P. Auster guarda, para el final de la novela, el sonido de la moralidad, de los martillos sobre la piedra de la ética desprendida del hombre. El tono apocalíptico por el que opta en las últimas páginas, en referencia al mundo moderno, me ha parecido oportuno y bien traído. Es más, por momentos, las especulaciones faústicas y endemoniadas que se centran en la figura de Born son de una brillantez notable. Sin duda, me vuelve a ganar como lector Auster a quien, después de Trilogía de Nueva York y de algunas páginas de El libro de las ilusiones me desvió de sus creaciones.
Esta novela es un buen ejemplo de una obra que cierra el ciclo narrativo de este comienzo de siglo. Quiero decir que, en ella descansan, con los mejores resortes, todos los logros y las exploraciones de la narrativa clásica, de la que no se entrega a otras formas por el mero hecho de ser nuevas o modernas o posmodernas. Digo descansan porque no por ello hacen de la obra una genialidad, sino un ejercicio significativo y merecedor de ser señalado entre tanta publicación presentada como la revolución de este siglo que comienza.
Esta novela es un buen ejemplo de una obra que cierra el ciclo narrativo de este comienzo de siglo. Quiero decir que, en ella descansan, con los mejores resortes, todos los logros y las exploraciones de la narrativa clásica, de la que no se entrega a otras formas por el mero hecho de ser nuevas o modernas o posmodernas. Digo descansan porque no por ello hacen de la obra una genialidad, sino un ejercicio significativo y merecedor de ser señalado entre tanta publicación presentada como la revolución de este siglo que comienza.
En tanto que novela del siglo XXI, rescata Auster las posibilidades que Cervantes otorgó a las letras universales, ya que, como dije hace poco, parece que por momentos el autor está jugando con el lector a pesar de los hechos narrados (asesinatos, incestos, etc.). Por lo tanto, del siglo XXi en concierto con toda la tradición, pero no tomándola sin más, sino desarrollando, incorporando temas y conceptos de estos tiempos.
“Ahora voy a utilizar la segunda persona…luego la tercera y por último voy a introducir el relato de Cécil para que se aclare, con otro punto de vista, las acciones que dejaron de ser narradas”, imagino que dice el autor. A lo mejor sería demasiado pretencioso nombrar aquí a Henry James, pero la sensación que tiene uno tras leer Invisible es la misma que la que me deja el autor de Otra vuelta de tuerca, la facilidad que tiene de presentar hechos aislados como estancos completos de un azar encubierto.
La invisibilidad es un fenómeno de la vida actual. Pensamos que estamos registrados en allí donde dejamos nuestros códigos, números o tarjetas identificativas. Nada más lejos. Somos, todos, seres desconocidos, individualistas que aspiran al solipsismo narrado para ser leído. Ahora, por ejemplo, escribo estas líneas y las dejo en un cuaderno digital al que puede que lleguen lectores que no conocen más que el nombre del mismo. Habrán llegado a él de forma fortuita, tras la búsqueda de una palabra como “solipsismo” o “Auster” o “Trópico” o “James”, para el caso es lo mismo. Darán en leer unas notas que poco tuvo que ver con el origen de su lectura. Después de todo este azaroso recorrido, a lo mejor alguien comienza a leer la novela y a darse cuenta de que, por mucho que mostremos en público, por mucho que uno deje al descubierto su escritura, sus lecturas, su vida imaginada o narrada, nadie sabe de su invisibilidad, de la sustancia misma que lo recorre, que nos atraviesa.
La invisibilidad es un fenómeno de la vida actual. Pensamos que estamos registrados en allí donde dejamos nuestros códigos, números o tarjetas identificativas. Nada más lejos. Somos, todos, seres desconocidos, individualistas que aspiran al solipsismo narrado para ser leído. Ahora, por ejemplo, escribo estas líneas y las dejo en un cuaderno digital al que puede que lleguen lectores que no conocen más que el nombre del mismo. Habrán llegado a él de forma fortuita, tras la búsqueda de una palabra como “solipsismo” o “Auster” o “Trópico” o “James”, para el caso es lo mismo. Darán en leer unas notas que poco tuvo que ver con el origen de su lectura. Después de todo este azaroso recorrido, a lo mejor alguien comienza a leer la novela y a darse cuenta de que, por mucho que mostremos en público, por mucho que uno deje al descubierto su escritura, sus lecturas, su vida imaginada o narrada, nadie sabe de su invisibilidad, de la sustancia misma que lo recorre, que nos atraviesa.
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¡Ay, deshacerme, y dejar este despojo empozoñado, este silbo distraído de su vida; de una vez ya, en la luz, a tientas con su lucha, con sus deseos descubiertos de inteligencia, de palabras que abriguen la verdad que prodiguen la embriaguez del acanto, de la luna, de las últimas cosas en la tierra; entrar, hecho de oro verde y último, con las que fue hombre, ¿qué elementos nos sustraen de las palabras, si ellas son las dadoras de la infinitud a la que aspiramos; qué demiurgo se atreve a convocar las tribus de los significados, a obsequiarlos con los dones del olvido? en el libre secreto recatado, circunspecto y cauto proceder de los espejos, en ellos los secretos son inefables verdades figuradas; de los afanes imposibles!, de los afanes imposibles.