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lunes, 24 de mayo de 2010

Ayer, frente al mar en lucha, el cielo mostraba sus propiedades cerúleas. Era intenso, casi rayano en la limpidez de la transparencia. Las dos estampas eran complementarias, el mar embravecido; el cielo intonso e inmaculado. De repente, un ave cruzó el horizonte. Era una de esas aves migratorias que se instalan en Doñana por un tiempo. Parecía agotada después de cientos de kilómetros contra el viento. Y la imagen fue tan poderosa, tan cristalina y natural.
El día en que consiga escribir algo parecido a ese paisaje, estas letras podrán darse por rectas palabras del origen. Porque ayer todo era la realidad traspasada, era una realidad que invitaba a formar parte de ella.
El poeta, entonces, es ese animal migratorio que, de vez en cuando, atraviesa un horizonte con un puñado de palabras en el pico. Palabras sin ser notadas, surgidas del viento y salvadas de la tierra, pero indispensables.

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La figura del poeta actual es colectiva. Forma parte de saraos, grupúsculo y otras raleas. Se deja llevar por los actos en bares, recintos y otras ferias. Se identifica con un colectivo en que hay poetas impostados, pero nada importa siempre y cuando el nombre quede en el grupo.
Los integrantes de esos grupos se leen entre ellos (algunos no leen otra cosa) y no escatiman en elogios ni en benevolencias. Publican a destajo, a pesar del plano verbo que los ampara. Los hay que se inclinan por una vertiente religiosa muy acuciada, otros lo hacen por la posmodernidad modernizada en postmoderna postpoesía. Un ramillete persiste en los maestros que lo hicieron poetas repitiendo sus sagrarios.
Uno, que considera al poeta un individuo con todas sus consecuencias en la plenitud de la soledad, no sabe cómo actuar, ni cuáles son los rifirrafes de turno. Ante algunas circunstancias, que nada tienen que ver con la poesía, responde como lo hace ante un personaje del medio social de medio pelo, sin desprecio, pero con la indiferencia de la nada.

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En la diversidad, encontrarás tu voz. En ella, refulgirá clara y pertinaz las personas del verbo por el que debes declinarte. En su refugio, por que serás invitado a un refugio, hallarás la palabra y el fuego y serán uno. Y te apartarás de todo sin decir nada para volver a convocar el mundo. Cuando te sientas en la casa del ser, cuando tus dones otorguen la presencia real de la realidad, serás consciente luz. Al abandonarte te habrás creado.

domingo, 16 de mayo de 2010

Apoético

La poesía europea, desde mediados del siglo XIX ha hecho de la negación de la poesía el más alto estilo de poesía. Rimbaud intentó llevar al extremo este conducto por el que se afirma la existencia de lo poético precisamente destruyendo lo que había de poético. Ante esta dicotomía, los poetas, los grandes poetas de la modernidad, tuvieron dos opciones: callar o levantar los sesos de la poesía hasta el momento. Quizás, en ese trazo de bifurcaciones, las dos opciones eran, en el fondo, lo mismo; y todo quedaba al amparo de la palabra frente al silencio. Entender, sin embargo, estos nuevos bríos de esta forma es equívoco. Porque la palabra no se opone al silencio. El silencio es su seno, de él surge y a él aspira, él es su límite y él es su territorio marginal.
Claro que, en esos años a los que nos referimos, existía otra conciencia histórica que maleaba, con fuerza, la propia concepción del hombre como animal de tiempo, como animal de conciencia que, aun siendo pasajero y momentáneo, sabía de la fuerza proteica de su palabra en el tiempo. Frente a estos temas que surgieron gracias a la potencia filosófica y de pensamiento que se disparó en el XIX, tenemos ahora la gran ausencia de pensadores que marquen, que estimulen, que creen conciencia histórica. Es uno de los síntomas de esta era tecnológica.
En estas circunstancias, de vacios intelectuales y de tendencia a compromisos políticos e históricos sin fundamento, de entrega al lenguaje de la tecnología como si lo poético hubiera sido finiquitado y totalmente explorado, como si lo poético hubiera quedado fuera de lo poético, se crea una poesía que no desvela nada, que no revela nada, que se hace defecto de unas aspiraciones sin matices. De ahí que uno lea continuadamente libros de poemas que no establecen, por sí mismo, ninguna propuesta personal e individual entroncada con lo esencial del hombre. Sólo compruebo que se repiten soniquetes de “poetas mayores”, de poetas vencedores en los terrenos de la mediocridad y la prensa. Porque la propuesta personal más ambiciosa debe comenzar desde dentro, desde los reinos del ser. Justo en el lugar en que las preguntas no encuentran respuestas absolutas y en que el lenguaje necesita ampliarse y reducirse, revelarse y transformarse por la cualidad de lo nombrado.
En realidad, lo que sucedió desde mediados del siglo XIX fue la independencia de la poesía frente a otras y ajenas circunstancias de paso. Supieron los poetas sublevar los anexos de la realidad al fruto verdadero de la palabra. Ahora, sin embargo, Se han cerrado los conductos de comunicación con la vasta y etérea realidad que nos sustancia y que, a pesar del avance de la tecnología, sigue palpitando y latente, como lo hará siempre. Ya no es sólo la ausencia de la divinidad y del estigma que ello posee sino la ausencia de lo otro desde el amparo de la poesía. ¿Podría un poeta que no posee creencias religiosas llegar a escribir un poema que roce las ansias, el anhelo de la divinidad (entendida esta palabra en sentido griego)? En san Juan de la Cruz tenemos el ejemplo a la inversa, pero Rilke, Hölderlin o Baudelaire son poetas de lo divino. Supieron desgajarse de la férrea asimilación católica e iconoclasta para alzarse por encima de sus circunstancias sin renunciar a la aspiración divina.

Pienso, en estos momentos, en esos poetas actuales que escriben poemas diciendo que los liberemos de pecados, que los perdonemos si utilizan , luz, dios, soledad, belleza u otras palabras de raigambre hegeliana o posromántica. La perspectiva se equivoca. Hablar sólo de uno mismo, escribir un poema con lo que uno cree que debe ser un poema, es una limitación y una coartada que revoca al fracaso. Porque la poesía no consiste en sacudir de sus líneas tales o cuales palabras, sino en saber utilizarlas para referirse, aunque sea sólo como intuición, a la materia que nos recorre. La materia de la finitud que posee la conciencia del tiempo histórico y perpetuo.

jueves, 13 de mayo de 2010

En la creación poética la palabra vuelve a su estado inicial: es desasida de su ser y se envuelve en otro. Poesía es ritmo creador, lugar de encuentros, anulación de la vida y procreadora de purezas. En ella participan el poeta y el lector engarzados por la metamorfosis de la lectura.
Coincide con la filosofía en sus comienzos, ya que toda poesía es una crítica a las palabras. El poeta se encuentra con que debe establecer qué hay en la palabra virtud, en la palabra belleza, en la palabra tiempo para establecer, de nuevo, en limpio, qué es la virtud, qué es la belleza y qué el tiempo. En ese ejercicio de inconsciencia, de indagación, de usura, el poeta sólo puede acceder a la esencia a través del lenguaje. En el lenguaje empieza y acaba la poesía, en el lenguaje transgredido y saqueado.
Esa es la primera estación del poeta, la palabra. De ella surgen las direcciones de la creación. Por un lado, el vínculo entre el nombre y la cosa en sí. Por otro, la indagación del ser. El poeta llega a sí mismo a través de la palabra, pero no sólo se alcanza sino que se traspasa y completa hasta ofrecer la imagen de todos los hombres. En un poema están todos los poemas. En un poema, todo lo que puede ofrecer un poema, está en él. La poesía es una fragmentaria asimilación de la realidad, porque se hace de creaciones independientes, pero siempre motivada hacia la misma fuerza unívoca.
Arrancadas de sus hábitos cotidianos, las palabras retoman su estado prenatal. Y ellas pueden nombrarlo todo y todo en ellas cabe de nuevo. Es el poeta Prometeo con un fuego robado para entregarlo a la belleza y a la verdad del arte.


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A pesar de su insuficiencia, no hay otra forma de explicación que las palabras sucesivas.

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El poema es la revelación de lo que somos.

martes, 11 de mayo de 2010

La poesía, dije hace poco, deja al escritor ágrafo trágico, porque al volverse la luz en unas pocas palabras, ¿cómo escribir sin mesura? La prosa, a fuerza de disciplina y constancia, puede ir tomando las aspiraciones del verso: reducir el mundo a un solo momento. Cuando eso sucede, cuando un escritor consigue que un lector pueda apreciar por instantes la compleja sucesión de lo real, el prodigio es factible. Por eso Borges insistía en el aleph, en eso que consigue la poesía. Esa aglutinación y síntesis que nutre el espacio poético.

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Luego es evidente que la prosa consigue otras formas de expresión, porque la palabra es ancha y ajena. Y de la misma forma que el novelista debe leer poesía, el poeta debe enfangarse en la prosa, revolcarse en ella y observarla por extenso. Por ejemplo, Thomas Mann. Por ejemplo, Proust. Por ejemplo, Pessoa. El ritmo de la prosa, la realidad nombrada, los temas que se cruzan revocan siempre a otra realidad velada que en el poema se manifiesta con la máxima claridad de la palabra, pero que en la prosa se muestra incluso con sus demasías.

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En esas demasías de la palabra, en ese material sobrante, hay renuncias que deben ser consideradas para saber atestiguar lo que no hace falta, como esas pinceladas sobre el lienzo que terminan difuminadas i sin integrarse. Me refiero a esas páginas lastimeras de algunos prosistas que esconden, más bien, un ego demasiado vistoso. Eso sucede cuando la narración se subleva a la realidad. Toda creación debe ser palabras a borbotones, nacidas de lo hondo...aunque lo hondo pertenezca al reino del silencio.

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En algunas ocasiones me dicen que no leo a los escritores de mi edad. Y ello sucede porque no considero la edad ningún criterio para la lectura. De cualquier forma, cuando voy a la librería, siempre (h)ojeo docenas de libros, sobre todo de poesía. Y sucedió la pasada tarde que, en uno de esos ejercicios de cata, leí unos poemas que me entusiasmaron. Poemas que, a la postre y tras una lectura atenta, han resultado jugosos y complacientes. Puedo decir, menos mal, el nombre de un poeta relativamente joven: José Luis Rey, La luz y la palabra –I- y –II-.

viernes, 7 de mayo de 2010

Pilar Pardo, José Mateos y un servidor.

Gracias a Ramón Simón por su reportaje fotográfico de la presentación de Temporada de fresas, de Pilar Pardo y El huerto deseado, en Sevilla el viernes pasado.


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Día sin notas que caen revueltos, como catedrales sin nombre, como cuerpos sin figura, como hojas de cobre fundidas con el viento, como sueños trenzados por una vaina muda y quieta y de soles prohibidos.

jueves, 6 de mayo de 2010

Con Thomas.

La poesía incapacita para otras escrituras. Se produce un colapso y todo trabajo siempre es insuficiente. En su proceso, el mundo se achica y restringe hasta el infinito. Y en esa situación sólo cabe callar o destriparse.

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Ayer por la tarde compré los Cuentos completos (Edhasa, 2010) de Thomas Mann. La traducción de María Siguán es excelente. Comencé la lectura por un cuento titulado “Hora difícil”. El cuento es una recreación, mediante un soliloquio, del momento de la creación en la vida de Schiller. Mann narra con un estilo brillante cómo el eterno resfriado que compungía a Schiller le hacía respirar siempre con la boca abierta. Esa imagen la aprovecha para mostrarnos la ansiedad del poeta ante la página en blanco, como si estuviera recitando en silencio, murmurando eternamente unos versos escondidos que no surgían con la claridad deseada. El poeta ante el folio en blanco: Los temas sucediéndose sin espera. Y su pluma incapaz, su pensamiento endeble…
Por otro lado, leo "Tonio Kröger". Tonio Kröger sufre las mofas de los compañeros y maestros en la escuela porque lleva un cuaderno de poesía. En una ocasión, un alumno ve cómo comienza a escribir en un cuaderno unos versos. A partir de ese momento, el personaje comienza sus reflexiones acerca de la individualidad y la sociedad, el ambiente culto frente a la vulgaridad.

He leído esos dos relatos de Mann perplejo. Porque he entendido que Mann, a pesar de las reminiscencias decimonónicas, siempre optó por escribir sobre temas que nunca han tenido una respuesta clara en la literatura, temas sobre los que siempre seguirán escribiendo los hombres, que se mantienen inexpugnables a la razón. Ahí está su grandeza, en la palabra edificante.

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Después de leer los relatos y de tomar un zumo de frutas, he sido Schiller y Tonio, porque lo que fue un hombre lo han sido todos. Se me ocurre que, ante el folio en blanco, mallarmé nos legó la enseñanza más completa: el coup de dés.
El blanco inerte y apasionado, de forma pura y trascendental, mantiene al hombre alejado de la cotidiana manera de la vida. Cuando eso sucede, se abandona la palabra y se procura aspirar al silencio. Se traspasa, de esta manera, el dualismo de la forma y la idea, la oscuridad y la razón y se alcanza, por tanto, el reino del silencio.

martes, 4 de mayo de 2010

lunes, 20 de abril de 2002. No sé si en estas tardes de escritura cuento con un lector subsidiario o si todo no es más que el reflejo de la página en blanco. Tremendo reflejo transparente el de la página limpia y tersa que se nos extiende sin límites.
Porque hacemos de los límites de la escritura los límites de la sintaxis y de los textos y de las páginas en blanco. Con esta propuesta, la poesía es el verdadero derrumbe del entendimiento: en ella se edifica un cosmos, con ritmos de blanco, con trozos de silencio.

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miércoles, 29 de abril de 2002. La trágica constatación del hombre que somete sus días a la literatura es la siguiente: la vida es la linealidad y la cronografía de un vulgar y mezquino individuo. Sin embargo,
el territorio de inicio en la poesía es el mismo que el de llegada ya que ambos son estrictamente utópicos.

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un día de septiembre, en Cádiz. Un poema es un accidente de las palabras. En ocasiones, ese accidente sobrepasa al autor y deja a éste como mero tránsito, como instrumento. Alcanza la obra una dimensión superior y su belleza ya lo le pertenece. Y el poeta, por tanto, deberá dejar de preguntarse qué es la poesía y callar con la mudez de los astros.

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Hoy. Valéry, ay, Valéry, ejercitado escritor, infatigable abeja que liba en la hiel de las palabras y el pensamiento. “La forma hace orgánica la idea”. ¿Qué más nos queda por añadir?

domingo, 2 de mayo de 2010

La trama de un libro de poemas es la huella del hombre que lo ha escrito. Una trama turbulenta y armoniosa, reveladora y confusa al mismo tiempo.
El verso encierra esa topografía, el lugar de encuentro entre el tiempo, la memoria y la palabra. El tiempo es la conciencia plena; la memoria, la usurpación del olvido y la palabra, la meditada razón de la conciencia plena y usurpada.
Así, la sugerencia es la ambición de la palabra poética. Porque ella levanta un mundo nuevo, pero un mundo incognoscible en su totalidad. De ahí la extrañeza. El don de la poesía es la capacidad para señalar la transparencia.

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La pasión de la poesía es la pasión por el silencio, porque el poeta no escoge la palabra adecuada, escoge los silencios necesarios. Igualmente, es la pasión por la contemplación y por los temas que atraviesan al hombre desde antiguo. El poeta sigue portando las virtudes apolíneas y dionisíacas.

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El sentimiento es un inconveniente. Más bien, el verso razona en la sinrazón aplicando los mecanismos de la música, la aritmética más perfecta junto a la sugerencia más profunda.
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La palabra es condición anhelante para el hombre, por eso siempre es deseo todo lo que
nombra la poesía, porque el mundo se hace nuevo.

martes, 27 de abril de 2010

Almacabra.

La poesía es memoria, es tiempo y es palabra. Lo contiene todo, pero no muestra nada. Hace presente el discurso pasado. Es memoria porque usurpa y extirpa del tiempo lo que quiso ser olvido. Es tiempo porque el tiempo es para la poesía la conciencia plena. Es palabra porque la palabra es razón de la consciencia y de lo pleno y de la usurpación…

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Me llega un paquete de libros que esperaba desde hacía varias semanas. Concretamente, dos libros de José Luis Acquaroni y una primera edición, de 1854, de una comedia titulada Una virgen de Murillo, escrita por Luis de Eguílaz en colaboración con el hijo de Larra, Luis Mariano de Larra.
Las tres ediciones han sido adquiridas por motivos especiales. La obra de Eguílaz, del dramaturgo nacido en Sanlúcar en 1830, por bibliofilia y razones profesionales (y económicas, por supuesto). Las de Acquaroni, porque ni siquiera José Carlos Mainer dedica unas líneas, en su nueva historia, a la obra de este Premio Nacional de Literatura en 1977 con Copa de sombra. El otro título de Acquaroni que he adquirido es El Turbión y es una primera edición, de 1967, en ediciones Prometeo, de Valencia.
En Copa de sombra, Sanlúcar se convierte en un espacio mítico, El Puerto de Santa María de Humero. A pesar de la ficcionalización del lugar, no pocos historiadores locales han localizado las casas que se nombran en la novela. Sin embargo, el punto de partida que toma el autor para el arranque de su obra, está en una lista de los fusilados entre el 18 de julio de 1936 y el 4 de enero de 1937. Esta lista fue tomada de los diarios del historiador Manuel Barbadillo que se publicó en la obra de Eduardo Domínguez Lobato, Cien capítulo de retaguardia (Gregorio del toro, editor, Madrid, 1973). Todos fueron fusilados en unos terrenos aledaños al camposanto de la ciudad, llamado almacabra. Cuántas veces he paseado por esos lugares.

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Los días en que la poesía lo invade todo son los que más desvarío proporcionan. Los que rinden, con su tormenta, más matices al final de la tarde. Porque el día amanece a cada momento con la presencia de la poesía. Y la palabra enmudece, se hace recoleta; las luces se embargan de oscuridad; la lucidez y la inteligencia son insuficientes restos y despojos del hombre. Más vale recogerse a lengüetazos después de la invasión y el trance. Y mantenerse en silencio como una estatua viva. En silencio, como un laberinto inhabitado.

martes, 20 de abril de 2010


Las páginas de Historia de la belleza, de Umberto Eco, (Lumen, 2008) parecen surgidas de una cadencia antigua. Poseen las propiedades del conocimiento bien configurado, de la mente humana que sabe aunar la razón y el espíritu. Paso una página y me encuentrotro con el dibujo soberbio de Agnolo Bronzino, concretamente su Alegoría de Venus (1545). Me detengo a observar la mano que agarra un pezón entre sus dedos, esa mano blanquecina y noble, sin caladuras ni estropicios por el trabajo artesanal, esa mano híbrida de humanidad y angélicas presencias. Y en la otra, que sostiene la cabeza reclinada. Es sólo el comienzo. A continuación, lel análisis de la belleza circula de Gauguin al calendario Pirelli. Ahí termina la introducción y el pasmo.
El conocimiento del mundo para los occidentales comienza en Grecia. He ahí la belleza en el ideal de la antigua Grecia. El texto de Eco trenza con solvencia las relaciones entre verdad y belleza y propone, por lo demás, algunos fragmentos señeros al respecto. De esta forma, el libro se nutre de imágenes imprescindibles, textos y referencias en todas las disciplinas que han ido rindiendo cuenta de la belleza como concepto. Al pasar la página, me detengo en la aclaración que aporta el autor en relación al término griego kalón. Hasta que llego a Laocoonte y atestiguo cómo el dolor no es más que una curvatura del alma y una forma del mármol.

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Cada poeta
es un destello intruso
en el lenguaje.

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Canto del pájaro.
Muere el horizonte.
Luz de la tierra.

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Con la belleza,
ni el mundo, el hombre, nada.
Solo el silencio.

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La tarde va declinándose por algunas franjas de la luz que desconocía. He pensado en la conjunción que se produce al escribir un poema: vetas de lo ausente.
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La poesía es revelación y mudez, estrategia de la razón para desasirse de sus artificos. No siempre estuvo el arte en la belleza, ni los hombres buscaron la verdad del día, de los cielos, de la noche en sus sílabas ígneas. Su antigüedad es chamánica, su presencia es la viva imagen del pasado. El hombre, el poeta, un desafío a la arcádica palabra inmutable.

domingo, 14 de marzo de 2010

Poéticas, poetas del bullicio.

Al poeta siempre se le exige una poética como si un escritor fuera capaz de mantener, durante su vida, las mismas convicnciones sobre la literatura. Y las poéticas no siempre están en concierto con la poesía que termina el poeta escribiendo. Me sucedió con Alberti, con Machado, con Mallarmé e, incluso, con Huidobro, por poner algunos ejemplos.
Al tiempo o de inmediato, los críticos interpretan al poeta de una determinada forma y así queda en el imaginario de los estudiantes a lo largo de varias décadas, hasta que, un hecho de gran importancia (la aparición de un documento inédito o un manuscrito, etc.) desbarata las posturas que se pretenden más idóneas, aunque las manidas características se perpetúen en los manuales. Los que tiene asegurada su vanagloria por afinidades ideológicas o económicas terminan apareciendo en los medios de comunicación más importantes y se convierten en escritores de referencia que, en cualquier caso, siempre serán solicitados para escribir ya sea de la muerte de un escritor ya sea para analizar el estado actual de la novela o ya sea para ponerse de ejemplo de escritor comprometido.
El algunas ocasiones, las editoriales quieren buscarse a su pequeño Mozart, al nuevo prodigio de la literatura que, con sus dieciocho años, escriba el libro que trae nuevos aires a la literatura ya putrefacta y de hechuras antiguas ya desgajada de la modernidad. ¡Incluso algunos escritores de fuste caen en estos cantos e sirena...! Y ese prodigio escribe en todos los rincones del grupo de poder que lo ha cazado y lo ha descubierto y lo ha creado, ya sea como columnista, como crítico literario o como degustador de la nueva cocina bulliciense.
O hay, incluso, quien gana premios de ensayo dejando en unas notas los cafés que se ha tomado con tal o cual escritor o las putadas que un novelista le hizo a otro por una tontería supina o las míseras aspiraciones de escritor frustado e incapaz. Todas estas, y más, son manías de la literatura actual, en mejor decir, de los mercantilistas que se valen de la literatura para ganar dinero. Ay, dios, …siempre son los mismos.
El primer sustantivo que escribí al comenzar este texto fue poeta. ¿Se dan cuenta?, ¡qué alejado, incluso en la sintaxis, queda el poeta de toda la cháchara y la palabrería que devienen de los poemas!

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Decía que al poeta se le exige siempre una poética. Eso sucede porque los lectores creen que un escritor, cuando comienza a escribir, sabe qué va a obtener como resultado y dónde va a llevar esa idea incipiente que sólo es intuición e hipótesis. Digámosle a un pintor, antes de que ejecute su primer brochado, "dime qué vas a hacer y qué significará lo que pintes".
Ni el mismo escritor conoce cómo va a concluir el poema que comienza. En muchos casos, pretende que su poesía sea clara, rítmica, apegada a ciertos temas y afincada a unas formas más o menos exploradas. Antes al contrario, comienza la erupción de los conceptos y son estos como animales desbocados difíciles de agarrar, como recuas intolerantemente numerosas que no se dejan echar la rienda. Ante esa circunstancia, al poeta sólo le queda escribir. Y cuando termina de escribir el libro y lo cree concluido, seguir escribiendo, aunque los caballos, las recuas y los látigos sean otros y distintos.

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Así que quizás se le puede exigir a un poeta una poética cuando su obra sea lo bastante amplía y rica como para poder trazar con ella ciertas tendencias, temas y conceptos que se han perpetuado en su universo verbal. Todo ejercicio anterior es pantomima, acaso intención, voluntad, sugerencia, que no es poco, es cierto. Sucede lo mismo con el amor. El amor de una vida no es aquel que se descubre y que se pienda para siempre, sino el que se confirma con el paso de los años y con la llegada de la muerte.

viernes, 22 de enero de 2010

Venía pensando, mientras conducía, en el extraño fenómeno que sucede cuando alguien decide escribir un poema o escribir una página más allá de géneros o dictados formales. Son varios los elementos que se ponen en funcionamiento, varias las relaciones que se establecen entre un ser pensante, una realidad pensada, unas palabras nonatas. En realidad es una relación triangular, establecida en tres vértices, pero también es cierto que todo surge del pensante de turno que azota su realidad manida.
Venía pensado que, si la poesía, según la percibo, es una indagación sobre una realidad que todavía no ha sido proclamada ni verbalizada, esa misma realidad se debe sentir invadida. Es decir, la poesía es una invasión de una realidad jamás percibida.
Pues bien, hoy he sido el que se ha sentido invadido, cercado por los bárbaros responsos del verbo.
Esto significa que la realidad existía antes de ser nombrada. Pero no creo que eso ocurra efectivamente, sino que es la percepción de esa realidad (a través de materiales e instrumentos diversos: la memoria, los sentidos, los recuerdos, la naturaleza, las lecturas…) la que opera en la creación literaria. Por tanto, la creación poética es una interpretación de una realidad que está surgiendo a medida que se va pensando; que fue mirada especular.
Si partimos de este punto, entran en conflicto algunas consideraciones que se acercan a la filosofía. Por ejemplo, la realidad que ha sido invadida, ¿existía? ¿o ha ido siendo invadida a medida que la palabra la iba tomando en su seno? Es difícil poder escribir sobre este asunto sin utilizar perífrasis o circunloquios verbales para poder explicar ese acontecer inexistente y fugitivo. Y esa incapacidad de la lengua es un claro síntoma de la ineficaz aprehensión de la realidad tal y como se percibe.
El concepto estarsiendo es de una oscuridad interpretativa que sólo podemos entenderla gracias a los griegos, genios que hicieron la propuesta estratégica de conceptualizar el tiempo con otros parámetros. Sin embargo, cada vez creo que el conflicto que mantenemos con el tiempo reside ahí, en esa estancia fugitiva que las palabras, temblonas y maleables, nos dejan por incapaces.


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Mientras conducía, las lomas cargadas de albariza acompasaban estas incursiones mentales. Las siluetas de estas lomas son como cuerpos de mujeres flotantes. Sus líneas son delicadas fisuras en el horizonte y el sol, la luz, los pájaros ambiciosos se revuelcan en sus tímidas curvas. Como unos labios translúcidos abrazando en la noche la piel, silabeando los trazos del deseo. Como unas parras estrépitas y avarientas he poseído ese paisaje con mis ojos, donde nunca verán mis ojos y he creído en la inmortalidad y eso me ha entristecido por mi condición.

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Ayer compré Vidas minúsculas, de Pierre Michon. Comencé a leerla esta mañana, mientras atendía a unos alumnos despistados. La primera frase del libro es un declaración de principios: “Entremos en la génesis de mis pretensiones”. Con esta oración se puede iniciar cualquier novela, se puede dar pábulo a cualquier nota en un diario: génesis, entremos, pretensiones. No hay más verdad en un diario, en este por supuesto, que las pretensiones de narrar el movimiento genésico que se reconstituye diariamente. Cuando eso no sucede, cuando ese mecanismo de la ficción deje de operar en la mollera del que escribe, se terminará este cuaderno. Y con el el ser de ficción que la escribe. Y acaso su sombra aledaña.

martes, 19 de enero de 2010

Un nacimiento.

Cuando he llegado a casa me han dado la noticia: ha nacido la hija de unos amigos. Me he alegrado en demasía, ya que hemos sido testigos de cómo el embarazo ha ido ocupando los días, las horas y la vida de sus padres incluidas las nuestras.
Aunque ellos no sean lectores de estos diarios, aunque ellos no tengan ni la más remota intuición de que yo estoy aquí refiriéndome al nacimiento de su hija, Ana, me siento como el narrador de una novela que atestigua las intimidades de uno de sus personajes, a pesar de que esas intimidades vengan cargadas de emoción y beneplácito.
Bien pensado, hay en estos ejercicios la distancia más errante que se consigue entre realidad y ficción y que más dificulta la ficción. Una lejanía necesaria y complementaria, ya que la realidad total del acontecimiento debería incluir estas notas de diario.
Su desconocimiento no anula su existencia. Alguien, en algún momento, enseñará a la niña de ahora (ya mujer y con hijos) estas notas del día de su nacimiento. O todo lo contrario, estas palabras (y eso es lo más probable) nunca formarán parte del conocimiento de este mundo de esa niña. Serán sin que ella haya participado ni las haya leído, serán a pesar de ella. Y esa es la ficción. Por este motivo, alguien puede imaginar que esto que relato no es más que una invención más, una de las tantas que han completado estos tres años de dedicación en el trópico. ¿Y qué? si el hecho es cierto una pura invención, ¿qué importa para la literatura tal o cual circunstancia?

Cuánto no se nos queda en la incomprensión y cuánto no se nos hace invisible. Imagino que nuestras vidas están escritas en algunas páginas que jamás conoceremos, en algunos poemas que serán desconocidos para siempre. Incluso puede que estemos registrados en alguna pintura que pervive, a pesar de nuestro desconocimiento, junto a nosotros, más allá de nosotros mismos. Por eso en la vida no deberíamos atestiguarlo todo, más bien, tendríamos que entender, con la suficiencia de la mortalidad, que sólo somos una parte de nuestra vida.
Así entendido, y con esta insuficiencia aceptada, la vida no sería más benévola, pero sí estaría subordinada al dictado de la templanza. La templanza aviva la pasión, porque en ella el deseo se mantiene constante.

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Canto de invierno
la lluvia reverdece
pluma del árbol.

viernes, 15 de enero de 2010

Eso otro.

Si quisiera ser música, lo primero sería dejar de existir (acabo de convertirme en una sinécdoque de la propia creación, ya engullido por ella, ya fagocitado por ella). Porque la música no existe en referencia a nada y esa falta de referencialidad, llevada a la poesía, se convierte en simbolismo. Y ese simbolismo es la creación de un mundo ajeno, fundado, que va haciéndose (de no sé qué ropajes, ay), pero que utiliza los mismos sonidos que el mundo utiliza para seguir siendo. Qué difícil decir qué es este mundo que se deja para profundizar en el simbólico (¿se llega a abandonar totalmente o es una estancia compartida?), ¿real, material, presente, acaso?
La nada ya la tengo. No soy más que un vaso que contiene aspiraciones de otras vidas ya fundadas fuera de mí.
El simbolismo, en poesía, es una virtud de la palabra, quizás la mayor virtud, porque refunda sus formas complejas; esparce su semántica más allá de cualquier interpretación. Y hace nuevo un mundo que se nombra, que va tomando matices a medida que va nombrándose, que se fecunda con la sonora claridad. Mundo extraño ese, ínsula variada, edificante defunción.

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Argenteado
el mar parece muerto.
Sangre de luna.

Rumor oculto
una luz nos proclama
sobre el silencio.

martes, 12 de enero de 2010

Anónimo estar.

Dice Berger que en el anonimato se encierra buena parte de la materia de la humanidad y que es en ella, a través de ella, como podemos llegar a conocer al hombre de una manera más fiable y universal. Creo en el anonimato, porque el anonimato es la materia de la ficción: un ente dicho, que dice, que surge sin método y que además desvincula cualquier consideración biográfica o determinista a sus hechos. El anonimato es la creencia en el ser sin espíritu, en el logro sin rastro. Todos los personajes, todas las voces líricas, son anónimas, desconocidas e insurgentes.
Detrás de un hombre quedan, dice Emilio Lledó, o hechos o palabras. Hace poco tiempo, utilicé esta referencia de La memoria del logos para proclamar la fuerza fáctica de la palabra, de los hechos que acontecen en su seno.
Esta mañana me detuve, por un tiempo nimio, a contemplar las actuaciones de los compañeros. Observé que ninguno de los actos que una persona realiza durante su vida queda en la memoria de sus allegados y de los otros; que las miles de palabras que enunciamos no son más que las gotas de lluvia que acamparon temprano por la tierra: olvidadiza actividad esta de estar vivos.
Tan solo los hechos y las palabras son recordadas, pero los hechos que ahuecan, que desfiguran el tránsito manido con que nos arrojamos a la vida.

***

ALGUIEN DEBE ROBARME LA CONCIENCIA

Probablemente pertenezco
a otra vida que nunca ha sucedido;
y tengo la certeza
de que escribo los versos al dictado
de otro hombre que imagina estas palabras.
Este poema quiere, por lo tanto,
decir las obviedades de lo ajeno.

Decir
alguien debe robarme la conciencia
todas las tardes
con sus sueños, su vida, sus palabras.
Decir
alguien, acaso un hombre,
viene a tañer por esta boca,
por el sonido lento que la invade:

que sean en mí tus sueños,
que el porvenir fecunde, memoria inconcebible,
la escritura que finge tu existencia
de estancia fugitiva.

domingo, 3 de enero de 2010

Ni tanta vida cabe.

Ni tanta vida cabe, ni el deseo.
Sólo el recuento de lo ya vivido,
el rumor, hilo mudo que Teseo
dejó en el laberinto de lo ido.
Invocados los ritos de la geo-
grafía del estar comprometido
con la palabra vuelta, sometida
a este antiguo trasiego que es la vida.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Textos sin título -II-. Ya lloran los dioses.

Si estos textos tomaran cuerpo serían polifemos errantes, apenas ecos tremebundos que sostienen la atlántica sucesión de los días. Las mismas palabras repetías con la conciencia de un fauno. Tus movimientos, un trueno en los labios hasta hundirse en el glorioso cuerpo de la finitud. La tarde golpeando con la estridencia del gris, los textos que vuelven a dejarse vacíos, mas no impedidos para su lectura. ¿Hay algo tras estas palabras que brotan incesantes; qué se esconde en esta disposición del verbo; qué belleza perece en sus campos? Textos sin título, sin que nadie los amarre al pilar de la concepción, sin que nadie dirija sus aspadas lenguas, sus veladas certezas. Un texto que se desvanece en la memoria con la calidez del tiempo imaginado, pero indispensables para el latido, para el latido infante de esta sucesión que me posee.


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Esta mañana escuchaba en el coche una música. Una música que de repente parecía describir con justeza el paisaje que tenía delante de los ojos: las lomas entrando en la aridez del invierno, el sol que se precipitaba a raudales sobre las marismas coaguladas, algún pájaro de mar que servía al horizonte de trazo impresionista, el frío todo recogido en un haz de endeblez.
La música fue invadiendo los límites de esta visión y se apoderó finalmente de la realidad. El paisaje se convirtió en una pintura en marcha, en un trabajo que estaba siendo realizado por una mano alzada que componía el infinito. El tiempo se redujo a la espesura de la tierra; mi carne fue lamentación. Tan sólo siguió su vuelo la cadencia fructuosa de aquella música que, poco a poco, fue otorgando los dones de la vida a quien dice tomar mi nombre cada mañana.

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De la misma manera que descubrí a Hölderlin de la mano de Heidegger, me atrevo a afirmar que revisé la filosofía clásica gracias a Nietzsche y más tarde a los poetas románticos. Quiero decir que los poetas románticos me otorgaron una nueva forma de entender o de ser con los clásicos. El Romanticismo me parece un movimiento aún en evolución. Todas las etapas posteriores devienen de la exploración que principiaron los románticos. La filosofía invadió las disciplinas artísticas y ese enriquecimiento produjo algo parecido al Renacimiento. En esas épocas de convivencia de las disciplinas artísticas los logros fueron supremos. La inteligente inclusión de las otras artes, aun sin ser notadas, se ha ido perdiendo con el tiempo. Hoy un poeta aspira a recitar un ditirambo, a convertirse en actor más que en dador de conceptos. Un novelista es un contador de historias, un guionista de cine sin imágenes. Todos han desnortado el terreno inabarcable, es cierto, de la creación; lo han sembrado de inciertas evoluciones, han levantado las vallas, pero sin contar con los carroñeros.

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Dos poemas de Schiller en Lírica del pensamiento (Hiperión, 2009) devanan mis pensamientos en la tarde. Uno de ellos, "Nenia", comienza: “¡Debe morir lo bello también!”. La palabra latina naenia designa una composición lírica que debía ser entonada al son de una flauta para honra de un muerto. El poema proclama la serenidad de la muerte como una melodía apaciguadora: “pues lo bello sucumbe, pues muere sin más lo perfecto”. No es de extrañar que Brahms compusiera Nanië, op.82. para coro y orquesta inspirado en esta composición de Schiller. Con ella abandono la lectura y me adentro en sus compases. La belleza precede a la muerte, es su anticipo. En su prematura aceptación está la sustancia de la mortalidad.
El segundo poema se titula “El favor del momento”. En ella hay una estrofa que emana resonancias puramente románticas, pero no por ello menos emocionantes y cargadas de inteligencia: “De el devenir originario/ de la naturaleza eterna/ un pensamiento luminoso/ es lo divino en esta tierra”. Después de leer repetidamente estos versos, me pregunto si existe un devenir distinto al originario y si es nuestra voluntad la que elige o sostiene el trayecto de ese devenir. Últimamente me pienso extraviado de ese nombrado origen y sólo en ocasiones (en el amor, en la escritura) encuentro esa luz, ese pensamiento luminoso. Dicen que cuando la belleza es poseída se oyen las lágrimas de los dioses y entonces los dioses lloran.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Pablo Neruda definió la figura del poeta cuando escribió aquel verso cristalino: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta”. Intencionadamente, el pronombre anticipa las expectativas del receptor: el yo creado en el Romanticismo se hizo maduro y contemporáneo. Un yo plural que, con el tiempo, Octavio Paz convirtió en la pluralidad necesaria.
En un ejercicio de ventrílocuo, el poeta ejercita su palabra oral: hablar. A pesar de la letra impresa, del negro sobre blanco, de la fascinación de la lectura silenciosa, la palabra poética edifica la música del verbo. La oralidad, la música y el ritmo como los elementos inmanentes de la poesía. Todo canto mineral es poético, porque la palabra hablada es un ejercicio orgánico.
La boca muerta es del mundo, los dientes carcomidos de la sociedad adocenada, de una sociedad que remeda aquel Madrid difunto de Larra. Vuestra palabra muerta como un nicho en la boca, muerta como un sastre de siglos, muerta, como un sintagma del olvido. Endecasílabo proteico, sintaxis que emana del imperativo, el panteísmo del verso procede de la potencia arquitectónica del Machu Pichu. Piedra y naturaleza, cultura y montaña, alturas de la inocencia decapitada.

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Castilla del Pino, en Teoría de los sentimientos, advierte de que existen momentos inaugurales en que los sentimientos son por vez primera. Esa aparición inesperada, inaudita, hace que la lengua se torne balbuceo, mudo espectador ante el nacimiento. De la misma manera, Castilla del Pino vincula la actuación con el decir. Efectivamente ese es el significado primitivo de logos: creación. Y, exactamente, poeisis, desde su más antiguo étimo, viene a decir creación. Wittgenstein llevó este apareamiento del verbo y de la realidad hasta la extenuación. Quiso hacer del Tractatus un ejercicio de cópula cognitiva: las palabras quieren nombrar a la acción innombrable.

martes, 10 de noviembre de 2009

Un hombre que duerme solo.

Los libros siempre son especulares, deben leerse como un símbolo cifrado. Por ello siempre intento leerlos de manera contraria. Hoy, por ejemplo, leo a Perec: “Apenas cierro los ojos, la aventura del sueño comienza”. Ese hombre que duerme y que permanece en al ángulo muerto de la vida para contemplarla como un odisea disecada, en realidad, acaba de abrir los ojos.
Apenas abro los ojos, la aventura del sueño comienza. Apenas brotan mis pensamientos en la mañana, la vida se torna un sueño nítido, con personas, espacios, tiempos que perecen tan solo con ser avisados. Decía Pessoa que su vida era un sueño incandescente. Esa incandescencia es la que recorre al hombre que duerme de Perec, al hombre recluido de su especie, de las costumbres que le fagocita sus miembros. Porque rendirse a la sociedad es dar las ideas por difuntas. No puede crearse en el bullicio, no podemos hacer uso de la incandescencia que da la literatura en la amorfa manía de los hombres por repetir su vida, sus miserias, acaso sus virtudes.
Nunca la creación conoció la solidaridad; es fruto eterno de una mente perecedera.

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Esta imagen fue tomada en Duino, cerca de Trieste. El caso es que aparecía M. sonriendo y acabo de comprobar que su desaparición no ha sido más que un artificio de la poesía. M. se mostraba feliz por aquella caminata. Llevaba las Elegías en la mano y , a cada paso, leía en voz alta algunos versos subrayados. Ya su voz pertenece al orden y al concierto de aquel sendero enigmático. Ya su voz es la tierra, las piedras, las ideas que recorren sus ángulos.
Es el sendero por el que paseaba Rilke. Esa tierra, las piedras que almendran el terruño, fueron transitadas por el poeta. Cuando caminábamos, ante la intransigencia del calor sofocante, no dejábamos de recitar sus versos. En alguna ocasión, el abismo era el sendero.


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La imagen del pianista que ensaya sin tocar las teclas del piano, ese es el poeta pensante. El pianista rozando con los dedos la gracia del sonido, la invisible sombra que proyecta la música toda, es el poeta soliviantado por la fuerza proteica de la palabra, pero sin ser nombrada.


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París me tiene entre sus grietas otra vez. Los paseos por sus jardines, la proclamación del invierno entre sus líticas calles. Aquí, sentado en Saint-Michel- des-Prés, asisto al espectáculo de leer en la boca del mundo. En el Flore, los asistentes saben de las mandíbulas de esta boca que abre y cierra el mundo. Escribir un verso en un café, dejar al viento sus sílabas como una cadencia inesperada de una tarde cualquiera sobre el Sena... Sobre la mesa descansa el volumen de Perec tal y como lo dejé al llegar al Flore. Abro el libro y leo que un señor acaba de cerrar los ojos y que comienza a soñar. Imito la acción, cierro los ojos y sólo escucho el compás de las tertulias. Cuando los abro, observo que alguien ríe al ver mis gestos. Sólo me queda lanzar una carcajada y congraciarme con el mundo. Es Perec, con su pelo revuelto y su perilla cana.