baladí esta confusión de las librerías, yo mismo no sabría dónde colocarlo en mi biblioteca, ya que Vila-Matas ha llegado a convertirse en un rey Midas de lo literario: todo lo que toca se hace literatura y con ello, la idea de lo literario se ensancha.
El viento ligero en Parma (Sexto Piso, 2008) recopila treinta y tres artículos y conferencias del autor. En sus páginas desfila un verdadero cortejo de obsesiones y demonios de la obra vilamatiana. Para los que hemos seguido su trayectoria literaria, los escritores que se nombran y analizan nos son familiares. Tal es el caso del que inaugura la lectura, Gombrowicz. La finura con la que ahonda en sus Diarios o en Ferdydurke o en Transatlántico o en Pornografía es memorable. A continuación, y siempre ofreciendo una lectura innovadora, apunta al inicio de su carrera de escritor: el cine, Mastroianni, La notte. Seguidamente recopila el autor una serie de pequeñas estampas en que se mezclan la vida con la literatura, la literatura con la vida. De esta forma, “El paseo de Sant Joan en Rojo”, “Sobre la angustia de hablar en público”, La acera sonámbula y verdadera”, Impresiones de abstemia” o “En el sillón favorito”, por nombrar algunas, ahondan en el tema señalado.
Por otra parte están las dedicadas estrictamente a algunos escritores como el propio Gombrowicz, Bolaño, Sterne, Tabucchi, Beckett o Pitol. Todo ello salpicado con citas constantes e intertextuales de escritores de su gusto como Kafka, Proust, Musil, Balzac, Joyce, Cervantes y Robert Walser.
El libro está escrito con la prosa que caracteriza a Vila-Matas: desenvuelta y de fácil disposición sintáctica, arrimada en muchas ocasiones a la oralidad y el ámbito coloquial, pero, sobre todo, ajustada al pensamiento con que pretende arañar en las incertidumbres que la literatura ofrece cuando se diluye en la vida.
Nada en este libro está escrito sin un impulso literario y eso se traslada al lector que, hipnotizado y empachado de literatura, vomita sonriente ante el festín que tiene por delante. Es costumbre que en los libros de Vila-Matas apunte en su sobrecubierta, por la parte trasera, los títulos y los autores que se van citando. Para otro día dejaré este corpus que en no pocas ocasiones he seguido como criterio propio de lectura. Quizás con el tiempo esa lista termine en una historia de la literatura portátil, la que he escrito en las sobrecubiertas de sus libros. En fin, déjense acariciar por el viento ligero en Parma.

domingo, 23 de marzo de 2008

TORRIJA SANTA (II)

ME VAN a perdonar que la semana pasada los dejara con la torrija en la boca y con la cabeza llena de reproches para estos trasiegos evangélicos. Pensaba yo en la torrija empapada en manzanilla, cuando de repente acudí al pasaje de Marcel Proust, en En busca del tiempo perdido, en que el personaje rememora su infancia cuando está degustando una magdalena en la merienda. Moja su magdalena en un vaso de té y a partir de entonces, las miles de páginas empiezan a darle forma literaria a su vida, la que vivió, la que recuerda y la que escribe. Algo parecido, aunque el tópico se ha utilizado ya muchas veces, me ha ocurrido a mí con la torrija. Ella me ha dado el límite para fondear entre mis recuerdos en busca de los momentos perdidos.
Rafael Alberti cuenta en La arboleda perdida como su pasado quedó concentrado en un camino bordeado de chumberas y de retamas blancas y amarillas llamado, como después él tituló al libro, la Arboleda perdida. Dice Alberti que todo era allí como un recuerdo: los pájaros, el viento; que todo sonaba a pasado, a viejo bosque sucedido. Algo parecido me va sucediendo a mí cada vez que regreso a Sanlúcar. La encuentro tan distinta, sin sus navazos a pie de playa por donde jugué desaforadamente, sin los cañaverales con los que hacía lanzas pertinaces que me convertían en un explorador de las mañanas. Será que todo necesita fijarse en un punto del pasado, de lo que creímos que perduraría, para después escribirlo y sentirnos como ese punto: sucedido, de otro tiempo, de guerras perdidas.
Tiempo de guerras perdidas es el libro que comienza la novela de la memoria de Caballero Bonald. En él deja claro que “las fronteras de la infancia suelen coincidir con las del verano”. Justifica sus palabras recuperando los límites estivales entre las copiosas imágenes que posee de la infancia: un ejercicio que lo lleva desde las calles céntricas de Jerez a la fuerza proteica de las playas de Sanlúcar. Esos límites con el verano tampoco me dan la medida exacta de la infancia, pues más bien recuerdo los veranos como dilataciones del mediodía. Al mediodía, no hace mucho, Sanlúcar guardaba en su seno los misterios de la luz, de la quietud y de lo primigenio. Ella aglutinaba un silencio que se nutría de la templanza con que se forjan los recuerdos que amasan su esencia.
Todavía no he mordido la torrija porque no he parado de escribir a cerca de los recuerdos. Todavía no he mordido la torrija porque sería un maleducado y no se habla ni se escribe con la boca llena. Eso es, llena tengo la memoria de recuerdos inventados, de la costumbre de vivir, de una voz que se debe a lo que fui.

miércoles, 19 de marzo de 2008

JULIÁN RÍOS. LARVADO EN EL CORTEJO (I).

LO PRIMERO que leí de Julián Ríos (Vigo, 1941) no fueron sus novelas u obras dispersas, sino una crítica acerca de Larva. Babel de una noche de San Juan (1984) escrita por Juan Goytisolo en Contracorrientes (1985). Como me ha ocurrido en varias ocasiones, el árbol de la literatura que es Juan Goytisolo me ha regalado muchos frutos y buenos. Reproduzco las palabras que principian “Dos aproximaciones a Larva” en el libro indicado: “La escritura es o debería ser la exploración de territorios o parcelas desconocidos de la realidad: acto mediante el cual el productor del texto responde o debería responder a la exigencia no sólo moral, sino física de inaugurar ad libitum campos insospechados de desalienación, de inventar nuevas y más amplias libertades, de propiciar al fin la anhelada reapropiación del cuerpo humano, tradicionalmente abstraído o negado por credos, religiones, ideologías. Empresa titánica que le obliga a enzarzarse en duro forcejeo con el código lingüístico comunitario, y no precisamente para devolver a su pureza primera, como quería Mallarmè, las viejas palabras de la tribu”.
De esta forma saluda Goytisolo la escritura de Julián Ríos, situándola en la órbita de aquellas obras que han supuesto un abismo inexplorado para el lenguaje y una ruptura filosófica con la manera de aprehender la realidad. No puedo resistirme a traer de nuevo unas palabras del autor de Makbara (1980) que hacen referencia, precisamente, a esa dicotomía vacua e innecesaria que la crítica ha establecido entre obras inteligibles e ininteligibles: “La prosa de Julián Ríos muestra, con su rigor sin falla y su prodigiosa capacidad de invención lingüística, que los caminos de Sterne y Joyce, Rabelais y Cèline, Cabrera Infante y Sarduy resultan perfectamente transitables. Julián Ríos maltrata, manosea, violenta, sodomiza la normalidad lingüística […]”.
Creía oportuno construir esta antecámara a las palabras que pienso dedicarle a la novela que acaba de publicar J. Ríos, Cortejo de sombras (2007), y que tan gratos momentos me ha dispensado en estos días de atosigamiento religioso.

JULIÁN RÍOS. LARVADO EN EL CORTEJO (II).

DE TODAS FORMAS, el mayor juego que ha hecho Ríos con la literatura es dejar sin publicar un libro durante casi cuarenta años. Cortejo de sombras se redactó entre 1966 y 1968 y acaba de publicarse en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, editorial que se plantea editar las obras completas del autor gallego.
Escribo libro porque Cortejo de sombras no es propiamente una novela, tampoco un libro de relatos, ni tan siquiera una nouvelle. Es la descripción narrativa de un espacio, Tamoga, que funciona de "aleph" para todos los que habitan en él y para todo lo que sucede en él. Aunque no por ello estaríamos, a lo sumo, ante un ejemplo de “novela de espacio”, según las palabras del crítico W. Kayser: ni los ambientes sociales ni el marco histórico determinan el desarrollo de la trama. En cualquier caso, las descripciones, los personajes, sus diálogos y las acciones quedan determinadas en la templanza de un espacio; el espacio es el testigo de lo que sucede, en él se guardan los secretos de las genealogías que han vivido en él, es decir, el espacio se nutre de lo externo. En una interpretación fenomenológica, Bachelard aplicaría a la perfección su poética del espacio en Tamoga.
De esta forma, los límites entre lo real y lo fantástico quedan desdibujados en una suerte de mágico realismo. La obra de Juan Rulfo abriga muchas de las páginas de este magnífico libro, aunque no por ello deje de escucharse la personalísima voz del autor. Sin embargo, muchos de los personajes, como Palonzo, recuerdan con claridad a “Macario” del Llano en llamas (1953).
En este sentido, la sintaxis reducida, sintética, sencilla pero penetrante, concisa, de adjetivación brillante y justedad de párrafos rinde homenaje, igualmente, al tono rulfiano que posee. La novela tiene un tono de extrema adicción y un eficiente desarrollo de la trama. Por momentos recuerda al Benet de Volverás a Región (1969), pero la prolija prosa de Benet poco tiene que ver con la Ríos. Las dos son de extrema calidad, pero distintas. Una, la benetiana, profundiza en párrafos interminables y en descripciones estáticas. Ríos, por su parte, agiliza los procedimientos a favor de la sugerencia. Sin embargo, ambos ahondan hasta los recovecos de Región y de Tamoga hasta penetrar en sus catacumbas y hacerlas literatura.
No es éste un libro experimental, cercano a lo que el autor dejaría en las prensas a la postre. Es más, redunda en cada una de las secuencias un profundo corte clásico en que las claves de la narrativa se desarrollan fehacientemente. El narrador en primera persona se combina con la tercera persona, el testigo con el protagonista; se suceden los cambios de voces narrativas con habilidad y, en ocasiones, se ofrece un multiperspectivimso muy conseguido a través del etilo directo o indirecto libre. Algunas historias poseen estructuras circulares, otras se dejan llevar por finales abiertos que dejan en manos del lector la posible reconstrucción de lo sucedido. Sólo en "Palonzo" se evidencian algunos juegos de orden léxico como: “cuidamaba” p. 58, “gocespasmo” p. 62, “brincalegre” p. 63 y “blancamudez” p. 63. Larvas léxicas, posibles, de lo que después desarrollaría plenamente en otras obras.
Completan el libro nueve secuencias, a saber: "Historia de Mortes", "Las sombras", "Palonzo", "Cacería en Julio", "La casa dividida", "La segunda persona", "Dies Irae", "Polvo enamorado" y "El río sin orillas". Dos de ellas ofrecen la misma historia, pero desde puntos de vista distintos, "Cacería en Julio" y "Dies Irae". Es la historia del sastre de Tamoga, Celso Castillo, narrada en el presente del suceso y después de treinta años del mismo.
En todas las historias, los protagonistas son verdaderas sombras, larvas de lo que finalmente intentarán ser. El pueblo, testigo de lo que ocurre, actúa como un corifeo mudo y pintiparado que sólo atestigua lo que está aconteciendo. Es un reflejo de la Galicia de posguerra, donde el miedo a las confesiones sacudía la atmósfera de los pueblos. Así, los silencios, la potencia de la naturaleza gallega y los comentarios de alcoba son inherentes a la sociedad en que se sitúan las historias.
Los nombres alegóricos y las historias fantásticas de ciertos protagonistas y demás personajes llevan a identificar al libro con las leyendas mágicas de la galicia profunda, leyendas a las que Julio Caro Baroja o Lisón Tolosana entre otros, han dedicado buena parte de su quehacer antropológico. Tal es el caso de Mortes ("Historia de Mortes") que regresa para morir en Tamoga y a quien nadie recuerda haberlo visto; de la centenaria Sacramento Andreini, esposa de Salvador Peña ("Las sombras"); de la anciana retirada, Luzdivina, vendedora de estriércol y limpiadora de pozos negros ("Palonzo") y de la animalización del propio Palonzo, que bien podría ocupar alguna página de su posterior obra Monstruario (1999); de Horacio Arias y su hermana Delia ("La casa dividida"); de Eladio Robles Sanz, el notario de Tamoga ("La segunda persona"); del sobrecogedor Elías Racha y su mujer Magana y su sobrino Claudio ("Polvo enamorado"); de José Augusto-Iglesias, el colombiano de Barranquilla, que recuerda haber nacido en Tamoga y que cuando regresa lee su nombre en una lápida ("El río sin orillas"). A este cortejo cabe incluir a un personaje constante en casi todas las secuencias, el padre Cándido Lozano, una especie de salvaguarda de la posible demonización a que sucumbe el territorio "en que si es difícil vivir es mejor que ningún otro para ir a morir”.
Es esta una obra que desdice muchas de las acusaciones que se le ha lanzado a Julián Ríos desde antiguo (epígono de Joyce, vacuo registrador de juegos léxicos, etc.) y que hace que su autor merezca de una vez por todas que los lectores reconozcamos en su obra el compromiso rilkeano de la escritura. Escritores como Ríos merecen nuestra atención, demasiado anquilosada en productos mercantiles y en fantoches de las letras y los suplementos y las editoriales. Cortejo de sombras es, efectivamente, con Goytisolo, “la exploración de territorios o parcelas desconocidos de la realidad: acto mediante el cual el productor del texto responde o debería responder a la exigencia no sólo moral, sino física de inaugurar ad libitum campos insospechados de desalienación, de inventar nuevas y más amplias libertades”. Por eso su obra ha sido una larva (ya formada, madura) en el cortejo de sombras de las críticas que han sacudido este país de realismos injustificables.

lunes, 17 de marzo de 2008

TORRIJA SANTA

LAS FIESTAS en las que todo el mundo se agolpa y adocena no las aguanto. Tampoco las que convierten a las ciudades en recintos destinados al disfrute de la fiesta o celebración o conmemoración que toque según la creencia o el suelo patrio en que uno viva. No consiento las fiestas de exaltación a nada. No reconozco como tales las exposiciones públicas de las creencias o aficiones que de vez en cuando se echan a la calle, como si la calle necesitara de su bullicio y desmesura. Por tanto, no entiendo cómo la Semana Santa todavía sigue marcando una semana festiva en que incluso el acceso a la vivienda se convierte en una aventura digna de la mejor novela bizantina.
Sin ir más lejos, el año pasado, cuando regresé de un viaje por tierras parisinas -donde no vislumbré ni un solo resquicio de incienso-, tuve que reñir con algunos entusiastas para poder llegar a mi casa cargado de maletas (y también, para decir la verdad, de quesos, vino, libros). Me argumentaban que llevaban allí dos horas esperando a la cofradía y que yo pretendía colarme y quedarme con el sitio. Nada más lejos de realidad. Aquí no queda la cosa, durante la Semana Santa no puede uno tomarse tranquilamente un refrigerio en la plaza del pueblo porque resulta que están por las calles, a golpe de tambor, las manifestaciones modernas de la fe, es decir, las cofradías. Porque la fe católica nunca se ha visto más veces en la calle que en estos tiempos de familias verdaderas u obispos políticos. Curioso es el silencio que se exige a los ciudadanos cuando la imagen se encuentra cercana a alguien que sigue su perorata con los amigos sobre los trabajos y los días. Hasta el silencio, que en Sanlúcar ya no existe, se hace público por gracia de los acontecimientos de este calibre. Aunque, evidentemente, salvando alguna que otra virtud artística y cultural a la manifestación religiosa, he de decir que la metonimia de la Semana Santa es la torrija, santa torrija, claro está.
Sólo me gustan las que se maceran con manzanilla. Ni la salmuera, ni el vino blanco ni el almíbar ni la leche han sabido conquistarme cada primavera. Ellas dulcifican cualquier descarrío evangélico y todas las declinaciones pecaminosas. Así que lo único que espero durante esta semana es reencontrarme en el paladar con la exquisitez de la artesanía. A fin de olvidarme, a pesar de ser una tarea imposible, de las sinrazones que azotan a este mundo de espíritus vacíos que buscan el abrigo de la calle para justificar su existencia.

sábado, 15 de marzo de 2008

CRÍTICA DE UN CRÍTICO

EXTRAIGO unas palabras referidas a la crítica literararia de uno de los grandes críticos de la literatura occidental, George Steiner. Sus libros son degustaciones del buen hacer del intelectual que se acerca al fenómeno literario, mas sin posicionarse, como es costumbre, en la absoluta certeza de sus palabras. Por el contrario, Steiner ha ido analizando la crítica de la literatura a la par de la propia obra literaria, poniendo en tela de juicio el propio concepto de "crítica". En Lenguaje y Silencio (1982), se puede leer lo siguiente:
"El lenguaje es el que arranca al hombre de los códigos de señales deterministas, de lo inarticulado, de los silencios que habitan la mayor parte del ser. Si el silencio hubiera de retornar a una civilización destruida, sería un doble silencio, clamoroso y desesperado por el recuerdo de la Palabra. [...] El crítico vive de segunda mano. Escribe acerca de. Ha de dársele el poema, la novela o el drama; la crítica existe gracias al genio de otros hombres. En virtud del estilo, la crítica puede convertirse en literatura. Pero esto sucede sólo cuando el escritor hace de crítico de la propia obra o de corifeo de la propia poética, cuando la crítica de Coleridge es obra acumulativa o la de T.S. Eliot divulgación. Fuera de Sainte-Beuve, ¿hay alguien que pertenezca a la literatura permanente en calidad de crítico? No es la crítica lo que hace vivir al lenguaje".

martes, 11 de marzo de 2008

YO ERA UN TONTO Y LO QUE HE VISTO ME HA HECHO DOS TONTOS

EN MUCHAS ocasiones, desde antiguo, se ha discutido sobre la "claridad" y la "oscuridad" en la poesía. Los matices a los que pudieran ser sometidos los dos términos dan para escribir varias tesis doctorales, pero ése no es nuestro caso. Quiero, simplemente, arrimar a estas disquisiciones unos versos cristalinos de Rafael Alberti, quien me parece un poeta degradado por sus implicaciones políticas y a quien han querido, los críticos y otros secuaces, resumir con Marinero en Tierra (1925).
"Poeta, por ser claro no se es mejor poeta.
Por oscuro, poeta, -no lo olvides- tampoco."


Cármenes

sábado, 8 de marzo de 2008

UNA GRAMÁTICA DE 1926

AÚN no he confesado una de las aficiones que mejor soporto y que más desarrollo: comprar en librerías de viejo. Visitar una librería de lance es una aventura nonata. Nunca sabemos -a diferencia de una librería al uso donde todo está ordenado y clasificado al son del mercado editorial- con qué nuevo volumen vamos a encontrarnos. Todo comenzó hace años, cuando en la facultad nos avisaron de la imposibilidad de encontrar Historia de un deicidio, de Vargas Llosa, y América en sus novelas, de Morales Padrón. Esa misma tarde fui a una librería de lance con la intención de husmear por sus anaqueles empolvados y repletos de firmas antiguas, jamás con la intención de encontrar esos ejemplares. Los encontré los dos y a un precio ridículo. Desde entonces no he dejado de comprar libros en ellas.
Son muchos los libros que agotados, fuera de colección o publicados en otros países he podido leer gracias a estos parajes de los olvidados. Hoy mismo he comprado una Gramática Española de 1926 por un euro. Es, concretamente, el “libro del maestro”. En su portada reza la siguiente presentación: “Gramática Española por Edelvives, Tercer Grado, obra conforme con la RAE, 1926”. A continuación, si pasamos la página, nos topamos con la siguiente información: “Nihil Obstat, el censor, Jaime Pons S.J, Barcelona, 19 de octubre de 1926”.
A partir de aquí podemos hablar de la historia social de un país a través del estudio de la gramática. El índice general de la obra es ya una curiosidad en sí: ejercicios preliminares, analogía, prosodia, ortografía, sintaxis, de la composición, trozos escogidos para dictado y paremiología.
Los ejercicios preliminares encierran ejercicios acerca de los conceptos que los jóvenes de entonces debían manejar con soltura. Tales son “Dios y mundo”, “trabajo y premio”, “pecado e infierno”, etc. En una suerte de breviario bíblico se suceden una y otra vez juicios del calibre de “el vicio merece castigo”, “la vida del hombre es breve y penosa” o “la muerte de justo es preciosa a los ojos del señor”.
El bloque de analogía se dedica al estudio de la morfología: el artículo, el nombre (se dice accidente del nombre para referirse al género y al número, como antaño), el adjetivo, el verbo, etc.
La parte segunda es la prosodia. En ella se atiende a cuestiones relacionadas con las grafías, las sílabas, el acento, la cantidad y la métrica. Ya en el tercer apartado, la ortografía, se detiene en el uso de las letras, los signos de puntuación, los homónimos y los parónimos. El cuarto apartado es el dedicado a la sintaxis. Comienza por los elementos esenciales de la oración, pasa por el complemento del nombre, los del verbo, la concordancia, la oración simple, las oraciones de relativo y culmina con las subordinadas de todo tipo.
Sin duda, la parte más jugosa y singular -a pesar de las antiguas teorías gramaticales que se enjuician en la obra y que forman parte de la historia de la lingüística en un suerte de palimpsesto para todo filólogo que se precie- se encuentra en el final, en el apartado que abre el apéndice y que parece intitulado como “De la composición”. En él se proponen unas claves para la buena elaboración de una “composición”. De la mano del más estricto sentido retórico, nos lleva desde la elaboración de esbozos y esquemas (recensio) hasta la elocución o estilo, la amplificación o la acción; todo ello poniendo mayor énfasis en la narración, la descripción, la carta y el diálogo.
Por último, cierra la obra una recopilación, “conforme al DRAE”, bajo el marbete de Paremiología, esto es, un tratado de refranes. En él se suceden un ramillete de refranes que tiene su explicación semántica y la indicación de su uso líneas más abajo.
Todos los ejercicios de orden gramatical están ejemplificados con fragmentos literarios, aunque bien es cierto que los fragmentos son de temática monocorde, centrados de lleno en el espíritu de quienes poseían la absoluta potestad sobre la educación…para la ciudadanía. Una golosina, al fin y al cabo.

miércoles, 5 de marzo de 2008

DEBATES ANTIGUOS

NO VOY a escribir nada sobre los debates de los candidatos políticos que se han celebrado en la televisión pública. Nada sobre la niña de Rajoy ni sobre la buena suerte de Zapatero; nada acerca del control inmigratorio ni de la ceguedad con la educación; nada sobre Irak ni sobre ETA, y absolutamente nada sobre las mentiras y las desviaciones interpretativas que los dos púgiles han presentado a un país de sesgo cada vez más ecléctico. Lo digo con Nietzsche: "no hay hechos, hay interpretaciones".
Así que voy a limitarme a las oraculares palabras de Azorín en La Voluntad (1902), ¡pareciera presente bajo la mesa del debate...un siglo antes!:
"Yo no lo sé; quizás en España está aún lejano el día, pero en otros países, en Francia, por ejemplo, ya se ha dado la voz de alarma... Un día - se ha dicho- el absentismo, la usura, las hipotecas, el exceso de tributos, pondrán la propiedad rústica en manos de los bancos de crédito, de los grandes financieros, de los grandes rentistas;...".

lunes, 3 de marzo de 2008

LOS BUDDENBROOK, T. MANN

LA EDITORIAL Edhasa está empeñando sus bienes para que los lectores devoren al novelista de la música, las montañas y los doctores: Thomas Mann. A las maravillosa ediciones conmemorativas y de lujo a las que nos tenía acostumbrados, se suma la reedición de la primera novela de Mann, -¡contaba con veinticinco años!-, Los Buddenbrook (1897), y con ello ha inaugurado el 2008 con una nueva traducción de la obra. Me parece estupendo que vayan revisando las traducciones de ciertas obras, ya que en ocasiones se encuentra uno con reminiscencias arcaicas que entorpecen y, en muchos casos, enlentecen la lectura. Me acuerdo de los “laísmos salinescos” (verdad, Iván) que don Pedro desperdigó en la obra de Proust. Elogiosa traducción, pero susceptible de revisión igualmente.
Volviendo a Thomas Mann, rescato un fragmento de una carta del autor dirigida a un colega y que se refiere a su editor de entonces. Es la época en que germinaban las ideas de Mann acerca de la novela que se disponía a escribir:
"La novedad más reciente es que estoy preparando una novela, una gran novela... Fischer, quien al parecer se promete hacer un pequeño negocio con mi producción, ha expresado reiteradamente en sus cartas el deseo de publicar una obra mayor mía en prosa; un libro así lo podría comercializar mejor que un volumen de cuentos. Yo mismo no había creído hasta ahora que llegase a tener el valor de emprender una empresa así. Pero, casi de repente, he descubierto una materia, he tomado una resolución y estoy pensando en comenzar con la escritura."

domingo, 2 de marzo de 2008

A AÑOS LUZ...

SONÓ el timbré del piso y al momento la voz invadió mis oídos. Era Manuel Gallego, un antiguo compañero que ha compartido el paso de la “línea de sombra”, lo que Conrad propone como el traslado que sufre la pubertad hacia la madurez.
“¡Ay, Gallego, la vida nos azuza…de tantas formas que nunca sabemos hacia dónde nos lleva, más bien nos turba y confunde! –dije mientras estábamos sentados en la Plaza del Pan, en Sevilla, en una esquina presenciando el espectáculo de la normalidad.
“Tomás…recuerdo que empezamos enfrentándonos a todo, pensando que en algún momento todo se haría más claro con los años. Todo lo contrario, no sé bien dónde ni cómo dispondré mis días; lo que antes era indispensable, ahora no es nada, lo que me sobrecogía ahora me deja indiferente, lo necesario es accesorio, lo fundamental es accidental… ¿tanto hemos cambiado, o sólo es una sensación? –me preguntó Manuel como si yo fuese un oráculo cargado de soluciones.
“He aprendido que antes no sabía pensar, últimamente he aprendido a pensar una y otra vez… o, por lo menos, a saber qué no es pensar. Dice Nietzsche que no hay hechos, hay interpretaciones –quise contestarle con la intención de aclararle algo en el camino.
“Por ejemplo, Tomás, necesito pintar. Necesito volver a sentirme uno con el pincel, los colores, la perspectiva – cuando acabó de dirigirme estas palabras tomó el vaso y le dio un sorbo al refresco. “Así que estoy buscando la manera de recaer en el compromiso diario con la pintura, con la expresión que me hacía, no hace mucho, tú lo sabes” –puntualizó. “Me da pánico aislarme en una soledad absoluta en busca de mí mismo, me da miedo o reparo, no lo sé, el aislamiento de todo tampoco es beneficioso, ¿no?”- aclaró con énfasis.
“En ocasiones, ¿qué ocasiones?, la soledad vislumbra lo que debemos desarrollar y nos ayuda a tener consciencia del encuentro con nosotros mismos. Una vez que has intuido tu perfil serás capaz de observar el resto desde sí, es decir, sin ningún prejuicio equívoco. Si conoces bien el lugar que habitas y ocupas sabrás dónde están los otros límites” –sin ninguna firmeza llegué a crear estos silogismos vacuos y casi incognoscibles.
La tarde era lenta, de otro tiempo. Las manos del pintor acariciaban un libro de fotografías del universo. Por momentos, me sentí flotando en esas galaxias, en la órbita que me presta la amistad de los que aún se preguntan.

sábado, 1 de marzo de 2008

LAS EDADES Y LA MUERTE

Es la primera vez que escribo sobre la muerte de un familiar en esta bitácora. En otras ocasiones me he referido a la de un escritor o un personaje que merecía mi atención. Sin embargo, hoy la muerte la he visto frente a frente, con sus fríos y desvelos, su noche y su infinito. Hoy me he acordado, por azar, de una pintura de Brueghel, "el viejo", que expongo junto a estas letras. También de varias elegías poéticas: Miguel Hernández, Alberti, Lorca,... Por encima de todos, unos versos de Antonio Machado me han percutido en mi duelo nocturno con el sueño. Al igual que estos, Quevedo se me ha vuelto hoy más transparente que ayer y que mañana. Cuando he estado junto a la difunta atestigué que en un amanecer "junto/ pañales y mortaja" y vi que la presencia de Encarnación no será más que "presentes sucesiones de difunto".
La muerte nunca viene a tiempo, aunque cuando alguien escala hasta la condición de nonagenaria, la muerte, el tiempo y la vida se hacen un todo. Este fin de semana la he visto encarnarse con sus patas de caña y trastocar la apariencia de lo real. En un golpe tierno se nos ha ido, como del rayo, la “chacha”, Encarnación, porque, con Antonio Machado:
“un golpe de ataúd en tierra es algo
completamente serio”

Seguirán el silbo de sus ocurrencias y el timbre de su piel diluidas en la memoria de su familia. La imagen fija de una letanía que ya será inherente a su silueta de tacto apergaminado; la que ahora sostengo en este tiempo que ya corre, vuela y desaparece.