martes, 15 de diciembre de 2009

A escondidas, tras las líneas, mojado en óleo.

Hay frases enigmáticas que se leen como una salmodia, sin más miramientos ni agasajos. Sucede algo parecido cuando uno viaja a una ciudad por la que ya ha paseado en varias ocasiones, nada sorprende, todo se transfigura en leve sombra.
La lectura supone un aprendizaje porque toda ella es un enigma y un laberinto por el que aprendemos a transitar a medida que nos perdemos. Decía Alfonso Reyes, el polígrafo mejicano: “la filología es el arte de leer despacio”. Esta consigna, desde que la leí en uno de los tomos de sus Obras completas en el FCE, se convirtió en una premisa indiscutible para convertirme en un lector. Después de unos años, he vuelto a leer la frase del mejicano en aquel papelito de cuadrícula y con la caligrafía de un neonato en esto de las letras. Ha sido como cruzarse con una antigua catedral que ha quedado viciada por estar siempre ahí, delante de nuestra visión, tan cerca de nuestro juicio.
Algo parecido ejecutó Allan Poe cuando escribió La carta robada. Nadie pensó que, en aquel sobre a la vista de todos, estaba la hoja que buscaban con esmero, pero con total desorientación. Poe no sólo nos otorgó con un ejercicio literario magistral, sino con una lección de estética: detrás de los ojos se esconde la realidad.
Basta que uno se detenga un rato a pensarlas con detenimiento, esas frases enigmáticas, digo, para que adquieran la fuerza de un verso o la contundencia de un axioma filosófico. Algo parecido me viene sucediendo con los libros de memorias o ensayos o diarios que últimamente aparecen por mis estanterías con fruición. Hay en ellas frases felices, que valen toda una novela. Ahora bien, esas frases están al resguardo de la entendera y al cobijo del liviano paso de las retinas.
Por ejemplo, Ramón Gaya escribió sobre Velázquez, en Las virtudes del pájaro solitario, las siguientes palabras: “Este será el delicado trabajo de Velázquez, desvirtuar la realidad sin negarla, sin borrarla, pues ha visto que se trata de una superficie perecedera, sí, pero también sagrada, y por consiguiente intocable; contar con ella sin perderse en ella […] sino algo que debemos aceptar y trascender”.

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La lectura de Trapiello siempre me lleva a R.G. Y así lo hago esta tarde que se termina con las espinas del frío. Volvamos al texto anterior. “desvirtuar la realidad sin negarla”, difícil trabajo este de desvencijar la realidad de sus amarres y de dotarla de una nueva manifestación, de un nuevo acontecimiento de sus propiedades. El pintor, el escritor, debe alternar la compositiva presencia de la realidad para aglutinarla en una macrorealidad que la engulla, aun sin negarla; “contar con ella sin perderse en ella”, se suponen dos acciones. La primera, contar es sinónimo de asimilar, aprehender y eso lo hizo Velázquez de forma única. La segunda es transitarla, porque para perderse en la realidad hay que caminarla y explorarla.
Por último, lo más desconcertante, “algo que debemos aceptar y trascender”; como mortales, como productos perecederos nosotros mismos de la realidad debemos aceptar, a la manera griega, la muerte, esa es el primer enigma que tendría que solventar un escritor. Esa es la manifestación más pura de entendimiento de la realidad, acaso la más fructífera para el arte. En esa condición mortal, sin embargo, en esa conciencia de la mortalidad del artista y de la realidad aceptada, se esconde la trascendencia. Aunque, bien pensado, esa trascendencia está velada, muy cerca, cargada de una luz que ciega y que sólo un artista de privilegio es capaz de mostrar al mundo.
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Hoy, con R., en la conversación que se ha convertido en un cabaret de prodigios, que oxigena y vivifica, que diluye la trama de sombra de lo cotidiano, hemos hablado de Javier Marías. Obviamente, a mí se me ha notado el furor por este autor. Ahora que lo pienso, la narrativa de Marías viene a parecerse a esa aceptación y trascendencia. El manjeo que hace Marías del Tiempo asimilando a su vez una sintaxis idónea, es una manera evidente de trascenderla. Un pájaro solitario, su vuelo, el día, llega la noche, la sombra, el veneno y el adiós.

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