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lunes, 14 de junio de 2010

Cuanto más fecundo la realidad circundante y próxima, más alejado me sitúo de mí mismo. No tengo otro instrumento de usurpación que la palabra y solo en ella hay plenitud y dinámica.
La posesión por los nombres es un ejercicio de arcaica melodía, de tácita transparencia; porque todo en ella es natural. Brota el verbo con el verde callado de la tarde. La calidez es la usura del viento azucenado. Sobre el olfato se despierta una elegancia de aritmético despliegue. El fuego es interno y, por tano, horada las estancias más vivas. Precisamente, las que no pueden ser instauradas en ningún lenguaje, ni siquiera en el lenguaje de los alcornoques moribundos.

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Múnich resplandecía…y en ese esplendor, las plazas, los paseos de los jóvenes lectores, los burgueses, los escaparates repletos de libros sobre el Renacimiento eran apoyaturas de la belleza insertad en la sociedad. Con estas descripciones comienza el relato de Thomas Mann titulado Gladius Dei (1902). Hieronymus es el protagonista de este obra y en él ya comienzan a concentrarse algunas de las propiedades que Mann inserta en sus personajes más redondos. Pero poco importa esa circunstancia. Desearía horadar por esa sociedad en que “el arte florece, el arte lo gobierna todo”.

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Todo produce desorientación, incluso el sueño de las encinas. Como una balaustrada de mármol impoluto se acerca la noche. Como un verso desvestido y con bemoles de jazmín. Como un triángulo inserto en otro que aspira a la línea infinita, troquelada en la ansias y el aliento de una espiga del sueño.



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Rumor, suceso, latido.

jueves, 14 de mayo de 2009

A punto de muerte.

El mes de diciembre de 1985 es un infierno para Márai. Su mujer está entrando en el terreno de ultratumba manteniendo las fuerzas escasas para seguir viva. Márai se derrumba, piensa en el suicido de los dos, en la nulidad que le va a alcanzar en cuanto L. esté muerta; en el sinsentido de la vida. A pesar de todas estas rémoras, que hacen su vida difícil, mantiene el escritor húngaro una postura estoica ante la muerte. Tanto la ha visitado, que la ha absorbido con la cadencia de una acción doméstica. Ha domesticado a la muerte porque la conocía de antemano, no le sobrevino de pronto. La muerte en el cuerpo del otro, de su esposa, es para él la muerte de una unidad que comprende el amor como un estado de vida bilateral. Todas las referencias de los últimos días de diciembre giran entorno al mismo asunto: el estado decrépito en que está sumida L. Márai: “A veces me avergüenza estar vivo”. Amada en el amado transformada...
Cuando un escritor accede a esta perspectiva ante la vida, la de escribir en la muerte, se suceden sus páginas más memorables, sus reflexiones más descabelladas y geniales. Ya no escriben desde el latido constante de la vida, escriben sin latido alguno: la escritura es el circuito arterial. Bolaño, Cervantes, Galdós, Unamuno o el propio san Juan de la Cruz son ejemplos de escritores que adquirieron esa sensación de escribir desde la nada y para nadie. El 31 de diciembre escribe: “Nunca habría imaginado semejante infierno de dolor y sufrimiento”. Su mujer se retuerce en la cama, le tienen que poner calmantes, el carcinoma va en aumento y la probabilidad de que siga viva es ya una entelequia. Con estos mimbres construye Márai su diario, cada una de las frases que lo completa es un intestino sobre blanco.

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Después de leer las últimas redacciones en el diario, me levanto a observar los títulos de los libros que reposan en la biblioteca. Repaso con la mano los lomos que se asoman como un cifra misteriosa de no sé qué mundo. Por momentos me parezco a un pianista ensayando una melodía insonora. M. entra en la habitación y me observa queda, conteniendo en los ojos una pregunta. Llego al final de las baldas y repito la acción en sentido contrario. Caigo en la cuenta de que este ejercicio tiene música y que los lomos son teclas de un instrumento que contiene una melodía infinita. Aún sigo pensando que vivir es como ese ir y venir por los lomos de los libros. Los títulos y sus páginas, los colores y los tamaños, el volumen y el olor...

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Ya Adrian Leverkhün, personaje central de El Doctor Faustus, ha tenido su encuentro con el Diablo. La secuencia faústica ya está desarrollada. Ahora queda lo mejor: leer cómo la vida de un músico genial queda rendida ante la imposibilidad del paraíso. Mientras tanto, pienso, ¿dar las horas a la lectura no es un pacto? ¿No es un pacto escribir sin falta a diario, dejando a un lado cualquier otra tentativa o cualquier otro compromiso? ¿De qué naturaleza está hecho ese pacto, el pacto de las letras? ¿Con quién?

martes, 5 de mayo de 2009

Un insecto enclaustrado en ámbar.

1 de enero de 1985. A principios de 1985, aún persiste en la sesera de Márai la idea de su finitud. Esa sensación que percute su sensibilidad, lo lleva a meditar con unas palabras kafkianas que sorprenden por la lejanía con la que se disecciona él mismo su alma. Estas palabras no se refieren al Márai vivo y pensante, sino al postergado y difunto escritor que solo será, -es-, los libros que dejó escritos: “Soy un espantapájaros, un cachivache destinado a los estantes de un museo, un insecto enclaustrado en ámbar”.
Precisamente, busca en las lecturas de Aristóteles un encuentro con la definición de alma, ¿quizás estuviera acariciándola? Lee a un filósofo coetáneo, llamado Dewey que escribió sobre los griegos. ¿Por qué será que en los griegos y gracias a ellos se han producido todas las revoluciones filosóficas y personales? Ese filósofo americano, que murió en los años ochenta, dejó una sentencia de la que se apropia Márai para calmar las ansias de infinito que lo presionan: “el alma es verbo”. Y al igual que el verbo, que se acaba con la muerte, el alma, según Aristóteles, muere. Lo que queda es el espíritu. El espíritu entintado de un diario.

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Un diario es el secreto de una vida a voces, las voces del alma.

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Estoy en la mitad de la fáustica novela, El Doktor Faustus, de Thomas Mann, y ya puedo decir sin miedo a equivocarme que jamás había leído una cosa parecida. Si escribir una novela, si la cumbre de la narrativa consiste en alcanzar esas alturas, debo renunciar a todo intento. La escritura de Mann es tan poderosa, son tan perfectos los personajes, su psicología y el contenido que las convoca… Una obra consagrada a la reflexión de la genialidad a través de la música y del pacto cainita hacia el ser humano era lo que necesitaba leer. Y en esta obra está todo: el hombre, el arte, la filosofía, la narración. Leer esta obra de Mann es asistir a un concierto de Corelli, a las sonatas de Beethoven o a la nocturnidad de Chopin. Silencio, belleza, contemplación, irracionalismo, lenguaje indescifrable para los hombres.

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A lo mejor Márai se estaba aproximando a lo que Pessoa llama en el Libro del desasosiego (154): “El sentimiento apocalíptico de la vida”. Y en ese apocalipsis, las trompetas son los latigazos de la escritura. Una escritura abigarrada a la miseria que se dignifica bajo el telón de una armonía que se propone muerta. Perplejidad, inocencia consumida, hacinamiento de las formas, perenne discurrir de los días, igualación a la muerte, danza ternaria sobre el cieno fúnebre de la noche, taxidérmica vinculación de los opuestos.

jueves, 19 de marzo de 2009

Correspondencia 1943-1955, Theodor Adorno- Thomas Mann.Oráculo manual y el vino zoroástrico de Jayyam.

Lentamente y con demasiada cadencia, he ido leyendo Correspondencia 1943-1955, Thomas Mann y Theodor W. Adorno, publicada en Fondo de Cultura Económica. La intensidad de algunas misivas conforma una candente relación en torno a la cultura europea de entonces y a los profundos cambios que surgían en el ámbito de la música y de la literatura. Thomas Mann admite en más de una carta que le debe al señor Adorno el conocimiento de las últimas tendencias musicales de aquella época y que, gracias a estas conversaciones escritas, incorporó notables cambios en algunas de sus novelas, El elegido, Doctor Faustus, por ejemplo.
Realmente emotiva es una carta escrita el 3 de junio de 1950 por Adorno desde Frankfurt al Doctor Mann, que acababa de cumplir setenta y cinco años. La carta la firma un melancólico Teddie que deja ver toda su animadversión contra Spengler o Heidegger y, en todo caso, por la cultura alemana del momento.
En un pasaje de la carta, Adorno cita un libro de Nietzsche que el otro día traje a este Trópico, Humano, demasiado humano. De él extrae unas palabras que me han otorgado una carcajada muda, una satisfacción efervescente y caduca: “Los autores más ingeniosos producen una sonrisa apenas perceptible”.

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Con una sonrisa apenas perceptible, escribo sobre la música, mientras recuerdo el Tanhäusser qu escuché ayer absorto e imbuido en la potencia orquestal del concierto que se rertransmitía en directo desde Radio Nacional de España.
La felicidad es un tramo de la vida y no puede durar más que ella, ni tampoco ser eterna, ni mucho menos hospedarse en la esperanza. El seis de junio de 1955, con motivo del ochenta cumpleaños de Thomas Mann, le escribe Adorno: “Toda la felicidad del espíritu está sujeta a la duración de su vida”; nada más, un telegrama que roza la sentencia, el aforismo descarnado.
La relación de estos dos intelectuales europeos se produce cuando Thomas Mann lee un artículo titulado “Schönberg y el progreso” en una versión manuscrita de Adorno. Mann se encontraba escribiendo el capítulo séptimo de Doctor Faustus. El resto es leyenda.

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De los estantes, arrastro un libro de Gracián titulado Oráculo manual y arte de prudencia, con la intención de abrirlo por una página y encontrar alguna relación con los autores que acabo de citar. Este ejercicio, como el de ayer, cada vez me gusta más, porque siempre me encuentro con la misteriosa escritura que los une. Vincular los opuestos es la mejor manera de extraer alguna noción de la literatura: la literatura siempre está imantada por el contrario. En el amplio espectro –casi un abismo- que se obtiene de este juego, encuentro la mejor manera de narrar la nada, pero gracias al todo. Es decir, cuestiono si esposible escribir desde la nada cuando puedo hacerlo sobre todo. Así que ahora mismo voy a abrir una página: “Los sujetos eminentemente raros dependen de los siglos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos, aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno; y si este no es su siglo, muchos otros lo serán”. Sin embargo, no se revuelve en mí ninguna manera de atar estas palabras a las cartas de los intelectuales, más bien recuerdo unos versos de Omar Jayyam en Robaiyyat:
Cuanto existe está escrito desde la eternidad,
tantos bienes y males desgastaron la pluma.
Se dio en el primer día cuanto se fuera a dar;
vano será apenarnos, vano será esforzarnos.

lunes, 3 de marzo de 2008

LOS BUDDENBROOK, T. MANN

LA EDITORIAL Edhasa está empeñando sus bienes para que los lectores devoren al novelista de la música, las montañas y los doctores: Thomas Mann. A las maravillosa ediciones conmemorativas y de lujo a las que nos tenía acostumbrados, se suma la reedición de la primera novela de Mann, -¡contaba con veinticinco años!-, Los Buddenbrook (1897), y con ello ha inaugurado el 2008 con una nueva traducción de la obra. Me parece estupendo que vayan revisando las traducciones de ciertas obras, ya que en ocasiones se encuentra uno con reminiscencias arcaicas que entorpecen y, en muchos casos, enlentecen la lectura. Me acuerdo de los “laísmos salinescos” (verdad, Iván) que don Pedro desperdigó en la obra de Proust. Elogiosa traducción, pero susceptible de revisión igualmente.
Volviendo a Thomas Mann, rescato un fragmento de una carta del autor dirigida a un colega y que se refiere a su editor de entonces. Es la época en que germinaban las ideas de Mann acerca de la novela que se disponía a escribir:
"La novedad más reciente es que estoy preparando una novela, una gran novela... Fischer, quien al parecer se promete hacer un pequeño negocio con mi producción, ha expresado reiteradamente en sus cartas el deseo de publicar una obra mayor mía en prosa; un libro así lo podría comercializar mejor que un volumen de cuentos. Yo mismo no había creído hasta ahora que llegase a tener el valor de emprender una empresa así. Pero, casi de repente, he descubierto una materia, he tomado una resolución y estoy pensando en comenzar con la escritura."