Si estos textos tomaran cuerpo serían polifemos errantes, apenas ecos tremebundos que sostienen la atlántica sucesión de los días. Las mismas palabras repetías con la conciencia de un fauno. Tus movimientos, un trueno en los labios hasta hundirse en el glorioso cuerpo de la finitud. La tarde golpeando con la estridencia del gris, los textos que vuelven a dejarse vacíos, mas no impedidos para su lectura. ¿Hay algo tras estas palabras que brotan incesantes; qué se esconde en esta disposición del verbo; qué belleza perece en sus campos? Textos sin título, sin que nadie los amarre al pilar de la concepción, sin que nadie dirija sus aspadas lenguas, sus veladas certezas. Un texto que se desvanece en la memoria con la calidez del tiempo imaginado, pero indispensables para el latido, para el latido infante de esta sucesión que me posee.
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Esta mañana escuchaba en el coche una música. Una música que de repente parecía describir con justeza el paisaje que tenía delante de los ojos: las lomas entrando en la aridez del invierno, el sol que se precipitaba a raudales sobre las marismas coaguladas, algún pájaro de mar que servía al horizonte de trazo impresionista, el frío todo recogido en un haz de endeblez.
La música fue invadiendo los límites de esta visión y se apoderó finalmente de la realidad. El paisaje se convirtió en una pintura en marcha, en un trabajo que estaba siendo realizado por una mano alzada que componía el infinito. El tiempo se redujo a la espesura de la tierra; mi carne fue lamentación. Tan sólo siguió su vuelo la cadencia fructuosa de aquella música que, poco a poco, fue otorgando los dones de la vida a quien dice tomar mi nombre cada mañana.
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De la misma manera que descubrí a Hölderlin de la mano de Heidegger, me atrevo a afirmar que revisé la filosofía clásica gracias a Nietzsche y más tarde a los poetas románticos. Quiero decir que los poetas románticos me otorgaron una nueva forma de entender o de ser con los clásicos. El Romanticismo me parece un movimiento aún en evolución. Todas las etapas posteriores devienen de la exploración que principiaron los románticos. La filosofía invadió las disciplinas artísticas y ese enriquecimiento produjo algo parecido al Renacimiento. En esas épocas de convivencia de las disciplinas artísticas los logros fueron supremos. La inteligente inclusión de las otras artes, aun sin ser notadas, se ha ido perdiendo con el tiempo. Hoy un poeta aspira a recitar un ditirambo, a convertirse en actor más que en dador de conceptos. Un novelista es un contador de historias, un guionista de cine sin imágenes. Todos han desnortado el terreno inabarcable, es cierto, de la creación; lo han sembrado de inciertas evoluciones, han levantado las vallas, pero sin contar con los carroñeros.
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Dos poemas de Schiller en Lírica del pensamiento (Hiperión, 2009) devanan mis pensamientos en la tarde. Uno de ellos, "Nenia", comienza: “¡Debe morir lo bello también!”. La palabra latina naenia designa una composición lírica que debía ser entonada al son de una flauta para honra de un muerto. El poema proclama la serenidad de la muerte como una melodía apaciguadora: “pues lo bello sucumbe, pues muere sin más lo perfecto”. No es de extrañar que Brahms compusiera Nanië, op.82. para coro y orquesta inspirado en esta composición de Schiller. Con ella abandono la lectura y me adentro en sus compases. La belleza precede a la muerte, es su anticipo. En su prematura aceptación está la sustancia de la mortalidad.
El segundo poema se titula “El favor del momento”. En ella hay una estrofa que emana resonancias puramente románticas, pero no por ello menos emocionantes y cargadas de inteligencia: “De el devenir originario/ de la naturaleza eterna/ un pensamiento luminoso/ es lo divino en esta tierra”. Después de leer repetidamente estos versos, me pregunto si existe un devenir distinto al originario y si es nuestra voluntad la que elige o sostiene el trayecto de ese devenir. Últimamente me pienso extraviado de ese nombrado origen y sólo en ocasiones (en el amor, en la escritura) encuentro esa luz, ese pensamiento luminoso. Dicen que cuando la belleza es poseída se oyen las lágrimas de los dioses y entonces los dioses lloran.
El segundo poema se titula “El favor del momento”. En ella hay una estrofa que emana resonancias puramente románticas, pero no por ello menos emocionantes y cargadas de inteligencia: “De el devenir originario/ de la naturaleza eterna/ un pensamiento luminoso/ es lo divino en esta tierra”. Después de leer repetidamente estos versos, me pregunto si existe un devenir distinto al originario y si es nuestra voluntad la que elige o sostiene el trayecto de ese devenir. Últimamente me pienso extraviado de ese nombrado origen y sólo en ocasiones (en el amor, en la escritura) encuentro esa luz, ese pensamiento luminoso. Dicen que cuando la belleza es poseída se oyen las lágrimas de los dioses y entonces los dioses lloran.
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