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domingo, 13 de junio de 2010

Un fauno.


De nuevo la lluvia zozobrante sobre los cristales. El gris de Turner en las ventanas.
Una incapacidad para leer debido al cansancio que me aturde. Y un puñado de
nuevos poetas o poetas del siglo XXI mostrándose como especies de museo o de pasarela de moda.
Si eso es ser poeta, en estos tiempos es una deshonra serlo. Si eso es lo que quieren ofrecer a la sociedad, que no piensen que uno es un zote, un mindundi o un gilipollas.


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Todo esto se parece demasiado a lo que uno lee en Las armas y las letras, de Trapiello, -salvando las distancias abisales-. Cuando se comentan esas reuniones y esos rifirrafes entre unos y otros, esas tertulias auspiciadas por Giménez Caballero junto a Alberti o Bergamín. En el fondo, lo único que interesa (y seigue interesando) es participar del embelesamiento social aun sin atender a la tarea principal.
Como abundan estas mamarrachadas, lo que hago es agarrar un libro de Juan Ramón Jiménez y ponerme a leer. Ahí acaba toda porfía y todo desencuentro.


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Imagino la tarde declinada por los acordes de Debussy, Prélude à “L´après-midi d´un faune”. En esa obra no evoluciona la melodía. La instrumentación se renueva prodigiosamente. Es el acompañamiento el que va incorporando variaciones y extendiendo, como un organismo, las resonancias, ramificando su ser. Las formas del fondo musical se van difuminando y así la visión del fauno, que trata de recordar el sueño de dos ninfas, nos pertenece y embriaga.

Es una composición orquestal a partir de un poema de Mallarmé. No me agrada hablar de poema sinfónico, me resulta chirriante y ripioso en su semántica. No hay imitación, hay sugerencia; no hay clasificación del tiempo. El tiempo es todo, en conjunto. Está siendo.
La luz entre la lluvia se dilata con la melodía que invade la casa. La atmósfera se envuelve de la ensoñación de esta composición con la que Debussy trató de aventajar al romanticismo decadente.
Debussy fue, poco a poco, desvinculándose de sus aspiraciones vanguardistas y ocultistas en favor de la claridad, la elegancia y la sencillez. Creo que, Debussy, junto a Satie, entendieron, después de sus escarceos en la orden de la rosacruz y otras actividades parisinas, que había que empezar de cero.


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El comienzo está en la compleja claridad, está en la impenetrable transparencia.