Lentamente y con demasiada cadencia, he ido leyendo Correspondencia 1943-1955, Thomas Mann y Theodor W. Adorno, publicada en Fondo de Cultura Económica. La intensidad de algunas misivas conforma una candente relación en torno a la cultura europea de entonces y a los profundos cambios que surgían en el ámbito de la música y de la literatura. Thomas Mann admite en más de una carta que le debe al señor Adorno el conocimiento de las últimas tendencias musicales de aquella época y que, gracias a estas conversaciones escritas, incorporó notables cambios en algunas de sus novelas, El elegido, Doctor Faustus, por ejemplo.
Realmente emotiva es una carta escrita el 3 de junio de 1950 por Adorno desde Frankfurt al Doctor Mann, que acababa de cumplir setenta y cinco años. La carta la firma un melancólico Teddie que deja ver toda su animadversión contra Spengler o Heidegger y, en todo caso, por la cultura alemana del momento.
En un pasaje de la carta, Adorno cita un libro de Nietzsche que el otro día traje a este Trópico, Humano, demasiado humano. De él extrae unas palabras que me han otorgado una carcajada muda, una satisfacción efervescente y caduca: “Los autores más ingeniosos producen una sonrisa apenas perceptible”.
Realmente emotiva es una carta escrita el 3 de junio de 1950 por Adorno desde Frankfurt al Doctor Mann, que acababa de cumplir setenta y cinco años. La carta la firma un melancólico Teddie que deja ver toda su animadversión contra Spengler o Heidegger y, en todo caso, por la cultura alemana del momento.
En un pasaje de la carta, Adorno cita un libro de Nietzsche que el otro día traje a este Trópico, Humano, demasiado humano. De él extrae unas palabras que me han otorgado una carcajada muda, una satisfacción efervescente y caduca: “Los autores más ingeniosos producen una sonrisa apenas perceptible”.
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Con una sonrisa apenas perceptible, escribo sobre la música, mientras recuerdo el Tanhäusser qu escuché ayer absorto e imbuido en la potencia orquestal del concierto que se rertransmitía en directo desde Radio Nacional de España.
La felicidad es un tramo de la vida y no puede durar más que ella, ni tampoco ser eterna, ni mucho menos hospedarse en la esperanza. El seis de junio de 1955, con motivo del ochenta cumpleaños de Thomas Mann, le escribe Adorno: “Toda la felicidad del espíritu está sujeta a la duración de su vida”; nada más, un telegrama que roza la sentencia, el aforismo descarnado.
La relación de estos dos intelectuales europeos se produce cuando Thomas Mann lee un artículo titulado “Schönberg y el progreso” en una versión manuscrita de Adorno. Mann se encontraba escribiendo el capítulo séptimo de Doctor Faustus. El resto es leyenda.
La felicidad es un tramo de la vida y no puede durar más que ella, ni tampoco ser eterna, ni mucho menos hospedarse en la esperanza. El seis de junio de 1955, con motivo del ochenta cumpleaños de Thomas Mann, le escribe Adorno: “Toda la felicidad del espíritu está sujeta a la duración de su vida”; nada más, un telegrama que roza la sentencia, el aforismo descarnado.
La relación de estos dos intelectuales europeos se produce cuando Thomas Mann lee un artículo titulado “Schönberg y el progreso” en una versión manuscrita de Adorno. Mann se encontraba escribiendo el capítulo séptimo de Doctor Faustus. El resto es leyenda.
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De los estantes, arrastro un libro de Gracián titulado Oráculo manual y arte de prudencia, con la intención de abrirlo por una página y encontrar alguna relación con los autores que acabo de citar. Este ejercicio, como el de ayer, cada vez me gusta más, porque siempre me encuentro con la misteriosa escritura que los une. Vincular los opuestos es la mejor manera de extraer alguna noción de la literatura: la literatura siempre está imantada por el contrario. En el amplio espectro –casi un abismo- que se obtiene de este juego, encuentro la mejor manera de narrar la nada, pero gracias al todo. Es decir, cuestiono si esposible escribir desde la nada cuando puedo hacerlo sobre todo. Así que ahora mismo voy a abrir una página: “Los sujetos eminentemente raros dependen de los siglos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos, aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno; y si este no es su siglo, muchos otros lo serán”. Sin embargo, no se revuelve en mí ninguna manera de atar estas palabras a las cartas de los intelectuales, más bien recuerdo unos versos de Omar Jayyam en Robaiyyat:
Cuanto existe está escrito desde la eternidad,
tantos bienes y males desgastaron la pluma.
Se dio en el primer día cuanto se fuera a dar;
vano será apenarnos, vano será esforzarnos.
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